III.
Una oración siempre haré por tu vida
Rezaré hasta sentir que encontraste tu sueño
Cantaré las canciones que el alma me pida
Para ser esa brisa que roza en tu cuerpoAunque este lejos el aura de tu alma
Llegará hasta mi vida y mis sueños mejores
Entristeces mi anhelo porque ahora te marchas
Mientras yo solo sueño en hacerte cancionesIré hasta el cielo a buscar un arpa
Y un ángel noble que cante para ti
Todo eso haré porque no te vayas
Pero regresa, regresa junto a miLos arbolitos me harán recordarte
Que me muestren la luz de todita tu vida
Y en el pueblo sabrán que no voy a olvidarte
Pues verán el silencio que habrá en tu partidaSi tú te vas las palabras de mi alma
Ni que salgan del alma tendrán sentimiento
Sentiré que las brisas son fuertes y oscuras
Porque ya no estarás abrigando mi cuerpo—Esta bonito tu poema—Raquel guardó el papel—. ¿Es para mí?
Nelson se rascó la nuca
—Es una canción.
—¿Me escribiste una canción? —El rostro de la chica se iluminó.
—Se la escribí a mi mamá.
—¿Le gustó?
—No sé—se encogió de hombros—. Mis papás murieron en un accidente de tránsito cuando era muy pequeño. Parece que uno de mis tíos estuvo involucrado, pero no quieren hablar de él. Siempre quise conocerla, y mis canciones hablan de ella. Ya te lo había dicho... pero, creo que no me prestaste atención.
—Lo siento—sonrió la morena y le acarició el mentón—. Deberías escribirme una canción. Mi último novio me sacaba a pasear en el carro de su papá.
Nelson apretó los labios ante esa irreflexiva sensación que lo atenazaba cada vez que Raquel mencionaba a otro chico. No quería parecer inseguro por celos, y le sonrió despectivo. Guardó el papel con su canción, a pesar que se había devanado los sesos durante horas para componer una lírica digna para impresionar a su chica. Se sintió bajoneado ante la indiferencia de su novia por el esfuerzo... y se conformó con escuchar los problemas de ella con sus amigas.
Raquel era muy bonita y risueña. Siempre lo seguía durante los entrenamientos y le pedía practicar los movimientos defensivos y las pulsiones con ella. El jugueteo era divertido, y sentía que se iba acercando poco a poco... Siempre llevaba una segunda botella de agua helada para ella y después la acompañaba a casa, que era bastante cerca del Colegio Bolivariano. Se despedía con un abrazo, y a veces con un beso en la mejilla... hasta que en un arrebato ella lo besó tímidamente y Nelson le propuso de inmediato que fueran novios, a lo que Raquel aceptó, entre risas.
Llevaban un par de semanas como novios, y se sentía ilusionado... Se sorprendía fantaseando con los besos de la chica por la mañana o antes de dormir. Raquel tenía más amigos hombres, y con frecuencia la veía por los pasillos riendo con ellos... y se sentía un poco cohibido, ya que eran chicos mayores, más altos y guapos. Si Nelson se sentía intimidado a veces, era por su reducida estatura. Le gustaba compartir con Raquel, pero se sentía extraño cuando la veía hablando con otros hombres. Una incomodidad en su pecho que ardía como un ácido recalcitrante.
A veces podía ser hostil con los otros hombres del grupo de entrenamiento. No se preocupaba por Samuel, que era dócil y ambivalente; le preocupaba Andrés, que molestaba a Raquel poniéndole apodos o pellizcando sus costillas. Andrés era alto y blanco, su cabello negro era espeso y tenía ojos vivaces; siendo un completo tormento para las chicas del club, pero amado a la vez por ellas. El muchacho se había besado con Bianca, y sus temores fueron infundados cuando Violeta le confesó que Raquel también se besó con él, un día que Nelson no asistió a la práctica.
—¡Eres un celoso! —La morena se cruzó de brazos y puso los ojos en blanco—. ¡Tú y yo ni siquiera vamos «tan enserio»! ¡Y solo fue un pequeño beso! ¡Tú tienes la culpa por haberme dejado sola!
Nelson resopló, con las manos temblorosas.
—No deberías hacerlo, Raquel.
—¡Pues si no estás dispuesto a perdonarme por una tontería! —La chica frunció el ceño—. ¡Entonces deberíamos terminar!
—No, por favor—Nelson volvió a sentir aquel malestar famélico en su pecho—. No quiero terminar contigo—solo pensarlo le revolvió el estómago. Se sentía muy feliz al lado de Raquel—. Está bien... Pero, que no vuelva a pasar.
La chica le echó los brazos al cuello y le repartió una lluvia de besos en las mejillas. Los besitos de Raquel eran como pequeños dulces almidonados que impregnaban de azúcar su sistema: reconfortantes, tibios y suaves. Pero en el fondo, siempre sentía ese regusto amargo... pues, no confiaba del todo en ella. Presentía que cualquier día lo podría dejar por alguien mejor, pero guardaba silencio tragándose aquellas espinas. Siempre volvía a casa tarde, pues debía acompañar a Raquel primero, y dedicaba el resto de la noche a adelantar tarea y hacer la cena para su abuelo. El mes de febrero con sus incertidumbres, dio paso a un marzo cálido... en el que se presentó una causalidad que detonaría una pesadilla sin precedentes.
—Arciniega—sonrió Omar, a la sombra de un inmenso samán. Al atardecer, los colores nítidos del ocaso se entremezclaban con los pinceles oliváceos y grises del Bosquecillo Encantado—. ¿Por qué te ves tan deprimido?
Los árboles coníferos se alzaban como soldados firmes y rectos, cuyas raíces inyectadas en la tierra estaban a un soplo de infundirles vida. El rosáceo clamor del atardecer teñía las nubes con tonos sangrientos y soeces, y las hojas arremolinadas en el suelo formaban una gruesa película de descomposición, de olor dulzón y añejo. El Chivato era una forma mefistofélica, que recordaba el aspecto de un diablo zarrapastroso, reclinado sobre un tronco arrugado. La luna era visible como un rostro pálido a través de la enramada arbórea de tupida vegetación... Un sueño plausible donde los sonetos tejían hileras de fantasía.
—¿Para qué me llamaste, Chivato?
—Tienes buen olfato—el fauno se señaló su nariz tosca y aplastada en el rostro velludo de ojos horripilantes—. Y oídos, sabes escuchar... pero nunca entiendes. ¡Mugroso lobizon! ¡Esos torpes humanos dejaron escapar un terror enclaustrado detrás del portal al Mundo Onírico! ¡La puerta fue sellada por sortilegios más antiguos que la temprana Humanidad! ¡Pero... el Mal escapó, y una pesadilla virulenta recorre los barrios marginales de Montenegro cobrándose víctimas!
—¿Y a mí qué? —Nelson se encogió de hombros, no tenía ánimos para confrontar las tertulias de Omar—. Tú eres el Protector Espiritual del pueblo, y es tu deber para con la Diosa.
—¡Ah, maldito perro! —El Chivato silbó, y zapateó furibundo, incrustando sus pezuñas en la alfombra de hojas marchitas—. ¡Yo protegía estas tierras con hechizos que espantaban ánimas en pena a lo recóndito de la montaña! ¡Era bueno, sí! ¡Pero mi magia ha perdido dominio! ¡Otros dominios se han impuesto! ¡Intrusos! —Dejó escapar un chillido estertor—. ¡La Puerta fue cerrada finalmente, pero... un parásito aprovechó el conducto y lo atravesó! ¡Gloria a Dios que no fue un Espíritu de Pestilencia! ¡Los cadáveres volverían a abarrotar las calles por la Plaga!
Nelson se cruzó de brazos, incómodo.
—¿Qué quieres que haga, Omar?
—¡Huele, sabueso! —Proclamó con ofensivos ademanes—. ¡O ella te maldecirá!
El Chivato señaló en dirección a la Montaña del Sorte, que se alzaba al norte de Montenegro como un símbolo monumental. Aquello solo acrecentó la ira del joven. No quería compararse con un perro obediente, y no se convencería con las supersticiones de viejos ignorantes que crecieron en tiempos turbulentos. Además, estaba enojado, desconocía la razón... pero estar en desacuerdo con Omar encendía una mecha imaginaria en su aparente ego. Quería desahogarse con alguien de toda la basura que llevaba consigo.
Abrió la boca para replicar, pero una figura rodante lo interrumpió. El Pombero, un humanoide diminuto y negrísimo, rodó como un barril abrazando sus piernas, y llegó a los pies de Nelson.
—Detente, Arciniega—dijo con voz amable y profunda—. No te dejes llevar por pasiones juveniles que nublan el juicio y ensucian el carácter. Tus ancestros juraron fidelidad a María Lionza como campeones de su tierra... La razón que tu familia haya caído en tantas desgracias se debe al abandono de las tradiciones. Ven con nosotros, joven, y correspondería la Providencia tu buena voluntad.
Nelson Arciniega resopló, furibundo, y obedeció... desganado. El Pombero se expresaba con tal vehemencia y aplomo, que sería inoportuno no obedecer por rabietas. Se controló como pudo, y se desnudó maquinalmente para convertirse de un salto en un lobizon pardo y prominente, de refulgentes ojos amarillos. Ochenta kilos de pelaje espeso y colmillos. Ante el despliegue de aquel mundo cuadrúpedo, las sensaciones corporales se redujeron notablemente... pero los olores y sonidos adquirieron una paleta más abundante de sabores y sensaciones. Era inverosímil la descripción de aquel paisaje nítido y profundo, de olores ferrosos e incitantes... y briznas que florecían en un mundo desconocido y misterioso.
El Pombero extendió sus manos negras al horizonte, y acercó un crucifijo de palma a las fosas nasales del lobizon. Nelson olisqueó la palma seca, notando un sabor dulzón y profundo en su pulpa seca... y un protuberante y áspero hedor le hizo retroceder. Era supurante e insidioso, parecía aletargado durante decenios en barricadas de cerebros podridos... El malestar se extendió por su cuerpo y le provocó horcadas. Era el insalubre hedor del miedo sobrenatural... El lobizon meneó la cabeza y bajó las orejas con un quejido.
—Todos los Arciniega son unos perros cobardes—Omar se cruzó de brazos.
Nelson mostró los dientes en una reyerta, miró en una dirección, olisqueando una emanación vaporosa... y echó a correr detrás con sus potentes patas arañando el suelo húmedo. Los músculos de sus piernas se tensaron, sintiendo que trabajaba con todo el torso mientras corría como una locomotora, saltando sobre barrancos y evadiendo árboles intrusos. Las hojas enlodadas saltaban con sus zarpazos. Corría como una sombra de viento, siendo perseguido por el Chivato, columpiándose por las ramas mientras cargaba en brazos al Pombero. Los olores correspondían una sinfonía grotesca que describía formas grotescas... y detrás de aquel manantial de sensaciones y señales, se escondía la virulencia del malestar. La enfermedad y la tumoración que despertaban tras una prolongada tempestad sobre un pueblo gobernado por la fiebre y la cólera, cuyas fosas se ensanchaban cada amanecer para enterrar a los desgraciados de la plaga.
Nelson saltó a un claro estéril, bañado por una incandescencia mortecina y violácea que emanaba de los árboles moribundos y las piedras negras que se erguían como sepulturas. El hedor allí era insoportable, y tuvo que disminuir la concentración para no desmayarse... Era como si abriesen una agujero a la necrópolis, y los miasmas centenarias abandonasen subrepticiamente el hermético encierro en un espiral de vapores mefíticos. La figura alta y desproporcionada coronaba el claro, de más de tres metros, y con el rostro escondido a la sombra de un sombrero de paja... La blancura de sus miembros flacuchos le daba el aspecto de un esqueleto decrépito, vestido con harapos podridos. El saco que llevaba sobre el hombro se estremecía, repiqueteando como una caravana de huesos. Un silbido deshilvanado, profundo y agudo lo atravesó hasta el tuétano...
Nelson exhaló un vaho de aliento congelado, y tembló, azogado por un frío penetrante que cortaba el pelaje espeso, la piel y el hueso. Aquella entidad parecía un hombre, pero había abandonado su humanidad hace incontables estaciones... y lo único perceptible en su muerte era el vacío y la tristeza de su espíritu. El dolor ciego y palpitante en su negro corazón...
—Es una entidad semicórporea—el Chivato de un salto aterrizó junto a Nelson y depositó al duendecillo azabache en el suelo—. No podemos matarlo, así que tienes que debilitarlo mientras preparamos el Hechizo de Destierro. ¡Cumple tu juramento, Arciniega!
Nelson mostró los dientes en una mueca de agresión, y se acercó con la cabeza baja... en la posición que adoptaban los canes cuando iban a pelear. Sentía su lomo erizado, y la inmutabilidad de aquel ser lo intimidaba... Fijó el cuello muy alto, así que prefirió atacarlo en el vientre desnudo para arrancarle las tripas con las mandíbulas. Escudriñando la oscuridad de aquel rostro cincelado en caliza. Ladró, y un silbido penetrante y suave lo aturdió como un somnífero, sus tímpanos vibraron... pero no retrocedió y se lanzó de un salto con las fauces abiertas.
—¿Nelson? —Raquel apareció ante él como una figura de niebla—. ¡Pórtate bien, eres el más débil de todos!
El lobizon saltó atrás, con el lomo erizado y las orejas caídas. No recordaba la postura de Raquel tan alta y dominante, y sus ademanes violentos lo paralizaron. Dos lágrimas cayeron por los ojos de la morena.
—Yo no quiero hacer esto—lloró, bebiendo colores y formas de un mundo extraño—. Pero... me obligas a separarnos. Eres muy tóxico conmigo, y yo te quiero muchísimo. ¡Debemos terminar!
—No...
—Nelson—gritó el Pombero—. ¡Se convierte en tu peor miedo para atraparte! ¡Tienes que combatirlo!
Nelson intentó mostrarse agresivo, pero se había vuelto tan pequeño que Raquel lo intimidó... solo quería sentarse y dejar de ser regañado. El Pombero tejía una cruz de palma mientras conjuraba con voz grave y susurrante
—Creo que la mente del hombre contiene la mayor de las fuerzas, que el pensamiento es una de las mayores manifestaciones de energía.
Las manos de Raquel se cerraron en el pelaje de su cuello, y clavaron sus uñas como puñales. Nelson gritó, perdiendo la transformación... y un empujón lo arrancó de las garras de aquel demoníaco ser que imitaba a Raquel. El Chivato ocupo su lugar, y la chica se transformó con un parpadeo: se levantó como una poderosa y horripilante bestia de pelaje rojizo y ojos carmesíes... Un morro colmilludo se cerró sobre la cabeza del fauno, y lo engulló de un bocado. Lo último que vio fueron las patas velludas de Omar desaparecer en la boca ancha y virulenta del monstruoso y elefantino depredador. Nelson retrocedió, desnudo, mientras aquella montaña de carne y pelo arrastraba al Pombero en postura de rezos, y de un bocado... lo devoraba completamente en un agujero negro y abismal de infinita oscuridad.

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Sol de Medianoche
Novela Juvenil«En Montenegro hierve un caldero de oscuridad, es un pueblo gobernado por la superstición y la incertidumbre... Se situa al pie de una montaña embrujada, y por el corren ríos de magia, de historias, de bestias salvajes que se esconden entre los homb...