[8: ENVIDIA]

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ENVIDIA

«¿Cómo podría decir que tenía celos si él no le pertenecía? Lo que tenía era envidia, y hasta un punto sabía que él nunca iba a pertenecerle porque eso era imposible, sólo podía tener la esperanza de coincidir alguna otra vez en su lecho y nada más, eso es lo que su cabeza decía pero su corazón se alborotaba y sin duda se llenaba de ira por no tener que lo deseaba. »

Syra había rechazado a Daemon, o algo así, él quiso quedarse a su lado pero ella no lo permitió, se había casado con Rhaenyra, la heredera, había conseguido que una de sus hijas se casara con el siguiente heredero al trono, ella no tenía nada que ofrecerle y aunque él insistió que eso ya no le importaba ella le pidió que no desperdiciara todo eso. Daemon se quedó unos días pero terminó por marcharse, volvería por ella indudablemente pero Syra aún no iba a aceptarlo a su lado, lo sabía, y eso dolía demasiado.

Dos años habían pasado desde la muerte de Gwayne, Saera quería mudarse al fin a casa de su padre y Syra decidió acompañarla, no quería que aún estuviese sola y ya sentía que tenía que dejar de depender de otros, tenía partes en la que las quemaduras habían llegado hasta los nervios así que no podía mover como antes, la de su brazo le volvió imposible el confeccionar ropa otra vez, y muchas otras cosas ya no podía hacer. Sin embargo con el dinero del burdel era suficiente para mantenerlos, y claro, lo que Daemon insistía en seguir mandando.

Eso fue lo que dividió a los hermanos completamente, no se odiaban pero ya pocas veces se juntaban sus caminos. Saera decidió crecer de la manera más tradicional que pudo, lo más cercano a lo que su padre habría querido. Morgan y Ceryse se mantuvieron atendiendo el burdel, el mayor a veces cedía ante algunos clientes y terminaba vendiendo una que otra noche. Gwayne le había enseñado a Morgan a leer y escribir, Saera decidió aprender con su madre ahora que estaba con ella, pero por otro lado, Ceryse no sabía ninguna de las dos cosas, pero poco les hubiera servido, ni siquiera lo notaba, su vida iba por otro lado. Saera terminó teniendo más libertad que Ceryse, salía en general cuando quería, más comúnmente al mercado, o a las ferias; su hermana se mantenía siempre dentro del burdel, y una vez a la semana Morgan la acompañaba a Dragonpit, y si no iban juntos ella no salía, a su hermano no le gustaba que ella saliera sola y a ella tampoco le gustaba hacerlo, no desde que en una de sus salidas intentarán tomarla a la fuerza, desde esa vez el encierro en el Dragón Rojo se volvió su lugar seguro, y hablamos desde antes que tuviera trece días del nombre, ni siquiera había sido una jovencita en ese entonces, era tan solo una niña de diez años.

—Y yo era el del mal gusto. —Morgan bebía una cerveza sentado en una de las mesas del burdel.

—¿Aún sigues enojado por qué Aegon se casó con Helaena? —Cery se sentó en una de las sillas libres.

—No estoy enojado.

—¿Celoso?

—¿Por qué estaría celoso de ese idiota?

—No de él, de Helaena.

—No sé de qué hablas.

—Sé que te gusta Aegon.

—No me gusta, estás delirando. —Bebió todo de golpe.

—Si tú lo dices.

Los días pasaron, y en unas pocas lunas el príncipe volvió a entrar por las puertas de aquel burdel. Había pegado un buen estirón, aún así Morgan también lo había hecho así que seguía siendo casi la misma diferencia entre sus alturas.

—Te busca a ti. —Una de las prostitutas le habló antes de dejarlos solos.

—Necesito que me ayudes. —Su voz había cambiado, era más gruesa que antes.

Sangre TargaryenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora