Nefasta noticia

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La recámara real de reuniones se había quedado en un incómodo silencio, debido a la noticia que ambos príncipes escucharon de su padre. Al notar Heng, que sus hijos no dijeron comentario alguno, se dispuso a proseguir.

—¿Por qué tan callados, hijos? —carraspeó—. Por supuesto, el compromiso no puede ser con cualquier muchacha casadera, no; deberá ser con señoritas de clase y poder, que pertenezcan a otras ciudades vecinas, porque, está claro que después de esta guerra debemos tener alianzas ahora más que nunca. Así que ese es otro asunto que les dejó a su cargo, hijos.

Dentro de los oídos de Yun, aún hacía eco aquello último que su padre soltó hace un par de segundos. Lo dijo tan seguro y simple igual que si se tratase de contar dinero o decir una orden simple como: "toma asiento". Su mente le daba vueltas, pero aún así trató de mantener la compostura luego de abrir sus ojos con sorpresa.

Su hermano Jin no era la excepción, él más que Yun, había dejado su semblante de sorpresa tal cual estaba desde que escuchó la orden de su padre; ninguno de los dos lo podía creer.

Heng se acomodó en su asiento, sin separar sus manos, las cuales tenía descansando sobre la mesa y continuó con su sarta de órdenes, aquellas que Yun ya no deseaba escuchar.

«Esto debe ser una maldita pesadilla», pensó para sí mismo, pero con las ganas de gritarlo a viva voz.

—Bien... Establecido eso —prosiguió Heng—, pronto arreglaremos todo para contactarnos con los jefes de cada ciudad, para agendar citas y...

—Padre, espera... —comentó Jin—. Esto nos ha dejado muy confundidos ¿Cómo que arreglar un matrimonio? Siempre creímos que eso solo aplicaba al príncipe heredero, no a nosotros ¿Podrías explicarnos, por qué cambias las reglas así como así?

—Estoy con Jin, esa era la idea que siempre nos dijiste desde muy pequeños. Me parece de muy mal gusto que nos lo digas de esa manera —agregó Yun con el ceño fruncido.

Heng rió con ironía y suspiró.

—Hijos, yo soy el Emperador y tengo total libertad de criterio para hacer los cambios que yo crea convenientes para el Palacio y para toda Ciudad Prohibida —respondió tajante.

—Pero... padre —comenzó a decir Jin, sin poder debatir con eficiencia el mandato de Heng.

—Bueno... Si no hay otra duda, necesito que me dejen solo un momento para preparar todo sobre mi discurso de hoy. Luego deseo reunirme con solo contigo, Yun. Te llamaré en cuanto esté libre para que tú y yo conversemos de hombre a hombre —dijo Heng mientras se levantaba de la mesa y sin dirigir la mirada a ninguno de los príncipes.

Sin decir otra palabra, Heng se retiró de la habitación, dejando a sus dos hijos con las palabras hechas nudos en la garganta. Jin comenzó a tamborilear sus dedos sobre la larga mesa, con mucha ansiedad, mientras Yun se cruzaba de brazos y fruncía el ceño.

—¿Cómo te parece eso, Yun? Ahora tenemos que asumir situaciones conyugales como un emperador —Jin negaba con la cabeza y su respiración incrementó poco a poco.

Al no tener respuesta de su hermano lo volteó a ver

—. ¡Tierra llamando a Yun! Oye... ¿Estás ahí, hermano?

Jin golpeó la cabeza de Yun con sus nudillos, provocando que este gruñera con frustración y apartara el puño de su hermano.

—¡Sí, sí, ya te oí, maldita sea! —Yun volteó a ver a su hermano y sus ojos una vez más estaban adquiriendo ese color carmín que tanto caracterizaba su cólera últimamente.

—Pero no remates conmigo, ¿eh? —Jin se cruzó de brazos—. En este momento necesitamos estar más unidos que nunca. Debemos convencer a padre para que desista de sus ideas descabelladas —bufó mientras se levantaba de su asiento y se dirigió hacia la ventana—. Mi padre está enloqueciendo y todo es culpa de esta catástrofe sin nombre.

—Tienes razón, Jin. Ni siquiera se le puede llamar guerra, porque... No tenemos un altercado con otras ciudades o países. Lo primero debería ser investigar quién es el verdadero enemigo.  Buscar esposa puede esperar —Se quedó pensando con la mano en el mentón—. Aunque... A lo mejor sí existe algún altercado, y ni siquiera nos habíamos dado cuenta. Tú que has revisado documentos reales, ¿no has visto algo turbio que quizá padre esté ocultando?

Jin dirigió la mirada hacia el techo, recordando si vio algo. Hizo una mueca de confusión y negó con la cabeza.

—No, hermano... Nada ilegal o turbio, al menos en lo que pude alcanzar a ver —Jin se encogió de brazos.

—Por cierto, Jin... ¿Encontraste algo en la biblioteca? —inquirió mientras movía su pie para calmar sus emociones.

—Encontré algo que a lo mejor pueda sonar como una leyenda, pero que aunque suene fantasioso, podría darnos la respuesta que buscamos —respondió el príncipe mediano.

—Ya veo... Necesito verlo con mis propios ojos yo también, ahora siento que puedo creer lo que sea. Porque está claro que no fue una ilusión todas las heridas que tenemos a causa de estos monstruos. A lo mejor hemos estado adorando al dragón y en realidad es nuestro enemigo, o no sé...

Yun se rascó la cabeza con frustración, luego se levantó para ir al lado de su hermano y se dispuso a ver el panorama de la Ciudad Prohibida.

—De lo que estoy seguro es de que no deseo casarme por compromiso, jamás —espetó el príncipe menor para lanzar un suspiro al aire.

De pronto, cuando Yun bajó la mirada, la silueta de Siu apareció ante él, distraída mientras caminaba por los jardines del palacio nuevamente, al parecer no había acatado sus peticiones de esperarlo en la sala de enfermería y algo más...

En lugar de aquella bata blanca llevaba puesto un qipao negro sencillo, el cual, como siempre marcaba sus curvas tan femeninas, su cabello estaba recogido en un moño alto que dejaba ver mejor sus facciones gráciles. Era evidente que su rostro estaba más sonrosado por la recuperación. Por lo que pudo ver, parecía buscar algo, ya que su mirada se dirigía hacia varios puntos del amplio lugar.

Al instante de contemplar aquella vista de la chica, sus pupilas se dilataron por inercia y su corazón se aceleró sin tener nada de control sobre los latidos. En cuanto sintió sus mejillas arder, desvió la mirada a otra parte y carraspeó con sutileza, para seguir mirando el panorama de Ciudad Prohibida.

Cuando volteó a ver a Jin, este ya se encontraba viéndolo a él, Yun giró sus orbes de un lado a otro, por la extraña mirada que le estaba dedicando.

—Jin, ¿acaso tengo algo en la cara, o qué? —inquirió Yun en un hilo de voz mientras fruncía el ceño para endurecer su expresión.

—Nada... —musitó su hermano y apretó los labios con picardía, conteniendo sus ganas de sonreír y molestarlo, porque él también había visto a la chica desde que salió hacia el jardín y notó el cambio en la actitud en Yun al no más notar a la joven—. Ya dime... ¿Te gusta la chica?

—¡¿Qué?! No sé de quién hablas, Jin, deja de estar balbuceando y salgamos de aquí, ahora —. Pronto Yun hizo despabilar a Jin, con un jalón de brazo para comenzar a salir ambos de la recámara real—. Tenemos que ir a averiguar todo sobre los dragones.

La recamara quedó vacía y una sombra negra, parecida a una especie de humo, se manifestó y se esparció por todo el interior, para luego desvanecerse al instante.

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Continuará...

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La guerrera del Príncipe DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora