44. DISPARA

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Bianca

Respiro hondo, las piernas me tiemblan.

Las calles parecen sentirse aún más estrechas de camino, en un abrir y cerrar de ojos estamos cerca al aeropuerto Fiumicino de Roma sin que mi corazón deje de temblar fuerte. Todo es simple y se reduce a lo mismo:

Pasar desapercibida.

Llevar la joya dentro de mi cuerpo.

Llegar a Sicilia a salvo para dirigirme a la asamblea de la mafia, lugar donde asisten las peores calañas del mundo, y así poder intercambiar diamantes.

Entro al aeropuerto con tensión en la mandíbula. Pocas veces he ido en vuelos comerciales ya que siempre he tenido aviones privados, pero sé perfectamente lo que tengo que hacer: ir a registrar mi maleta, pasar los controles y esperar mi vuelo, tratando de pasar desapercibida.

Se siente el ambiente a normalidad y tal vez lo hubiese disfrutado si fuese otro contexto, no ahora. La cola larga de gente solo aumenta mi ansiedad en el camino, pero todos parecen inmersos en sus vidas: miran sus móviles, mujeres van con perros, niños y cuando llega mi turno siento que me pesan las piernas.

Ciao—le digo a la señorita del counter, dándole mis documentos.

La mujer de cabello corto me sonríe haciendo lo matutino; pesa mi maleta, la procesa y cuando me devuelve los documentos sonríe.

—Un error le costará la vida, señorita Simone. No lo olvide.

Me deja fría, pero sonrío como si nada pasara y me voy con el ticket de vuelo impreso.

Es espía de mi tío, no hay duda.

Doy una peinada rápida a la redonda y descubro que no solo es ella, sino miles de observadores de los Simone camuflados en todas partes que no dejan de mirarme.

Las manos me sudan tratando de poner mi mejor cara. Llego al control de pasajeros y el corazón está a punto de estallar al sentir los diamantes en mi cartera, pero aún peor, ver perros policías que rondan el perímetro.

La borsa, devi lasciare la borsa—me dice un policía entonces pestañeo. Le sonrío como si fuera una cándida mujer que tiene su primer viaje en avión y no sabe de esas cosas.

Mi dispiace, non lo sapevo—contesto. En este momento soy una sutil pueblerina llamada Dolores.

Finjo dejar mi cartera en la canastilla, pero en realidad la meto dentro de mi pantalón. El guardia no se ha dado cuenta, puesto que se ha dedicado más a mirarme el trasero que a vigilarme. Paso el control sin aire en mis pulmones, dedicándome todo este tiempo a coquetear con sutiliza con el guardia, pero pronto llega su compañera y siento que se va todo a la mierda.

—Los brazos—dice la mujer—. Estire los brazos, voy a revisarla.

Mis ojos se centran en ella mientras el alma se me paraliza al compás de mi corazón. El vigilante gordo la detiene, haciéndole hincapié en que ya revisó todo de mí ahora, por lo que me calmo fingiendo una sonrisa.

Exhalo hondo cuando salgo del área de control caminando hacia los pasillos de espera, pero, cuando intento desviar mi rumbo, un hombre que limpia el suelo me mira con insistencia.

—Su pasillo es por allá, señorita, no se confunda. ¿Necesita ayuda?

La indirecta es clara: también es gente de mi tío, por lo que doy media vuelta sin contestar, viendo cómo el final de todo esto se acerca.

Un nudo en la garganta se me va formando alto al pasar los minutos sin tener opción de nada. La sala de espera está repleta de gente. Mi pecho sube y baja encontrándome con la mirada de una aeromoza, luego con una pasajera que finje cuidar a sus niños y me doy cuenta que estoy siendo monitoreada como si fuese una criminal de alto calibre.

Peligrosa Atracción [1] YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora