El camino se había tornado bastante largo. Ya pocos indicios quedaban del ambiente que Ciudad Prohibida le transmitía la chica arquera. No sabía el porqué pero su corazón se sentía como dividido en dos partes.
Desde el momento en que se había alejado del comandante Siu supo que este iría con las noticias tanto al emperador como a los príncipes, pero intentó quitarle un poco de importancia al asunto, más ya no podía hacer nada por eso.
Suspiró mientras se recostaba sobre el cúmulo de heno seco, que le hacía cosquillas en el cuello y en la espalda; poco a poco se sumió en el dilema en que se encontraba, los pensamientos parecían consumirla y no dejarla en paz.
Desde ahí sentada en aquel lecho ajeno, podía sentir la brisa fresca del viento, el olor del pasto, de los árboles y de las flores que rodeaban toda la zona; todo tan rural como su mente estaba acostumbrada desde niña, no pudo evitar sonreír al sentir el sabor de lo conocido.
Y a pesar de todo ese buen ambiente y de la comodidad que este le generaba, su corazón se sentía en penumbras. Era como si le hubieran arrancado una parte importante de este, dolía mucho más de lo que podía esperar y tenía una mezcla de sentimientos, no sabía cuál era el que prevalecía con exactitud. Miró hacia las nubes y hasta parecía que estas tenían formas de aquellas aves que tanto veía en sus sueños.
Despabiló y una vez más ahí en sus pensamientos él estaba haciendo estragos. Frunció el ceño, porque se sentía una completa idiota ¿En qué momento pensó que las cosas iban a ser diferentes con el príncipe? ¿Por qué apesar de todo su terco corazón decía que pertenecía a él?
En definitiva no era normal aquel sentimiento que se aferraba a un mundo ideal y hasta surreal, en el que ellos dos podían amarse por siempre, porque parecía como si lo amara desde antes de haberlo conocido. No sabría explicar con palabras lo inmenso de aquel sentir, ahora absurdo y sinsentido.
El verlo allí con sus manos entrelazadas al lado de una mujer desconocida -muy bella, por cierto-, nublaron su mente y su corazón para tomar aquella decisión abrupta de irse sin siquiera despedirse. Y tan solo de pensar eso una lagrima comenzó a rodar su mejilla la cual la chica limpio de una sola vez con rabia.
Siu, se sermoneaba a sí misma y se daba cachetadas mentales, pensando en que no le quedaba nada bien lamentarse por aquello, ya que ellos dos estaban totalmente separados en cuanto a su estilo de vida y clases sociales. No había la más mínima posibilidad y era mejor si ya no lo volvía a ver, al menos hasta que dejara de sentir algo por el príncipe.
Las personas con las que había estado viajando, aquella pareja de esposos que se veía muy dichosa a pesar del arduo trabajo que desempeñaban, le habían brindado una especie de hospitalidad que ella agradeció sobremanera. La señora con mucha amabilidad le había extendido su mano para compartirle a un poco de lo que estaban comiendo en el camino. Ella acepto gustosa con una sonrisa y comenzó a devorar aquellos panecillos rellenos de carne y verduras. Comer en ese momento le había aliviado un poco todo lo que venía sintiendo en el trayecto.
—¿Ya estás mejor? —se atrevió a preguntarle la mujer—. Ni siquiera nos has dicho hacia dónde te diriges exactamente.
—Me encuentro muy bien, gracias. Con respecto a lo otro... Bueno se los diré, me dirijo hacia Yumai —soltó con seguridad, no había problema que le revelara a ellos su destino, después de todo ya no los vería de nuevo.
La pareja de esposos se quedó un poco descolocada abrieron los ojos como platos.
—Pero jovencita, eso queda demasiado lejos —decía el hombre, sin quitar la vista del camino por el que iba conduciendo.
—Lo sé, es lejos pero debo llegar más pronto que pueda —dijo Siu con determinación mientras entre sus dedos, jugaba con el último panecillo que le quedaba.
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La guerrera del Príncipe Dragón
RomanceLa desgracia ha llegado a Ciudad Prohibida. Una maldición se apodera de la vida de An, la esposa del Emperador y amada Emperatriz del reino. El tiempo es muy limitado, pero aún hay esperanza. Un sabio de dudosa procedencia, dijo que la única salvaci...