VI.

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VI.
Corriendo entre las sombras, como dos formas del crepúsculo encarnadas en pequeños mamíferos de patas silenciosas. Las gatas saltaron sobre los tejados, ágiles, y se escurrieron entre la floresta espesa que cubría los ranchos con altos pajonales y chaparros de encina que crecían en posturas torcidas.
Cuando se convertía en gata, sus sentidos sufrían un incremento indescriptible, en contraste con su disminución de fuerza y tamaño. Se movía con gracilidad en un mundo de caos, donde los sonidos, olores y colores adquirían tonalidades nuevas e inefables. Eran caminantes de sombras en cuerpos felinos, inmaculados o manchados... de ojos verdes o cerúleos como serpentinos.
—Donna—su hermana mayor se adelantó a la carrera, como una silueta ágil de lomo moteado con pelaje negro y amarillo. Su vientre era blanco y sus ojos dorados—. No te atrases. Los Elementales que custodian estos terrenos son invisibles, incluso para nuestros ojos.
Donna saltó sobre un tronco podrido, y se adentró en la espesura seguida por su prima Melissa, una gata gris; y su tía Valeria, una felina más grande de pelaje tupido y oscuro. Ante la luz rosácea del crepúsculo, aquellas siluetas se movían, invisibles, en la espesura de la vegetación, evitando avenidas y ranchos poblados. Las cuatro gatas guardaban silencio en su encomienda, la gata tupida y regordeta que era su tía, llevaba ceñido al pescuezo un bolsillo de tela con una espina de la Santa Corona de Cristo.
La magia de los Blanco, comenzaba con la primera luna de sangre, en conmemoración a su tributo con la Diosa de la Montaña del Sorte, María Lionza. Desde que sus ancestros huyeron de Francia durante la Segunda Guerra Mundial, trajeron consigo una herencia debilitada... Los Blanco son descendientes de un maquiavélico mago que utilizaba sangre de gatos en sus rituales, y llevaba a cabo cruentos experimentos de nigromancia con los cadáveres de los felinos. Puesto que en Francia, se removieron círculos herméticos debido a la proliferación de oscurantismo avivada por la Gran Guerra y la Gripe Española.
Ernesto Blanco fue soldado, y los horrores de la guerra y las epidemias lo trastornaron, al punto de robar cadáveres de cementerios y probar con ellos sus oscuros procedimientos... Se cuenta que utilizó incontables gatos antes de que otros taumaturgos reuniesen consejo, inhabilitando sus permisos de ocultista. Esto hizo que el mago huyera, asustado por la inminencia de una segunda guerra, y continuase sus andanzas en los reinos de la muerte al establecerse en Montenegro. Durante diez años adquirió fama de vampiro, puesto que se le achacaron incidentes en las fosas comunes del cementerio tras las plagas de Malaria; y sus horrendos experimentos lo condujeron hacía senderos inhumanos. Pero... ocurrió lo inesperado, el mago contrajo matrimonio con una enfermera del Hospital San Juan y sus hallazgos científicos contribuyeron al mejoramiento de los arrebatos de la virulencia.
Fueron bendecidos con dos hijas, y la reputación de vampiro misógino fue lentamente reemplazada por la de médico devoto. Entonces, el pueblo sucumbió nuevamente ante la cólera que asedió los días más oscuros de una resurrección maldita... y su estirpe fue condenada por los febriles accesos. Desesperados, los padres llevaron a cabo procedimientos que iban más allá de la ciencia convencional... y temiendo por sus hijas, las entregaron a María Lionza mediante una peregrinación. Ernesto Blanco tuvo que pagar sus crímenes con la vida, suicidándose para que sus hijas siguieran respirando, y la familia se vio afectada por fuerzas mayores a las comprendidas.
«El precio de la vida, es la muerte».
Cada mujer de la familia era capaz de convertirse en gato, puesto que llevaban en las venas caudales de la sangre de estos felinos que el nigromante ingirió en su enajenación. Los Blanco adoraban al Dios Católico, pero eran subordinados de María Lionza, y se sentía en contacto estrecho con la Montaña del Sorte, que hizo emerger sus dotes mágicas. Su magia era poderosa, y su matriarca Diana era uno de los tres grandes brujos de la región. Algunos miembros de la familia se escindieron, pero todas las hembras que emigraban de Montenegro y perdían sus tradiciones con María Lionza... prontamente, sus poderes de transformación desaparecían junto con una maldición hereditaria que despertaba para usurpar pesadillas.
—¡Vi a una mujer indígena que recorría las montañas y lloraba desconsoladamente! —Fue lo que la delgada Trina Rocca contó. Su pecoso rostro enrojecía, y sus ojos pequeños bullían... La anciana poseía cierta juventud en su porte y rostro, pero se movía como una persona mayor—. ¡María Lionza, nuestra Patrona, era perseguida por formas bestiales y repugnantes! ¡Vi también esa finca, habitada por seres que fingen ser hombres, ardiendo... y extendiendo sus brasas sobre Montenegro!
Su abuela Diana, gorda y envejecida, de dientes amarillos y miembros gruesos, rompió su silencio político.
—He limpiado a nuestra familia con el tabaco. Pero, temo que esto se extenderá sin misericordia como una nueva plaga... ¡Ave María! ¡Nada puede contra Dios y nuestra Diosa!
—Temo que sí—asintió Trina, severa—. Mis sueños son reales. Sabes que es así... ¡Yo te dije cuando moriría tu madre! ¡He predicho catástrofes y me han hablado los muertos para consolar a los vivos! ¡Solo dos veces he soñado con María Lionza! ¡Cuando fuimos por primera vez a la montaña, siendo dos jovencitas! ¡Recuerdo su fragancia y su dulzura! ¡Y ahora, es atormentada sin cesar por las abominaciones que brotan de los estanques de magia negra invocados en ese tugurio!
—Yo he estado en la Finca del Chaure—Saúl Túnez rompió su silencio; de los tres, él era el brujo más prestigioso de la región que comprendía los alrededores de la Montaña del Sorte—. He presenciado los ritos que llevan a cabo, salvo invitaciones, y temo que... más que un llamado a Potencias exteriores, hacen acopio de toda la agresión reprimida. En pocas ocasiones, cuando miembros elevados de la sociedad ocultista son llamados... se celebra un intercambio de conocimientos oscuros. No he asistido a los Rituales de Moloch, frecuentado por los hombres más ricos del país, ni a las asambleas del Barón Garmendia... pero estoy seguro, que una prominencia negativa yace, rumiante, bajo el suelo de ese lugar.
Saúl Túnez era un hombre excepcional, vestía siempre con un traje oscuro de corbata añil y agujas de oro con jeroglíficos. Era alto y recto, rostro severo y de voz pacífica que exhibía una inconmensurable sabiduría. El padre de Andrea era distinta de su hija: era más oscuro, de cabello grisáceo y personalidad taciturna. Siempre que regresaba de sus viajes al extranjero o al interior del país, traía regalos e historias. A Donna le regaló una docena de velas aromáticas, y a su abuela le otorgó una de las espinas de la Corona de Cristo, en juego con la suya. Odiaba la arrogancia de Andrea por ser indiferente con su padre, Donna no recordaba al suyo desde que su madre se separó.
—La Finca del Chaure está del otro lado de la colina—dictó Valeria, con sus ojos oliváceos cargados de furor felino.
Melissa, el gato gris, meneó su cola.
—En estos campos, Algarrobo enterró cofres llenos de morocotas.
—Sí, y también enterró vivas a muchas personas—replicó Elena, la gata moteada, y le dio un suave zarpazo con la garra en la cabeza a Melissa—. Sus espíritus deambulan, perdidos, y sollozan durante las noches de tormenta.
—¡Deja! —Melissa emitió un chillido tenue—. ¡No me gusta que me toquen!
—¡Niñas! —Valeria chilló con voz aguda—. Su abuela nos encomendó averiguar qué esconden los brujos intrusos.
—¡Fastidio!
—¿Por qué le haces caso? —Elena se pasó una pata por la nariz rosada—. Son solo desvaríos de viejos. «Nuestros planes» son más importantes—miró a Donna se reojo.
—Háganle caso a su abuela—dictó la gata tupida—. Ella nos mantiene con sus rentas vitalicias...
—Es tonto—Donna descansó el vientre sobre la hierba—. Creo en nuestras tradiciones, pero decir que nuestra familia será diezmada por las maldiciones de Montenegro es... ¿extraño? Antes había más epidemias por la pésima higiene pública. Es decir, ella se preocupa demasiado... pero, ¿qué tan grave es tener malaria con la ciencia moderna?
Melissa se erizó.
—¿Y qué hay de la maldición?
—Es cierto—exclamó Valeria—. La hermana de tu abuela no podía controlar la transformación. Un día perdió el control, y quedó convertida en gato para siempre. Con el tiempo, perdió sus facultades de inteligencia y se volvió salvaje. Lo que sea que ocurra en la montaña, nos afecta indirectamente...¿Quieren ser gatas para siempre?
—¡No! —Las tres chillaron con los lomos erizados.
—Su abuela nos custodia fumando los siete tabacos del mes. Protege nuestros espíritus para no sufrir el mismo destino que su querida hermana... Los rezos a María Lionza deben ser por piedad y no por vanidad. Podemos movernos entre dos mundos, pero no hay olvidar de dónde provenimos. Sí... quiero que mis hijos y mis sobrinas no tengan que cargar con la maldición hereditaria, y puedan casarse y ser felices lejos de este pueblo. Durante años hemos pensado en mudarnos y resignar esta magia que corre por las venas...
—¿Y por qué seguimos en Montenegro?—Preguntó Donna.
—Porque cuando las mujeres de la familia cuando se alejan y renuncian a adorar a María Lionza—Valeria se mostró inquieta—. Pierden la capacidad de alumbrar vida. Con los hombres no pasa así, pero todas las mujeres de nuestra prole son estériles hasta que pisan Montenegro. Y tenemos más hembras que varones en nuestra familia. Es nuestro deber ser portavoz de la diosa, y transmitir sus costumbres para expiar los pecados de nuestros antepasados.
—Yo no quiero tener hijos—replicó Elena—. Esa es tarea de Donna.
—¡Niñas!
—Es la única forma de salvar a nuestra familia—arguyó la gata moteada—. La abuela no lo sabe, pero mi madre lo ha planeado en secreto desde hace un año... Vivimos en una jaula muy grande, pero sigue siendo una prisión. Si no se nos da a escoger, ¿entonces no tenemos realmente libre albedrío? Te puedes conformar con vivir así, de la manutención de la abuela... pero yo no.
—¡Cállate! —Melissa le apartó la cola a Elena de un zarpazo—. ¡Yo también quiero tener hijos, y quiero salir de Montenegro! ¡No quiero vivir junto a los Arciniega! ¡Ya le han hecho tanto daño a nuestra familia!
—Tú hermana no tuvo la culpa—replicó Valeria, que era madre de Melissa y hablaba de su hermana Gabriela—. Solo fue joven y tonta: se enamoró de la persona equivocada; al igual que yo. En eso nos parecemos.
Melissa se lamió la pata y se la pasó por la cabeza.
—Pero, tú no estás en un cuarto de reclusión golpeándote con las paredes y gritando locuras. Mi hermana está loca, y por mucho que reciba tratamiento... no mejora, ni lo hará.
Las gatas danzaron en la penumbra, adornada con destellos auríferos que se filtraban a través de la bóveda en la espesa foresta. La colina se tornó abrupta, y pronto alcanzaron su cúspide con miríadas a un paisaje limpio, adornado de casonas, cuatreros, gallineros, piscinas y adoquines. El mirador atisbado era un complejo exquisito y gris, aún resplandeciente por las guirnaldas de la celebración. Los frondosos naranjos les sirvieron de sombra mientras los cuatro pares de ojos brillantes flotaban como luciérnagas horripilantes. Saúl las rezó con un hechizo de invisibilidad ante el enemigo, y les advirtió que la espina consagrada les protegería de los Elementales invocados por los brujos de la montaña. Diana y Trina montaron un altar a los arcángeles y fumaron tabaco para protegerlas, mientras ellas se adentraban a las puertas de la oscuridad.
Las cuatro se tensaron, ante un movimiento repentino que emergió en raudales. Una procesión de sotanas negras con máscaras azabache manó de la casona principal: una docena de figuras altivas portando venablos, creció como formas fungosas del crepúsculo, de rostros simiescos, y largos telares que rozaban sus alpargatas. La mayoría del grupo se dispersó en las cabañas de lacayos, y otros se dedicaron a algunas actividades domésticas antes de dormir.
Las gatas se escurrieron entre los hierbajos, bordeando senderos de barro humedecidos por el hedor de las cochineras y los estanques. Sin prisa, saltaron tejados y se adentraron sin reparo en la altiva casona, cuyo acceso se vio perpetrado en el balcón por un mangal crecido. Donna y Melissa siguieron con cautela a Elena, fiera, y a su tía Valeria, más temerosa, en aquella casona de largos pasillos alfombrados. Cuyas proporciones eran alteradas por su percepción del tamaño, siendo las paredes inmensamente más grandes que ellas... y los cuadros que colgaban de la tapicería eran grotescos y desproporcionados. Una telaraña de cristal irradiaba una luz mortecina sobre lo que parecía un gran salón amueblado, y los olores ferrosos se mezclaban con el angustiante incienso y el cuero húmedo. El techo alto era de machimbrado, y sobre su superficie se proyectaban sombras alargadas y filosas desdibujadas en campos barnizados. Muchas puertas permanecían trancadas, pues no alojaban a nadie... y la inmensidad de la casona las precipitó con un exacerbado sentimiento de intrusión y malestar.
Los paredes eran recubiertas con pinturas horripilantes que describían paisajes prehistóricos, cubiertos de árboles extraños y animales desconocidos: artrópodos coloridos de tamaños bizarros, intrépidos saurios homínidos de mandíbulas anchas, ancestros cuadrúpedos de los mamíferos y anfibios viscosos de formas antropomorfas. Los dinteles eran rematados con horrendos palimpsestos, bustos de filósofos, esfinges, esculturas de pórfido con formas semihumanas y caracteres demoníacos, faroles de cristal floreado, y sables y mosquetes españoles como ornamento. La cuadrilla de gatos estudió aquel salón con aprensión, siendo testigos de un horror cósmico e indescriptible que escalaba a proporciones irrazonables. Puesto que aquellos brujos de modos oscuros y religiosa permeabilidad, adoraban seres más allá de los ideales que alguna vez describieron a los hombres. Eran ajenos a dioses humanizados y Omnipotencias abstractas, no; adoraban blasfemias, entidades obscuras, extraídas de los Avernos de la conciencia, donde se remueven y gritan las encarnizadas criaturas de las civilizaciones muertas en las estrellas negras. El panteón de endriagos desfigurados, infrahumanos y pusilánimes... confería un tétrico presagio de fuerzas desconocidas y nauseabundas que operaba en las psiques de aquellos brujos. Debían estar deformes y alienados, si adoraban fervientemente aquellas aberraciones cósmicas.
—Intrusos—dijo un hombre que perpetró en el estudio. Llevaba un venablo alargado, rematado en una calavera de niño bañada en plata... Una sotana negra, ceñida la cintura con cordones rojos y una máscara del mismo color con un pentagrama carmesí pintado en su frente—. ¿Cómo dices? —Ladeó su cabeza, con las manos enguantadas firmemente cerradas en el puño del venablo, y paseó su mirada fría en los sitios donde los gatos se escondían—. Ya veo...
Donna se escondía detrás de un sillón, con el lomo erizado. Sus compañeras se escondieron lo mejor que pudieron, pero no podía verlas. Aquel brujo de rostro negro levantó su venablo, y lo hizo sonar con un estruendo seco al chocar con el suelo. Fue entonces cuando la vorágine de locura se despertó, y un azote feérico hizo estremecer las mesas y los sillones del amplio salón. Un grito, mitad chillido y maullido, se elevó con un sobresalto, y una bestia formada por sombras inmutables y zarcillos de oscuridad... de un mordisco arrancó a su tía Valeria del escondite, dejando caer un reguero de fetiches de cerámica al derribar una estantería. La gata gris de pelaje tupido chilló, cubierta por perlas de sangre, retorciéndose en las fauces negras de la bestia transparente, sombra espectral, de ojos rojos como estrellas.
—¿Hay más?
Aquel Cadejo infernal dejó caer de su boca colmilluda al gato gris, que se desvaneció en la inconsciencia con el lomo ensangrentado, y se lanzó al sillón. Donna echó a correr al momento, mientras aquel monstruo se cernía—aunque más bien parecía flotar—, detrás de ella. Corrió por la casa, a través de pasillos laberínticos, con el corazón desbocado... y salió por una abertura de la casona a una oscuridad parcial, de la cual sus ojos se acostumbraron. Los otros gatos corrían y se escondían, pero Donna era perseguida con ahínco a través de las cabañas y los matorrales frondosos. Pensó que moriría, y temblaba, escuchando el galopar y los rugidos de aquel mastín fantasmal... y sus patas flaquearon, incapaces de trepar.
Una sarta de pelo rojizo voló desde el tupido follaje hacía el Cadejo y, como dos dragones enzarzados, giraron sobre los pastizales convertidos en un ser violento. Otra sombra brotó como un manantial, y cayó sobre el perro fantasma en una tempestad de chillidos, aullidos, mordiscos y arañazos. Finalmente hubo cesado aquel pandemonio, Donna, petrificada, vio emerger dos linces pardos, cubiertos de arañazos.
—¿Estás bien? —Dijo uno ellos. Era de ojos castaños y poseía una cicatriz en su mejilla.
—Sí...
—Me llamo Enrique Gonzalez—se presentó el lince—. Somos como tú... Nuestro primo Carlos fue secuestrado, y queremos encontrarlo. Tiene solo doce años...
—Mi tía...
—Cálmate—la aconsejó el otro lince, de pelaje tupido y penetrantes ojos oscuros. No eran tan grandes como un perro, pero el pelaje pardo rojizo, las orejas puntiagudas y las manchas negras en sus lomos les brindaban un aspecto fiero y desaliñado—. Yo soy Manuel, y no queremos hacerte daño.
—¡Aléjate de ella, sucio zorro!
Una gata moteada saltó de los pastizales convertida en una fiera, y se abalanzó sobre el lince llamado Enrique, con un ciseo viperino y una tormenta de arañazos. El lince soltó un resoplido, y retrocedió.
—¡Corre, Donna! —Era la voz de Melissa.
La gata blanca echó a correr, perdiéndose en las voces que la llamaban. A lo profundo de los matorrales y las lomas, lejos, donde nadie pudiera encontrarla. Samuel tenía razón, era una llorona... Más adelante la alcanzó Elena, al borde de la fatiga, y encontraron a Melissa desmayada bajo un ciprés. Las tres se miraron, convertidas en gatas, y rompieron a llorar...

Sol de MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora