II.

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II.
—¿Irías a la guerra?
—La única forma que vaya sería por una invasión extraterrestre—Finch se llevó las manos a la cabeza y estiró los mechones negros de su cabellera desgreñada—. Esta patria no ha hecho mucho por mí... como para malgastar mi vida muriendo por ella.
—Es una disputa territorial de nuestro país—Nelson era moreno y chaparro, de brazos nervudos y cabello liso. Los Arciniega eran mestizos de los indígenas de la región, y en su sangre latían los recuerdos de la tierra—. Nos llamarán a la guerra, y alimentaremos a los carroñeros.
Ambos jóvenes parecían espectros crepusculares bajo un cielo encapotado teñido de violeta y carmesí, impregnando los árboles huesudos con un fulgor claroscuro de ramas voluptuosas. Existía cierta belleza en la ausencia de matices, que distendida de cada enramada, daba un porte blanquecino y opaco a los árboles centinelas y las casuchas abandonadas de láminas herrumbrosas que pululaban en las callejuelas lúgubres y los callejones desolados de aquel barrio abandonado. Los Arrabales eran un populacho de calles agrietadas que se erguían al oeste del Malecón, siguiendo el cauce del río Yaracuy hasta perderse en la distante cadena montañosa que describía un paisaje agreste poblado por secretos ulteriores a la conciencia de los hombres.
Ambos jóvenes, uno pálido y el otro moreno; parecían flotar como fantasmas en medio de aquel holocausto de abandono y languidez. Los árboles intrusos se abrían paso por la acera rompiendo el pavimento, y las casas, alguna vez gloriosas, eran madrigueras de espíritus y chacales malévolos. Vagaban en un desierto de arena grisácea, atestado de torreones semienterrados tras eras funestas...
—¿No has visto cómo somos? —Sonrió Finch con malicia—. Haríamos el ridículo en nuestra primera misión como batallón: peso cuarenta y cinco kilos y sabes que no puedo salir cuando hay mucho viento, imagina lo que pesa un fusil en comparación conmigo; y tú—el flaco se frotó las manos ante un latigazo de frío—... eres demasiado enano.
—Entro en cualquier agujero.
—Y peludo—Finch entornó los ojos—. Te puedes camuflar como un mono.
—No creo que pases la prueba toxicológica—Nelson sonrió, con sus labios morados en una mueca lobuna—. Tienes más alcohol y porquería que sangre en las venas.
—Sabes que mi cuerpo no puede funcionar sin sustancias tóxicas.
—¿Crees que el coronel te dejará esnifar una línea de polvo antes de disparar una ametralladora?
Finch se encogió de hombros, risueño.
—La vida es una sola.
Los dos jóvenes rompieron en carcajadas y llegaron a la casona al fondo del barrio marginal. Saltaron el muro anciano plagado de enredaderas, a través de un enrejado oxidado que se tambaleaba con los embates del clima. Al traspasar la barrera sintieron el sopor que invadía aquel solariego esteril... en cuyo paisaje yermo se alzaban esqueletos de arboles podridos y esculturas desvencijadas sobre fuentes marchitas. La casona era un complejo edificio de fachada tosca y tejas grises, ventanas rotas y puertas astilladas. El balcón desde el que se dominaba la construcción parecía un patíbulo romano, y las torres jónicas que elevaban la estructura asemejaban fémures cadavéricos. Se accedía a la entrada por un escalones de mármol, que conducían a un corredor flanqueado por esculturas venusinas... y el aire respirado en aquel terreno provocaba aversión, como un perentorio de horrores incognoscibles.
—Este barrio iba a convertirse en la joya de Montenegro—Finch extrajo un cigarrillo del paquete en su bolsillo y lo encendió con un yesquero—. Una calle digna para los ricachones que frecuentaban Montenegro... Mansiones populosas, restaurantes lujosos y teatros Inmaculados. Durante los años sesenta, la riqueza se ostentaba en vistosos palcos y fiestas fabulosas.
Recortaron el camino empedrado que conducía a la casona, discurriendo por el jardín muerto de estatuas homínidas y fuentes fantásticas. En su esplendor, aquel solariego debió ser digno de reuniones y banquetes... ahora era un festín de fantasmas y gusanos blancuzcos.
—¿Qué es eso? —Finch formó visera con las manos.
—Parece un espantapájaros—Nelson se acercó a su vez—. Huele a paja y trapos viejos...
El sucio muñeco imitaba el tamaño real de un joven flacucho, tumbado en el suelo parecía un cadáver desconyuntado con los miembros de palo extendidos en un rictus doloroso. La paja que rellenaba sus vestimentas le daba el aspecto hinchado de los cuerpos putrefactos... Y el saco añil presentaba rasgaduras. Su cabeza era una media rellena con botones cosidos como ojos... y su columna vertebral debía ser una cruz de palo.
—No me gusta su olor—el moreno arrugó la nariz—. La magia vudú tiene un olor característico a cuero viejo y perfumes lacrimosos...
—Los Alvarez no eran brujos—Finchester aspiró el cigarrillo hasta que sus pulmones estuvieron llenos de humo nacarado—. Eran dueños de negocios fructíferos... y se asentaron en Montenegro para huir de la agitación de las grandes ciudades. Construyeron esta mansión para sus herederos, sin saber del terror que les acechaba. El accidente es parecido al de Clara Arciniega hace cien años, en Chivacoa.
Nelson Arciniega frunció sus espesas cejas al escuchar el apellido.
—La matanza de los Alvarez—el moreno se adelantó al jardín trasero de la casona, rodeado por un alto muro empedrado que bloqueaba la abrupta depresión boscosa que cedía terreno a los dominios de la naturaleza—. Hace sesenta años... que la casona está abandonada y el barrio ha caído en el más deprimente suplicio. El terror ha horadado profundamente en los antiguos habitantes de estas calles, y... hasta los espíritus temen su proximidad a estas tierras malditas.
El epicentro del jardín era un robusto árbol tan negro como el carbón. Las ramas grotescas se alzaban a lo alto del cielo en postura de clemencia, y sus raíces tentaculares succionaban los venenos de una tierra agonizante. Aquel grueso tronco se retorcía subrepticiamente como un ser moribundo, y el ulular del viento feérico a través de sus ramas tubulares desprendía agudos estertores. Las arrugas del árbol eran tan ancianas como la sangre que nutrió sus retoños impuros, y la negrura de su constitución... inexplicable.
—María Dolores era una joven viuda que se comprometió con el señor Alvarez—Finch arrojó la colilla consumida y se metió las manos en los bolsillos del abrigo—. Una joven muy hermosa de procedencia misteriosa, piel blanquita, cabello rizado y labios seductores. Los rumores cuentan que provenía de Ciudad Zamora o de alguna provincia lejana... puesto que la belleza que irradiaban sus ojos verdes y brillantes como el sol, no eran conocidos en estas tierras.
»Dolores había enviudado a los veinte años, tras la repentina y trágica enfermedad que consumió rápidamente a su primer marido... reduciéndolo a un esqueleto con piel en cuestión de meses. La esposa heredó una sucesión de rentas enriquecedoras que la engrandecieron... y no tardó en mudarse a Montenegro para disfrutar de la tranquilidad y del misticismo. Se sabía que era frecuenta de los círculos herméticos que imperaban en el pueblo, y que trabó amistades con brujos de negra reputación. Obsesionada con la belleza y la juventud, probó incontables pócimas y rituales... y al cumplir sus treinta primaveras, parecía tan lozana y virginal como una quinceañera.
»Fue en el verano del sesenta cuando se comprometió con uno de sus pretendientes más prominentes: Gabriel Alvarez, heredero de la familia tras el fallecimiento de su padre. Cinco años menor que ella, pero cautivado por la belleza y frugalidad de la aparente doncella... se casó con ella antes del invierno. El matrimonio se instaló en esta casona, en el floreciente Barrio de los Arrabales para formar una familia fructífera. Dolores radiaba de felicidad, y durante un tiempo los oscuros chismorreos de sus aparentes amistades ocultistas... se vieron fuera de lugar en las importantes reuniones de la alta sociedad.
»Con el pasar de los años aquella fugaz felicidad y prosperidad se extinguió lentamente en una perenne amargura. Los criados de la mansión arguyeron que Dolores era incapaz de engendrar hijos, sumado a esto, la vitalidad del esposo se consumía día a día con una desconocida enfermedad que no tardó en aislarlo a sus habitaciones, visitado exclusivamente por los médicos y los mayordomos que le llevaban las comidas. Gabriel Alvarez desfallecía por una razón que mantenía desconcertado a los mejores médicos de la región... Los sirvientes que ocupaban la mansión aspiraban un sudario de terror, puesto que se los veía más pálidos y delgados con el pasar de los meses.
»Pero existió un Brujo llamado Nicolás Curbano, famoso que recorría el país en esos días. El Brujo llegó a Montenegro para consignarse en una peregrinación a la Montaña del Sorte, pero los rumores de aquella peste en la Casona de los Alvarez asolaba el júbilo de las festividades. Fue entonces que este personaje estrafalario se presentó ante los sirvientes, presto a esucuchar los desopilantes relatos de la enfermedad de Gabriel Alvarez y los padecimientos que afligían a los empleados. El Brujo sintió el malestar que se cernía sobre aquel terreno, y quiso encontrarse con Gabriel, pero ante la negativa de Dolores las puertas de la casona Alvarez se cerraron.
»Nicolás mandó a los sirvientes a quemar raíces de mambito en los ornamentos cuando se muestre el primer plenilunio para curar la dolencia de Gabriel Alvarez. Los sirvientes obedecieron el mandato y echaron al fuego en los altares de Santos de Dolores, las raíces tiernas con un espetón de humo blanco y nebuloso. Fue entonces cuando el terror comenzó: la casa se estremeció, las puertas se abrieron y las ventanas estallaron. Los gritos horripilantes de los empleados domésticos llenaron a los Arrabales con un horror desconocido y visceral... Las formas retorcidas que veían manar de la Casona a la medianoche despertaron a todos los vecinos y atrayendo rápidamente al Brujo.
»El lugar era un baño de sangre. Los empleados fueron destripados con rabia ciega, y sus miembros desperdigados por toda la casa confesaron un recital de horrores. Los altares se prendieron fuego, pero este se extinguió rápidamente. Gabriel Alvarez fue encontrado decapitado, y la única hallado con vida fue Dolores... que dormía en el jardín trasero con el vestido teñido de rojo, abrazada a la cabeza de su marido. La mujer había ingerido la sangre de todos los sirvientes en una vorágine de locura vampírica...
»María Dolores fue maldita por el Brujo, y junto al Obispo de Chivacoa la sepultaron en este mismo jardín. El sacerdote mandó a rellenar la boca de la mujer con cemento y amarrar su cadáver con gruesas cadenas. Este árbol negro nació de la maldición, cuyas ramas entretejidas componen una música afligida y sembraron el terror entre los antiguos habitantes de este barrio abandonado. La maldición de Dolores la haría despertar cada treinta años para esparcir la muerte en búsqueda de sangre... Los cadáveres degollados que aparecieron en la Calle Desesperación provocaron el éxodo masivo de los habitantes a las afueras de este sector. Las décadas se sucedieron, y en lo más negro de la noche en las estaciones lluviosas... se escucha el rumiar del vampiro en su sepultura al retorcer sus cadenas oxidadas.
Nelson escudriñó el árbol torcido con sus ojos castaños, repasando las ramas alargadas que se curvaban como garfios. La ausencia de hojas le daba el aspecto de un cadáver carbonizado, y su estremecimiento viscoso ahondaba en preceptos extraños. Las tablas desvencijadas de la casona chirriaban con el martirio de los dedos usureros del viento... y los tabiques se estremecían ante el atavismo de sombras ancianas.
—¿Sam cree que ha despertado?
—La Comunidad Católica de Montenegro se mantiene alerta desde el temblor ocurrido en la Víspera de las Candelarias—Finch ansió otro cigarrillo para calentarse los dedos. Estaba haciendo mucho frío con el advenimiento de las nubes de tormenta a las lomas—. Samuel... fue a visitar a los gules en su madriguera.
—¿Estacas?
—Eso es un mito—Finch se frotó las manos—. ¿Cómo sigue tu brazo?
Nelson estiró su brazo y flexionó los dedos.
—Pronto regresaré a entrenar. Creí que lo perdería durante el Octubre Rojo tras la desaparición de los Protectores Espirituales y el robo del Venablo de San Lucas... Lo tenía pegado al cuerpo por un hilo de músculo. Al menos, me regenero...
—Ojalá mi corazón sanara así de rápido—Finch se frotó los ojos—. ¿Raquel te sigue buscando?
—Está obsesionada conmigo.
—Es que estás bien feo. Si yo fuera Raquel, y me hubieses terminado...
—Está loca. El año pasado me escribió un montón de cartas... y este Día de los Enamorados estoy seguro que montará una escena para hacerme quedar en ridículo. ¡Las lágrimas de cocodrilo le salen tan natural! ¡Durante el Octubre Rojo se puso en peligro para llamar mi atención!
Finch sonrió con sorna.
—Hubiera estado increíble ver como te abofetea.
Nelson se agachó para contemplar las raíces azabache que se retorcían, incrustándose en la tierra como serpientes estranguladoras. Arrugó la nariz, percibiendo el almizcle infame que manaba desde fuentes desconocidas... Era un licántropo desarrollado, y sus sentidos iban más allá de los espectros comprendidos por los primitivos sensores humanos.
—¿Crees que Andrea siga viva?
—No lo sé—Finch se encogió de hombros—. Después de la muerte del Chivato, todo se fue al carajo... Saúl Túnez asesinó al Pombero y robó el Venablo de San Lucas para despertar las Potencias de la Montaña del Sorte en la capitulación sangrienta del Octubre Rojo. Su hija, Andrea, vino con nosotros al corazón de las montañas... pero, la vimos desaparecer en la tormenta de oscuridad que sobrevino cuando Samuel...
—¿Qué es eso?
Las pupilas del moreno se contrajeron, y sus iris castañas se encendieron en charcos grasientos de plasma solar. Sus orejas se movieron y el pelo de su nuca se erizó... Nelson dirigió el cuerpo en una dirección con las manos encrespadas y aspiró una pestilencia.
—¡Huele a porquería! —Esnifó aquellos miasmas y sacudió la cabeza—. ¡Avena podrida y estiércol! ¡Es una magia muy negra!
Finch dio media vuelta y se encontró con un saco de arpillera relleno de paja: una figura antropomorfa de miembros fláccidos y sin rostro, vestido de harapos y coronado con un sombrero de paja. El flacucho retrocedió ante el salto de Nelson, y vio al moreno arrancar una cabeza de un manotazo... Un reguero de paja seca le roció el cabello. Nelson desmembró rápidamente al espantapájaros, y Finchester señaló la sombra oscura que los escudriñaba desde una de las esquinas de la casona.
Ambos echaron a correr en persecución de aquella figura que huía despavorida. Nelson se adelantó bastante con ayuda de sus pulmones sanos y sus músculos superhumanos, Finch intentó seguirle el paso con el pecho a reventar. Traspasaron la barrera del portón en persecución, y Nelson quitó el abrigo, los zapatos y los pantalones en plena carrera para convertirse en un remolino de pelaje pardo, colmillos y ojos amarillentos. El lobizon trotó como un bólido, y sus esbeltas patas arañaron el asfalto al lanzarse sobre su presa. Un grito rompió el silencio de la calle cuando el gigantesco canino se fundió sobre la figura oscura...
Finch lo alcanzó unos segundos después, pálido y transpirando como una fuente. El lobizon sometió con una pesada pata a un niño flacucho y moreno, descalzo y vestido con un mono desteñido y un abrigo agujerado. El pequeño temblaba entre chillidos.
—¿Qué carajos?
—¡Lo siento! —Chilló el infante con los ojos lacrimosos—. ¡No era mi intención!
—Huele a brujería—replicó Nelson con voz grave, mostrando los colmillos—. Este niño ha estado jugando con fuerzas oscuras que no comprende...
—Mi papá es un mago—le espetó el niño, liberándose de la presa del lobizon—. Ustedes... no debieron acercarse allí. Preparé un hechizo para detener al Vampiro cuando se levante, y... rompieron a mi amigo.
—¿Ese espantapájaros iba a detener a Dolores? —Finch se inclinó con el rostro severo—. ¿Qué hiciste?
—¡Fue un error!
Nelson mostró los colmillos con un gruñido aterrador, y el rostro del niño palideció...
—Yo solo encendí las velas rojas y pronuncié las palabras del libro cuando era la noche propicia.
—¡Maldito niño! —Finch apretó los dientes—. ¡Con eso no se juega!
—¡Sí, pero mi deseo era...!
—¡Nada! ¡No se juega con los querubines del infierno!
Nelson retrocedió, y se lamió los labios oscuros con una lengua morada y áspera.
—Debemos llevarlo con la Comunidad Católica.
—¡No! —El niño se levantó con el rostro colorado—. ¡No iré con esas viejas chismosas y ese puritano mentiroso! ¡Cueva de ladrones!

Sol de MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora