Propuesta inesperada

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Desde horas de la madrugada el pueblo de Ciudad Prohibida había salido a ver lo que quedaba de sus pertenencias. Todo se había vuelto un caos de escombros y cadáveres que los familiares reconocían. Del bando enemigo solo quedaban cúmulos de escamas extraños que nadie podía explicar.

Toda la sala principal estaba llena de inciensos y de músicos que acompañaban aquel trágico momento. El Emperador encabezaba los rituales fúnebres y estuvo hincado ante el cuerpo expuesto de An, que yacía recostado en una cama lujosa llena de cojines y sábanas de seda y terciopelo.

Jin, después de haber sido obligado a guardar unas horas de reposo y cuidados médicos, se integró al lado de su padre y se quedó por horas orando porque su madre tuviera descanso en la transición de la vida hacia la muerte.

La sala no se daba abasto para albergar a todas las personas del Palacio, eso sin contar cómo todo el pueblo hacía fila para presentar las debidas condolencias, hincándose frente al retrato de la Emperatriz que estaba colocado frente al cuerpo de ella.

El gobernante, ante las personas él se mostraba frío y con seriedad en su semblante, pero los miembros del Consejo sabían lo mucho que había padecido, y reconociendo el hecho de que, su Emperador no pudo pegar el ojo en toda la noche.

Jin se levantó y observó desde lo alto del ventanal las terribles secuelas de aquella catástrofe. Su mirada se dirigió al cielo y pensó en su hermano; solo podía desear que llegara con bien a casa. Aunque no sabía si su padre lo culparía de ese suceso. En definitiva ya no sabía qué esperar de él.

(...)

Las sombras se habían hecho presentes, desde que Siu se había despertado entre los brazos del príncipe Yun. El calor había invadido sus mejillas cuando se vio en aquella situación y rápidamente se intentó levantar con el corazón a mil. No era como si le hubiese disgustado en absoluto, pero con lo distante que él se mostraba siempre, aquella visión varonil de rasgos hermosos y la sensación de su cuerpo pegado al suyo, haciéndole calor, vaya que la había asustado.

Luego de aquel momento, Siu se quedó inmersa en él. Aparte de admirar su rostro lastimado por la pelea contra esos seres malignos, se percató de que aún llevaba puesta la armadura roja que había aparecido como por arte de magia cuando ella usó su pendiente en el monumento; lo recordaba casi a la perfección.

Siu tocó su pecho y se angustió al darse cuenta de que el pendiente quizá se habría quedado en el monumento y ella no estaba consciente para tomarlo de vuelta.

«A lo mejor era el destino que mi pendiente se quedara en ese lugar, después de todo, el Fenghuang sabe lo mejor», caviló intentando tranquilizarse por lo que ya no podía controlar.

Saliendo de aquel pensamiento, el corazón de Siu se oprimió de dolor. Aún no podía creer lo que había ocurrido con sus padres, no lograba asimilar los hechos y su lógica ¿Podría verlos de nuevo? Ella estaba muy segura de que aquellos dragones tenían la respuesta sobre el paradero de sus padres y que debería buscarlos a como diera lugar; esa era la misión que se puso desde ese momento.

Siu estaba tan absorta en sus pensamientos, mientras que la sensación de la debilidad que tenía le ganaba la batalla. Por más que intentara respirar para que su cuerpo se oxigenara, nada dio resultado. El mareo se hizo presente y cayó sobre sus manos, justo enfrente donde Yun yacía inconsciente.

Ella comenzó a querer reanimarlo, y cuando creyó que aquella lucha era inútil, el joven Yun había abierto sus ojos con lentitud. Ella se alegró mucho al saber que él estaba vivo. Después de manifestarle su felicidad, Siu se había desvanecido para luego perder la conciencia una vez más, por tiempo indefinido.

La guerrera del Príncipe DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora