50. FANTASMAS QUE OSCURECEN

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Bianca

La boca se me seca de repente mientras me suelto de su agarre con fuerza.

—¿Qué haces aquí?—increpo.

—He venido a cobrar lo que me toca, Bicho. Y de paso, a salvarte el trasero.

Kristoff se pone a la luz con una sonrisa e intento levantarme pero no me deja. Me tapa la boca arrastrándome hacia lo que parece una zanja para huír antes que nos miren y por un momento mi mente se nubla.

Jadeo, a las justas puedo seguirle el paso. Me jala con fuerza hacia adelante obligándome a caer en su encima, riendo por su hazaña cuando quiere besarme.

—Qué bien se siente tenerte ahí. Te he extrañado mucho.

—Lo último que quiero es verte la cara ¡Suéltame!

—¿Así me agradeces que te haya salvado?

Trato de soltarme, pero me hunde los dedos en la carne.

—No te irás antes de que me cumplas—prosigue.

—¡No entiendo de qué hablas!

—Lo sabes perfectamente, Bianca Simone. Ya deja de fingir conmigo, nadie nos mira.

Me suelto por fin. Recupero la fuerza de donde sea y enseguida empiezo a caminar sin rumbo. Mi cabeza es un manojo de nervios, mi corazón se aprieta. No sé qué pensar, qué sentir ¡Ni siquiera sé a dónde voy! Cyra acaba de morir, mi pecho duele, arde, se exprime en el más confuso silencio sin que pueda entender por qué carajos estoy llorando.

—Espera—Kristoff me toma de la mano, la cara le suda—. Si te vas sola tu tío podrá encontrarte. Déjame llevarte a tu casa. Te ves mal.

—¡Ya vete!

Me aguanto las lágrimas. No estoy dispuesta a derrumbarme frente a él.

—No voy a dejarte sola. No lo volveré a hacer. Hicimos un trato, ¿lo recuerdas? ¿Cuándo vas a acabar con todo esto?

—¡No me interesan tus estupideces ahora! Mi nana acaba de ser asesinada, mi tío debe estar buscándome, tengo que largarme de aquí ¡Lo último que quiero ahora es verte la estúpida cara!

—Tú me debes algo, no lo olvides. No me vas a quitar de tu vida como si nada, no te dejaré ir.

—Quiero ver cómo lo intentas.

Se me seca la boca cuando una voz ronca aparece a lo lejos «Adrian» y solo cierro los ojos dejando que mis lágrimas caigan. Verlo aquí ahora es como una vitamina reconfortante.

—Tranquilo, Robin Hood. Oh, perdón—ironiza—¿Era Rambo? No es tu problema.

—Lo es. Quita tus sucias garras de mi mujer ahora.

—¿Tu mujer?—ríe—.Pobre idiota.

De un manotazo Rambo lo tumba, pero Kristoff vuelve a levantarse.

—No me iré. No te voy a dejar sola—quiere tocar mi cabello, pero lo esquivo. Kristoff voltea desafiante masticando un chicle, sonriéndole como si realmente pudiera con él, entonces me pongo en medio de los dos ahora.

—¡Kristoff, vete!—le grito tratando de evitar un desastre.

—Quiero que estés bien, preciosa.

Trata de darme un beso y Adrian se le va encima.

—¡Ya basta!

Kristoff se pone tras de mí riendo mientras él lo fulmina con la mirada. La escena me hace pensar en una pelea entre un Dobermann contra un Chihuahua. Kristoff saldría muerto si sigue en ese plan ahora, pero es evidente que está drogado por cómo le lagrimean los ojos.

Peligrosa Atracción [1] YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora