Varios carruajes con soldados salieron esa misma tarde noche destinados para la búsqueda del más pequeño de los Qing. La voz se regó por todos lados y el hecho de que el príncipe Yun estuviera desaparecido sorprendió a muchos, pero dio razón a otros que, desde el funeral de la Emperatriz, sabían que había ocurrido algo extraño con él.
Dentro del palacio, el príncipe Jin se había ofrecido a ir en busca de su hermano menor, pero el Emperador Heng se opuso rotundamente, alegando que no se perdonaría si a él también le ocurriera algo. El joven se resignó a regañadientes y no habló más sobre el asunto. Se encaminó junto a su padre hacia los aposentos del príncipe Shun. Todos se postraron a los pies de ellos dos en cuanto entraron y el Emperador elevó sus manos para que permanecieran de pie.
—Diagnóstico, ahora —demandó Heng al encargado del caso médico de Shun.
—Sus majestades, buenas noticias. El príncipe se está estabilizando y creemos que dentro de poco estará despertando —comentó con un dejo de entusiasmo en sus palabras.
Tanto Heng como Jin expandieron sus ojos de emoción y se voltearon a ver con alegría en sus miradas. Jin no pudo contener una amplia sonrisa de victoria, a diferencia de su padre, que permaneció con las comisuras de sus labios relajadas.
—Padre, Shun va a despertar, esto es fantástico —dijo Jin cada vez más emocionado y no dudó en llegar a los pies de la cama, donde su hermano yacía postrado.
Jin se tomó la libertad de revisar su pulso, escuchar los latidos de su corazón y escrutar el aspecto del rostro de su hermano. Al fin podía sentir algo de paz, después de todo ese tiempo agónico sin tener la certeza de la vida de Shun.
—Sabía que este tonto sobreviviría —dijo con alegría, pero tapó su boca, esperando a que Heng no lo hubiese escuchado.
Heng, después de terminar de hablar con el médico, se acercó al poco tiempo y se inclinó hacia Shun; no pudo evitar sonreír en el momento en que comprobó el color que el rostro de su hijo poseía.
—Padre, este es un momento muy feliz, ¿no crees? —comentó Jin mientras volteaba a ver la evidente alegría de su padre.
—De eso no tengas dudas, hijo —respondió Heng y cuando bajó la mirada en lugar de ver el rostro de Shun, pero de manera extraña, fue el rostro de An el que notó observándolo desde aquella cama.
Heng se sobresaltó y con la misma restregó sus ojos para esclarecer su vista. Cuando volvió su mirada hacia la cama, quien lo estaba viendo con debilidad, era su hijo Shun.
—P-padre... Jin —musitó y su voz sonaba demasiado débil y gangosa.
—¡Has despertado, por los dioses! —Jin casi lanza un grito de emoción, ya que aquel hecho no lo esperaban demasiado pronto, cuanto menos unos días o a más tardar un mes; pero ese había sido un acontecimiento milagroso para Emperador y príncipe.
En poco tiempo todo el equipo médico y curandero estaba rodeando la cama real y Heng no dejaba de expresar su gratitud, porque jamás abandonaron la esperanza de que Shun lograra despertar.
—Ahora solo falta encontrar a tu hermano Yun —afirmó el Emperador.
—Espero que lo encuentren pronto, algo me dice que valdrá la pena esa búsqueda, padre.
—Así será, hay que permanecer positivos —comentó Heng, y volteó a ver a su querido Shun—. Hijo, es una dicha tenerte aquí con nosotros, no sabes cuanto hemos padecido tu ausencia. No hables, por favor —pidió mientras colocaba su mano sobre uno de los hombros de Shun, quien obedeció y respondió con una sonrisa —. Descansa, hijo, tienes que fortalecerte.
—Bueno, descansemos nosotros también. Será una larga espera para que nos traigan noticias de Yun —sugirió Heng a su hijo Jin.
Ambos asintieron, satisfechos con la idea esperanzadora de que Yun estuviera pronto reunido con ellos en el Palacio. En cuanto Jin se retiró hacia su alcoba probablemente, Heng se llevó la mano a su cabeza, la cual comenzaba a dolerle horrores; no dejaba de pensar en la visión bizarra que había tenido hacía un momento y tampoco dejaba de pensar en ese sueño. Ambos le robaban la calma y no lo dejaban pensar con claridad.
(...)
Era medianoche cuando el príncipe subió al carruaje que le pudieron proveer; su idea inicial era manejar solo, tal y como lo había hecho al iniciar su travesía, pero el tumulto de autoridades le rogó de mil maneras, ser escoltado para su seguridad y la de la joven, esto para garantizar una llegada más rápida a Ciudad Prohibida.
Antes de emprender camino, Yun llamó a las autoridades de la ciudad, para que repararan los daños en las puertas del hospital y además ordenó que se hicieran mejoras en cuanto a la calidad de la estancia del mismo. Por su mente pasó la aldea Yumai, pero ese era un menester que él quería manejar personalmente; las condiciones de esa aldea eran nefastas y el pueblo necesitaba ayuda.
Yun iba sentado en el asiento delantero, junto al conductor, y vestía como un peón más, de ese modo nadie más sabría sobre el paradero de él, al menos durante el trayecto. Siu iba recostada en el asiento de la parte trasera y el príncipe la había arropado con cobijas para que su cuerpo se mantuviera lo más tibio posible.
En el compartimiento trasero iba la armadura carmín y la espada que le habían ayudado a librar batalla contra aquellos monstruos, pero una corazonada llevó a Yun a querer colocarla de vuelta, solo en caso de que algún dragón maligno se atravesara en su camino. Se la colocó y volvió a sentarse al lado del conductor.
En cuanto todo estuvo en su lugar, el hombre haló de las riendas y los caballos comenzaron a caminar; él era nativo de la ciudad en donde se encontraban y conocía el camino hacia el destino del príncipe, lo cual brindaba cierta tranquilidad a su mente.
«No puede ser, esto me está desesperando... Siento que no avanzamos lo suficiente. Va demasiado despacio», se quejó Yun con el ceño fruncido y los labios apretados para no decir comentarios fuera de lugar.
Yun meditó por un momento cómo no parecer un completo desesperado. Se aclaró la garganta y se dispuso a hablar.
—Disculpe... ¿Cuánto cree que hace falta para llegar al Palacio? —dijo con suavidad y un semblante sereno, relajado para no molestar al conductor.
—Creo que, al menos unas cinco o seis horas de camino, su alteza —respondió mientras ajustaba un farol que le permitía ver el camino— Espero haber esclarecido su pregunta. Si bien nos va, llegaremos al amanecer.
—Eso suena... bien —contestó Yun, pero en realidad una parte de él tenía mucha prisa por llegar. Siu necesitaba seguir teniendo atención médica.
Yun no pudo evitar voltear hacia donde estaba la chica inconsciente y quedarse inmerso en su rostro pálido, pero que denotaba vida a pesar de todo. El príncipe esbozó una sonrisa ladina y un suspiro se hizo presente por inercia. El conductor vio aquello de soslayo y carraspeó con suavidad para que su majestad no lo notara.
De pronto la calma se esfumó del entorno, porque un viento gélido se hizo presente, los caballos relinchaban y el carruaje se tambaleaba a los lados nuevamente. Justo delante de ellos apareció un carruaje más bloqueando el paso.
El conductor frenó abruptamente y Yun tuvo que voltearse para que Siu no cayera. Pronto frunció el ceño con duda y enojo al mismo tiempo ¿Cómo podía haber gente tan imprudente? Y, además él pensó que no se iban a topar con nadie por el camino, pero al parecer sus ideas eran erróneas.
De aquel carruaje bajo un par de hombres vestidos de negro, pero aquellas vestiduras eran conocidas para Yun. Se sobresaltó al instante, porque vaya que aquello lo había tomado por sorpresa.
—Alto allí en nombre del Emperador Qing —demandó uno de ellos y el otro tenía un pergamino entre sus manos. Ambos poseían arma blanca.
«Son... los hombres del Palacio», pensó Yun sin saber cómo sentirse al respecto.
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Continuará
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¡Aquí con un nuevo capítulo! Al fin han encontrado al príncipe Yun, pero ¿Será algo bueno? Se sabrá en el próximo capítulo.
¡Gracias por leer!
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La guerrera del Príncipe Dragón
Roman d'amourLa desgracia ha llegado a Ciudad Prohibida. Una maldición se apodera de la vida de An, la esposa del Emperador y amada Emperatriz del reino. El tiempo es muy limitado, pero aún hay esperanza. Un sabio de dudosa procedencia, dijo que la única salvaci...