II.

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II.
Andrés soltó una patada, rápido como un látigo. Sam saltó atrás y respondió con una descarga, girando la cadera, en una fiera patada lateral al estómago del joven. Andrés se descompuso con una mueca de abatimiento, y retrocedió apretando su vientre.
—¡Sácale las tripas, colorado! —Gritó Rafael.
Sam dudó con los puños en guardia. Andrés se recompuso rápidamente y se lanzó con las manos en alto. El pelirrojo halló confusión en su mirada y le propinó una patada frontal... dándole con el pie en el pecho y derrumbando su fisonomía.
—¡¿Por qué dudas?!
—No quiero herir a nadie.
—¡¿Y ellos piensan igual que tú?!
Los entrenamientos se volvieron más intensos y el humor de Rafael empeoró. Gerardo visitaba el club de vez en cuando para intercambiar golpes con el saco y desahogar su rabia... Sam había vencido a Andrés un par de veces, tuvo una pelea reñida con Nelson y guardaba moretones en las piernas por prologados entrenamientos. Había aprendido a dar giros y descargar patadas, a golpear con las manos abiertas y a usar los codos para defenderse. Había practicado la patada gancho y torbellino con las paletas. Las sucesiones de patadas y los derribes... Así como algunas maniobras de pulsión cuando lo agarraban del cuerpo. Sus brazos, antes débiles y blandos, tomaron fuerza y adquirieron un aspecto nervudo de tensas venas.
Pero su cuerpo no era lo único cambiante, pues cada vez se sentía más extraño respecto a la agudeza de sus sentidos... alcanzando grados de percepción desconcertante. Si se concentraba en desenfocar sus ojos, podía visualizar un mundo de ondas conformado por las diferencias de temperatura y las vibraciones en un plano tridimensional. Sus oídos se agudizaron aún más, capaces de detectar ruidos imperceptibles como cambios en la respiración y susceptibilidad a pequeñas dilataciones... Ni hablar de sus sentidos primarios como el olfato o la visión. Gracias a esta elevada percepción, cuando su corazón se aceleraba, podía notar muletas y movimientos desapercibidos del lenguaje corporal... prediciendo los pensamientos ofensivos y defensivos de sus adversarios.
A su vez, sus sueños se volvían más turbios en contraste con el desarrollo de una peculiaridad que creía impropia. Puesto que frecuentemente, se ahogaba en un mar de tinta, y veía cadáveres pálidos hundiéndose en las profundidades abismales de un océano bituminoso... Cadáveres flacuchos, putrefactos y descarnados; pálidos como la leche y de insipiente cabellera rojiza como la sangre. Por mucho que intentaba moverse, el salitre del líquido disolvía sus músculos y lo sumergían como un plomo al vacío sideral de aquella negra gruta.
La primera visión transcurrió cuando se bañaba, después de un arduo entrenamiento en el que tuvo que soportar las patadas de Nelson a sus costillas aguerridas... El agua corría por su cuerpo, muy fría, y el ardor de los moretones bajo sus axilas era quejumbroso. Cerró los ojos, conteniendo la respiración y un dolor rojo le cegó... Sus poros se abrieron como si le desprendiesen una piel curtida y grasienta. Las gotas de agua silbaron y se deshicieron en una vaporosa cortina. Vio a sus pies el agua hirviendo... Su piel enrojecida. Pero no sentía un calor abrasador e insoportable, solo una tibieza tranquilizadora.
Aquello ocurría de forma imprevista, puesto que se servía un vaso de líquido para beber... y cuando se lo llevaba a los labios, lo único que sorbía era un vapor humeante. Mantenía esto en secreto, y procuraba no fatigarse en exceso y no subestimar el dolor que su mente soportaba. Los líquidos podían evaporarse ante su tacto bajo circunstancias que aún le eran desconocidas... pero, su causa estaba relacionada con...
—¡¿Terminamos?! —Raquel se cruzó de brazos con los ojos como platos—. ¡¿Tú a mí, Arciniega?!
—Baja la voz—replicó Nelson, mirando de soslayo a Sam—. Ya te dije que no puedo seguir contigo. Tú no me tomas en cuenta...
Raquel abrió la boca para espetar, pero se deshizo en un sonoro sollozo con los ojos inundados de lágrimas.
—¡Eres horrible!
—No...
Andrés volteó a mirar a Samuel con una sonrisa pícara.
—¡Yo te amo muchísimo! —Lloró Raquel, montando una verdadera escena en medio del tapete de goma—. ¡Te amo más de lo que tú crees!
Nelson sonrió, visiblemente eufórico por aquella declaración. Miró rápidamente a Sam y las chicas que sonreían entre chismorreos. Bianca, Violeta y Mariann se cruzaron de brazos con muecas despectivas.
—Lo siento, enamorarme de ti fue un error.
—¡¿Un error?!
Raquel abofeteó a Nelson, dejando sus dedos marcados en la mejilla del moreno. Andrés abrió la boca para soltar una palabrota... Sorprendentemente, Nelson sonrió y reaccionó con un espetón. Levantó rápidamente un puño, y Raquel saltó atrás completamente pálida. Tropezó por su inercia y cayó de culo... Sam rompió en carcajadas, y las chicas lo imitaron con risas de hiena.
—¡Me las pagarás, Nelson Arciniega! —Raquel se levantó con lo último que le quedaba de orgullo, y salió corriendo... mientras escondía el rostro en las manos.
—Bien hecho—Sam se acercó con una sonrisa, y le dio una palmada en el hombro al moreno—. Creo que a Raquel le gusta la brujería.
Nelson soltó una carcajada disimulada.
—Estoy en peligro.
—Si se mete contigo, se mete conmigo.
—¡Samuel! —Reconoció aquella voz femenina, y vio a María acercarse con la tupida cabellera arremolinada en sus hombros. No llevaba sus gruesos lentes culo de botella—. Necesito hablar contigo.
Sam y Nelson intercambiaron una mirada suspicaz y ambos se encogieron de hombros. Cuando estuvieron solos, María rompió su silencio:
—¿Ahora prácticas artes marciales?
—¿Qué quieres, María? —Intentó no sonar molesto, pero un timbre de arrogancia lo delató...
—¿Podríamos intentarlo una última vez? —María ladeó la cabeza como un animal herido—. Podríamos resolver este enigma y cazar al monstruo, como cuando comenzamos...
—María...
—Escúchame, Samuel—la chica le tocó el brazo—. Ódiame si quieres, pero esto va más allá de lo que alguna vez hemos enfrentado. El secreto de Montenegro se esconde en las criptas de la Iglesia Maldita de San Lucas... La Finca del Chaure es sola una mascarada que oculta el verdadero horror en las venas de la tierra. Te hablo de un terror alado que sobrevuela las noches sin luna, sediento de sangre, y ha despertado como una cigarra para sembrar la muerte. Hace cincuenta años ocurrió la última epidemia de cólera, y los avistamientos de este ser traen consigo desgracias y enfermedades.
Sam recordó la carta de Algarrobo que encontró Gerardo en la biblioteca de la alcaldía. El horrible mensaje que nunca llegó a su destino poseía un enigmático lenguaje... como si narrase los epitafios de un cauce de brea a rebosar de cadáveres. En aquel banco de información encontraron nombres citados de la época colonial, e historias inefables de magos que esparcían la muerte y las tragedias. Estos reportes fueron plasmados con severidad, como si la autoridad a cargo sufriese una convulsiva diatriba al transcribir la capitulación de horrores que se sucedían en Montenegro y la comarca subyacente. Nombres famosos como Nicolás Curbano se repetían a lo largo de los años, con surrealistas apariciones a lo largo de la cordillera andina del país... persiguiendo diablos o sanando enfermos. El Brujo sembraba las raíces amarillentas de una Herencia en las comunidades esotéricas, y se esfumaba en lapsos de tiempo imposibles de sobrevivir por un humano mortal; sin mostrar la menor decadencia de envejecimiento. Encontraron también uno de los diarios de Chivacoa más antiguos en el registro civil, de un oficial provinciano que llegó al pueblo para tratar un caso severo de brujería que involucraba a una mujer llamada Clara Arciniega, y uno de los episodios de licantropía más tenebrosos de la historia venezolana...
—¿Un engendro alado? —Sam carraspeó, y se llevó los dedos a la frente—. Dicen que Lucas perdió su alma en una confrontación mágica contra el oscuro Taita, Rey de los Garabatos. Si lo que dices es verdad, no hay una sola alma en Montenegro que sobreviva hasta el próximo amanecer...

Sol de MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora