42. CICATRICES AMARGAS

52.5K 4.2K 868
                                    



Bianca

Me levanto con audacia aún sangrando mientras mis ojos solo se centran en las rejas.  Minutos, solo pasan minutos y me parece una eternidad. El pequeño trozo de tela que cubre mi cuerpo se vence, obligándome a sujetarme contra la pared para no ser más expuesta. Siento asco, pero no tengo escapatoria. Me doy valor con un puñado de lágrimas, la decepción por mí misma al haberme permitido llegar a todo esto y...

—Necesito hablar con Lion—digo alto con la voz quebrada.

Como era de esperar, aparece con una sonrisa de oreja a oreja. Trago saliva cuando lo veo, diciéndome a mi misma que soy fuerte para hacerlo, que es un pequeño sacrificio para lograr mis ideales, aunque tenga náuseas por dentro.

Su sonrisa es asquerosa pero me la trago. Se acerca con ansiedad hacia mí obligándome a mirarlo fijamente. Sus ojos denotan furia, pero a la vez es algo extraño, como si viera un niño asustado cuando me mira.

No comprendo en primera instancia su juego, pero debo tantear antes de clavar el puñal que necesito.

—¿Qué me asegura que cumplas con tu parte?—detengo su rostro cuando intenta besarme.

—Inteligente. Eres una mujer inteligente. Pero no te queda más que confiar en mí ahora.

Abro la boca tensa cuando suelta mi mano con lentitud tirando de la tela para obligarme a quedar desnuda. Me mira con lujuria, aunque su tono desesperado me genera tristeza. Trago saliva cuando su mano fuerte se posa en mi cintura para apretarme hacia él... y grito por el dolor de mis heridas, además del pánico.

—Eres muy hermosa, Bianca—sisea y cierro los ojos cuando me besa, sintiendo ese aliento a cigarro que tanto odio.

Me obligo a pensar en Adrian cuando sus labios toman mi cuello. Imaginaré que es él a quien beso, que es él a quien toco, que es él a quien añoro con fuerza.

—Joder, estás hirviendo en fiebre —se separa de mí con rudeza, pero a la vez con una rara ternura—. Hay que curarte.

—No importa. No hay tiempo.

Sonríe.

—Me deseas...Quiero que me digas que me deseas. Que me beses como lo besaste a él. Quiero que ansíes mi cuerpo tanto como yo ansío el tuyo y que gimas con placer cuando te coja.

—Puedes tener mi cuerpo, pero jamás mi corazón, Lion. Solo hazlo. Que no importe lo demás.

Con aparente frustración tolero que me toque. Me lanza al suelo con fuerza y puedo sentir cómo mis costillas se perforan de frío. Cierro los ojos tragándome la sensación de traición a mí misma y, mientras más lo pienso, más me carcome la idea de error en mi mente.

Me separa las piernas con sus rodillas mientras me toca con sus sucios dedos sin producirme nada. Lo miro con ansiedad diciéndome a mi misma que es mejor que ponga la mente en blanco, pero no puedo.

—Lion... —mi voz apenas es audible.

Y no responde, solo me besa. Su lengua asquerosa rodea mi boca para devorarla.

—Lion...—repito, temblando. Se abre el pantalón creando en mí pánico absoluto—. Por favor...no me lastimes. Sé bueno.

Su cuerpo se paraliza cuando lo digo y me mira, solo me mira. Las manos se le hacen puño, su cabeza de pronto enrojece de impotencia y empieza a temblar cuando lo miro.

—Puedo. Yo puedo—sisea.

Jala mis caderas de un tirón hasta su sexo, pero ahí se queda. Pasan segundos, lo intenta, vuelve a quedarse y tarde me doy cuenta que ni siquiera está erecto.

Peligrosa Atracción [1] YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora