III.
—Siempre te veo llorar, Donna.
—¿Me conoces?
—¿Eres Donna Blanco, no? —Sam se reclinó sobre la parada del bus—. Eres de la otra sección...
—Sí—la chica se limpió las lágrimas con los pulgares—. Lo siento...
—No deberías dejar que los demás te vean llorar, es de mala educación.
—¿Qué?
—Eso me dijo mi padre.
La chica de cabello rizado sorbió por la nariz en una mueca confusa. Su cabello castaño claro era una mata de rizos espesos, era muy blanca, de ojos castaños... Siempre la veía en la parada del bus al salir de clases, pero nunca tomaba la misma ruta que él.
—¿Cómo sabes mi nombre?
Sam se encogió de hombros, despectivo.
—Lo escuché.
Donna tomó uno de sus rizos y lo estiró, sonrojada.
—¿Siempre estoy llorando?
—Es extraño, pero podría decirse que te conozco con anterioridad, ¿nunca hemos hablado antes?
La chica negó con la cabeza.
—Creo que... es porque Melissa es mi prima.
—¿En serio?
—Sí... Ella quería que vinieras con nosotros a la quebrada, pero no quisiste ir—le dedicó una mirada extraña—. ¿Por qué prefieres estar encerrado? ¿No te sientes solo?
Sam frunció el ceño, y acarició su mentón. No podía creerlo... ¿Una chica comprensiva y afectuosa? Una fémina que no lo intimidaba... No parecía una lamia sanguijuela o una bruja manipuladora, y su perfume era muy agradable. Había visto a Donna, y la detalló como un escultor reconoce una estatua finamente tallada y modelada por un artista admirado: era una Venus mimosa de cabello rizado, y rostro enternecedor.
—¿Soledad y aislamiento? —Cruzó los dedos y miró los nubarrones grisáceos que se arremolinaban sobre Montenegro—. He estado meditando mucho en eso estos días... A veces pienso que me alejo de las personas sin razón. Siento que me miran como un bicho raro...
—No eres raro—Donna le puso una mano en el hombro—. Crecer es difícil, y Melissa me ha dicho que no tienes una familia corriente. Ella me dijo que te costaba hablarle, como si tuvieras miedo de decir algo equivocado... pero que te has abierto más al mundo hablando con las personas. Está orgullosa de ti.
Sam no pudo evitar sonrojarse al escuchar lo que Melissa pensaba de él.
—¿Melissa?
—No le diré nada, tranquilo—le golpeó el hombro con la delicadeza de un gato y sonrió disimuladamente—. La próxima ocasión, espero que podamos conocernos personalmente.
—Pero, no quiero verte llorar.
A mediados de noviembre la expectación con el Presidente y sus Jinetes crecía en caudal. Todos hablaban de la Gran Fiesta a la que asistirían cantantes juveniles, y la comparsa después de la celebración. Sam se sintió aliviado con el despejar de las tareas, pero la ausencia de María le preocupaba... La chica no había aparecido, y no respondía sus mensajes. Finchester sí regresó a clases luciendo un ojo morado y los brazos cubiertos de cortadas... Esta vez el ausente era Nelson, pero no le prestaba atención a los rumores que circulaban en torno al Barrio Porvenir, y las frecuentes denuncias por infartos acusados a un virus desconocido.
Volver a ver a Daniel en clases lo llenó de un desasosiego indescriptible: miraba su rostro afable y sus carnes flojas enternecerse con un repugnancia inquietante. Sus ojos oliva poseían un brillo grasiento, que imperceptible, podía entrever sus maquinaciones perversas... Aquella noche de tinieblas se refugió en una casona junto a Andrea, que era protegida por incontables hechizos imperecederos, que los mantuvieron alejados de los gritos y las turbas que pululaban en la montaña. Una fuerte lluvia cayó hasta la madrugada, y tomaron el primer autobús al centro con los ojos apesadumbrados.
Finch fue el primero en salir escopetado del salón ante el timbre del receso. El salón se vació aparentemente, y los únicos en el aula fueron Ezequiel, Violeta, Daniel y Sam... que seguía concentrado en resolver los ejercicios matemáticos que dejó el profesor.
—Regresaste—dijo Ezequiel—. Creí que te ibas a retirar...
—Déjalo—se quejó Violeta—. No busques más pelea.
—Daniel es un cobarde—sonrió el chico, herido en su orgullo por el episodio de enajenación—. Le doy un pechero y se vuelve a llorar... Nunca se defenderá, porque solo sabe tener miedo.
—¡Cállate, maldito! —Le espetó el blanco de mejillas rollizas y se levantó, enfurruñado—. ¡Te voy a romper esa boca!
Ezequiel se levantó, con las venas del cuello tensas y los puños cerrados. Ambos recortaron la distancia con pasos firmes y vacilantes, pero Daniel recapacitó con la diferencia de altura cuando el moreno le puso una mano en el pecho. Aún así, el regordete apretó los dientes y empujó a Ezequiel con las dos manos... El joven dio unos pasos atrás con una máscara frívola, y de un empujón mandó a volar a Daniel hasta la puerta cerrada.
Sam dejó de despejar las fórmulas, y frunció los labios. Pensó en María, y que quizás ella se hubiera levantado para impedir una trifulca... pero ella no estaba, se había ido y no sabía si volvería. Daniel chilló ante el ardor de sus costras abriéndose con el aterrizaje... pero se levantó, llorando, y lanzó un gancho. Ezequiel no esperó: detuvo el gancho con su antebrazo, y con el otro brazo le propinó un puño recto en la nariz. El joven retrocedió con la cara llena de sangre, pero Ezequiel no cedió en su jarana y le soltó un múltiplo de golpes en la cara, hasta que Daniel estuvo en el suelo con la cara y la camisa celeste ensangrentadas.
Sam empujó a Ezequiel, que chocó contra la pizarra.
—¡Es suficiente!
—¡No te metas!
El joven se abalanzó con las manos como garfios, y Sam dio un gran salto atrás con las manos en alto.
—¡No voy a pelear contigo! —Se dirigió a Daniel, que sangraba abundantemente de su nariz, labios y párpados hinchados—. ¡Míralo! ¡Detente, por favor!
Ezequiel levantó un puño, pero Sam no bajó la mirada. El joven apretó las muelas, y Violeta apareció entre ellos para apaciguar las ascuas de su novio. Daniel soltó una carcajada y escupió el exceso de sangre en su boca.
—Te dije que me las pagarías—rió, pero no hizo más... Se levantó adolorido para salir del salón.
Daniel no regresó, y todos aseguraron que se fugó de clases. Sam se sentó en su asiento, con las piernas temblorosas, había empujado a un muchacho una cabeza más alto y los brazos bien torneados... La fuerza de Ezequiel era prodigiosa, y nunca había medido las propias en peleas callejeras. Al terminar la última clase, le llegó un mensaje de Andrea:
«Capturé a la lamia, la tengo maniatada en el salón de música. ¡No creerás quién es!».
Sam paseó la mirada por los asientos vacíos, y tragó saliva por aquella pobre muchacha caída en las redes de locura de la bruja. Salió apresuradamente por el corredor principal, y se topó con una muchedumbre que seguía al Presidente Gerardo, acompañado del alto y delgado Jesús, y de Ronny. Les llovían preguntas, y el rubio sonreía negando con la cabeza, negándose a responder cualquier pregunta referida a los eventos organizados por los Jinetes.
—Presidente—una chica con el uniforme beige del cuarto año tomó a Gerardo del brazo—. ¿Y cómo organizarán la seguridad? Las calles se han vuelto peligrosas.
—No se preocupen—rompió su silencio—. Trabajaremos en conjunto con la policía para velar por la seguridad de la juventud.
Sam pasó junto a la multitud de estudiantes, y se alejó de la caravana, yendo hasta el final de la hilera de salones que correspondían los edificios rectangulares. Llegó hasta el fondo, junto a los baños, y se topó con la puerta trancada del salón de música. Llamó a Andrea, la chica no tardó en abrir los cerrojos y desarmar la barricada de pupitres.
—¡Samuel! —Andrea sonreía con malicia. Su piel morena le daba el aspecto de una ninfa de fuego, y la larga cabellera negra se desparramaba en sus hombros como zarcillos de azabache. Delgada y alta, lozana y fresca—. ¡Tenía razón! ¡Es ella! ¡El perfume de tu sangre la atrajo como una mosca a un farol!
—No recuerdo haberte dado mi sangre...
—La tomé de esa espina en tu mano—dijo. Sam miró por encima del hombro de Andrea, y vio una chica morena que deliraba en una silla con las manos atadas—. ¡Tenías que ser tú! ¡La había visto mirándote como con ganas de comerte vivo!
Soledad se estremecía en sueños, y sus párpados se agitaban. Sam se acercó y le apartó el pelo pegado a la frente por el sudor... Estaba delirando por fiebres peligrosas.
—¿Qué le hiciste?
Andrea sonrió, mostrando los incisivos superiores, más afilados de lo que recordaba.
—Burundanga.
—¡Andrea!
—¡Es ella! —Señaló la bruja con firmeza—. ¡No estoy loca, Samuel! ¡El escarabajo me lo dijo, y no es propenso a las mentiras! ¡Las lamias odian las cruces y la sal consagrada es un veneno! ¡Hubieras visto su expresión cuando le arrojé sales ceremoniales en el cabello! ¡Se dobló por la cintura del dolor y corrió a lavarse! ¡Fue entonces cuando rocié este alcohol con tu sangre disuelta y Soledad enloqueció como una fiera!
Sam se llevó las manos a la cabeza.
—¡Nos meterán a la cárcel por agresión!
—¡No! —Andrea tomó sus manos y las bajó—. ¡Destaparemos una lamia y te salvaré de sus colmillos!
—¡Soledad es una buena chica! —Sam estudió la expresión serena que mantenía la joven, a pesar de las pesadillas que la asediaban. Vio los granos de sal en su cabello rizado y sintió pena—. ¡Te echaré la culpa, definitivamente! ¡Yo me voy!
—¡Samuel Wesen! —Andrea entornó los ojos—. La palabra de una mujer en la corte, vale más que la de cien hombres... Sal por esa puerta y pasarás el resto de tus días en la cárcel de Ciudad Zamora. Escuché que los violadores son los que reciben los peores castigos de los reos.
—Andrea—Sam palideció—. Tú no me harías eso...
La chica se cruzó de brazos.
—Te dije que me las pagarías.
Sam sintió los ojos llenos de lágrimas.
—¿Qué quieres de mí?
—Quitale los zapatos a Soledad Rodríguez.
Sam intentó negarse, pero la chica lo amenazó con testificar en su contra... y no tuvo más remedio que obedecer: pidió perdón a Soledad, y se agachó para desatar los cordones de sus zapatos. Quitó los zapatos con esfuerzo y se sorprendió del olor peculiar que desprendían sus medias: estanque y caliza. Andrea insistió en quitarle las medidas, y Sam se apresuró: los pies que descubrió eran largos y planos, y los dedos estaban todos al mismo nivel: eran pies similares a las patas palmeadas de las aves acuáticas.
—Que raro...
—¿Ves? —Le reprochó Andrea—. Te lo dije: pies de pato. Soledad no es un ser humano...
—Es cruel burlarse de las condiciones de los demás, Andrea—se quejó Sam—. Odio que no seas empática. Soledad nació con una deformidad, y tú sacas conclusiones precipitadas. Debemos despertarla.
—Es cierto—concluyó Andrea y sacó el frasco de colonia de su bolsillo—. Presta atención, imbécil.
Roció a Soledad con el alcohol, y la nube de gotas sanguíneas llenó el salón con un aroma afrutado y dulzón, ligeramente cítrico y robusto. Soledad se estremeció, y abrió sus ojos oscuros, contraídos como las pupilas de un gato... Esto lo asustó, era la primera vez que veía esa reacción a un perfume destilado de la sangre. La chica clavó sus ojos en él, e hizo rechinar los dientes.
Andrea se cruzó de brazos.
—¿Ya ves? Acércate más, y verás como te lanza una dentellada.
—Lo siento—se quejó Soledad—. Creía que podría mantener el secreto.
—¿Qué? —Sam abrió la boca—. ¿Entonces si eres una lamia?
—En parte—Soledad escondió sus pies palmeados bajo la silla—. Mi madre es una lamia, pero mi padre la tomó como esposa...
Sam arqueó las cejas, meditando inconscientemente en los hombres que se rebajaban al casamiento con engendros.
—Una lamia y un humano no pueden estar juntos—Andrea se persignó visiblemente—. ¡Es una abominación que se remonta a la caída de Sodoma! ¡Los híbridos tienen que arder en el Infierno!
Sam tiró de la cabellera de Andrea y la chica se mordió la lengua.
—Cállate, Soledad no es un monstruo.
La bruja le golpeó el hombro con el puño.
—¡Caíste por su seducción!
Sam suspiró, Soledad no era particularmente hermosa: su cabello rizado era muy espeso, era demasiado delgada y de piel ambarina... pero sus ojos azabache eran muy grandes y brillantes. Aún así, no se sentía esencialmente atraído por sus encantos.
—Que va—se encogió de hombros—. Esos pies de pato espantan... Además, las lamias tienen cuerpo de dragón, senos y cara de mujer. Y... lo siento Soledad, pero pareces una tabla. No creo que seas un híbrido de lamia... solo naciste con pies feos y tienes padres crueles.
—¡Lo siento, pero soy una lamia! —Replicó Soledad, mientras se calzaba los zapatos—. No puedo acercarme a una iglesia porque enfermo.
Se golpeó la frente con la palma... ¿Por qué las mujeres se obsesionan con la idea de ser especiales? Pensó, pero se mordió la lengua.
—Autosugestión.
—¿Y su manía con la sangre?
—¡¿Qué sé yo?! —Se encogió de hombros—. ¿Parafilias?
—Mi madre muerde a mi padre en el cuello para chupar su sangre.
—Pobre hombre—suspiró y se dejó caer en un asiento—. Como sea. Puede que existan seres que desconocemos, y que muchas razas se hayan mezclado con la humanidad antes de desaparecer. En Montenegro, por supuesto... más de una chica tiene gotas de lamia en su sangre, y puedo asegurarlo. Duendes, faunos, trasgos, hadas, quimeras... La mayoría de los habitantes provienen de las regiones célticas y germánicas, y los mestizos propios de esta tierra.
—Es que yo salí a mi padre—sonrió Soledad—. Mi madre tiene los cabellos dorados, y es blanca como la leche. Ella nadaba desnuda en un estanque hechizado, en lo profundo de la montaña... Un jeque árabe la compró y la obligó a venir con él a la montaña, como sacrificio para sus dioses paganos. Pero consiguió escapar, aunque cayó en un arroyo y no pudo salir durante cien años. La maldición de las lamias fue impuesta por Dios, debido a estas hermosas mujeres que manipulaban a los hombres y arruinaban familias. ADONAI reveló su verdadera querella: dragones codiciosos con senos y rostros bellos. Con el tiempo desarrollaron sortilegios para esconder la deformidad de sus cuerpos, y requirieron de sangre masculina para acrecentar esta belleza artificial. Si caían en agua, no podían salir por mérito propio... siendo presas de la feminidad del elemento. Mi padre rompió la maldición, y la llevó a vivir con él en nuestro barrio, alejados de todos... Este es mi secreto, y les pido que lo guarden.
Andrea desenfundó un crucifijo de ébano... Soledad saltó con un aullido y sus ojos se contrajeron como los de una culebra.
—Su transformación aún no se completa—dictaminó la bruja—. Como híbrido, tiene que ingerir sangre para que su cuerpo sufra la maldición hereditaria. Se dice que Algarrobo era hijo de una lamia y un brujo...
Soledad se abalanzó sobre Andrea, derribándola con una embestida. Las chicas giraron sobre el suelo como víboras, pero la morena consiguió posarse sobre la bruja... mostrando los colmillos ofidios que brotaban de sus encías. Samuel actuó por impulso e intentó quitar a Soledad de encima con sus brazos... El forcejeo fue rápido y sucio, cerró sus brazos en el torso de la chica, y sintió un mordisco frío en su antebrazo, seguido de una humedad tibia que brotó en manantial.

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Sol de Medianoche
Fiksi Remaja«En Montenegro hierve un caldero de oscuridad, es un pueblo gobernado por la superstición y la incertidumbre... Se situa al pie de una montaña embrujada, y por el corren ríos de magia, de historias, de bestias salvajes que se esconden entre los homb...