III.

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III.
María esconde un secreto vergonzoso.
Los tétricos corredores de aquel conjunto de edificios colegiales la intimidaban, y tanteó las paredes con sus manos para asegurarse de que no era una pesadilla. Había cometido un error, y estaba pagando las consecuencias. Bianca iba del brazo de Soledad y ambas iban caminando con sonrisas pícaras. Ana se recogía el cabello en una cola.
—Habrá un evento—le sonrió Bianca—. Mejor dicho: será El Evento. Los Jinetes planean un festival de conciertos, y terminará en una gran comparsa. El Presidente usará un disfraz increíble.
—Vendrán muchas personas disfrazadas—Ana adelantó al grupo—. Tenemos que ir en conjunto. Podríamos vestirnos de brujas.
—¡Todas se vestirán de brujas! —Le espetó Bianca, gesticulando, indomable—. ¡Tenemos que ser innovadoras!
—¿Diablas?
—¡Solo los hombres se visten de diablos!
—¿Gatos?
—Se reirán de nosotros.
—¿Monjas?
—Hace mucho calor.
—Eres imposible.
Las chicas rompieron a reír. Soledad suspiró y forzó a Bianca a sentarse en un banco de piedra. María las imitó, no tenía muchas ganas de conversar.
—Yo quiero saber quién es el amor de mi vida.
—Sol—Ana puso los ojos en blanco—. El Cantante Misterioso debe ser feo. Es la única excusa para que se atreva a cantar encapuchado. ¿No viste su tamaño? Debe ser muy bajito, ¿quién crees que sea?
—Yo quiero que sea Salvador—se sonrojó la chica—. Lo he escuchado tararear letras, y tiene voz parecida.
—Que va—Bianca sacó la lengua con una mueca—. ¿Estás sorda? No se parecen en nada. Además, Salvador estudia para ser sacristán en la Iglesia Maldita de San Lucas. Quiere ser obispo, y no dejará que las hormonas le frían el cerebro. ¿Qué tal Santiago?
—Es muy guapo—rió Soledad—. Pero está enamorado de su guitarra y se ha besado con la mitad del colegio.
—Herpes—Bianca se estranguló a si misma—. Siempre apertura los conciertos del Presidente, y tiene más fanáticas que canciones buenas.
—Siempre hablas del Presidente.
—¿Qué tiene?
Soledad sonrió con picardía.
—¿Te gusta?
Bianca frunció el ceño y, se cruzó de brazos.
—Es admirable, pero es como Jesucristo. Se la pasa todo el tiempo en su oficina organizando eventos y seminarios... Se me hace aburrido a morir. Creo que él podría llegar a ser el mejor Presidente del país, o un tirano capaz de levantar la Gran Colombia como una potencia guerrillera. Piénsalo, podría convertirse en dictador y armar una guerra mundial como ninguna otra.
—Él no es así—Soledad asintió—. Además, según dicen las malas lenguas... Andrea Túnez está embarazada. ¿Y quién creen que es el semental?
—No—Bianca sonrió con malicia—. Debe tener malaria, por eso ha faltado tanto.
—No es verdad—Soledad sonrió, lobuna—. Resulta que ella y el Presidente han estado muy ocupados en su despacho. «Organizando los eventos».
María dio un respingo, y todas repararon en ella.
—Andas muy callada.
—¿Qué tienes?
Pero el interrogatorio no pudo continuar porque un muchacho alto y delgado, de rostro parco, raquítico, uniforme de último año y ojillos malignos... se posó detrás de ellas como una gárgola. Las chicas guardaron silencio ante la figura que las intimidaba.
—No se atrevan a hablar mal del Presidente—dijo Jesús con voz mandona—. Es un chisme sin pies ni cabeza. Andrea no está embaraza, y su colaboración es importante. Deben saber que el Presidente no tiene tiempo para relaciones sentimentales. Él mismo renunció voluntariamente a tener pareja.
—Lo siento—gimoteó Soledad.
—Perdón—sollozó Bianca.
—No volveremos a hablar sin saber—Ana bajó la mirada.
Jesús se cruzó de brazos. Era demasiado delgado, un esqueleto con piel... pero su fuerza era hercúlea, y corrían rumores atroces de su pasado. El joven les mostró la espalda y se marchó...
—¿Qué le pasa? —María frunció el ceño.
—Es Jesús Alvarez—Soledad tembló—. Era el líder de una pandilla de malandrines. Repitió cuarto año dos veces hasta que sus compañeros se graduaron. Usaba un estilete para amenazar y robar... y siempre estaba acompañado por los hermanos Arciniega: Diego y Alejandro. A sus secuaces no había nadie quien los parase... Cuando esos tres se reunían eran capaces de incendiar Montenegro. A Ezequiel lo encerraron en el baño en primer año, y golpearon a todos los que intentaban frenarlos. Eran agresivos, indomables y maleantes.
—¿Y qué les pasó?
—El Presidente los acomodó a palos—sonrió Bianca—. Los Arciniega se graduaron y Jesús ahora es su mano derecha. Sigue siendo un bandolero tosco, pero se ha corregido. Menos mal que cambió, hubiera terminado en la cárcel o se hubiera convertido en cereton. ¿Saben? Creo que los brujos que están llegando al pueblo para la Finca del Chaure, son unos viejos pervertidos y asquerosos... Siempre los veo fumando y bebiendo, fingiendo ser inmaduros. Y miran a las mujeres como si fueran expresidiarios—Bianca arrugó la nariz—. La policía los tiene vigilados: han habido incontables saqueos en los cementerios. Los camposantos más antiguos fueron abiertos, y los féretros exhumados desaparecieron sin dejar rastro.
María frunció el ceño y contuvo el nudo de náuseas que se arremolinó en su estómago, al recordar el insípido hedor de los gules que comían podredumbre y se revolcaban en el lodo.
—El solo pensar que un brujo me espía mientras me baño es horroroso—Soledad arqueó las cejas—. Mi padre colgó cruces de palma para proteger la casa...
—María—dijo una voz aterciopelada como un mar de calma—. ¿Podemos hablar?
Miró al pálido Samuel de rostro pacífico, y no pudo evitar fruncir los labios. Sus brazos flacuchos eran muy pálidos, y el color achocolatado en sus pupilas lanzaba destellos sanguíneos. El cabello rojo era un cauce de vino tinto y ondulaciones de fuego.
—¿Qué quieres, Samuel?
—Creí que haríamos esto juntos.
—Pensé que odiabas estar con ella.
—Podemos ayudarle.
María se cruzó de brazos.
—Lo siento—dictó, con voz ronca—. Pasaron cosas, y no estoy en un buen momento ahora—se levantó y se despidió de sus amigas—. Estoy agradecida de todo lo que pasamos juntos, pero no puedo; lo siento. Si te quieres alejar lo entenderé y espero que puedas perdonarme.
—María...
La chica echó andar sin mirar atrás, pero al llegar al final del corredor... Falló y miró por encima de su hombro: Samuel se había ido. Suspiró con alivio, y corrió a los baños a sentarse sobre el inodoro mientras pasaban las náuseas. Había cedido ante los sentimientos y cayó por el precipicio. Nadie podía saberlo, incluso si estaba sola en ello... Tenía que deshacer aquel problema.
Estaba embarazada.

Sol de MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora