IV.

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IV.
La humareda dulzona del tabaco desprendía un vapor irritable y contagioso que pasaba ante los párpados morenos de Eduardo Túnez como dedos fantasmales. Sus ojos desprendían fuegos fatuos de inasequible acertijo...
—Machangara fue una bruja antigua de la época precolombina—el brujo descorchó su petaca y dio un profundo trago de un licor picante color caramelo, y continuó fumando aquel grueso tabaco... deteniéndose para observar el holocausto de las cenizas y  los secretos del humo—. Veo mucho dolor y rencor contra los mestizos, descendientes de los españoles... La Gran Madre maldijo sus pecados al pactar con los seres del inframundo para dar matanza a estos invasores. Esta antigua deidad a capitulado horrores en sus apariciones... y su aparición es presagio de dolores y penurias. La última vez, la tragedia de Clara Arciniega pudo detenerse en Chivacoa gracias al esfuerzo del sacerdocio y el Brujo... pero, en épocas anteriores su poder causó estragos—el moreno los miró a todos desde su diminuto banco, en la parte trasera de la capilla, a la sombra del campanario—. Su espíritu se perpetuó en estas tierras con una Atadura de Transición. Es una maldición generacional que encarna los pecados residuales de una épocas sanguinaria...
Eduardo culminó su narración como recipiente de espíritus con una Oración de Limpieza donde agradecía a Dios por permitirle ser intermediario, y a María Lionza por brindarle el conocimiento de los ancestros. Se persignó con un Padrenuestro y besó la cruz del rosario... Cuando se levantó, su tamaño pareció reducirse visiblemente y las facciones toscas de su rostro se suavizaron. Incluso su mirada fue más melindrosa y pacífica que en medio del ritual.
—Estoy segura que Saúl nos hubiera auxiliado en esta crisis—aseveró Trina, ajustándose los lentes redondos—. Por favor, Don Eduardo, la bruja secuestró a mi sobrino y maldijo a dos jovencitas.
—Bianca parecía estar bien—concilió Ana, angustiada—. Pero al levantarse tras su desmayo, vimos la sangre corriendo por su pierna... Una serpiente traída por esa bruja la mordió, y la maldijo con un Maleficio de Muerte. Afortunadamente, estamos en territorio sagrado, y el Padre Boris detuvo la corrupción con cenizas sacras... pero la muchacha aún no despierta.
Eduardo Túnez asintió, pensativo.
—Esa muchacha era compañera de mi sobrina, Andrea—dijo, y bajó la mirada—. La otra muchacha, Raquel, fue hechizada por una Saeta que ha encadenado su alma. La posesión del Demonio Biltz fue interrumpida, pero en su estado catatónico no sobrevivirá... La magia negra de Machangara es muy poderosa. La única forma de romper sus encantamientos es quebrantar su Atadura para que no vuelva a perpetuar su existencia en este mundo durante la época del Gran Moriche.
—Solo un brujo pura sangre puede vencer a una hechicera tan poderosa—recalcó Trina, alisándose la falda.
—Mi abuelo era brujo, y mis antepasados fueron médicos y sanadores bajo las órdenes del Cacique de los Yaruros—afirmó el moreno—. El nombre Túnez proviene de mi abolengo portugués. Pero el don se transmite a través de la sangre, la conexión con el espíritu se fortalece con la transmisión de conocimiento a través de las generaciones.
La Comunidad Católica solicitó el apoyo de medios poco ortodoxos bajo la supervisión del Padre Boris de la Iglesia Maldita de San Lucas. La Bruja Roja de Monten, Diana Blanco, llevo junto a sus hijas para postergar la vida de las jóvenes víctimas Raquel y Bianca, hasta que consiguieran romper la hechicería. La bruja obesa de vestido purpúreo encendió siete velas a los arcángeles para proteger las almas de las muchachas, mientras Valeria Blanco—de igual contextura que su madre—, le masajeaba los pies con aceite ungido.
Fiorella le sonrió a Samuel cuando la ayudó a encender los inciensos aromáticos.
—¿Dónde está Donna?
—Ay, Samuel—la mujer menuda de larga cabellera negra le apartó los mechones pegados al rostro a la febril Bianca—. Mi hija es tan complicada... Primero, Elena se escapa y regresa dos semanas después diciendo que estaba en el puerto; y ahora, no logró entender qué pasa por la cabeza de Donna—apartó la mirada para que no viera sus lágrimas—. El único que la entendía era Marcus...
El Padre Boris dibujó cruces de ceniza en las frentes de las chicas con las palmas quemadas el Miércoles de Ceniza, después del Carnaval. Ambas deliraban por la fiebre, y se estremecían en pesadillescas ensoñaciones. Eduardo le otorgó a Trina Rocca una minúscula figura de piedra con forma de recién nacido...
—Ponga esto en el altar, mi señora—dijo con amabilidad—. Es el Camburito, fue tallado con coral de la Isla de Margarita... Es para proteger de enfermedades. Pídale en oración cada hora por la sanación de estas niñas.
La Bruja Blanca asintió, melancólica, y las lágrimas rodaron por sus mejillas.
—¿Nos ayudará?
Finchester entró en el salón, apestando a cigarro y con la ropa arrugada. Nelson y Andrés le precedían con el cabello despeinado... Debía ser medianoche, y ambos tenían rostros somnolientos. Las ojeras del delgaducho eran más profundas que nunca...
Sam los miró, y adivinó sus pensamientos. Los cinco desfilaron como sombras crepusculares en un valle de cenizas al adentrarse en una de las calles cuesta abajo a orillas del río Yaracuy en el pronunciado Malecón. Las casas brillaban por su silencio, y se acercaba la Hora del Diablo... en época del Gran Moriche. Andrés cargaba un fardo pesado en su espalda, Finchester iba detrás de Nelson... que encabezaba la fila. Sam iba último detrás del brujo Eduardo Túnez, que no sonreía y miraba a los jóvenes con ojos grasientos...
Había escuchado hablar de la brujería de los Yaruros, muchos creyentes que frecuentaban la tienda decían que este pueblo guardaba un conocimiento profundo de los usos de las plantas en sus tierras. Contaban maravillados como sanaban enfermedades incurables para la medicina occidental. Durante décadas la magia de los indios Yaruros narraba mitos de clarividencia, comunicación con el mundo de los espíritus y la invisibilidad. Leyendas jesuitas recopiladas por los misioneros describen a los yaruros como seres místicos con poderes para viajar entre las dimensiones de la Tierra, el Cielo y el Inframundo. Su vasto conocimiento del reino vegetal, les urdió la potestad para controlar el pensamiento y los sueños de las personas. Los misioneros atribuyeron estos poderes a pactos diabólicos y fuerzas negativas.
El vecindario alargado terminaba en una colina diminuta coronada con un Espino de San Jorge, espigado y raquítico, junto a una choza decrépita. La comunidad abandonada parecía el holocausto de un bombardeo: las techumbres raídas se deshacían, las paredes tenían agujeros y las ventanas fueron destrozadas; las casas se caían a pedazos ante sus ojos. La única luz provenía de un ventanal redondo en la choza achaparrada, cuyo techo desigual de pizarra tenía una chimenea que desprendía volutas de humo.
Los hombres se detuvieron en medio de la calle desolada: un sendero de tierra empedrada donde invadían los zarzales y los hierbajos. Eduardo pidió su fardo militar, y lo revisó como un contingente. Samuel vio amuletos mágicos que creía inexistentes: el Ojo de Amapola, el Pajaro Siete Colores y la Piña de Carúpano. Finalmente, el brujo sacó una caracola pálida de franjas púrpuras y se la otorgó a Finchester.
—¿Qué es?
—Es la famosa Caracola de Borburata—explicó el moreno. Finch la giró en sus manos—. Debes soplar su boquilla para llamar a los ancestros durante el Ritual.
—¡Este es un Inversor de Polaridad!
Eduardo se encogió de hombros.
—¡Tuve que hacer cosas indecibles para que la dueña me la diese!
El brujo extrajo largas raíces secas de mambito enrolladas en un fajín, y las entrelazó hasta formar dos largas cuerdas con las puntas anudadas como portentos bejucos. Andrés y Samuel trazaron una zanja circular alrededor del brujo y la rellenaron con sal del mar, luego, Nelson clavó cinco cuchillos de plata equidistantes entre sí, para conjurar un Pentagrama Elemental con el moreno en el centro. En el interior de la casita de la colina presenciaron actividad extraña... y el humo de la chimenea se tornó blanco.
—¿Muchachos? —Finch entornó sus ojos vivaces—. ¿También pueden ver esa niebla rojiza saliendo de los orificios de la casa?
—No puedo respirar—replicó Andrés, con una mano en el pecho—. Siento opresión...
—Machangara sintió nuestra presencia y esta conjurando una maldición para que nos robe el aliento—dijo el moreno Eduardo—. Debemos comenzar el Ritual que destruirá su Atadura Terrenal...
Finchester sopló la caracola, desprendiendo un llamado ancestral que revoloteó en el viento como música. La vibración caló hasta sus huesos, y se detuvo con el rostro enrojecido por el esfuerzo... Fue entonces cuando el brujo comenzó a bailar y agitarse mientras cantaba en una lengua que desconocía. Las palabras que brotaban de su garganta eran de naturaleza africana e inmemorial, y conmemoraban un llamado espiritual a seres animistas que cohabitan en el mundo invisible... Sus manos, su mirada y su cuerpo se contraían con movimientos peculiares. Se agachó, giró y azotó los bejucos como látigos... que en el momento de tocar el suelo se encendieron en flagrantes llamas cerúleas. Su baile evocaba el Fuego de Camagüey, la expresión artística de una cultura a merced del yugo de sus conquistadores. Iba atrás, bajaba y giraba, contando las crónicas de cómo los españoles y el éxodo masivo de los indígenas fuera de su región tras su avezada resistencia. Sentía el latir de la Magia Azul encendiendo los bejucos de mambito, que desprendía una energía positiva imperiosa...
La choza se tambaleó, con un temblor que azotó la colina y las casas destartaladas. Los tentáculos de humo del mambito y sus chispas ígneas impregnaron el aire de un aroma afrutado y estelar... El cielo se tornó oscuro, la luna se escondió detrás de gruesas cortinas negras. El ritual llegó a su apoteosis de cantares y danzas, y el temblor se intensificó en el momento que las casas derruidas empezaron a colapsar, levantando nubes de polvo y escombros. La choza se bamboleó, a punto de ceder, y con un crepitar, estalló en miles de astillas.
La visión que siguió el derrumbe fue indescriptible y espeluznante, pues una bestia deforme, antropomorfa y negrísima emergió de los escombros. Mucho más alta que hombre existente, y de espeso pelaje zarrapastroso... La bruja Machangara era una encarnación del terror nocturno: ojos rojos que desprendían una ira humana, garras de bestia y una serpiente larga y parda por cola. Sus colmillos deformes eran serpentinos y afilados...
—¡Espíritus malos! —Gruñó aquel demonio con voz cavernosa y profunda—. ¡Hombres de luz! ¡Portadores de tormentas! Lagos, pozos y manantiales se secaron por su culpa. Por todas partes se veían huesos amontonados y se oía el llanto de criaturas. Desaparecieron las fiestas. Se despoblaron las ciudades y se incendiaron las aldeas. Los hombres huían por temor de los dioses blancos. Los viejos eran expulsados de sus hogares... Luchaban y morían en gran número nuestros hijos. Se debilitaban las manadas y se secaba la vegetación. La tierra tenía el aspecto de un bosque quemado. En aquel tiempo terrible en que la justicia había tocado su fin, los hombres empezaron a devorarse unos a otros...
Finch sopló la caracola, y el demonio aulló de dolor... cubriendo sus orejas caninas. Andrés, Samuel y Nelson desenterraron los cuchillos de plata... y la hoja de estas armas se encendió en llamas de fuego sagrado. El moreno agitó sus bejucos y los muchachos lanzaron los cuchillos, como guiados por una fuerza magnética invisible, se clavaron en el pecho del Demonio Biltz... y este estalló en llamas cáusticas. La cólera invadió aquel cuerpo que se desmoronaba ante la emanación de llamas celestiales... blasfemando en un idioma desconocido y olvidado. Aquel ser se redujo a la nada en cuestión de segundos, y las llamas terminaron de consumir el mambito.
Eduardo Túnez estaba bañado en sudor, y Sam tragó saliva al contemplar la magnitud de sus poderes incognoscibles. Andrés echó a correr por la colina, tropezando con las tablas desgajadas de la choza derrumbada... Llamando a grandes voces a Salvador. Samuel se dejó caer en el suelo con las piernas adoloridas. Finchester encendió un cigarrillo y le regaló uno al brujo... Nelson le pasó una mano por la cabeza a Samuel en una caricia consoladora.
—No fue tu culpa.
—Ya sé...
—No te tortures por eso.
—No lo hago.
Nelson frunció sus espesas cejas.
—Te conozco, Samuel. Te fustigas por lo que pasó con Donna. No fue tu culpa... Aunque eres capaz de recriminar tus errores que si fuiste el único que amó.
—No es solo eso—Sam se reclinó con la garganta reseca...
—¿Qué pasó durante el Octubre Rojo?
Samuel tembló, y bajó sus ojos rojizos... El rostro ensangrentado de Andrea Túnez era arrastrado a las tinieblas. El cielo se tornó carmesí, y la tierra se abrió en sendas grietas...
—¡Salvador! —La voz de Andrés interrumpió su ensoñación—. ¡Está muy pálido! ¡No responde, parece muerto!
Pero el joven consiguió abrir sus ojos... mirando el vacío con una mirada vacilante y errante.
—¿Por qué todo está oscuro?
Andrés le pasó una mano ante el rostro y el joven ni se inmutó...
—Está amaneciendo...
El alba rasgaba los nubarrones grisáceos con tonos rosados y dorados. Aquellos rayos finos bañaron aquel vecindario desolado tras los estragos de la noche con un manto aurífero de caricias cálidas... Pero Salvador no podía levantarse, puesto que sus ojos eran incapaces de ver.
Estaba ciego.

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⏰ Última actualización: Jul 06 ⏰

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