Todas las miradas se habían posado en él y no pudo hacer otra cosa más que tragar grueso mientras se acercaba a la mesa principal, donde aguardaba su respectivo lugar, pero el emperador no pudo reservarse sus palabras para el príncipe menor.
—¿Pero qué manera es esa de entrar, príncipe Yun? Luego discutiremos qué pasó para que te desaparecieras, vinieras en estas fachas y le hicieras este desaire a las visitas —espetó Heng con el ceño más frunció que de costumbre.
«¿Fachas?». Yun se dio cuenta de que por ir tan apresurado, no pudo recrear el peinado sofisticado que llevaba en un principio, seguía con la trenza baja y se dio una cachetada mental por ser tan distraído; además de que sus vestiduras se habían arrugado un poco al haberlas guardado en aquel costal viejo.
—Ofrezco una disculpa, mucho gusto, sean bienvenidos al palacio de Ciudad Prohibida —se excusó de la manera más educada posible. La vergüenza se apoderó de él, pero poco o nada podía hacer ya por esos detalles.
Yun llegó hasta su asiento y se dispuso a ver lo que tenía frente al plato para no ver a nadie a los ojos, pero no pudo evitar sentirse observado justo a su lado por su hermano Jin, que lo veía con un dejo de perplejidad y socarronería. El príncipe menor se llevó una copa con agua, pero de repente escuchó la voz de su hermano.
—¿Y tú dónde diablos andabas, Yun? ¿Pasaste un buen momento con... una chica? Traes una cara placentera que no la puedes ocultar —susurró Jin con discreción. Yun casi escupe el líquido que había entrado a su boca, pero logró controlarlo.
—Después hablamos de eso —respondió entre dientes y secó su boca con una servilleta.
—Y bien, dispensen todos los inconvenientes, ¿en qué estábamos? —prosiguió Shun con una sonrisa de oreja a oreja. Al parecer le era demasiado grata la presencia de la joven que yacía a su lado.
Yun la observó con el rabillo del ojo, poseía mucha belleza y clase. Se veía que se sabía todos los modales que agradaban a su padre y su vestido hanfu era de satín y seda, de un color lila pastel, que acentuaba su rostro debidamente maquillado y su sedoso cabello negro caía sobre sus hombros; la joven se veía perfecta, no cabía duda que tenía impresionado a su hermano mayor, lo conocía demasiado bien, su nerviosismo y euforia contenida lo delataba.
—Pues... hablábamos sobre los días en que nuestra Wen frecuentará a su majestad, al menos antes de que venga a vivir aquí definitivamente —puntualizó Tao, aquel gobernador que era un viejo amigo de su padre.
—Por supuesto —contestó Heng complacido—. Dejemos esa libertad a Shun, para comenzar. Hijo, ¿cuántos días crees propicio que se frecuenten ustedes en este mes de la primera fase del compromiso?
—Vaya, esta decisión me toma por sorpresa. Yo considero que podríamos vernos tres días a la semana para pasar un buen tiempo de calidad juntos. Aunque, si me dejan exteriorizar mi opinión personal, a mí no me molestaría... si la veo todos los días —comentó ante la sorpresa grata de ambos consuegros y la joven pareció ruborizarse ante las palabras de Shun, porque de inmediato sacó un abanico y se cubrió la parte baja del rostro.
—Hija, ¿qué respondes a tu prometido? —incentivó un orgulloso Tao a su hija, quien de inmediato retiró el abanico para hablar.
—Pues, yo me siento halagada por las palabras de mi prometido. En verdad me alegra que él piense de ese modo, porque yo también deseo verlo diario. Aunque tres días me parece propicio también —La joven volteó a ver a Shun con esos ojos azules que lo dejaron inmerso al voltearla a ver—. Decida usted, su alteza, por favor.
Yun observó detenidamente como Shun sonrió complacido y se aclaró la garganta.
—Comencemos por tres días... No quiero hastiarte de mi presencia tan pronto —Todos en la mesa rieron bajito con aquel comentario del príncipe Shun.
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La guerrera del Príncipe Dragón
RomanceLa desgracia ha llegado a Ciudad Prohibida. Una maldición se apodera de la vida de An, la esposa del Emperador y amada Emperatriz del reino. El tiempo es muy limitado, pero aún hay esperanza. Un sabio de dudosa procedencia, dijo que la única salvaci...