Más que una despedida

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Yun caminó lo más rápido que pudo y Siu intentaba seguirle el paso. Era evidente que, a pesar de todo, la presión de sus ocupaciones se recostaba plácidamente sobre sus hombros, sin considerar el cansancio, el agobio o los asuntos más importantes que el príncipe pudiera tener.

El príncipe menor iba tan acelerado y nervioso, que no se dio cuenta de a quién tenía enfrente, hasta que el estridente choque que sintió en su rostro y pecho lo sacó de su ensimismamiento. Siu metió sus manos para que Yun no siguiera de largo al suelo y por poco la fuerza de sus manos ceden ante la fuerza de gravedad y el peso del cuerpo del príncipe.

—¿Pero qué? —inquirió Yun, mientras se llevaba la palma de la mano al magullado rostro y de reojo vió de quién se trataba—. Pero Jin, ¿por qué no miras tu camino?

—Tú eras el que iba distraído, Yun —debatió con una mano en la frente, tratando de apaciguar el dolor del cabezazo que acababa de recibir de su hermano.

En cuanto recobró bien el sentido del presente, Jin notó la presencia de Siu y abrió los ojos como platos.

—Pero... Si eres tú, eh... Wu Siu, ¿verdad? —preguntó apenado.

—Sí, ese es mi nombre, majestad —respondió ella con una sonrisa nerviosa.

—Lamento no recordarlo del todo, pero es que... Ya sabes, padre me tiene ocupado con lo del discurso. Ahora que Shun no está yo soy como su nuevo juguete de tiempo completo... —Jin se detuvo a analizar sus palabras y la premura lo invadió nuevamente— ¡Hermano, el discurso! ¿Qué rayos haces? ¿Sabes de qué humor está nuestro padre? Está que echa rayos porque no estás en las caballerizas con él.

Yun rodó los ojos e hizo un ademan a su hermano para que guardara silencio.

—¿Qué... no piensas ir? —Jin abrió los ojos con sorpresa—. Hermano, me estás asustando ¿Desde cuándo le llevas la contraria a padre?

—¡Callate, no le estoy llevando la contraria! Solo necesito darle algo a la señorita acá presente y de inmediato voy —espetó Yun con el ceño fruncido— ¿Sabes qué? Ve y cúbreme con padre, por favor. Distráelo, haz lo que sea necesario.

Yun dio un leve empujón a su hermano, que esbozó un semblante de pocos amigos.

—¿Ves, señorita, cómo trata Yun a sus propios hermanos? —dijo Jin a Siu—. Eso no se hace, pero está bien, veré que demonios me invento.

—Muchas gracias, alteza por comprender —se atrevió a decir Siu con una sonrisa que ablandó el semblante del príncipe Jin.

—Si tú lo pides así de amable, es un placer —respondió Jin con una leve reverencia y un guiño que sacó una risita en Siu e hizo rodar los ojos de Yun.

—Apresúrate, hermano —suplicó el príncipe menor.

—No te preocupes y apresúrate tú, ¿quieres? —Jin se llevó dos dedos a la frente y los direccionó hacia su hermano para desaparecer por el largo corredor hacia donde el emperador impaciente esperaba.

—El príncipe Jin es un amor de persona —comentó Siu aún con la sonrisa dibujada en su rostro.

—Tiene su lado amable —comentó Yun con un dejo de ironía y resignación—. Vamos, Siu, no tenemos mucho tiempo —añadió y por inercia su mano se aferró a la de ella.

—Príncipe... no —musitó ella pero él fingió no escuchar y la jaló con suavidad, para comenzar a caminar ambos presurosos y muy cerca ante los ojos de algunos sirvientes, cosa que Siu notó de imediato y la angustia se hizo presente en su pecho por unos momentos.

Pronto el príncipe menor y la aldeana legaron a una de las tantas habitaciones que formaban parte del segundo nivel del palacio de Ciudad Prohibida.

—Ya llegamos —dijo Yun un poco agitado por la presurosa caminata.

La guerrera del Príncipe DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora