Gratitud al universo

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«Algo muy escabroso está ocurriendo en este bosque. Hay demasiada maldad como para que el Fenghuang habite esta montaña y el tiempo se agota. Me siento perdido».

Mientras caminaban para encontrar refugio, Yun, quien sostenía a Siu en brazos, no podía dejar de debatirse la caótica situación en la que estaba envuelto. Él sabía que, aunque en la cima de la montaña hubiera un monumento del ahora famoso Fenghuang ¿Qué posibilidades habría de encontrarlo allí, si las cosas en los alrededores se ponían color de hormiga a cada segundo?

Según lo que él tenía entendido era que el Fenghuang amaba la soledad y la paz. En ese bosque había todo menos lo que atrae a esa ave mitológica. Y como los padres de Siu habán dicho: ese bosque ya no era el que solía ser y ahora representaba prácticamente un suicidio adentrarse en él. Ya estaba advertido, pero su corazón lo guió hacia allí; decidir era algo determinante en aquel momento. Arriesgar todo por su amada madre era lo que debía hacer.

—En verdad que este camino es muy largo. Nunca me atreví a llegar tan lejos en este bosque —dijo Mei, respirando fuerte a cada paso que daba, ya que el trecho del bosque era cuesta arriba.

—Tiene razón —respondió Yun—, no podremos llegar hoy, eso está claro. Buscaremos refugio para pasar la noche.

—Eso nos quedaría muy bien, sobre todo porque... sus heridas aún no han dejado de sangrar —esbozó Mei con preocupación.

En efecto, de las mangas largas desgarradas seguían brotando pequeños caudales de sangre, pero Yun quería hacerse el fuerte en su opinión, pero aquello ella no lo mencionó y Mei continuó caminando y prestando atención al joven.

—Ya habrá un tiempo para curarme, yo lo sé. Quien me preocupa más en este momento es esta señorita. Ya no despertó y la veo mal. Habrá que atenderla de inmediato, solo espero que encontremos al menos una cueva que nos proteja del sereno.

—También necesitamos algo de leña, joven Yun —sugirió Mei—. Está haciendo demasiado frío —Se quejó mientras frotaba sus heladas manos y soplaba entre ellas para calentarse.

—Sí, claro. Eso también necesitamos con urgencia —dijo Yun con el ceño fruncido.

Yun no se había puesto a pensar en ese detalle, hasta que notó que su rostro era acariciado por unas tenues ráfagas de aire, tan gélidas como el hielo. Las montañas se van tornando cada vez más frías a medida que se asciende, debido a la latitud de los terrenos.

Bajó un poco su mirada para ver a la chica que tenía en brazos; ella estaba muy pálida y podría jurar que sus labios se comenzaban a tornar morados. Ahora estaba más preocupado, porque, pensándolo bien, a él nunca le había calado tanto el frío como lo estaba haciendo en esos momentos. Ni siquiera cuando acampaban entrenando con su padre y hermanos.

Yun y Mei subieron un pequeño sendero, que antes parecía ser transitado por gente con frecuencia, pero que habían dejado de hacerlo ya hace mucho tiempo. Mei se aferró al cinturón de Yun para lograr subir, ya que su condición estaba débil con aquella caminata.

Al terminar de subir y jadeando por lo exhaustos que estaban, los ojos de ambos se abrieron de la sorpresa; una cueva yacía allí mismo, como si estuviera esperándolos exclusivamente a ellos; ese fue el pensamiento de Yun. En lo privado de su mente agradeció al universo por semejante regalo aparecido en el momento preciso.

Si no hubieran estado tan cansados y Yun no tuviera a Siu en sus brazos, de seguro él hubiera corrido como un niño cuando le llevan el juguete que más quería, o quizá no; no frente a Mei. No podía demostrar sus emociones frente a una desconocida, si ya ni siquiera lo hacía con su familia, mucho menos con otra gente.

La guerrera del Príncipe DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora