Capítulo 3: El Jardín de los Abortos.

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Capítulo 3: El Jardín de los Abortos.

I.

La llovizna dispersó los olores y despertó esencias dormidas de la tierra. El lobizon rastreó, con la nariz hundida en la alfombra fría de hojas muertas, y echó a correr al primer atisbo, arañando el suelo con sus garras. Se movía como una sombra silvestre, una forma del anochecer que emergía de la oscuridad... Cubierto de pelaje pardo y escudriñando el mundo con ojos amarillos tan brillantes como estrellas.
Se deslizó entre los arbustos, el vientre bajo, al acecho... olisqueando el almizcle de menstruo podrido que invadía el bosque con zarcillos de desesperación. Hedía a sangre en lo profundo de las lomas desde la Víspera de Octubre, y un poder macabro despertó de su tumba para aterrorizar el Bosquecillo Encantado de Montenegro. El lobizon hurgó entre las huellas del sendero, como si una bestia se arrastrase, y creyó escuchar a la distancia el rumiar de los grillos sobre los árboles centinelas. Su transformación parcial se había completado con el desarrollo de su cuerpo, y cada mes sentía más fuerza y vigor que el anterior... Subió un árbol curvado, y saltó sobre una rama tosca, volando y aterrizando sobre una roca negruzca, envuelta por zarzales espinosos.
Al principio sus cambios eran repentinos: sus uñas moradas crecían hasta formar espantosas garras: sus incisivos dolían, y sufría alteraciones de tamaño... Y los ojos, oscuros como pozos de aceite negro, eran recubiertos por un fulgor amarillento similar a la mantequilla. El olfato agudo y el oído nervioso... Su abuelo siempre dijo que la transformación llegaría a los doce, y tardó dos años en culminar el proceso fisiológico.
Y ahora se enfrentaba a un dilema: un animal salvaje desconocido irrumpió en el rancho de los García y mató a todos los perros y las gallinas la primera noche del mes. Su tío asistió a presenciar los restos de la masacre, y quedó impresionados por el hedor nauseabundo de la sangre podrida. ¿Reconocería al dueño de aquella pestilencia? Aquel mes despertaba un poder maléfico sobre la Montaña del Sorte, encantada por sortilegios más antiguos que la humanidad; y ocurrían milagros y horrores imperecederos en su espesura. Los muertos se levantaban, poseídos por fuerzas oscuras. Las maldiciones se removían en las tinieblas, como alimañas descarnadas de incontables ojos y apéndices. Brotes de locura se esparcían como la tuberculosis sobre la población... cuando los brujos invocaban extrañas providencias de los otros mundos para reforzar sus poderes. Satán rugía, ansioso por sentarse en su trono, anhelando la noche del Samhain, cuando el sueño de verano haya llegado a su final.
El lobizon esperó, envuelto por zarzales espinosos y enredaderas tupidas. Había perseguido las gotas de sangre bituminosa desde el anochecer, y era medianoche ya, con la luna gibosa iluminando el bosque con latidos fulgurantes. No había ninguna estrella, solo un negro sideral y aterciopelado. Cerró los ojos, afinando sus sentidos alterados por la transformación a demencial canino, y descansó sobre los cuartos traseros; como un demonio lobuno en la penumbra. El líquido aceitoso que perseguía portaba el olor característico de la sangre podrida del menstruo, la carne echada a perder y el embalsamador químico. En aquel claro, el olor era tan penetrante que lo aturdía, y la tierra removida daba un aspecto desordenado. En aquel acre se erguían los restos de un cementerio antiguo, más viejo que Montenegro, santuario que perteneció a los indígenas de la región, donde se despidieron por eones de sus muertos, antes de la sangrienta conquista.
Los dólmenes eran inconfundibles: estructuras pétreas de mampostería sacrílega. Diminutos templos de espíritus que la corrupción africana profanó con nefastas consecuencias tras el mestizaje de creencias. Era un claro estéril, bañado por la luz mortecina de una noche sempiterna... Rodeado de coníferas largas y huesudas como esqueletos. Las rocas apiladas en pequeñas edificaciones relucían, aceitosas, y daban al cementerio un aspecto austero de muerte y desolación. Una hendija en medio del terreno llamó su atención. La tierra parecía recién excavada, y el miasma que supuraba hacía insoportable la proximidad.
El lobizon, de corazón humano, hacía un sobreesfuerzo por no doblarse para vomitar... Había entrenado su mente para mantenerse consciente durante el cambio, y con esfuerzo, lo estaba consiguiendo. No se dejaba llevar por los instintos salvajes, aunque seguía sintiéndose como un vagabundo en un sueño tangible. Esperó, impaciente, y oyó el susurrar de la tierra negra al desprenderse... Como de una pesadilla, vio emerger a un asqueroso engendro, descarnado y horripilante, concebido horrorosamente en el Averno por incontables orgías demoníacas. Una gasa nubosa cubrió la luna, y no logró distinguir la silueta bípeda; ciega y estúpida, que se estremecía al desenterrar sus miembros flacuchos de la fosa.
El lobizon era joven, y tembló azogado y gruñendo, al monstruo descarnado y de garras prominentes. Aquella pesadilla vomitiva era indescriptible y espeluznante. Asemejaba una niña sin piel: todo músculo gris y cartílago; con los dedos desnudos, mostrando retazos de hueso amarillento en forma de zarpas... y una sarta de colmillos ofidios que sobresalían de su rostro atrofiado y pútrido. Entre sus piernas colgaba un cordón largo y delgado, que derramaba gotas de sangre bituminosa... Se agachó, de cuclillas, respirando débilmente, y removiendo la tierra con sus garras. No tenía ojos, por lo que el lobizon se levantó mostrando los colmillos.
«Solo debo arrancarle la cabeza de un bocado» pensó, inquieto, mientras se acercaba con el lomo erizado. Nunca se había llenado la boca con sangre, aunque su mandíbula era poderosa... Estaba perturbado por el descubrimiento de tales seres malignos. Presintió el advenimiento de una magia negra inefable a dominios turbios, por la esparcida creencia de la cartomancia y la lectura del tabaco en el barrio... pero, nunca creyó posible la existencia de engendros híbridos, nacidos de la brujería más oscura, alejada de las esferas convencionales hacía auténticas contravenciones naturales.
El lobizon abrió sus mandíbulas repletas de colmillos.
El monstruo se giró con un grito agudo y penetrante y, le clavó sus garras en el cuello. Sintió su corazón detenerse mientras el ser encolerizado le arañaba el hocico con violentos zarpazos en un mar rojo y avinagrado. Intentó derribarlo con un forcejeo al olvidarse de su humanidad, y solo consiguió hundir una pata en su boca purulenta... para que al cerrarla, los colmillos le destrozaran la carne. El lobizon soltó un aullido que parecía más un grito abominable... De un bocado cerró sus fauces sobre la cabeza del engendro, pero fue incapaz de arrancarla al distinguir el regusto ferroso de la sangre. Se separó, sangrando a borbotones por las heridas profundas en el lomo y echó a correr entre los arbustos. Rápido, muy rápido; una bestia huyendo con tres patas asustadas y una mutilada. Fue regando su sangre por el bosque, pero no consiguió desmayarse por la hemorragia... Los gritos pavorosos lo perseguían, ahogados por la profundidad de las lomas.
Contempló su pata, destrozado, pero no amputaba... y suspiró de alivio mientras perdía la transformación de pánico. Se mareó al regresar a su forma humana, pero continuó corriendo, ensangrentado y desnudo, bañado en sudor como un maníaco. Con los pies destrozados por espinas y el brazo salpicando sangre. Las ramas crujían a su espalda, y los chillidos eran acompañados del batir de tambores macabros...
La magia de la víspera despertó una maldición enterrada, que había madurado silenciosamente en su sepulcro desde que el invocador concertó los conjuros. Las formulas mágicas escritas en los libros malditos por los magos locos... fueron pronunciadas indebidamente, y un horror indescriptible subía de fosas innominables.

Sol de MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora