52. LA SANGRE

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"Ella es esa magia sin trucos de las que parecen milagros". D.S



Bianca

Un grito, escucho un grito y mi cuerpo se estremece.

Abro mis ojos con el corazón acelerado pensando que es una especie de ataque. Mi piel desnuda se eriza, mi respirar se agita, mi garganta forma un nudo que me cuesta normalizar, entonces me doy cuenta que es Adrian totalmente ido.

Tiembla, sus ojos enrojecen de ira. Mi boca se seca al notar el eco de su voz, no deja de mascullar palabras incomprensibles y mi primera reacción es socorrerlo.

—Adrian, ¿Qué sucede?—mi voz suave irrita su rostro, puedo notarlo cuando evita mi mirada—. Adrian...

Insisto pero me evade bruscamente dejándome en silencio y algo en mí sucumbe. Ha sido tan comprensivo conmigo que el cambio me afecta como una cachetada a mi corazón.

Mis labios tiemblan al verlo caminar desesperado, queriendo apagar la llama de su ira. Aún está desnudo, la línea de su silueta en medio de la sombra de la habitación es excitante, pero algo en mí se aprieta al pasar los minutos.

—Mi amor.

Me levanto con cuidado poniéndome una de sus camisas, caminando de a pocos como si fuera un animal violento.

—¡No me toques! —se limita a decir y la fuerza de su voz me acongoja a tal punto angustiarme.

No sé si es normal, o es que soy asquerosamente sensible ahora, pero me duele. Trago mi frustración en la garganta queriendo entender, sacando a flote mi orgullo pero... «No es el momento para ofenderte, Bianca», pienso.

Su rabia es tan grande que las venas del cuello se le remarcan. De pronto golpea todo lo que se le pone enfrente; lámparas, armario, ropa, desquitándose de la peor manera hasta que se golpea los puños.

—¡Adrian! ¡Basta!

Me esquiva poniéndose un bóxer y saliendo por la puerta.

—¡Adrian! —vuelvo a gritar pero parece no escucharme. Es de madrugada, ni siquiera se halla a sí mismo con lo que hace, por lo que el escándalo es aún mayor cuando golpea un árbol y siento que me muero.

Una lágrima se desliza por mi rostro con fuerza. Es ese horrible sentimiento de ver lo que más quieres destruyendose a sí mismo te carcome la garganta.

Los minutos corren, unas caras cercanas se asoman en sus ventanas y a él no le interesa. Cuando por fin desfoga su furia cae de rodillas con el rostro en el suelo, la respiración agitada, empapado de fantasmas que lo único que hacen es oscurecerlo aun más.

Muerdo mis labios sin poder aguantar mientras miro una patrulla Checa aparecer por la esquina y me altero. Alguien debió denunciarnos, corro hacia él sin pensarlo dos veces tratando de hacer que entre en razón.

—Adrian, la policía.

Pero su mente parece estar en otra dirección ahora. Lo levanto con fuerza y sus ojos rojos me miran como si estuviera divagando. Mi piel se estremece, trago ansiedad, acaricio su rostro y no puedo evitar sentir que me muero por dentro.

—Buenas noches, sus pasaportes por favor—un hombre alto y delgado arremete contra nosotros, hablando en Checo.

—Buenas noches. Permítame un momento—respondo en su mismo idioma sin manejarlo a la perfección. El Checo siempre me pareció complicado; sin embargo, he aprendido distintos idiomas cuando era niña y al menos puedo defenderme.

Los minutos pasan sin que pueda hacer mucho. A las justas pude meter a Adrian en la habitación mientras resuelvo esto. Le explico que somos extranjeros, que estamos aquí por asuntos laborales y parece creerme, pero aún así exige los pasaportes, entonces caigo en cuenta que no sé cómo me llamo.

Peligrosa Atracción [1] YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora