Capítulo 9

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Salgo del despacho de Christopher Hamilton con la espalda recta y los hombros tensos. Por dentro sonrío como una imbécil pero intento que nadie note mi cara de recién follada.

Llego a mi oficina, cierro la puerta con seguridad y voy corriendo hasta mi pequeño baño privado. Lo primero que hago es sentarme en el inodoro y orinar como si me hubiera bebido un bidón de tres litros. Aquello me relaja. Sin embargo, cuando termino de limpiarme las manos en el lavabo me miro en el espejo vuelvo a tensarme.

-¿Qué demonios has hecho, Briana? -me pregunto a mi misma mientras observo mi reflejo.

Tengo los labios hinchados, las mejillas coloradas, los párpados cansados y la vena de mi cuello a punto de explotarme. El revolcón había sido algo de otro mundo, eso no podía negarlo. Pero tuve sexo con el socio de mi padre. Un hombre al que no sólo había visto tres veces en mi vida sino que iba a ser mi jefe por unos cuantos meses.

¿Con qué cara iba a mirarlo cuando me pidiera algo?

Maldita sea. Quiero enojarme por la estupidez que acabo de cometer pero sigo cachonda. Christopher no había sido delicado ni empalagoso, sin embargo quería más.

Un sonido estridente me hace saltar del susto y salgo del cuarto de baño con el corazón en la boca. Pero me quedo congelada sobre mis pies cuando veo la puerta de mi oficina derribada. Donovan se toca el hombro izquierdo con dolor y luego me mira con desaprobación. ¿Qué demonios…?

-Hola hermanita -dice mientras se acerca a mí y yo retrocedo dos pasos.

-¿Qué…? ¿Qué acabas de…?

Tengo la mente en blanco y las palabras no me salen. ¿Donovan tiró abajo mi puerta? ¿O estaba imaginándomelo todo? Mi hermano me toma del brazo pero me quito de su agarre con rapidez.

-No me toques Donovan -digo con demasiadas ganas de gritarle, sin embargo no quiero armar un escándalo y termino diciéndole aquello en un susurro y con los ojos abiertos como platos.

Donovan me hace caso pero cruza los brazos con impaciencia.

-¿Por qué hiciste eso? -le pregunto completamente atónita.

-Porque te encerraste toda la mañana aquí adentro y no sabíamos nada de ti.

-Pero si me viste salir para lo del señor Hamilton -reprocho y bajo la voz al ver que unos cuantos empleados se acercan a mi oficina para ver preocupados qué había ocurrido-. ¿Cuál es tu maldito problema?

Llega Alexander con su cálida sonrisa y les dice amablemente a nuestros compañeros de trabajo que no hay nada de qué preocuparse y después de calmar las aguas todos vuelven a sus puestos como si nada hubiera pasado.

-Vaya -comenta divertido cuando volvemos a quedar a solas-. La has derribado más rápido de lo que pensé. Tus visitas al gimnasio están dando frutos.

Me doy la vuelta y tomo uno de los jarrones que decora mi mesa de trabajo y se los tiro con furia. Ambos lo esquivan con excelentes reflejos y se hace añicos cuando choca contra la pared.

-¿Pueden cerrar la boca de una puta vez? -pregunto y los dos se quedan en silencio en el momento que termino de decir aquello.

Voy hasta mi escritorio, desconecto la computadora y me cuelgo mi cartera al hombro.

-¿A dónde vas? -quiere saber Alexander.

-A cualquier lugar lejos de ustedes para que pueda terminar mi jornada laboral en paz antes de que cometa doble homicidio y los deje sin pelotas.

-Briana -me detiene Donovan antes de salir-. ¿Puedes responder al menos los mensajes que te hemos enviado?

-No estás en posición de pedirme nada. Ni tú, ni Alex, ni papá. Hoy ha sido mi peor día aquí y es todo por su culpa.

-Bri…

-No, Donovan -le digo y me suelto de su agarre-. Cuando se termine el contrato con Hamilton voy a renunciar y voy a verles el rostro únicamente en alguna estúpida cena familiar.

La expresión de mi hermano mayor cambia por completo y antes de decir algo Alexander lo toma por los hombros y lo detiene.

-Dale un respiro -le pide y luego me mira a mí-. Ve tranquila, cariño.

Mi rostro vuelve a la normalidad y agradezco esa tregua para salir por el pasillo y buscar el único lugar al que nadie me iría a molestar. Abro la puerta del pequeño depósito pero mi mano queda pegada al picaporte cuando veo a Paul leyendo unos planos sobre una gran mesa ubicada en la mitad de la habitación.

-¿Briana? -me dice y se quita las gafas con una sonrisa de oreja a oreja.

Por supuesto. Paul ahora trabajaba con nosotros. ¿Por qué había olvidado ese detalle? Quizás porque lo imaginaba en el terreno de construcción rodeado de albañiles, electricistas y plomeros. Me acomodo el cabello y cierro la puerta.

-¿Puedo quedarme unas horas aquí? -le pido con el rostro desconcertado y el joven se da cuenta de mi estado de ánimo.

-Por supuesto -contesta levantándose rápidamente de su asiento y señalándolo para que yo tome su lugar.

Le agradezco y apoyo mis pertenencias sobre la mesa. Luego me quedo mirando el techo por unos cuantos segundos. No me siento incómoda, pero tampoco sé qué decirle. Aún tengo un caos de emociones por la pelea que había tenido con Donovan y Alexander unos minutos atrás.

-¿Te encuentras bien?

Asiento y me obligo a forzar una sonrisa. Él no tiene porqué saber de mis problemas familiares. No es una actitud para nada profesional y todavía no confío en él lo suficiente como para contarle algo tan íntimo.

-No sabía que hoy también empezabas a trabajar aquí -le digo para cambiar de tema y me devuelve otra hermosa y amplia sonrisa.

-Bueno, voy a estar los primeros días revoloteando en este despacho hasta que se dé la autorización para empezar con las obras. Y prefiero pasar las horas aquí antes de seguir trabajando encerrado desde la habitación del hotel donde nos estamos hospedando.

Lo observo con atención mientras habla. Parece que la monotonía lo aburre. Tiene sentido. Cada célula de su cuerpo grita peligro y aventuras. Pero ahora me resulta imposible pensar en el lado oscuro de Paul que conocí en la casa de los Montgomery.

Paul el arquitecto es completamente diferente. A pesar de los tatuajes de su brazo derecho, el traje y camisa le dan un aire profesional y serio. Su pelo mojado. Su cara de concentración mientras trabajaba. Y las gafas. Dios mío, las gafas. Jamás imaginaria que es la misma persona que participó de unas apuestas ilegales dos semanas atrás.

Miro hacia otro lado para romper el contacto visual. Por alguna extraña razón vuelvo a encenderme y me muerdo la lengua para controlarme. ¿Qué me pasa hoy? No puedo cambiar de humor tan rápido como si fuera una maldita perra en celo.

-¿Quieres algo para beber? -me ofrece-. ¿Agua? ¿Soda? ¿Té helado?

Vuelvo a mirarlo y suelto una risa espontánea. Aquel comentario me toma por sorpresa.

-¿Dije algo gracioso? -pregunta confundido.

-Lo lamento -me excuso-. Es que me resulta divertido que seas tú el que lo diga. Yo soy la secretaria, tendría que salir de mi boca y no de la tuya.

-Bueno, eres tú la que parece necesitar algo frío para beber.

-¿Por qué lo dices? -frunzo el entrecejo y me siento más derecha, un poco paranoica por aquel comentario.

Paul sonríe y me estudia con detenimiento.

-Tienes las mejillas coloradas y la respiración agitada. ¿Fiebre, quizás?

Su mano intenta tocarme pero me levanto rápidamente con los brazos extendidos.

-Estoy bien, Paul -le digo con un poco de vergüenza.

Lo último que deseo es que se entere que eso es lo que me delata físicamente cuando estoy cachonda. Pero el joven insiste y me arrincona contra la pared más cercana.

-No seas terca y quédate quieta -me pide divertido y coloca la palma de su mano sobre mi frente.

Su rostro cambia de expresión. Como si estuviera decepcionado al darse cuenta que no tenía temperatura alta. Pero luego me toca las mejillas y cuando lo golpea la decepción por segunda vez me toca el cuello como último intento.

-¿Ves? Te dije que estaba bien -respondo un poco inquieta al notar que Paul no quita la mano de mi cuello.

-¿Entonces por qué estás así?

-No lo sé… Cada tanto me siento… acalorada.

Paul se ríe e inclina su rostro.

-Eso no tiene sentido -responde con escepticismo-. ¿De verdad te sientes bien?

Asiento y centro mi atención en sus labios. De pronto encuentro algo que no había notado las otras dos veces que nos habíamos visto.

-Tienes un lunar debajo de tu labio inferior -le digo como si aquello fuera la octava maravilla del mundo.

-Siempre estuvo ahí -contesta cambiando el tono de su voz y empieza a acariciar mi cuello-. ¿Te gusta?

Me quedo sin aire con esa pregunta. El contacto de su piel con la mía me quema y siento cómo ése calor sube nuevamente a mis mejillas. Paul sonríe complacido con mi reacción y acerca su cuerpo un poco más al mío, logrando que mi espalda se pegue a la pared y bloqueando cualquier intento de escape. Pero es un buen jugador y se toma su tiempo antes de hacer el siguiente movimiento.

-Tú también tienes un lunar -me dice y lo toca con suavidad-. Pero está sobre el costado derecho de tu labio superior.

Mierda, Briana. ¿Qué vas a hacer? Me pregunto con la cabeza hecha un lío y mi entrepierna prendida fuego. A diferencia de Christopher, Paul no va al grano. Prefiere jugar con sus palabras y llevarme al borde del abismo para que caiga solita.

Me quedo quieta y decido esperar a que él tome las riendas. No voy a coquetear con él, tampoco voy a tirarme a sus brazos como una maldita desesperada. Sobretodo cuando Christopher me dio dos orgasmos unas horas atrás. Pero la verdad era que todavía seguía caliente y no podía mostrar indiferencia. Al menos no ahora que estábamos tan cerca el uno del otro.

El joven me estudia una vez más y acerca sus labios hasta mi lunar. Luego lo besa y vuelve a mirarme. Vaya. Eso fue inocente pero intenso. Demasiado intenso. Empiezo a respirar con dificultad y le tomo el cuello de la camisa para devolverle el gesto besando su pequeño lugar que se encontraba perfectamente centrado debajo de su labio inferior.

Paul no se mueve y espera a que mis ojos conecten con los suyos. Nos quedamos en silencio por unos cuantos segundos y puedo asegurar que él también siente el cambio radical en el ambiente. Sus ojos oscuros no dejan de mirar a los míos y yo hago lo mismo.

Es una batalla de miradas, dónde ninguno de los dos cede y espera por el otro para dar el siguiente paso. Y como si se tratara de una coreografía perfecta, nos rendimos al mismo tiempo y nos besamos con auténtica pasión.

No Te Enamores De Mi Donde viven las historias. Descúbrelo ahora