21. GOLPE DE REALIDAD

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"Nada más sexy que un hombre que sabe cuándo ser vulgar y cuándo un caballero."


Adrian

Paciencia, es de lo que más carezco últimamente.

Me detengo a unos tres metros de ella y, maldita sea, se ve jodidamente preciosa. Más hermosa de lo que parecía estar a lo lejos mientras la observaba en aquella sala vip de la disco, cuando descubrí que era ella bailando imprudentemente como si fuese cualquiera.

Tengo que dar una inhalación profunda para contener la sed de sangre que tengo. Vine a este lugar para tomar armas de contrabando sin sospechas de la policía y me la encuentro en situaciones no gratas, desobedeciendo órdenes, exponiéndose cuando sabe que estamos en guerra con quién sabe qué tipas y peor aún ahora, con ese otro que no la suelta.

No soy un hombre de a pie que tenga una riña cualquiera con otro, soy un hombre de mafia que soluciona sus temas con armas y no está acostumbrado a lidiar con problemas mundanos que lo desesperan.

Mis dedos aprietan las mangas de la chaqueta de cuero que llevo encima para disimular lo que quiero hacerle a ese idiota, sin embargo, ya he mostrado mucho descontrol en estos días y un desliz más levantaría sospechas con las que no quiero cargar ahora que todo se está yendo al carajo.

—Oh...dios...mío—se escucha la voz de una de las mujeres con las que viene.

—¿Quién es?—cuchichean

—El entrenador del gimnasio...

—Que también me entrene—gruñe otra quedándose quieta.

Me observan siendo imposible que les dirija la mirada porque solo me importa una. Mis ojos están clavados en su falda negra, el top que hace que se le vea el ombligo y parte de sus senos.

—Sube al auto.—Es lo único que digo. El rubio americano hunde sus dedos en su piel y lo fulmino con la mirada.

—Me iré con Kristoff y mis amigas.

—No, no irás.

—¿Quién es este tipo, Bicho?—le susurra el enano albino. Bicho...palabra para más idiota. Me mira sosteniendo el aire en su garganta y luego exhala.

—Mi entrenador de gimnasio—entona fuerte—. Nadie, no es nadie.

—Soy el tipo que se la folla—espeto—. Fuera todos.

Las palabras retumban de golpe y lo único que se escucha después es la música de fondo que golpea contra los vidrios de la disco. El silencio hace que me arda la garganta. Sus mejillas se incendian al igual que el de las otras mujeres que no dejan de mirarme con los labios entreabiertos mientras el idiota se petrifica.

—Mejor...nos vamos—rompe el hielo una de sus amigas.

—¿Quieres que te acompañe a tu casa?—el enano albino, que ridículamente parece medir la misma altura que Bianca, se mete como si tuviese esperanza.

—Está bien, Kristoff—ella niega con la cabeza—. Luego te llamo.

—¿Enserio?

—Sí—sus mejillas están terriblemente coloradas—. Chicas...

—Tranquila, te esperamos en el depa—otra le guiña el ojo y me parece estúpido tanta palabrería para que se larguen.

El hombrecillo me levanta el mentón con un orgullo mediocre que se convierte en risa nerviosa. Sé quién es, por supuesto que lo sé. Lo he sabido desde que Erick me envió sus datos cuando pisó Italia.

Peligrosa Atracción [1] YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora