Prólogo

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¿Quién te va a querer tanto como yo?
Me gusta despertar y verte dormida nada más...
Pero estoy lejos y triste...
Deseo abrazarte, y enredarme en ti.

Esta lloviendo, me acuerdo de esa vez.
No puedo dormir...
¿De qué me sirve este país?
Si no puedo reír contigo.
No puedo hacer el amor contigo...

Te extraño... mi flaca.

Nelson cortó el recitar de su balada ante un relámpago cegador que rasgó el cielo plomizo; reprimió un sollozo con los ojos enrojecidos. Sam se reclinó adolorido en el banco, junto al destrozado Finch y el malhumorado Nelson... Sorbió la sangre por la nariz para esconder sus lagrimas. El pálido Finch sonrió, era su típica sonrisa famélica que enmascaraba perfectamente su terrible desasosiego... Encendió un cigarrillo y lo fumó despacio. Los dos sabían que Finch volvió a esnifar el polvo en secreto... porque cuando estaba drogado, su ánimo deprimente sufría una mutación severa.
—¿Quieren fumar conmigo?
—No...
—¿Estás loco?
Finch sonrió con el cigarrillo entre los labios. Su mentón estaba partido y un corte en su párpado aún sangraba...
—Son buenos muchachos...
Nelson frunció sus espesas cejas y se limpió el coágulo de la nariz.
—Sí, pero Sam es muy raro.
El pelirrojo carcajeó sonoramente.
—Y tú eres muy peludo, pareces un cavernícola.
—Tu cabello y tus ojos rojos dan miedo—el moreno chasqueó la lengua—. Nunca conseguirás novia con esa cara de loco.
—Tú tampoco—los dientes de Sam estaban manchados de sangre—. Eres igual a un mono super evolucionado. Las chicas ven tus brazos velludos y salen corriendo...
Finch arrojó el cigarrillo aún encendido por encima de su hombro. Su ojo derecho era una manzana amoratada.
—¿Qué importa? Seamos amigos por siempre—los miró de reojo, con los globos oculares a colapsar de salmuera—. Nosotros tres podríamos incendiar toda esta ciudad.
Sam levantó la mirada al cielo, sentía el cabello pegoteado de sangre seca.
Los tres uniformes celestes manchaban de rojo la banca del parque, y los seis zapatos estropeados apuntaban en direcciones opuestas. El humo del cigarrillo dejó de ser molesto con el ralear de una llovizna fría. Los jóvenes escudriñaron los nubarrones grisáceos que se arremolinaban sobre Montenegro y, dejando rodar las lágrimas por sus mejillas... rompieron a llorar.

Sol de MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora