Cuando la tragedia regresa

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Al darse cuenta de lo sucedido, Shun y Jin comenzaron a correr para seguirle los pasos, pero fue inútil. Ante ellos se encontraban las dos dragonas que con engaños habían entrado a ser sus prometidas con el consentimiento del Emperador.

—No irán a ninguna parte ustedes dos —siseó una de ellas y la batalla entre príncipes y "prometidas" comenzó.

De inmediato, de entre la muchedumbre de combatientes, Yun no dudó en usar su velocidad para correr lo más que pudo; en definitiva su padre no había escuchado su grito desesperado y eso solo incrementó su mayor temor: que su padre muriera a garras de esos seres indeseables.

En cuestión de segundos, ese monstruo estaba cada vez más cerca de Heng, quien notó la presencia del enorme dragón ya cuando estaba llegándole casi hasta los talones. Los ataques de Qiao ni de la tropa funcionaron.

Heng gritó para asestarle un espadazo, pero la bestia la partió en dos como si de una hojalata se tratase. Heng tembló de miedo, pero hinchó el pecho e intentó golpearle con su escudo.

—¡Resiste, padre! —gritó Yun, pero a esas alturas ya el escudo había volado hacia algún lugar lejos del cuerpo de Heng.

Aunque la armada intentara darle sus mejores ataques, nada derribaba la horda de dragones. Yun perdió de vista el punto donde su padre había recibido el ataque. Corrió con toda la velocidad que pudo y en cuanto se acercó, no pudo creer lo que estaba viendo.

De alguna manera, Siu había llegado hasta donde el emperador. Con una de sus flechas había logrado lastimar una de las garras de aquel poderoso dragón y había salvado la vida de Heng.

Yun pudo respirar de alivio y se siguió abriendo paso hasta donde su padre y su amada estaban codo a codo, cubriéndose las espaldas y haciendo un buen equipo para atacar al enorme dragón que se había enfurecido ante aquella tregua. No pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa; nunca creyó posible tal situación, porque la última vez, su padre dejó muy en claro el desagrado que sentía por la muchacha aldeana.

El menor de los Qing despabiló y de inmediato corrió para asistirlos. Pronto llegó hasta donde estaba su padre y por primera vez en mucho tiempo ambos se sonrieron así sin más.

Luego por inercia volteó a ver a la chica de sus sueños y ella ya se encontraba conmovida por aquella silenciosa y significativa reconciliación.

—Padre, yo... Gracias por todo y perdóname —balbuceó Yun y fue interrumpido por Heng.

—Hijo, no hay tiempo, necesitamos derrocar a todos estos seres malignos —dijo Heng, para continuar lanzando aquellos espadazos.

—Tiene razón, alteza ¡Andando! —exclamó Siu para seguir lanzando sus flechas.

—Sí, claro —respondió y se unió a la batalla de inmediato, no sin antes tomar a Siu por la muñeca.

—Voy a ir a ver a mis hermanos. Por favor, Siu, te pido que poco a poco lleves a padre a un lugar a salvo —suplicó Yun.

—Lo haré —dijo Siu, asintiendo.

Por una fracción de segundo, ambos se vieron con intensidad, queriendo decirse muchas cosas, queriendo decirse lo mucho que se amaban, pero estaban demasiado apresurados como para hacerlo. Sin más los dos fueron por caminos separados para continuar defendiendo la ciudad.

El sonido de las armas, de los gritos y golpes de los combatientes resonaba en todas partes. Yun se detuvo a observar por última vez y vio que Heng y Siu se estaban defendiendo perfectamente, además, los demás guerreros hacían una especie de círculo para proteger al emperador y eso le brindó cierta confianza para correr y unirse con sus hermanos.

En cuanto llegó a la parte frontal del palacio, allí estaban Jin y Shun, combatiendo contra aquellas dos dragonas. Ellos las tenían acorraladas, pero aun así, con sus colas asestaban golpes que los dos príncipes bloqueaban; era una batalla bastante reñida.

Yun no lo pensó mucho y silbó para captar la atención de aquellas dos bestias, que de inmediato lo voltearon a ver, pero estas lo ignoraron y continuaron atacando a quienes les interesaban, Shun y Jin.

—¡Hermano, no vengas, ve con nuestro padre! —gritó Shun con preocupación, pero esa distracción hizo que la dragona le asestara un golpe con su cola y Yun fue a auxiliarlo de inmediato.

Jin, por su parte, se logró defender y salir del bloqueo de la otra dragona, para utilizar su espada y herirla en el torso. Tanto Yun como Shun recobraron la compostura y entre los tres comenzaron a atacarlas con las espadas draconianas que el monumento les obsequió y ellos sabían que les habían sido otorgadas para esa causa.

Atacaron con todas sus fuerzas una y otra vez hasta que cayeron desplomadas. Los tres hermanos sonrieron victoriosos, pero con la misma las dragonas se comenzaron a levantar. Los tres prepararon su ataque, pero un sonido parecido a una explosión hizo retumbar el suelo. El corazón de Yun se oprimió y un presentimiento invadió su pecho, porque murmullos y gritos se escucharon en dirección a donde estaba, su padre y Siu.

—Yun, aquí nos encargaremos nosotros, ve a ayudar a padre, eso no ha sonado nada bien —ordenó Shun y Jin asintió.

—Está bien, pero tengan mucho cuidado, estos dos dragones son tan poderosos como el más grande que está atacando en el centro de la ciudad —respondió Yun, preocupado, queriendo dividirse en cuántos fuese necesario, para ayudar a todos.

—En un momento te alcanzamos, corre —aseguró Jin.

Yun asintió y con la misma salió corriendo desbocado y exhausto porque nada parecía tener salida. Solo imploraba que no fuera tan grave como para que la batalla diera por concluída.

El aliento le faltaba, su flequillo azabache se pegaba a su frente debido al sudor. Los guerreros congregados y aun luchando no le dejaban libre el paso de manera fácil. Como pudo se abrió camino entre la multitud que susurraba cosas ininteligibles.

A lo lejos pudo escuchar una voz familiar de entre muchas que hablaban al mismo tiempo. Podía jurar que era el llanto de Siu, pero la angustia no lo dejaba discernir aquello, solo se limitaba a querer adivinar.

Al fin llegó y comprendió que era lo que estaba pasando. Su pecho estalló en ira y en angustia cuando vio a Siu de rodillas, con lágrimas en los ojos, sollozando por la terrorífica visión que se presentó frente al joven príncipe.

Mientras una carcajada estridente y sobrehumana resonaba desde la garganta de aquel inmenso dragón, ahí desplomado en el suelo, debajo de un charco de sangre, estaba inerte el emperador de China... su padre.

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Continuará

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La guerrera del Príncipe DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora