IV.
—Samuel—Marcus parecía lóbrego, su rostro reflejaba la flacidez del cansancio, como las excrecencias fungosas de un roble infestado por la plaga—. No debes decirle a nadie que estuve en la Finca del Chaure. ¡Mucho menos a mi hermana Melissa! —Recogió las mangas largas de sus antebrazos nervudos—. Yo tampoco diré nada, pero debes prometerme que no volverás a ese solariego de diablos... Sí, lo sé, pero los estoy investigando por orden del superior. Se está reuniendo gente importante de ese mundo avinagrado en la finca..., brujos con recursos que se han involucrado con trata de blancas y el sacrificio de menores. En las regiones adyacentes se reportaron desapariciones de niños, junto con el incremento de las beatificaciones en Montenegro. Empero, Algarrobo se cubría con un manto de armiño y lo rodeaban hechiceros dignatarios... y durante esos tiempos los rumores de niños desaparecidos no se difundían con la misma solidez que hoy, pero aún así, los rumores de niños enterrados en la Finca del Chaure, acrecentan el horror fantasmagórico de esa tierra. Más de un esqueleto diminuto se ha encontrado al hurgar la tierra en época de cosecha. No sé que acecha alrededor de la finca, pero los campesinos de la comarca han visto desaparecer borrachines en medio de la noche, cuando los perros lloran en jaurías, temerosos de los males que acechan desde los albores de la existencia.
Sam se rascó la nuca, inquieto. Paseó la mirada por la desolación que reinaba en la tienda, de tenebrosas estanterías y guirnaldas santiguadas. Su padre había colgado atrapasueños con extrañas plumas rojizas, y un par de cabezas de mono disecadas bajo la campanilla del portal.
—Creo que... algo malo va a ocurrir en mi colegio.
Marcus se puso lívido y apretó los labios.
—Te daré mi número telefónico, y me pasaré frecuentemente por el Colegio Bolivariano en la patrulla.
Sam presentía que un acontecimiento nefasto se avecinaba al cierre de clases. Finch asistió la primera hora, pero se fugó en medio de la segunda materia sin decir nada a nadie. El asiento vacío de María fue ocupado por Ana, y Soledad ocupó el que alguna vez fue el asiento de Nelson Arciniega. Aquellos se desvanecieron en una bruma deshilvanada de niebla, para esfumarse de la vida cotidiana. Estuvo toda la mañana inquieto, mirando por encima del hombro a Daniel, que ni reparó en su inquietud: estaba demasiado concentrado en escribir una larga nota... El timbre de receso rompió el silencio, y la mayoría de levantó para merendar y estirar las piernas: Ronny y Patricia salieron tomados de la mano, Mariann desapareció con una sonrisita, Andrés y Salvador hablaron en voz baja de una cacofonía que captaron con no sé qué aparato a una hora imprecisa; el resto permaneció en sus cubiles, pasando el rato y bostezando. Sam miró largo rato a Ezequiel, que le dirigió una mirada hosca, reclinándose junto a Violeta.
Azogado, escuchó un tintineo y miró de reojo a las tres chicas de la esquina que hablaban por lo bajo con risitas disimuladas.
—¿Qué tanto miras? —Preguntó Ezequiel, hosco—. Se te va a salir la cabeza.
Sam separó los labios con la boca seca, y no pudo voltear a tiempo cuando un chasquido metálico traqueteo en sus oídos. Se dio media vuelta en el momento que Daniel saltó de su silla y descargó un disparo con una pistola. El resplandor lo cegó y trastabilló... Lo único que vio después del cañonazo fue a Ezequiel caer de su silla con un agujero en el pecho que enrojecía su uniforme como una flor escarlata que se abre. Los gritos desataron un pandemonio infernal, y Daniel cruzó rápidamente el salón para trancar la puerta con seguro.
Violeta se lanzó sobre el cuerpo desvanecido de Ezequiel con el rostro descompuesto, y las chicas de la esquina rompieron a gritar y se lanzaron al suelo. Olía a pólvora y fósforo.
—¡Violeta! —Señaló con la pistola Glock a la chica—. ¡Así va a terminar! ¡Te entregué mi corazón, y me regresaste un ramo de espinas!
—¡Daniel, por favor!
—¡Esto es lo que merecen las zorras manipuladoras como tú! —El regordete enrojeció, y las lagrimas saltaron de sus ojos—. ¡Todos esos años que fuimos amigos y me decías que me querías! ¡¿No significaron nada?! ¡Yo te amaba, di todo por estar contigo!
Violeta rompió a llorar.
—¡Daniel, no!
—¡¿Por qué con él y no conmigo?! —Gritó el joven, y levantó la pistola ante una vorágine de gritos—. ¡¿Es porque soy un buen chico?!
Jaló del gatillo y un disparo atronador llenó la estancia con ruido ensordecedor. Las chicas se abrazaron, llorando, y Sam mantuvo la cabeza baja... sacando el teléfono para llamar a Marcus. Un golpeteo se escuchó del otro lado de la puerta, y las voces de los profesores se escucharon desde un vendaval ajeno.
Daniel lo apuntó con el arma.
—¡Suelta ese teléfono!
Sam dejó el aparato con la llamada saliente y levantó las manos.
—¡Daniel, detente!
—¡Cállate, miserable! —Giró con la pistola en alto—. ¡Ahora yo tengo el control y todos me tienen respeto! ¡Ya no soy el gordo Daniel o la ballena blanca! ¡No, nunca más! ¡Ahora, ustedes me respetan!
El joven dio furiosas zancadas hasta la esquina del salón y tomó a Bianca del brazo, la chica se resistió con chillidos y las amigas soltaron horribles sollozos. Daniel la golpeó con el mango de la pistola en la cabeza, y le propinó una patada a Ana para alejarla.
—¡Ven acá, perra! —La llevó a cuestas, desordenando las sillas a su paso y la colocó frente al pizarrón en postura de orador. Le apuntó con la pistola en la cabeza—. ¡Una vez dijiste que preferías estar muerta a ser mi novia! ¡¿Era verdad?!
Bianca negó con la cabeza tan fuerte que por poco se le cayó de los hombros. Daniel se echó a reír... Sam se acercó con las manos en alto, no sabía lo que hacía, pero la inquietud se apoderó de su espina.
—¡A ese que es grosero y pugilista todas lo idolatran! —Señaló a Ezequiel con el índice, que reposaba en un charco de sangre con Violeta llorosa sobre su pecho... creyendo que podía levantarse y protegerla. El rostro de Daniel era un poema macabro: estaba destrozado por los golpes y la hinchazón, y las emociones que transmitía eran palpables—. ¡¿Los chicos buenos qué?! ¡¿Qué pasó con los que escriben cartas y hacen dibujos?! ¡A esos ustedes los manipulan y los destruyen para subirse el ego! ¡Son unas mentirosas cuando dicen que nos quieren desinteresadamente!
—Daniel, se te puede disparar...
—¡Los voy a matar a todos aquí! —Ante esas palabras las chicas de la esquina rompieron a llorar con más fuerza y Bianca escondió el rostro en las manos—. ¡Todos se burlaron de mí por años! ¡¿Creyeron que me iba a tragar todo como un niño bueno hasta la graduación?! ¡Le robé la pistola a papá para matar a los que me lastimaron!
Sam levantó la voz.
—¡Daniel, tú no eres así!
—¡Cállate! —Dirigió el arma a Violeta—. ¡Mataré a esta perra mentirosa! ¡Yo creía estar solo, pero no era cierto... porque ella prometió estar conmigo! ¿Y ahora? Ni siquiera me mira a los ojos. ¡Te mataré, sucia hipócrita!
Sam saltó cuando oyó el cañonazo, pero fue más una caída que un salto. Quería detener la bala, no importa cómo, y se lanzó con ese pensamiento en la cabeza. Escuchó el restallido del cañón, y el fogonazo de azufre llenó la estancia. Un golpe gomoso llegó a sus oídos y el silencio cayó como un telón. Daniel permaneció de pie varios segundos después de disparar, y Sam se cercioró de que la bala no lo había atravesado: tenía el pecho y los miembros intactos. Violeta lloraba en silencio, hundiendo la nariz en el pecho de Ezequiel con el rostro ensangrentado.
—¿Cómo hiciste eso? —Daniel palideció y bajó la pistola—. ¿Eres un Santo? —Retrocedió unos pasos y Bianca cayó al suelo, temblando—. ¿Un milagro? La bala rebotó a un metro de ti, y se incrustó en el pizarrón. ¡Mira ese agujero negro!
Sam se incorporó mostrando las palmas, con una rodilla hincada. Negó con la cabeza ante las intenciones de Soledad...
—Sé que te sientes solo, Daniel—dijo suavemente—. Piensas que no tienes amigos, y todo el mundo quiere hacerte daño. Duele mucho estar allí... donde nadie te conoce. ¿Te preguntas a ti mismo por qué siempre estás tan enojado? No recuerdas desde hace cuánto tiempo vives así: soñando con olvidarte del mundo y desaparecer. Estás harto de todo, pero sigues fingiendo que está bien... para esconder las cosas nocivas que hay dentro de ti. Despiertas, y a medida que avanza el día... sientes una frustración y una rabia insondables. He estado allí, esas noches de insomnio, cuando no sabes si escapar de todo o un tiro en la cabeza sea la solución.
Daniel levantó la pistola a la cabeza de Sam.
—Tú no sabes nada, Samuel. La vida ha cambiado... y nada es como antes. Hemos crecido en un mundo dividido y sobrepoblado... Nacimos en la época de la esclavitud y el aislamiento sistemático. ¡Cada quien decide cuándo terminar su sufrimiento!
Un golpetazo hizo crujir la puerta, que pronto cedería.
—¡ABRAN LA PUERTA, ES LA POLICÍA!
Marcus había llegado pronto, y estaba a punto de derribar la puerta cuando Daniel se llevó la pistola a la cabeza.
—¡Es la única solución! ¡Mi alma ya fue vendida y quiero arrancar este dolor de mí... que algún día fue amor, y hoy es una enredadera de púas!
—¡No, Daniel!
Sam se abalanzó y sujetó la pistola con sus dos manos. Daniel le golpeó un párpado con la frente, y sintió su cara llenarse de sangre al momento... Ambos chicos giraron en el suelo, Daniel era más pesado, pero Sam extraía fuerzas de fronteras desconocidas mientras sudaba a torrentes. Colocó las rodillas sobre el pecho de Daniel, y le volteó el rostro de un puñetazo... La pistola voló lejos de su alcance, y la puerta se desprendió con un crujido.
Daniel rompió a gritar, eran aullidos desesperados mientras Marcus entraba en el salón. Sus alaridos retumbaron en las paredes, e hicieron vibrar las ventanas... Eran los gritos de un hombre destrozado que llega al final del camino para hallar un precipicio al que se le niega saltar.

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Sol de Medianoche
Novela Juvenil«En Montenegro hierve un caldero de oscuridad, es un pueblo gobernado por la superstición y la incertidumbre... Se situa al pie de una montaña embrujada, y por el corren ríos de magia, de historias, de bestias salvajes que se esconden entre los homb...