¿Victoria o derrota?

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Silencio... eso era lo único que el príncipe Yun podía alcanzar a escuchar, aunque con dificultad, ya que, posiblemente sus oídos internos se habían reventado a causa de los golpes recibidos de aquellos dos dragones. No se escuchaba ni el crujir de las hojas, ni el sonido de los insectos, ni del paso del río que estaba cercano al monumento.

Allí, hincado y con el cuerpo adolorido pidiendo a gritos un descanso, imploraba en su mente al Fenghuang que apareciera, que necesitaban de su ayuda, pero el monumento de piedra seguía estático y más bien había dejado caer de su pata aquel pendiente que él sabía muy bien que le pertenecía a la convaleciente Siu ¿Por qué estaba allí? Él no tenía la respuesta para aquello.

Los ojos de Yun se aguaron y dos caudales de lágrimas surcaron sus mejillas, para caer en el pálido rostro de Siu, quien estaba inconsciente.

«He venido desde muy lejos para invocarte. En el camino perdí todas mis pertenencias y... también conocí gente maravillosa. Aun no sé si fuiste tú quien me obsequió esta armadura y la espada, pero igual te agradezco — estás aquí, te suplico una señal, por favor... Un milagro para nuestra familia y para todos los seres que perecieron a causa de estos dragones del mal —rogó y los sollozos se hicieron presentes—. Mi madre está muriendo y también mi amiga. Mi padre y mis hermanos están destrozados. No tenemos a quien pedir por una solución. Un milagro... solo un milagro».

Yun se mantuvo orando ante el monumento del Fenghuang, hasta que el cielo se tornó con aquellos pincelazos naranjas, azules y blancos. El príncipe no se movió de allí, aunque sus rodillas dolieran y sus pies se adormecieran; con mucho cuidado dejó a la chica a un lado tendida en el verde pasto que adornaba el suelo, que parecía hacer una alfombra para dicha estatua.

Luego de muchos minutos implorando, en última instancia hizo una última reverencia en la que su frente tocó el suelo y allí se quedó inmerso en la meditación de sus plegarias. El cielo comenzó a oscurecerse y a lo lejos Yun pudo escuchar el sonido de los grillos.

En cuanto se dio cuenta de que era más que inútil aquello, el dolor en el centro de su pecho se hizo evidente; ni siquiera sabía cómo estaba su madre, si había servido de algo su travesía o si había fallado. Con ese pensamiento rondando su mente, una última sesión de sollozos y lamentos invadió el cuerpo del joven Yun, quien además de todo eso, sentía la derrota recostándose plácidamente; su intuición le dictaba lo peor.

Si no tenía el acertijo y tampoco sus plegarias funcionaban, ¿qué iba hacer para sobrevivir en el camino de regreso con una chica que necesitaba atención médica inmediata? Era cierto que él también, pero ella había perdido demasiada sangre.

«Tendré que llegar por mis propios medios a la aldea Yumai, no tengo otra alternativa».

Aún con el sentimiento derrotista, echó una mirada más al monumento. El frío estaba incrementando por la llegada de la noche; podía sentirlo acariciar su rostro al helarle la nariz y los pómulos. No sabía cuánto iban a poder resistir ambos sin atención médica. Al menos lucharía por buscar otra cueva dónde pasar la noche y con suerte algo comestible en ese desolado lugar.

Con el cuerpo magullado y sus oídos afectados, Yun una vez más cargó a la joven en sus brazos. Se tambaleó hacia un lado porque en verdad la sentía pesada; a lo mejor sus brazos estaban demasiado débiles, pero él hizo caso omiso y como pudo comenzó a retirarse de aquel sitio montañoso, el mismo que, a partir de ese momento sería el lugar de sus pesadillas.

«Me tranquiliza mucho tener esta armadura y espada. Con esto podré defenderme en caso de que los enemigos quieran hacerle daño a Siu —pensó Yun, quien, por más que volteara a ver a todos lados, no encontraba rastro de los secuaces de Mei y Gao. Aunque por el camino se topó cúmulos de escamas, parecidos a los que aquellos dos dejaron tras su transformación— ¿Será que todos eran dragones? Nunca en mi vida los había visto y ahora resulta que en dos días me he topado con muchos... ¡y de malas intenciones! Si sobrevivo, cuestionaré a mi padre por eso».

La guerrera del Príncipe DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora