Capítulo 2: Una Jauría de Gules.

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Capítulo 2: Una Jauría de Gules.

I.

—Iban en tropel, en una fila harapienta, parecían cadáveres enmohecidos, riendo y conversando con voces guturales—Salvador bajó la voz, detrás de María, y continuó su relato ante el rostro inescrutable de Andrés—. ¡Escúchame, viejo! Se dirigían al camposanto cercano a la Iglesia Maldita de San Lucas, y abrieron las tumbas a la medianoche, robando los cadáveres para quién sabe qué horrores hacer en lo profundo del monte.
—¡Mentira! —Andrés frunció el ceño—. ¡Se acerca octubre, cabron! ¡Los brujos andan sueltos en busca de Tierra de Sepultura y huesos para sus sortilegios! ¡Todo el mundo lo sabe!
Salvador torció el gesto, constipado.
—¡Te juro que los vi! —Levantó las palmas—. Iba con mi madrecita querida a buscar madreselva, verdolaga, mastranto y frutos para el altar de María Lionza; nos preparamos para subir la Montaña del Sorte como cada año, soy sacristán, pero respeto sus creencias. Recuerda que mi madre es dueña de la tienda naturista—echó una mirada recelosa al pelirrojo que se sentaba frente él, y bajó su voz a un susurro—. Aunque, hemos tenido bajas ventas desde que se mudó el Mago y montó su negocio de brujería. Ella quiere hacer un altar para la diosa y San Gregorio... y, mientras andábamos por la vieja carretera que conecta con Chivacoa, vimos a esos caminantes nocturnos: descalzos, vestidos con harapos zarrapastrosos, sombreros de paja y cubiertos de moho. ¡Olían a descomposición y clorofila! ¡Mierda, apestaban a esa tierra negra que prepara mi mamá con lombrices y desperdicios!
Andrés sonrió por lo bajo, con esa sonrisa maliciosa que tienen los jóvenes pícaros.
—¡Que infierno de mariposas más bello! —Cruzó sus dedos pálidos, parecía sostener una tarántula—. ¿Estaban vivos o muertos?
Salvador palideció, y se pasó una mano por la espesa cabellera castaña que caía sobre su frente. Ambos jóvenes delgaduchos continuaron su parla en voz baja, fingiendo que escribían... María los ignoró, y bajó su mirada al papeleo desordenado que coleccionaba: recortes de periódicos, bosquejos de rumores, el diario de sueños y algunas conjeturas que resguardaba con ahínco. El Progreso, periódico de la región, llevaba veinte años en circulación, y sus columnas eran ricas en episodios de enajenación y horror colectivo: desde apariciones, desapariciones y asesinatos... hasta controvertidos avistamientos de animales inusuales. El recorte que guardaba en esta ocasión era de la víspera, y anunciaba una extendida profanación de las tumbas, y una urgente solicitud de vigilancia ante el robo de cadáveres en el cementerio comunal de la Iglesia Maldita. En la página anterior, se leía un fragmento sobre el avistamiento de un inmensa serpiente que discurría por la carretera, de un tamaño demencial, captada por un alarmado viajante en una noche tenebrosa.
El Padre Boris pedía vigilancia de parte de las autoridades para impedir la exhumación ilegal de tumbas. Según decía, se le hacía extraña esta falta, porque los brujos ermitaños de la locación tenían prohibido en su moral la profanación de cuerpos cristianos... Era bien sabido que contra el poder del Dios Verdadero no se podía combatir. Las sepulturas fueron excavadas por manos humanas, y muchos de los cadáveres robados no tenían menos de cuatro meses enterrados. Inclusive, el cadáver de un niña que murió hace una semana de fiebre amarilla fue saqueado sin escrúpulos.
—Estos ladrones van más allá de la superstición y la vil hechicería—suplicó el presbítero católico a las autoridades. En la foto se lo veía fresco y regordete, de cabello negro finamente recortado y mentón limpio con expresión afable—. Parecen animales hambrientos en busca de carroña, y es nefasto que tales horrores se vivan en nuestros días. Los perros no dejaban de ladrar, aterrorizados... y justo antes de salir a espiar, logré divisar a los bandidos huyendo con su terrible cargamento hacía las montañas. Iban en dirección contraria al río y se movían de forma grotesca.
María Herrera escuchó el timbrazo de la campana y siguió al pelirrojo, saliendo del salón de clases para deslizarse por el corredor y adentrarse en el tumulto de salones vacíos. Viajó a los baños, sentándose en una de las bancas fuera del salón de música... y lo contempló suspirar con el rostro obnubilado. Finchester la miró, frunció lo labios intentando ignorar su existencia y se metió en los baños; suspiró aliviada, si se ponía a perseguirla podría reñir con la persona que quería extorsionar y su estratagema se iría al caño. Samuel Wesen era más que extraño, y su voto de soledad le daba un aire de autómata afligido y oxidado.
—Samuel—el joven levantó la mirada, consternado, pero María se adelantó—. ¡Ya se lo que vas a decir! ¡Pero, necesito tu ayuda! ¡Es muy importante para mí encontrar la verdad! ¡Pienso que podría acercarme a aquello que deseo conocer si trabajamos juntos!
—¿Qué?
—Quiero ir contigo al cementerio.
—¿Qué?
—Mejor dicho, quiero llevarte al cementerio para que podamos entender la «verdad».
—¿Por qué?
—Porque tú lo sabes, ¿no? —Bajó la voz y miró a su alrededor—. Que existe un horror secreto en el pueblo y que personas importantes han desaparecido al desentrañar ese misterio.
Sam tembló y se levantó con el ceño fruncido.
—No debemos meternos, con lo que no está en nuestro dominio cambiar.
—Samuel, yo tengo «eso»—al ver que el pelirrojo no entendía, jugó su última carta y sacó el trozo de madera de su bolsillo. El joven escudriñó la madera negra y sus ojos se dilataron, palideció como un muerto—. Dice: Antique Obscura. No sé qué significa en realidad... pero, es el nombre de la tienda esotérica de tu familia. Esto pertenecía a la Ouija que usó Daniel para hacerse daño... Es un peligro que vendan magia negra a menores de edad y las autoridades deberían actuar.
—Eres un demonio.
—Vivimos en un lindo infierno de mariposas, ¿verdad?


Sol de MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora