Capitulo 3.

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Akira.

— Ahora estás casada conmigo— Alardea Abel— Eres una Barker.

Asiento bajo su escrutinio.

— Lo sé— digo con voz trémula. Sus ojos están oscurecidos, su persona está loco por reclamarme como suya.

A él no le basta una boda, también quiere mi cuerpo. Y eso es lo que pienso darle, apagando mis emociones mientras desato el vestido dejando que él admire mi cuerpo. Deseo puro, es lo que expresan sus ojos.
Da dos pasos hasta mí, plantándose a mi lado, su altura demandando que baje la cabeza para capturar mis labios.

Jadeo de dolor cuando muerde mi labio inferior, preso del deseo. Sus manos ayudan con el vestido, dejando mis senos al aire.

— Eres hermosa— dice con voz ronca, pero no hago caso. No me importa lo que él piense, solo quiero que esto acabe.

Lo prefiero a él, antes que a Masashi. No lo preveo, solo siento su boca en torno a mi pezón, tirando de él con fuerza mientras su mano busca camino entre mis bragas. Baja lentamente, posicionándose en mi bajo abdomen, dejando besos suaves y húmedos que no sirven de nada.

No siento mi piel erizarse por placer, es por miedo.
Mi respiración se acelera, y me repito una u otra vez que está bien. Que es mi esposo. Que tengo que hacerlo, pero parece una tarea imposible.
Sus manos tiran del elástico de mis bragas y las baja hasta mis pies. Los levantó uno a uno hasta que queda a un lado y soy cargada por Abel y llevada hasta la cama.

Mi cuerpo choca contra el colchón. Sus ojos azules están oscuros, abre mis piernas y cuando menos lo espero, se adentra en mí. No sé cómo sentirme, ni siquiera me siento llena. Abro y cierro mi boca, me mira con intensidad antes de entrar y salir de mi cavidad. Lo hace una y otra vez, gruñendo y follándome duro, pero es solo eso.

Entrar y salir con fuerza. No se siente como debería, como se ha sentido antes. Jadeo, gimo, pero lo hago suave, a mi ritmo. Él no tiene que darse cuenta de que son fingidos. Cierro mis ojos con fuerza, mientras lo siento entrar y salir en una tortura constante.

— No sabes cuanto espere este momento— se tira a mi lado, amarrando el condón y tirándolo a un lado.

Sonrió cuando me mira, una sonrisa falsa que pinta una felicidad ligada a un placer que no estoy sintiendo.
No sé en que momento me quedo dormida, pero no duermo tranquila.

El fuego embullé todo. Sus cuerpos desaparecen, y mi cuerpo es alejado. La desesperación me embarga, me engulle.

Ellos son mis padres.

Están muertos.

Su auto explotó.

La respiración se me altera y grito. Me niego a que se los lleven, me niego a que se vayan sin mí. Sudo frío, sintiendo que los necesito.

— ¡No por favor! ¡No me dejen!— mi corazón late a toda velocidad. Abro mis ojos para verme en una cama, y unos ojos azules mirándome fijamente— Lo siento— trato de recuperarme, pero su mirada es de molestia.

Me encojo en mi lugar, sin querer mirarlo porque siento que me reclama. Las lágrimas quieren salir, pero me resisto, no lloraré delante de él.

—¿Tienes pesadillas?— pregunta en un tono frío, demandando a que responda y solo puedo asentir. Las pesadillas no son frecuentes, pero aparecen cuando menos me lo espero— Esto es demasiado— declara con un tono cansado.

Quiero decir algo, pero la voz me falla. Él se levanta, su altura haciéndose notoria. Se lleva la mano a la frente, pareciendo hastiado.

— Lara te arreglará una habitación en el ala principal— dice luego de unos segundos en silencio— No dormirás conmigo. Tengo una esposa no un experimento social.

Y con eso sale de la habitación, dejándome sola y en parte aliviada. No me importa que no se preocupe por mis pesadillas, prefiero seguir durmiendo sola. No quiero ser débil ante nadie. Prefiero extrañar a mis padres en el silencio de una habitación, en cuatro paredes, rodeada de nada.

Sigo las intrusiones de Abel y me encamino en busca de la mujer que él mencionó antes:

Lara es una mujer atenta en todo el sentido de la palabra. Tiene 27 años, pero parece más joven. Su cabello es rubio y sus ojos del color de la miel. Ella se encarga de guiarme hasta la habitación. Una habitación bastante grande, con una cama cómoda en lo que cabe. Las paredes son blancas y la luz del día se filtra por las ventanas.

— Muchas gracias— musitó con una sonrisa, que ella devuelve con sus ojos brillantes.

— Eres una mujer muy linda— sus palabras se escuchan sinceras— La verdad es que no sé qué haces casada con alguien como Abel...

Hace silencio, como si se diera cuenta de que está hablando de más. Niego con la cabeza, dándole la confianza que necesita para hablar.

— Puedes decir lo que quiera— miro las paredes blancas— Me gusta escuchar distintas opiniones. Y también eres hermosa ¿qué haces trabajando para Abel?

Oculta su mirada, teniendo miedo de que sus ojos revelen algo.

— Necesidad— dice al fin, aún sin mirarme— Mi madre falleció, me quede sin casa por la hipoteca del banco. Comencé a trabajar en un bar y alguien me recomendó aquí.

— Parece una historia muy bien estructurará— digo en tono jovial— Me puedes buscar cuando quieras contarme la verdadera.

Sus mejillas se enrojecen y niega con la cabeza.

— No te miento.

Asiento riendo. Mentir te da la capacidad de saber cuando te están mintiendo. He aprendido a mentir tan bien, que pocas podrían mentirme, y Lara no es una de ellas. Pero no seré hipócrita con la chica. Ambas mentimos, sería desigual quejarme.

— Hagamos algo— muerdo mi labio inferior, su mirada conecta con la mía— Tú no preguntes por mí, que yo no preguntaré por ti...

Mis palabras se cortan en el aire con el ruido que proviene de abajo. Me tenso, y Lara es la primera en bajar, bajo detrás de ellas, las escaleras haciendo eternas.

— Shhh— me pide hacer silencio y obedezco.

Un hombre, de mirada asesina y ojos verdes, está sujetando a Abel del cuello de la camisa, pero este no resiste.

— ¿Tu nueva adquisición?— inquiere cuando sus ojos me encuentran.

Abel se gira hasta mí, y ahora son dos hombres mirándome. Mirándonos.

— Mi esposa— me presenta Abel. Con un tono de posesión que hace picar mi piel bajo la mirada del extraño.

Contra las Reglas. (+21) Editando.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora