IV.
Yo sé que te vas
Tienes que marchar
No sé mi amor, si volverás
Perdóname si estoy llorandoEs que presiento mi soledad
¡Se entristece mi vida porque eres mi felicidad!
Piénsame, dónde tú estés...¡Pasarán los días y las noches!
¡Y en mi alcoba frente a tu retrato!
¡Yo rezaré por ti!
¡Porque te vaya bien, y seas feliz!Nelson los ayudó a subir el muro que resguardaba la Finca del Chaure, y luego él saltó y se abalanzó sobre la cima. Sam y Finch cayeron al otro lado con los uniformes cubiertos de sudor y arañazos por las resistencias de la foresta en su huida. Había caído la noche, más negra que nunca, y se movían en la oscuridad como espectros pusilánimes. Los edificios de la hacienda se alzaban en la penumbra como gigantes huesudos e inmóviles, rodeados por árboles espinosos y caminos sinuosos. Una gigantesca hoguera chisporroteaba en la cima del mirador que dominaba el terreno como un incendio, y el humo subió en espesos jirones negros... Las bodegas y los establos exhumaban un vaporoso silencio. La única luz artificial provenía de la amplia casona, presidida por cabañas y corrales.
Un batir de alas los enervó, y una desbandada de pájaros negros revoloteó sobre las cabañas que los rodeaban, con graznidos horripilantes grotescamente parecidos a carcajadas. Aquel estremecimiento de plumas negras se convirtió en sopor, y contemplaron, petrificados, a aquellas criaturas bituminosas con tres pares de alas y los picos mutilados por la protuberancia de numerosos ojos carmesíes. Se posaron en las techumbres de palmas, y rompieron en carcajadas estruendosas. Una figura alta les cerró el paso desde el final de aquel camino, con cada zancada... creció hasta convertirse en un gigante del grueso de un roble que esgrimía un hacha herrumbrosa. Su figura era difusa, translúcida y siniestra...
Los pájaros monstruosos batieron las alas y graznaron con voces discordantes y lejanas. Y atravesando la aparición, el mago de rostro negro y túnica del mismo color se apeó frente al espectro gigantesco. Los collares refulgían en su cuello, y la máscara de cuero mostraba únicamente sus ojos tenebrosos. Su olor a carbón era altivo... Belial les cerró el paso con su séquito de espíritus.
—¡Belial! —Samuel apretó los puños. Era flanqueado por Nelson y Finch, pero se sentía indefenso ante el tribunal que representaba aquel conjurador—. ¡Tenemos que detener esto! ¡Se equivocan! ¡Destruirán a la humanidad! ¡El Demonio del Meridiano no es un ser benévolo y todopoderoso!
—¡Traerán la miseria al mundo—Nelson se irguió—. ¡El Alimento Sagrado no saciará su gula! ¡Querrá apoderarse de ustedes!
Finch levantó su revólver al cielo.
—¡Hay que detener esta guerra!
Belial levantó un dedo, y lo agitó. Parecía una forma del averno, un ser tiznado de tinieblas que era resguardado por un gigantesco alfil y una cohorte de pájaros malvados. Del suelo brotaron charcos mefíticos, y del vapor se elevaron endriagos viscosos parecidos a tritones atrofiados. Los pájaros volaron en círculos, y se convirtieron en brujos oscuros al descender del aire. Una veintena de brujos encapuchados se alzó como sombras malignas. Un ejército heterogéneo y numeroso selló el camino a la casona, de la que sobresalía un rayo de luz mortecina.
Belial habló con su voz espectral y grave, como si su garganta resonará en toda la Finca del Chaure.
—Cuando se inicia y desencadena una guerra... lo importante no es tener la razón, sino conseguir la victoria.
—¡Has sacrificado personas para doblegar estos espíritus! —Finch apretó los dientes—. ¡Mataste incluso a tus colegas!
Sam dio un paso, con las piernas temblorosas.
—Muchachos—levantó los puños, aún sabiendo que los superaban cien a uno—. ¿Me permiten el honor de morir junto a ustedes?
Finch recargó las balas de su arma, algunas balas se le escaparon por el nerviosismo de sus dedos. Solo tenía seis disparos, y los brujos y espíritus que cerraban el paso eran una multitud de al menos un centenar de formas.
—¡Yo moriré primero!
—Esto es ridículo—Nelson sonrió, pálido, y levantó sus puños—. Pelearemos como nunca, y perderemos como siempre.
Los Canaimas del ejército chillaron, estremeciéndose, y Belial aplaudió una vez para que estos se organizarán en una formación de tres hileras. El Hachero, espíritu doblegado por su magia, levantó su arma, como una figura espectral de cuatro metros de altura con un garrote descomunal y un rostro difuso. El gigantes dio un paso, y fue como una montaña al moverse... Las dos decenas de brujos con sotanas y capuchas negras portaban machetes, látigos y cuchillos.
—Esta noche moriremos peleando por la humanidad—Sam apretó los músculos de las piernas, armándose de valor. Abriendo y cerrando los dedos de sus manos temblorosas—. Nos olvidarán al amanecer, cuando el mundo caiga en una era de oscuridad durante cien mil días de tinieblas. Yo nunca olvidaré esta hora, ni en mis próximas vidas y los años venideros cuando las ciudades sean inundadas por montañas de huesos. Siempre quise tener amigos, gracias chicos. Espero que podamos vernos de nuevo, en algún lugar lejos de aquí...
Eso hizo sonreír a Finch, pálido de terror...
—Mientras las sustancias de nuestras almas inmortales... sigan reencarnando en el ciclo ininterrumpido de la sinfonía de los espíritus. Existe la posibilidad de que volvamos a encontrarnos.
Nelson sonrió a su vez, temblando de miedo. Intentando desabrocharse la camisa celeste y los pantalones azul marino... quedando únicamente en ropa interior.
—No sabía que eras poeta.
Finch se encogió de hombros.
Los tres se tensaron, dispuestos a lanzarse contra el ejército con solo sus puños y vestidos con uniformes escolares color celeste. Sam contuvo la respiración, todo su cuerpo dudaba... menos su mente. No retrocedería. Gritó a todo pulmón, y se lanzó a la carrera, Nelson lo siguió convirtiéndose en una masa de pelaje pardo y colmillos que trotaba a gran velocidad... Finchester corrió detrás de ellos con la pistola en alto y un grito en los labios. La primera fila se abalanzó y Sam saltó con una patada al primer ser viscoso que alcanzó con el pie... Nelson embistió un grupo de tritones diminutos, y con sus mandíbulas arrojó por las aires a varios, dando furibundos zarpazos como una bestia enloquecida, vestida de harapos.
Sam alcanzó a un Canaima en la cabeza con una patada lateral, y giró descargando golpes y recibiendo arañazos en los brazos. Las piedras le llovían, y escuchaba los disparos de la pistola... En un momento, se vio rodeado por incontables seres grisáceos creyéndose acribillado, sin importar cuántos golpes repartiera con los nudillos ensangrentados. Los linces saltaron como formas oscuras, pardas y amarillentas... y sintió agitarse el mundo a su alrededor con una lluvia de piedras. Los seres viscosos caían muertos con la cabeza abollada, y los linces saltaban por los tejados para lanzarse a los brujos y desgarrarles la garganta.
El Hachero se acercó a la carrera blandiendo su pesada hacha como un mandoble, y el Chivato saltó de un tejado, embistiendo al espectro de lado y proyectándolo a una cabaña con un destrozo y una explosión de astillas. Los brujos chasqueaban sus látigos y atacaban con los machetes a las bestias... Aquella familia de linces salvajes llegó junto a un perro muy grande de lomo manchado y rostro lóbrego.
Una gata blanca montaba el lomo del perro.
—¡Samuel! —Reconoció la voz de Donna Blanco.
Sam se masajeó el golpe de una piedra en su cabeza, y notó la humedad de la sangre. En el fragor de la batalla, los linces hacían retroceder a los brujos... pero estos presentaban una audaz resistencia. El Chivato sometía al Hachero, y de vez en cuando se escuchaba el golpe seco del hacha y un destrozo de madera.
—Donna...
—¡Juntamos a los Gonzalez y decidimos ayudarte a vencer al Culto de Meridiano!
—¡Gracias!
—¡Samuel! —El perro de pelaje oscuro era Lucía Arciniega. Tenía ojos brillosos como la miel—. ¡Andrea intentó impedir que el Presidente viniera, pero.... este entró solo a la casona al atardecer y se está enfrentando contra el líder del culto!
—¡¿El Presidente está aquí?!
—¡Debe estar en grave peligro!
—¡Retrocedan! —Gritó un lince color arena con voz ronca.
El pandemonio se intensificó con la lluvia de escombros de parte de los seres viscosos, y la presencia imponente de un espectro lobuno y negro, que retorcía entre sus fauces el cuerpo convulsivo de un lince rojizo... Los linces variopintos lo rodeaban con los morros amenazantes, y se lanzaban para hincar dentelladas en la masa negra de aquel Cadejo infernal. Los ojos rojos del espectro centelleaban como lunas sangrientas... Los brujos del culto lanzaron latigazos a los lomos de los Gonzalez.
La gata blanca saltó a sus hombros, y Lucía trotó a gran velocidad para embestir al Cadejo Negro, que la superaba en tamaño. El lobizon pardo que era Nelson, saltó junto a ella y cerró los colmillos en la cola del espectro... El perro manchado se lanzó sobre el lomo, y los tres caninos—uno de ellos semicorpóreo—, rodaron por el suelo en una tormenta de pelaje, arañazos, ladridos y dentelladas.
Los linces retrocedieron con los lomos erizados, y retomaron su ataque a los brujos y los espíritus acuáticos. Sam se adelantó para unirse a la batalla ante la protesta de Donna, y una de las cabañas cercanas se descompuso en una lluvia de astillas. El Chivato estaba recibiendo una paliza, y sangraba por varias heridas profundas... Vio al Hachero clavar su inmensa arma herrumbrosa en aquella masa de escombros donde yacía Omar, y escuchó un gimoteo ahogado ante el sonido del hacha cortando la carne y rompiendo huesos.
Omar aferró el hacha incrustada en su pecho y se abalanzó al Hachero de una embestida. Ambos cuerpos diferían, el fornido espíritu era un verdadero gigante y sus fuerzas parecían inagotables... mientras que el Chivato sangraba y era más pequeño y raquítico. El Cadejo mantenía aferrado con los colmillos el hombro de Nelson—que perdió su transformación y sangraba a borbotones—, y el lobizon manchado montado sobre su lomo le arrancaba trozos de oscuridad con los dientes. Nelson realizó una llave con los brazos alrededor del robusto cuello de la bestia fantasmal, gritando y ahogándose en sangre, y presionó con todas sus fuerzas. Los músculos de sus brazos se tensaron como fuelles.
—¡Finch! —Llamó el pelirrojo.
El joven se había desmayado por una pedrada en la cabeza, y se despertó cuando Sam lo zarandeó.
—¿Estamos muertos?
—Aún no—le sonrió Sam, y le apartó el pelo de la frente ensangrentada—. ¡Voy a ir con el Presidente dentro de la Casona!
—¿Y qué hago yo?
Donna habló por él con voz aguda.
—¡Quédate acá y pelea junto a los Gonzalez hasta que consigamos anular la magia del dominio que mantiene doblegados a los espíritus!
Finch asintió, tomó un pedazo de madera alargado y se lanzó detrás de los linces para empalar a los espíritus acuáticos que proliferaban como alimañas. Los brujos comenzaban a volar convertidos en pájaros, y se lanzaban a los linces con graznidos. Sam echó a correr en medio de la batalla, sintió como le llovieron piedras y escombros: el pelo se le llenó de astillas y piedritas, la boca le supo a tierra y saltó sobre un brujo para derribarlo. Cayó rodando, bañado en sudor, y pasó junto a Nelson que mantenía preso al Cadejo mientras su prima tiraba de las patas del fantasma. Corrió a toda velocidad por el campo de batalla. Los brujos lo rodearon y un látigo le hirió en el hombro sintiendo un mordisco caliente. Los linces saltaron enseñando los colmillos.
—¡Corre, Samuel Wesen! —Le dijo uno de los linces: el de una cicatriz bajo un ojo—. ¡Te abriremos camino!
Sam asintió, y echó a correr con las garras de Donna clavadas en su espalda. Los linces saltaban sobre los brujos que se le aproximaban, siendo heridos por machetazos y látigos. Corrió como nunca, como si sus piernas fuesen de cables de acero... y Belial se impuso ante él como una figura mefistofélica. El pelirrojo levantó una mano, y un pulso inconsciente se desprendió de sus dedos... El hombre de negro retrocedió, empujado por manos invisibles, y Sam evitó su presa saltando a un lado y apresurándose por la escalera que conducía a la casona. Al llegar al segundo escalón, un golpe sordo lo alcanzó en la frente, y vio la figura de un hombre alto languidecer ante su miríada.
Cayó sobre las escaleras y Donna saltó con un ciseo viperino... El mundo dio vueltas en un doloroso caleidoscopio de luces y puntos negros. No se desmayó por convicción, y por el grito de Donna al ser atrapada por las manos amoratadas de aquel hombre pálido. Intentó levantarse tras haber rodado por las escaleras al suelo de tierra, incorporándose con las piernas y la espalda entumecida. Su nariz sangraba...
—¿Marcus?
Sam entornó los ojos para contemplar a un Marcus vestido con túnica negra, con la piel del rostro floja y lechosa, y los ojos vidriosos. No respiraba, y todas sus funciones corporales se habían detenido. Era un cadáver reanimado con nigromancia...
La gata blanca se retorcía en sus manos.
—¡Marcus!
—Marcus era un joven extravagante e inteligente—Belial se acercó a ellos—. Pero, se negaba a creer que el mundo era mucho más que la humanidad. Para poder continuar subsistiendo como un parásito dentro del universo, el hombre necesita consagrarse a la tarea de negar su propia naturaleza íntima—se quitó la máscara de cuero, y reveló el rostro cansado y arrugado del oficial policial Guillermo—. Los defectuosos y tontos se reproducen más rápido que los inteligentes y sobresalientes, y temo el día que pueblen el mundo con su presencia insignificante.
Sam intentó incorporarse, y cayó mareado sobre las rodillas. Los linces sostenían una fiera batalla, pero eran rebasados en números... y más allá, el Chivato era destrozado por los puños del Hachero.
—¿Qué significa todo esto? —Sam se incorporó sobre una rodilla, y con esfuerzo sobrehumano consiguió levantarse—. ¿Qué justifica tanta muerte y dolor?
—A mí no me corresponde explicar el ciclo de la humanidad... Si vives dentro de tu propia convicción, nunca conocerás lo que es el verdadero significado de ser humano.
—Tengo que verlo...
—Te dejaré hablar con él, si logras derribar a Marcus...
Sam apretó las muelas, conteniendo el dolor que se concentraba en todo su cuerpo. Fugazmente, imaginó el flujo de energía en sus vías sanguíneas con un hormigueo. Tuvo un momento de reflexión, y extendió su mano con un escalofrío. El calor abandonó su brazo al desprenderse una incandescencia rojiza que bañó el pecho del cadáver con un estallido plasmático... Aquella quintaesencia refulgió con chispazos carmesíes. Lo único que quedó de Marcus tras la explosión energética, fueron sus miembros cercenados y una masa ennegrecida. La gata blanca saltó, chillando.
Sam respiró aquel aroma a carne chamuscada y canela en brasas. Subió un escalón y luego otro... caminando sobre los restos calcinados del cadáver reducido. Dirigiéndose hacía la casona infernal para enfrentarse contra el verdadero rostro de Montenegro.

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Sol de Medianoche
Teen Fiction«En Montenegro hierve un caldero de oscuridad, es un pueblo gobernado por la superstición y la incertidumbre... Se situa al pie de una montaña embrujada, y por el corren ríos de magia, de historias, de bestias salvajes que se esconden entre los homb...