Capitulo 7

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Después de despedirme de Paul subo hasta mi piso sintiéndome un poco mejor. Sé que no conozco prácticamente nada sobre él, pero al menos pude eliminar la idea errónea que tenía sobre su persona durante el almuerzo. Es divertido y perspicaz. Aunque el brillo de sus ojos me dice que también es peligroso. Por supuesto, pienso. Está metido en un círculo de apuestas ilegales. Y eso, al igual que mis hermanos, lo convierte en alguien imprudente y temerario.

Salgo del elevador y camino con tranquilidad hasta el despacho de papá para que me cuente cómo le fue en el almuerzo, pero mi mano queda congelada en el picaporte al ver al señor Hamilton sentado frente a su escritorio. ¿Todavía sigue aquí?

-Oh, querida -dice mi padre con una sonrisa amplia-. Qué bueno que viniste.

-¿Los puedo ayudar en algo? -pregunto de manera cordial y educada, pero evito el contacto visual con el empresario.

Cruzo los dedos por detrás de mi espalda para que mi padre no me pida nada y mantengo una expresión de falsa simpatía en mi rostro.

-De hecho, si -contesta-. Necesito que le hagas un tour de nuestro piso al señor Hamilton.

-Llámeme Christopher, por favor -le pide a mi padre con aquella voz ronca y gruesa, provocando que mis piernas se transformen en gelatina.

¿Qué le haga qué? Intento buscarme una buena excusa para evitar al atractivo ricachón que me mira con expresión seria. De ninguna manera voy a aceptar aquel ridículo pedido.

-Tengo que terminar unos informes -le digo tratando de sonar casual y despreocupada.

-Olvídate de ellos y tómate el tiempo que quieras. ¿De acuerdo? -termina de decir mi padre; aquello no era un pedido, era una orden.

Mierda. Mierda. Y más mierda.

-Por supuesto -contesto ocultando con éxito mi molestia y por primera vez pongo mi mirada en el señor Hamilton-. ¿Desea hacer el recorrido ahora?

Christopher asiente con la cabeza y sonríe con arrogancia cuando se levanta de su asiento. Me muevo hacia un costado para que pueda salir de la oficina y antes de cerrar la puerta le regalo una mirada asesina a mi padre.

-¿Por dónde le gustaría empezar? -le pregunto cuando quedamos a solas en el pasillo.

Sus ojos profundos y calculadores me observan con atención y se prende la chaqueta con una elegancia envidiable.

-Por donde usted quiera -responde.

-Muy bien -comento con forzado optimismo-. La recepción del primer piso ya la conoce, al igual que la de esta planta. Pasemos directamente a la sala de operadores. Sígame, por favor.

Caminamos todo el trayecto en silencio, y agradezco ir unos pasos por delante de él para que no se dé cuenta de mi incomodidad y timidez. Puedo actuar de manera profesional y dar la impresión de que soy una persona segura, pero tengo un límite y lo último que deseo es que el señor Hamilton sepa lo nerviosa que realmente me siento a su lado.

Llegamos a una sala de tamaño regular llena de mesas y sillas de oficina.

-Aquí los operadores se encargan de tomar reclamos, pedidos y trámites.

Después de decir aquello empezamos a caminar por un pequeño espacio libre que hay al costado de esa sala para que vea en detalle el trabajo de los telefonistas. A medida que avanzamos voy brindándole información poco divertida pero si esclarecedora, y mis compañeras observan al señor Hamilton con deseo y sin reservas.

Me muerdo los labios con fuerza para reprimir una sonrisa. Si, el ricachón es atractivo, y me alegra saber que no soy la única estúpida que cae ante los encantos físicos de aquel hombre.

No Te Enamores De Mi Donde viven las historias. Descúbrelo ahora