23. SIN RETORNO

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Sabemos lo que somos pero no lo que podemos llegar a ser


Adrian

Si hay algo peor que las pesadillas, es tener la imagen de una mujer fija en tu cabeza latiendo de forma consciente. La presencia de la Gata no ayuda como pensé que lo haría. Sus labios me saben a ácido, sus manos me repelen mentalmente y por más que le sigo el juego enrollando mi lengua contra la suya, me harta.

Sé cada uno de sus movimientos. Cada susurro que antes me parecía agradable ahora me desespera. Se contiene mientras se baja el pantalón para enseñarme su culo viejo y le ordeno que se ponga en cuatro para follarla.

Lo hago con una mediana intención placentera y, mientras sucede, intento borrar de mi mente los ojos azules de la mujer que ahora me carcomen el pensamiento. Necesito sacármela de la cabeza y pronto. Bianca es un peligro que no quiero correr ahora, sobre todo porque estoy a punto de dar el golpe maestro y tendré que destruirla. A ella y todo su séquito de familia.

Empujo una vez más a la mujer que tengo al frente en medio de sus gritos ridículos y me corro fuera. Apenas termino me saco el preservativo para tirarlo a un lado, metiéndome al baño para darme una ducha caliente.

Lo que debería durar más tiempo con repetidas terminó en minutos y no dejo de pensarlo. Si es que me aburrí de la carne vieja con experiencia o es que necesito a una puta que me excite de otra manera.

Mis manos se sostienen en el lavadero a la par que gotas de agua se resbalan por mi cuerpo. El polvo estuvo aceptable pero mi humor no mejora, por el contrario, se intensifica a niveles descomunales cuando escucho sus pasos.

—No sabía que tenías problemas existenciales—dice La Gata en el marco de la puerta. Sigue desnuda.

—No estoy de humor para tus ironías.

—Ya veo—me examina—. Como también veo el condón que tiraste con premura.

La ignoro.

—¿Te doy asco? ¿Es eso?—sigue.

—Siempre hemos tenido sexo con condón, Gata—exhalo, sin paciencia—. Esas fueron tus reglas.

—Reglas que pudiste romper desde hace mucho porque ya no somos simples desconocidos. Cogemos desde que eras un puberto. Somos algo así como... pareja.

Río, sin humor.

—Follamos.

—Hacemos el amor.

—Yo nunca he hecho el amor, mucho menos contigo.

Ajusto la toalla que tengo enrollada en la cintura para largarme, pero me bloquea el paso frotando sus tetas contra mi pecho.

—Parece que ya no te gusto. Antes...no podías dejar de verme desnuda y ahora estás tan serio—quiere tocar mi pecho pero no la dejo—. Todavía te duele ¿Mi niño? ¿No me has perdonado? ¿Es eso o...que otra te gusta?

—Te ves patética.

—Te corres fuera, me coges como si te fastidiara verme a la cara y encima vas a bañarte como si te apestara—finge su voz suave—. Entiéndeme, bebé, mi niño...Mami te conoce mejor que nadie.

—No vuelvas a mencionar esa palabra—sujeto su muñeca con fuerza y sonríe con esa mirada calando dentro de tu mente.

—¿Por qué? ¿No te excita?

—Ahora eres demasiado vieja para excitarme como deberías, tal vez ese es tu problema.

—¿Es ella? —pregunta y el silencio me consume.

Peligrosa Atracción [1] YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora