Las pocas palabras que el príncipe Yun le había dicho a Siu la dejaron anonadada. ¿Ella, ir a la ciudad Real acompañada por el príncipe? Jamás se le hubiese pasado por la cabeza y nunca había soñado siquiera con conocer ese lugar, a pesar de que algunos de la aldea decían que era maravillosa.
«Ni hablar, no puedo aceptar... ¿Qué haría una chica como yo en ese lugar? Soy una aldeana, él un príncipe. Debo buscar a mis padres por los alrededores, quizá estén cerca. Aunque, siendo sincera... Por alguna extraña razón no quiero dejar de verlo».
—Yo... —musitó Siu con las mejillas coloreadas de carmín, las palabras no surgían, estaba bloqueada y confundida; además la debilidad no la dejaba pensar con claridad.
Siu no alcanzó a decir una sola palabra más, porque un mareo le nubló la vista por enésima vez, dejando a Yun con la incertidumbre y con ansiedad. Solo pudo acercar su mano al rostro de ella para medir su temperatura. La fiebre se había hecho presente con tanta herida abierta por todo su cuerpo.
Una voz desconocida sacó a Yun un momento de su preocupación por Siu y lo que escuchaba le heló la sangre.
—¡Se anuncia a todo el pueblo de China, que la Emperatriz An Qing ha fallecido! ¡Se pide a todos los habitantes presentarse al palacio de Ciudad Prohibida para mostrar sus condolencias!
A pesar de su poca audición, el vocero deambulante lo gritó lo suficientemente fuerte, además de que, había pasado literalmente frente a la casa de Siu. Aquella voz resonaba en la mente del príncipe de manera tan profunda, como si cada palabra le taladrara los oídos. Su estómago se revolvió y la opresión en su pecho era mayor que todos sus demás dolores.
El príncipe se sentó recostando su espalda en el frente de la cama de Siu; su respiración se aceleró, las lágrimas se agolparon en sus oscuros orbes y el nudo en la garganta se desató en unos leves sollozos que pronto acrecentaron. La desesperación se hizo presente. Su más grande temor se había hecho realidad.
«¡Todo este maldito viaje... en vano! —Yun apretó los puños de impotencia— Siempre, con la incertidumbre de saber si estaba haciendo bien las cosas y ahora confirmo que es todo lo contrario ¡Me maldigo en este momento y para siempre! Por mi culpa mi madre ha fallecido y ni siquiera sé si mi cuerpo va a responder para llegar a decirle un último adiós».
Yun gritó de rabia, de impotencia y de dolor. Sin siquiera darse cuenta sus ojos se encendieron una vez más de un rojo intenso. Se movió de manera pesada para quedar de rodillas y golpear el suelo lo más fuerte que pudo.
Golpeó una, otra y otra vez hasta hacer un agujero en la tierra, que era el piso de la casa Wu. Alrededor de él se formó un aura de viento y calor al mismo tiempo. Los cabellos de Siu se movían y también las sábanas, pronto comenzó a elevarse mecida por aquella fuerza, pero Yun no se percataba de lo que estaba provocando.
Las personas que estaban congregadas fuera de la casa, y que murmuraban sobre la muerte de la Emperatriz, no pudieron con la intriga de la algarabía que se escuchaba allí dentro. Se podía escuchar como si una tormenta de viento moviera todas las cosas y los gritos de lamento cada vez eran más estridentes.
—Ya no puedo con tanto, necesitamos ver qué está pasando. Ese chico no nos dejó ni siquiera ver a la señorita Wu —espetó un agricultor y líder de aquella aldea.
—Pero, Huang... No deberíamos intervenir, ese chico suena muy violento —respondió su esposa, mientras se aferraba al brazo del hombre.
—No pasará nada, mujer. A pesar de que la señorita Wu sea una asesina, será mejor rescatarla de ese hombre que no conocemos y entregarla a las autoridades de la ciudad Jiuquan, acá en Yumai no podemos hacer mayor cosa.
Dicha aquella frase, el señor Huang, con la ayuda de dos hombres más, echaron abajo la puerta a punta de patadas. Cuando intentaron entrar a la casa Wu, el viento por poco los mandó a volar, pero al tratarse de hombres corpulentos pudieron entrar a ver lo que ocurría.
Aquel joven que se veía tranquilo y con vibras de bondad según los aldeanos, pero quedaron a la expectativa en cuanto él se negó a entregar a Siu y más cuando arrancó en aquella furia que parecía ser la de un monstruo fuera de control.
—Agarren a la señorita Wu y llévensela al hospital de Jiuquan, nosotros acá nos encargaremos de este desconocido fuera de control —ordenó Huang y entre dos hombres tomaron a la desmayada Siu para intentar sacarla de allí.
Yun seguía gritando y llorando mientras seguía golpeando la tierra, la cual ya había bajado de nivel para convertirse en un agujero de mediana profundidad. En cuanto sintió dos pares de fuertes manos tomándolo por los brazos, él comenzó a forcejear y a gruñir de una manera que intimidaba a aquellos hombres. Huang y su fuerte compañero hacían lo imposible por levantarlo, pero nada surtía efecto.
En cuanto Yun dirigió sus orbes rojos hacia donde Siu estaba siendo cargada, la ira incrementó mucho más cuando sintió que la apartaban de su lado, tanto así que los dolores y la pena no pudieron evitar que el joven con armadura se levantara, tomara su casco para colocárselo y con una velocidad sobrehumana les arrebató la chica a esos hombres y salió corriendo para no ser visto más por los aldeanos, quienes se quedaron boquiabiertos con lo que habían presenciado.
«Estoy demasiado furioso, no pienso permitir que se la lleven de mi lado —pensaba Yun sin dejar de correr y sin siquiera analizar lo que decía— Debo llegar a Ciudad Prohibida... Llegaré más pronto de lo que imagino... debo...». Los pensamientos de Yun se fueron nublando, así como su vista y sus demás sentidos.
Una vez más las heridas y golpes pasaron factura a Yun, quien ya había recorrido un tramo bastante largo, pero en cuanto logró conseguir calmarse de esa ira que lo consumía, todo se tornó una larga oscuridad. El príncipe de cabellos negros y largos una vez más sucumbió ante la gravedad de sus lesiones, sin poder ayudar a Siu, quien parecía estar tanto o más grave de lo que él pudiera estar.
En aquel momento de oscuridad, una vez más divisó a su madre, tan radiante y encantadora como solía ser. Estaba a una distancia prudente, le dedicaba una mirada dulce y elevó su mano para saludarlo o... ¿despedirse?
Yun se apresuró para alcanzarla, sus pasos parecían no avanzar y aquello le llenaba de frustración, pero no dejó de correr. Cada vez la podía ver más de cerca y no dejaba de sonreírle, eso lo animó mucho más para seguir directo hacia ella. Cuando al fin la alcanzó se arrojó a sus brazos sin importarle nada más.
—Madre, creí que habías muerto, pero me alegro que no sea así. Estoy tan feliz de verte, no pienso soltarte y juro que de ahora en adelante te voy a proteger con mi vida si es necesario —Cuando Yun se separó para sonreírle a An, se dio cuenta de que no se trataba de ella...
En su lugar, el rostro de Siu le sonreía ampliamente, con aquella dulzura que la caracterizaba. Era a ella a quien se encontraba abrazando y aquello lo dejó sin palabras. La chica tampoco dijo nada, solo seguía con aquel semblante que le brindaba paz; el mismo sentimiento que lo llenó cuando la tomó de la mano en aquella fría y tenebrosa cueva.
En ningún momento Yun apartó a Siu, al contrario, le sonrió y la abrazó tiernamente, dejándose llevar por sus emociones. Por inercia ella también lo abrazó y el joven suspiró con mucha calma; ella parecía llevarse lejos todas sus penas, al menos por lapsos limitados de tiempo. La chica se desvaneció como por arte de magia y la oscuridad fue su única compañía hasta que poco a poco despertó de ese extraño, pero placentero sueño. La pregunta era: ¿En dónde se encontraba?
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Continuará
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¡Hola, aquí con un nuevo capítulo!
Las heridas son demasiadas, sumado a eso, la noticia de la pérdida y el agrio sentimiento de luto ha llegado al fin al príncipe Yun. La pregunta ahora es ¿En dónde se encontrarán realmente nuestros protagonistas? Descúbrelo en el próximo capítulo.
¡Gracias a quien lee! <3
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La guerrera del Príncipe Dragón
RomanceLa desgracia ha llegado a Ciudad Prohibida. Una maldición se apodera de la vida de An, la esposa del Emperador y amada Emperatriz del reino. El tiempo es muy limitado, pero aún hay esperanza. Un sabio de dudosa procedencia, dijo que la única salvaci...