46. SOMBRAS

61.6K 4.7K 538
                                    



Bianca

Mi cuerpo está en llamas, la sensación de ardor ya no la soporto.

Entreabro los ojos aún con la garganta apretada y un dolor asqueroso en mi cabeza. No puedo respirar boca abajo, pero la idea de moverme me debilita. Me estoy perdiendo en el vacío, dejando salir hasta mi último suspiro sin poder resistir más a la picazón que me agobia.

—Mmm...—logro decir tragando saliva de a pocos, sintiendo que mi tráquea quema.

No pasa mucho tiempo hasta que siento un espasmo, así que intento ser fuerte. Abro mis ojos de golpe cuando mi consciencia regresa. «Necesito irme de aquí»

Muevo mi pierna y cada estiramiento que doy me parece un calvario. Mis brazos están enrojecidos, tengo hierbas encima que se caen al tratar de girarme, pero, cuando quiero sostenerme, caigo al suelo dándome un golpe que me hace gritar con fuerza.

—¡Qué haces!—siento el grito de Adrian desde la ventana y en menos de un parpadeo entra, dejando lo que tiene en los brazos para tomarme.

Se exalta, tira de mí y las lágrimas salen de mis ojos por el dolor en mi espalda.

¿Va a matarme? ¿Degollar mi cuerpo? ¿Será ese tipo de psicópatas que cortan a las mujeres en pedacitos? Me exalto de solo pensarlo, pero por alguna estúpida razón sus ojos me calman.

—Debería dejarte morir—reniega—, pero sería muy fácil. No te muevas—vuelve a curar mis heridas y solo me trago el dolor para no darle el gusto—. Sanará pronto si me haces caso en todo lo que te pida. Ahora come, tienes que desayunar algo.

Me ayuda a sentarme.

—No quiero.

—Vas a comer lo que te traje—sus ojos me destruyen—. Ahora.

Siempre imponiendo. Siempre con ese ego indestructible, por lo que me muerdo la lengua.

Parte la fruta con sus manos y la lleva a mi boca con ojos agresivos. Pienso que estoy viendo a un tigre cuando lo veo, accedo, pero el masticar y pasar la comida me duele.

—Tienes que seguir sino no vas a recuperarte—se queda hasta que acabo—. Ahora vuelve a descansar que en unas horas nos iremos.

—¿Irnos?

No responde, solo me ignora acostándome en la cama improvisada que hizo y el sentirla tan suave me mece en mis propio cansancio. Quiero reclamar pero el deseo de cerrar los ojos es más fuerte. Me quedo dormida poco a poco sin ser consciente de las horas que pasan y cuando vuelvo a despertar ya es casi de noche.

Pero no se me ha borrado la idea de la cabeza. Me siento tan mal que mi humor apesta. Hay una sopa hirviendo cerca de la paja, el humeante olor hace retorcijones en mi estómago, y cuando se da cuenta que estoy lúcida se acerca para obligarme a comerla.

Me pregunto si esto es un sueño extraño o una pesadilla. Quiero verlo con otros ojos pero no puedo. No olvido quién es, tampoco lo último vivido. Las imágenes de él apuntándome con esa arma rondan aún por mi cabeza como si fueran estruendos malignos. Se fue, no supe más de él en días, luego apareció en el aeropuerto con toda su actitud arrolladora para secuestrarme y querer asesinarme. Pero ahora resulta que me hizo pasar por muerta para salvarme del problema y mi mandíbula se tensa.

—Adrian—musito y voltea.

El contraluz de su cuerpo con el brillo de la noche me hacen quedar perpleja. Hay sangre en sus manos, se las lava y no preguntaré por qué, solo necesito enfocarme en lo que quiero.

Peligrosa Atracción [1] YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora