38. FUEGO Y HIELO

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Adrian

Otra noche sin dormir viendo la jodida calma que emana el amanecer en mi ático de Roma, fuera de Villa Regina. No hay turistas ni religiosos golpeándose el pecho, tampoco fiestuchas de mierda en cada esquina, pero el silencio también traía consecuencias: pensar en ella. Y es que por alguna maldita razón no puedo sacármela de la mente, aunque todo se haya ido al carajo.

Imágenes se me vienen a la cabeza sin poder evitar volver a pensarla. Aquella noche la escuché llorar cuando pasé por el pasillo. Méndez me miró y solo se mantuvo en silencio como si no pasara nada. Joder, estuve a punto de tocar su maldita puerta. Lo había pensado mil veces pero mi lógica era la misma: «Déjalo»

La Gata le dio honor a su reputación en la mafia, enterró el puñal sabiendo perfectamente lo que hacía ¿Y qué iba a decirle? ¿La verdad? ¿Que la gata era mi amante desde que era un puberto? ¿O que solo llegué a su vida para matarla? Era una tontería.

No sabía lidiar con explicaciones, pero tampoco me gustaba verla llorar por alguna razón que me fastidiaba. Estaba confundido, tenso, y en el desayuno sorprendió a todos con su presencia.

Se veía sonriendo como si nada pasara, como si sus lágrimas se hubieran esfumado. Estaba totalmente descuadrado porque me había imaginado una Bianca distinta, aún con lágrimas, pero ví a otra persona que estaba ejerciendo su nueva función en la mafia.

Y me prendía. Me desesperaba. Necesitaba besarla, arrancarle el alma con mis labios, hacerla mía de un tirón como siempre hasta que sea yo quien tire de ese gatillo, pero se había largado aún cuando quise hablar con ella y yo no debía perder mi enfoque.

Es solo un culo, Tormenta.

El trago cala en mi lengua al igual que el puro que llevo a mi boca. La combinación se siente bien, invade mis fosas nasales expandiéndolas mientras camino hacia el móvil, hastiado de escucharlo sonar, para apagarlo de golpe.

—Eres más terco que una mula—reacciono por impulso tomando mi arma para apuntar a la voz que está tras de mí—. Soy yo, tranquilo.

Erick. Imbécil de mierda.

—¿Qué haces aquí?—

—Sabía que tenía que entrar a esperarte porque igual me ibas a cortar la llamada. Mis habilidades como hacker siempre están por encima—sonríe—. Y también dormí un rato en tu recámara, espero no te moleste.

Tenso los dientes.

—Recoges tus piojos de mi cama antes de largarte.

—Yo también te aprecio, amigo mío.

Suelta una risa irónica.

—¿Problemas?—continúa.

—No.

—Déjame adivinar: Bianca Simone.

Su nombre nuevamente remece mis arterias, pero es aún peor escucharla en los labios de otro.

—Lo sabe—afirma—. La Gata tramó un encuentro para que los descubriera.

Me dejo caer en el sofá dándole otra pitada a mi puro. Erick es como un ser invisible, está en todas partes y sabe de todos.

—Si me hubieras contestado el móvil te lo habría advertido—continúa—. Hubo movimientos extraños en la organización desde que la pusiste en su lugar en la barranca, se peleó con Ryan y ya muchos la ven como traidora por dejarse llevar por sus emociones.

—Ya no importa. Bianca sabe que fue mi amante.

—Pero aún no tiene idea de tus verdaderos planes. ¿Qué vas a hacer?

Peligrosa Atracción [1] YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora