V.
—¿Qué soy realmente?
—No lo sé, Samuel—Andrea selló la vasija de cerámica con una tapa hermética, y con ayuda de un pincel le dibujó unos símbolos cabalísticos—. Los jóvenes exploran su identidad en otros, pero aquello es bucear en un pozo. El verdadero significado de quienes somos se encuentra en los demonios internos de nuestro tormento—la chica se llevó el pincel a los labios con determinación—. O... eso es lo que dice Sohila Vaca, la Bruja Blanca de Ciudad Zamora.
Sam se llevó las manos a la cabeza, con la certeza de arrancarse los mechones rojizos.
—¿Soy un ser humano?
—Mírame, petirrojo—la chica sopló la pintura de la vasija oval y dibujó en la tapa un pentagrama—. Nos preocupamos después por ti. Montenegro peligra, y solo tú puedes conducirnos al Mundo Onírico para confinar a la entidad en esta vasija con los Sellos del Rey Salomón. ¡Deja de llorar y camina!
Nelson soltó una carcajada y se adentró, encabezando la fila, en dirección a los matorrales frondosos que proliferaban en el Bosquecillo Encantado... más allá del bulevar. Lucía iba detrás, sosteniendo la vasija de turmalina negra. Andrea preparó el hechizo haciéndole masticar romero, y usando su saliva sobre un trozo de papel con un símbolo serpentino encerrado en un Círculo Elemental... La bruja les ató brazaletes de palma consagrada en las muñecas, y le dio una vela púrpura a Sam. Después, enrolló el papel como un pergamino y lo encendió... Un aroma afrutado y picante como la canela manó del papiro en llamas, y encendió el cabo de la vela.
Los cuatro caminaron ante la espera sombría del atardecer, siendo bañados por la luz mortecina del crepúsculo y las formas sinuosas de la claroscura inmundicia. Caminaron en línea recta, como sonámbulos, y la vela se fue apagando subrepticiamente con soplidos espectrales. El último hálito de fuego en la vela no tardó en extinguirse, y todo quedó ensombrecido por una noche negra y purpurea que impregnaba cada sustancia donde se escurría su malsana luminosidad. Contempló una iridiscencia enfermiza que manaba de los árboles, como si sus raíces chuparan un veneno estéril que provenía de un planeta enfermo y nauseabundo. Estas plantas extrañas se retorcían como reptiles decapitados, en una letanía grotesca y vomitiva. El suelo enlodado y lúgubre era tapizado por excrecencias fungosas; tentadoras y cretinas. Las raíces brotaban como gusanos pálidos, las ramas retorcidas, el musgo infectivo y las enredaderas tubulares... conferían a aquel paisaje un sentimiento venenoso y repulsivo, como si un malestar supurante quisiera devorar cada organismo viviente... Durante largo rato de caminata, presenciaron la infestación de aquella plaga fosforescente y triste que carcomía el reino vegetal; porque el reino animal se había extinto hace mucho.
Andrea llevaba un collar de cascabeles de serpiente para ahuyentar a los malos espíritus que encarnaban sombras desfiguradas, desdibujadas en las tinieblas desde hace eones... Nelson apartaba la mirada y escudriñaba en silencio las apariciones nebulosas que flotaban como sudarios grisáceos, y miasmas vaporosos. Se respiraba un aire mefítico y viciado, y a través de las ramas muertas y silbantes, el clamor de un ulular distante infundió un pletórico terror ante las siluetas desdibujadas que huían de sus visiones periféricas. El rumor monocorde de un órgano grave resonaba con crápula, en aquel borde infinito bajo el velo de los sueños...
—¿Este es el infierno? —Lucía Arciniega tembló...
—Es un Purgatorio—Andrea Túnez se volvió con un tintineo de cascabeles—. Es una construcción inconsciente... como fueron los dioses alguna vez en sus panteones olvidados. Los libros malditos que mi padre resguarda bajo llave hablan de la Conjunción de Mentes, y su influencia en el plano metafísico. Los sueños, pesadillas y ensoñaciones... conforman un cauce de energía impensable. Nos regimos en un Universo de leyes energéticas y vibratorias. Con suficiente energía... se forman soles, planetas, vidas y almas. Los estudiosos de la magia negra han elaborado rituales morbosos e inenarrables que describen la apertura a portales de locura habitados por monstruosidades indescriptibles, que solo yacen allende las puertas de las pesadillas más tétricas de la Humanidad...
—No estoy entendiendo—Nelson los miró de soslayo con el cabello erizado—. ¿Qué significan estas montañas escabrosas y cumbres titánicas que adulteran el paisaje? Los árboles son infestados de plagas indescriptibles, y he olido una fetidez tan pútrida que los haría doblarse y vomitar...
—Esta es la Humanidad—sonrió Sam, lobuno—. Flotamos en el inconsciente de la Humanidad... En su fuero interno de estupidez y manía impropia. La decrepitud y decadencia de este inhóspito bosque es solo una mascarada de su aborrecible ser. Los esqueletos renegridos asoman del lodazal, y las ramas oscilan como dedos mórbidos.
—Matías Juárez escribió sobre un Círculo de Transición—respondió Andrea, bordeando un conjunto de árboles envueltos en espesas telarañas blancuzcas—. Una frontera liminal, habitada por las encarnaciones desfiguradas de las pesadillas en prados inquietantes, montañas silenciosas y bosques infestados de anormales plagas. El soñador describió sus viajes como un descenso a los recónditos precipicios de la mente, más allá de la falsa moralidad y el primitivo desenfreno... Más allá de esta laberíntica arboleda deben encontrarse las mesetas vastas y desoladas, donde alguna vez se irguieron cosmópolis pretéritas, deshuesadas y enterradas, habitadas por los Innombrables.
Sam se adelantó para caminar junto a Andrea por un camino serpenteante sobre un desfiladero.
—¿Tu padre tiene el Diario de Matías Juárez?
—Mi padre es amigo del autor—dijo, vanagloriándose—. Es guayanés, y está como una cabra desde hace años... Lo internaron en el Psiquiátrico Bolivariano de Ciudad Zamora cuando, tras insidiosos intentos de suicidio y desmedido abuso de narcóticos para evitar dormir... fue apresado en el manicomio.
—¿Enloqueció?
—¿Qué descubrió? —Los ojos de Andrea esgrimieron ascuas—. ¿Qué se esconde detrás de los ojos? ¿Y es tan aterrador como para arrancarse los propios? El metomentodo llegó demasiado lejos en su ingenua exploración del mundo onírico, y pagó las consecuencias con su cordura... Más allá de las fronteras de lo creíble, se encuentra una presa de locura abismal que nos arrebata piadosamente de secretos cósmicos, que es prudente sepultar bajo puertas innominables.
Llegaron a un claro iluminado por dos lunas gibosas. Dos planchas negruzcas de piedra inmemorial se elevaban de la tierra como una vetusta Puerta de Piedra, derruida y destrozada por los embates de una furia sin precedentes. El hallazgo era desconcertante, y en su relieve adocenado se detallaban erosionados talles de constelaciones irregulares, planetas y lunas en sus distintas fases. Un palimpsesto era ilegible en su carcomida proporción, y notaron que aquellas puertas rotas eran una obra mucho más antigua que cualquier civilización ideada... La arquitectura no euclidiana le otorgaba un aspecto bizarro y desproporcionado, inconveniente desde distintos puntos de observación... y era tibia como un cadáver fresco. Pensó que aquella Puerta de Piedra fue dejada allí por precursores de la ciencia, los Primordiales del Universo... La primera raza sapiente que se atrevió a explorar los Misterios Mayores y Menores de la entretejida esfera de materia.
A través de los árboles fosforescentes vislumbraron dos siluetas altas y escarlatas, que se acercaron al portal pétreo... Poseían cabezas abominables y desproporcionadas, y sus vestiduras rojizas les daba el aspecto de fantasmas sangrientos. Olían a salitre y muerte: a un abismo de salmuera en el lecho del océano. Los jóvenes se escondieron detrás de los árboles espectrales y descubrieron el fulgor solar del oro en los yelmos fantásticos que cubrían sus cabezas. El Moloch poseía largos cuernos retorcidos y era más alto y huesudo; el Chacal era fiero y su pestilencia a tinta podrida llegaba flotando como un miasma; y el Ruiseñor se movía, flotando aparentemente, como una aparición del príncipe infernal. Las tres sombrías presencias desaparecieron en el interior de la Puerta de Piedra, abierta como un lupanar de horror... esfumándose en un parpadeo.
Antes de poder cavilar sobre lo avistado, el silbido deshilvanado les congeló la sangre en las venas. Las sombras saltaron y se retorcieron con la conjunción de un horror indescriptible y vaporoso, una perversidad malsana que los sometió con una oleada de terror... La sombra altiva se elevó del suelo como una presencia brumosa de oscuridad perpetúa, y sus aullidos cadavéricos fueron una invocación de tinieblas. Sam sostuvo en vilo la vasija de turmalina con los Sigilos del Triángulo de Salomón... soltando un juramento. Nelson saltó atrás con el rostro pálido y Andrea se anticipó al cúmulo de nubes negras con el pequeño martillo en la mano.
El espectro era inmenso, formado por una negrura tangible que vibraba y se retorcía, llorando... El pequeño martillo que levantaba Andrea era una réplica del amuleto vikingo que simbolizaba el carácter y la fuerza de Thor; lo levantaba con convicción e ímpetu, y consiguió encarar al cúmulo de horror que se elevaba de una fosa innominable. Sam depositó la vasija a los pies de la bruja, y soltó las clavijas de la tapa. Andrea pronunció un murmullo, y su voz se arremolinó en un vendaval de palabras indescriptibles que evocaban un poder superior... en un lenguaje que daba interpretación al eco de ciudades babilónicas y canteras pobladas de huesos carbonizados. El espectro de humo azabache rugió como un trueno, y se descompuso en una vorágine de silbidos y murmullos inteligibles.
—Niña caprichosa—Diana Blanco hizo su aparición en medio del caos; obesa y de rostro severo, con camisa de flores, falda larga y sombrero de ala ancha. Señaló con el dedo a Andrea—. ¡¿Quién te crees que eres?! ¡Mísera criada! ¡Nunca serás parte de la familia! ¡Siempre te veremos como una sobrante!
Sam se acuclilló para aferrar la vasija con las manos.
—¡Andrea!
La chica retrocedió de sopetón ante el ademán violento de la señora Diana, propicia a abofetearla. Sam saltó atrás ante una embestida de zarcillos negros, viendo caer el talismán de la mano de Andrea, y ser envuelta fugazmente en un saco de cuero curtido unido por costuras toscas. La morena desapareció con un parpadeo al ser arrebatada por un horror que la descompensaba... Sam dio un par de pasos, sin pensar, hacía la abuela de Donna con la vasija en alto.
—¡Creo en un solo Dios, Padre to­do­poderoso! —Comenzó a decir con la lengua tensa y los músculos agarrotados—. ¡Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible!
—¿Eres un buen chico, verdad? —Elena le sonrió, maliciosa, y entornó sus ojos. Iba completamente desnuda, con la piel lechosa reluciente y el vello de la entrepierna subiendo por su ombligo como una cascada oscura. Extendió las manos de uñas largas, y el cabello violáceo voló ante sus hombros con el azote de un viento feérico. Samuel ni se inmutó con la vasija firmemente aferrada—. ¡Pequeño, petirrojo! Acabaste muy rápido, eres pésimo para el sexo.
—¡Creo en un solo Señor, Jesucristo! —Cerró los ojos ante el ardor que lo golpeó en el pecho, y lo aguijoneó con tenazas. Se avergonzó frente a sus compañeros—. ¡Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios... Luz de Luz, Dios verdadero... engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre!
—¿Te enamoraste de mi hermanita? —Elena fingió un puchero, y río... sardónica. Sus senos se agitaron—. ¡Donna te mintió! ¡¿Por qué estaría con un bicho raro como tú?! ¡Ni siquiera sabes si eres humano! ¡Pudiste haber sido creado en un laboratorio como homúnculo! ¡No eres especial! ¡Le encargamos a Donna sacarte crías como una perra!
—¡Cállate! —Sam tosió y la boca le supo a herrumbre. Su nariz comenzó a sangrar y los ojos le ardieron... Un frío enfermizo asedió la fisionomía de su cuerpo—. ¡Por quien todo fue hecho! ¡Que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación... bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo... se encarnó de María, la Virgen, y se hizo... hombre!
—Donna no te ama, y nunca lo hará—Elena rompió en estruendosas carcajadas, y aplaudió, contoneando sus caderas anchas—. ¡Al igual que María, solo te utiliza! ¡Los hombres no tienen ningún valor en este mundo! ¡Este mundo le pertenece a las mujeres, y ustedes son nuestros esclavos! ¡Tu madre te abandonó porque tu padre era un inútil aburrido! ¡Mejor dicho, puede que no tengas madre vivípara, y... fueras sacado de una incubadora! ¡O se fue con otro hombre que sí deseaba! ¡Nunca te van a amar! ¡Eres un bicho raro que nunca conocerá el amor!
Sam dejó caer la vasija, arrebatado por la rabia, y le hundió un golpe en la cara a Elena.
—¡Mentirosa!
Elena se disolvió como un espectro, y estalló en una nube negra de polvo vidrioso. Sam tragó aquella nube, con un sorbo de fuego y cayó por un precipicio inmaterial a un vacío insonoro de oscuridad... Un silbido agudo perforó sus tímpanos, y una risa rasposa lo atravesó de cuajo antes de caer en la inconsciencia. La risa maliciosa de Elena lo atormentó... Y concluyó que la verdadera cara de las personas es mucho más aterradora que los monstruos y los demonios.
—¡Nelson! —Lucía pareció crecer, e hincharse con los ojos dilatados—. ¡Toma esa puta vasija y deja de temblar!
Nelson obedeció, y la chica encaró al ser que transmutó de Elena a la nube refulgente... Una figura mefistofélica, encorvada, blancuzca y raquítica clavó su rostro desnudo en Lucía, y se hinchó, desfigurado... convirtiéndose en un hombre alto y musculoso como un toro, desnudo de la cintura para arriba y descalzo. Era rubio, guapo y de ojos aguamarina... apestaba al veneno de las frutas agrias. Una cicatriz horrenda y rosácea cruzaba los músculos de su hombro derecho con marcas de dentellada. Los tendones y las venas de sus brazos y cuello delataban un poder prominente... Parecía una estatua de piedra, cuyos músculos eran torneados por uniones de cables de acero.
—¿Lucía? —Dijo con voz grave, y una sonrisa lobuna. Sus ojos oliváceos portaban llamas cáusticas de fuego salvaje—. ¿Me tienes miedo?
Había visto aquel rostro cincelado en fotografías familiares, pero se veía más alto y musculoso. Las garras oscuras brotaron de sus dedos con un despliegue de corrosivo veneno... Lucía Arciniega retrocedió, con los ojos como platos.
—Joel...
Nelson frunció sus espesas cejas, el hedor a veneno era insoportable.
—¿El tío Joel Arciniega?
—Joel no es nuestro tío—Lucía apretó los puños, con los ojos negros impregnados de un fulgor amarillento—. Es una aberración...
El espectro que se hacía pasar por Joel Arciniega se apartó el pelo dorado de la frente y les sonrió, inmaculado. Para ser un Arciniega... era blanco y bien parecido.
—¿Ese es el hijo de Andrés?
—¿Andrés? —Nelson sintió la lengua pegada al paladar—. ¿Mi papá?
—¿No le han contado la verdad?
Lucía saltó, reuniendo todo el valor que tenía en su interior, y se convirtió en una bestia grisácea de ojos amarillos con rasgos lobunos y zarpas felinas. Joel recibió la embestida mostrando su cuello, y las fauces cerraron sus colmillos sobre la piel del hombre... desgarrando sus arterias. La sangre manó como un caudal negro. Vio al rubio clavar las garras de sus manos encrespadas en el lomo de Lucía, y levantarla haciendo acopio de la potencia sobrenatural en los músculos de sus piernas y brazos... Le dio un revolcón al cuadrúpedo y lo lanzó a la enramada cercana con una fuerza colosal. La bestia que era su prima aterrizó infructuosamente con un reguero de ramas rotas...
—Recuerdo que cuando eras niña—Joel se enderezó la cabeza, unida por músculos y tendones a su cuello desgarrado... y las heridas se cerraron sin dejar cicatriz—. Viste mi transformación y orinaste tus pantalones.
Lucía se acercó... al acecho, con las fauces rezumantes de espumarajos y el lomo gris erizado. A Nelson se le resbaló la jarra de las manos cuando Joel reveló su verdadera forma: un descenso evolutivo y prehistórico a una bestia a medio camino entre un oso y un león. Su espeso pelaje albino resplandecía, impoluto, y sus ojos verdes eran esferas de fuego... Las fauces colmilludas manaban saliva venenosa y una lengua bífida y cerúlea recorrió la hendidura de su boca. El tupido lomo denotaba un torso alargado de potentes extremidades y una cola espesa y peluda. Apestaba a cianuro y ácidos disolventes... Un estremecimiento indescriptible le recorrió la espina al contemplar la bestia inmensa.
Lucía se encogió, temblando, y de un zarpazo... la bestia albina le abrió una zanja en el pecho, debajo del cuello. Joel rugió con las fauces contraídas, y la bestia grisácea desapareció con un estallido de oscuridad. Un telón cayó sobre Lucía y la arrebató del mundo...
Los ojos de Joel Arciniega resplandecieron como fuegos fatuos. Fuegos de vacío inhumano, habitado por miedo y fragor escrupuloso... Un primitivo instinto de desasosiego e inminencia a una tumba eterna. La bestia blanca abrió una boca purulenta, y esta se expandió a una hendidura negra y circular con la dilatación de sus mandíbulas. Se convirtió en una boca ancha sobre cuatro patas, cuyos colmillos proyectaban un pozo vacío y negro de infinito terror... Vaticinó que aquella entidad era una quimera de exacerbado miedo, pústula de emociones sin refinar que devoraba con glotonería el sentimiento más antiguo jamás concebido en el Cosmos. Una crápula que digería las perturbaciones de la mente...
Nelson parpadeó, y ante él apareció Raquel con los labios pintados de rojo oscuro y un vestido provocativo. Sin pensarlo, saltó en medio de la transformación, el calor extendiéndose por su piel, con las ropas desgarrándose en hilachas, y cerró las mandíbulas en el cuello de la chica... con un crujido de vértebras. Raquel cayó desfallecida con la cabeza torcida en un ángulo horrible...
—Eres horrible—dijo el cadáver con los ojos viscos y la boca hinchada—. Tienes unos brazos llenos de pelo feo... ¡Córtalos! ¡Además, ¿qué chica quiere ser novia de un pobretón! ¡Ni trabajando mil años serás alguien importante!
La entidad que tomaba apariencia de la chica parecía levantarse por hilos invisibles, que compusieron sus extremidades en una postura vertical e inhumana. Con las manos encrespadas se enderezó el cuello triturado, y los crujidos emitidos fueron húmedos... Raquel lo señaló con un dedo juzgador.
—¡Acéptalo, eres un perro!
Nelson mostró los colmillos en una mueca salvaje, quería lanzarse y arrancarle el rostro a dentelladas. Cada palabra lo lastimaba, bajando por su garganta como un líquido hirviendo... Un sofoco ardiente en su pecho. Temblaba, rabioso, pero aquella ira reprimida se confundía con el miedo... Por un segundo vislumbró el rostro pacífico de su abuelo William, y suspiró.
—Lo sé—Nelson dejó escapar el aliento de sus pulmones adoloridos y se encogió—. Nunca seré como los demás. Nunca podré encajar en un grupo de amigos o... tener una novia—volvió a su forma humana, con la camisa y los pantalones desgarrados—. Eso no es para mí...
Raquel se cruzó de brazos, nerviosa.
—Una mujer de verdad nunca estaría con un infante.
—Lo sé, y me perdono por engañarme—dijo. Las lágrimas asomaron por sus ojos, melancólico—. Fue un error enamorarme de ti, pero mayor equivocación... fue creer que tú podrías amarme de la misma forma.
Raquel dio un paso atrás, asustada.
—¿Qué significa eso?
—Me voy a quedar solo—sonrió, y las lagrimas bajaron por sus mejillas con un hilo de voz—. Gracias por todos los momentos que pasamos juntos, primer amor, te llevas mi corazón con ellos...
Nelson pateó la vasija a los pies de Raquel, y la chica se hinchó en una nube negra... Fue como si un remolino fuese engullido por una botella. Un silbido profundo mezclado con un grito indescriptible llegó desde el hueco de la vasija, y antes que pudiera replicar, Nelson selló el contenido. Los tres aprisionados aparecieron a su alrededor, entumecidos y somnolientos. Lucía vomitó y Andrea se echó a reír...
Sam se arrastró donde Nelson, con el rostro demacrado.
—Estuve cayendo por un abismo durante una hora.
—Creo que deberíamos enterrar esto.
—¿Cómo lo hiciste? —El pelirrojo frunció el ceño—. ¿Cómo venciste el Terror?
—La única forma de enfrentar nuestro miedo es aceptarlo, solo así... podremos dar el primer paso para vencerlo.

Sol de MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora