El lugar entero parecía estar en un incendio constante, pero ese fuego parecía hasta reconfortante para Siu. Ella se sintió llamada de inmediato, Yun no cabía en su sorpresa por lo que estaba observando, también podía sentir la gentileza de aquel elemento, pero sabía que no debía intervenir en absoluto. Pronto ella, de manera automática caminó hacia aquella luz y él se interpuso una vez más en su camino para detenerla.
—¿Siu? —La tomó por los hombros, necesitaba su explicación, una que jamás llegó, aún así ella se dirigió a él sin hacer contacto visual.
—Déjame, estoy bien, Yun —Ella apartó las manos de Yun y siguió su camino, uno al que se sentía atraída por completo.
La joven se descalzó y con paso lento se terminó de acercar ese tramo tortuoso ante los ojos de Yun y del hombre que estaba siendo testigo de aquel suceso. Siu llegó frente a la hoguera que parecía crecer a cada segundo y ahí cerró sus ojos para extender su mano hacia las llamas ardientes, las cuales se sentían cálidas para ella, mas no le hacían ningún daño.
En cuanto menos se lo esperó, todo su cuerpo había entrado al círculo de fuego. Como si de una cascada de agua se tratase, sentía una frescura inusual que la envolvía en energía y la hacía sentir limpia. Extendió sus manos hacia arriba y al abir los ojos se sorprendió de lo que vió. Entreabrió la boca, porque a quien veía era su propia imagen reflejada en el fuego –como si se viera en un espejo–, se observó con detenimiento, de pies a cabeza y todo se sentía tan real.
Pronto en sus manos apareció su arco y carcaj; frente a ella había una bestia colosal, inmensa como una montaña, pero no tenía una forma definida; aún así Siu, sintió miedo y apuntó hacia ella. En su pecho podía sentir la adrenalina, como si estuviera ejecutando un combate, y en efecto así era, pero con la diferencia de que sus pies no pisaban el suelo... ¡Ella se elevaba por los aires, a una altura inmensa! ¿Cómo era eso posible?
Cuando dejó de preguntarse cosas sin sentido, no podía creer que aquella bestia se tratase del mismo Emperador. Sus piernas flaquearon y su corazón latía de angustia. Era a él a quien le estaba apuntando y no podía hacer nada para evitarlo, si en esos momentos no era dueña de sus actos.
«No... No puede ser», se lamentó e intentó cerrar sus ojos para no ver que el gobernante se acercaba para atacarla.
Mientras se negaba ver lo que tenía enfrente, ahí en su ensimismamiento, se le presentó la imagen de los rostros sonrientes de sus padres. Luego se desvanecieron para transformarse en el de aquella señora... la Emperatriz, que le sonreía con dulzura.
«Tu pendiente...», ahí estaba aquella voz que no podía identificar. Era tan suave, como el sonido crujiente de la madera consumiéndose por el fuego.
Siu apretó los ojos y dejó ir la flecha sin detenerse a pensar en el Emperador, aquello era inútil. Solo pudo notar que la punta de la flecha era luminosa y pensar que en ese momento actuaba fuera de sí, solo era una espectadora de sus acciones automáticas. Luego de aquello abrió los ojos con mayor seguridad, pero al mismo tiempo, tenía una sensación de vacío y cayó al suelo.
Por primera vez sentía que ardía respirar y se le dificultaba, alguien llegó hasta ella para tomarla en sus brazos y recostarla en su pecho, la sensación era reconfortante... Al elevar su mirada ahí estaba Yun. Las lágrimas surcaban su rostro y ella lo acarició. Su vista se estaba nublando sin ella poder hacer nada.
«¿Por qué lloras? —inquirió ella aún con el malestar que le impedía respirar—. No te sigas preocupando por mí, no lo hagas».
Al fin la negrura cubrió sus ojos y un olor a brasas extintas invadió sus fosas nasales... Se parecía mucho a cuando su madre apagaba la chimenea y tan solo quedaban las cenizas. No podía ver nada y la sensación de que estaba flotando en el aire era lo único que podía percibir.
«Madre... padre ¿Dónde estoy?», al fin podía enunciar en su mente una frase, pero luego el vacío la invadió nuevamente y se sintió pesada como una roca. Tal sensación la hizo caer al suelo, uno que no podía distinguir porque no había absolutamente nada.
«Siu... Siu, no me dejes». Esa voz... Tan cálida y apacible que reconoció de inmediato, parecía devolverle la vida que ya no sentía en su cuerpo debilitado.
Aún entre las penumbras, se levantó, guiada por aquella voz masculina que la llamaba. Siu volteaba a todos lados, pero era imposible distinguir algo que la guiara, más que el sonido de él.
«Pero... ¿Dónde estás? ¡Yun!», exclamó su nombre, aquel que la hacía sentir que no estaba sola por completo. Él siempre estaba ahí, aunque quisiera alejarlo.
«Siu, despierta», dijo una vez más, pero al estar caminando errante por tanto tiempo, una vez más se sintió desfallecer.
«Yun... Yun», repetía para llamarlo, aunque sin éxito.
Siu solo se rindió y se dejó arrullar por las penumbras. Sus párpados se sentían pesados y no luchó contra aquello, simplemente los dejó caer, de todos modos tenía mucho rato sin ver nada de luz.
Incontables minutos pasaron, aunque no sabría deducir si en ese limbo existían las medidas de tiempo. Parecía que nada tenía significado concreto. Solo podía pensar en aquella sensación agonizante que la invadió tras tirar aquella flecha. Nunca había sentido tal cosa, aunque después, la calma había reinado, pero el recuerdo de lo vivido se había quedado grabado en su memoria.
Al fin pudo sentir un poco de energía en su cuerpo, incluso su rostro sentía una ligera corriente de aire y sus oídos percibían el sonido del ambiente natural, uno tan familiar para ella, que juraría era su aldea natal. No cabía duda de que se sintió como una chiquilla revoltosa una vez más.
—Estoy en casa... —musitó con el corazón henchido de una emoción inigualable, combinado con nostalgia.
—Así es, Siu, lo estás —Le respondió la voz de él, esa que la había guiado y acompañado en los momentos de soledad.
Pronto pudo detenerse a percibir el calor de un cuerpo rodeándola. Unos fuertes brazos acunándola y el sonido de unos latidos que iban a mil, tanto como los de su propio corazón. Por inercia sonrió y suspiró relajada para sentir unos cálidos dedos acariciando su rostro.
La joven abrió los ojos con lentitud y lo primero que vio fue aquel rostro que le sonreía con sinceridad. Yun la veía desde arriba y la luz del día la dejaba ver a la perfección esos orbes azabaches que le robaban el aliento con tan solo tenerlos fijos en ella.
—Buenos días, hermosa. Bienvenida a la aldea Yumai —musitó Yun, con dulzura y alegría de verla despierta.
Ella se quedó perpleja, en verdad estaba allí y necesitaba que Yun le explicara qué había pasado para haber llegado hasta la que fue su casa toda la vida, pero sobre todo, tenían qué hablar sobre lo que el fuego le había mostrado.
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Continuará...
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La guerrera del Príncipe Dragón
Roman d'amourLa desgracia ha llegado a Ciudad Prohibida. Una maldición se apodera de la vida de An, la esposa del Emperador y amada Emperatriz del reino. El tiempo es muy limitado, pero aún hay esperanza. Un sabio de dudosa procedencia, dijo que la única salvaci...