V.
—María ha desaparecido—dijo Sam mientras entraba por los portales de la capilla—. Solo, se ha esfumado... y el presbítero no deja de llamarme por los horribles gemidos que escucha desde el sótano de la iglesia. Misas se interrumpen con gritos y pánico... porque creen que el diablo acecha a sus pies.
Andrea lo siguió.
—Debes aceptar que ella nunca te dará su amor.
—Lo que siento por ella es... indescriptible.
—Entiendo—Andrea frunció los labios— . Pero, lo mejor será aprender a vivir con ese pasado y no perder energías pensando en eso.
—Sí, aunque a veces me cuesta... porque creí que por fin había encontrado a alguien que me quería con la misma intensidad.
—A veces... las personas llegan cuando menos las esperas.
La Iglesia Maldita de San Lucas los recibió con un vacío inconmensurable de silencio y luz nacarada. Andrea le prestó ayuda para investigar el misterio aterrador que rumiaba y gritaba en las criptas donde el mago hebreo descubrió un secreto prehumano y horrible. Salvador los acompañó al adentrarse en la cripta, y contempló con pesadumbre los desechos de plástico que se adherían a las paredes como brea blancuzca... y desprendía una peste insípida y penetrante a químicos tóxicos. Los canales se ensanchaban como las gusaneras de antiguas criaturas anormales, de épocas radioactivas y convulsivas... Madrigueras de horrores por descubrir. Sam contempló los túneles, algunos tan estrechos que podía apenas introducir el dedo... y otras grandes como pozos ciegos. Las criaturas que abrieron tales aberturas debieron coexistir en una época enfermiza, y su aparente extinción debía ser un alivio para los indefensos habitantes de la superficie. Las agujeros llenaban las paredes y el suelo, en algunas secciones eran tapiados por los residuos solidificados de aquella sustancia viscosa... Al llegar al pozo, Salvador se sobresaltó.
—¡No quiero mirar allí dentro!
Andrea palideció, con la frente perlada de sudor a pesar del frío.
—¿Por qué?
—Porque—Salvador retrocedió, y se persignó—. Si me asomó por el ojo del infierno, caerá de cabeza en su abertura.
Sam se acercó, dudoso, y apretó la mandíbula. Dio un par de pasos con el sudor corriendo por sus manos, y se irguió ante aquel pozo abominable que susurraba y conjuraba en lenguas muertas, los nombres de diez mil demonios grises. El fenómeno de la oscuridad manaba de aquella fuente como una sarta de tentáculos negros e impíos, que se estremecían con ventosas pulsantes... Tocó la piedra fría con los dedos crispados y acercó la cabeza al agujero innominable. Una gota de sudor resbaló de su barbilla y se perdió en la espesa negrura del pozo... y unas escaleras vetustas se proyectaron al aparente vacío, desapareciendo en el fondo, como sumergiéndose en un lodazal de infinito olvido y lamentos guturales.
—Voy a bajar.
—¡Por Dios! —Gritaron Salvador y Andrea al unísono.
—Si esa criatura provino del interior de este pozo—Sam paseó la mirada por las paredes saturadas de almizcle gomoso—. Tengo que averiguar si se esconden más o... adónde conduce...
—¿Y si te comen?
—Si no salgo en una hora—Sam hundió una pierna en el vacío, y la apoyó en el primer tramo de material ferroso y oxidado—. Busquen una gran piedra, y cubran el pozo para que el mundo pueda seguir viendo amaneceres.
Bajó, manchando sus manos de herrumbre... descendiendo al abismo inescrutable de tiempo y oscuridad con los ojos adormecidos. La escasa luz que crepitaba a su alrededor era indescriptible, puesto que manaba de una periferia lejana e innombrable, y hacía estremecer la argamasa de los ladrillos antiguos del pozo. Respiraba con pesadumbre el olor ferroso que inundaba la fosa y cada tramo que descendía, a su vez, lo hacía degradarse a un estado primitivo de conciencia... como si su estructura de átomos olvidasen la razón de su existencia, y continuarán desplazándose en el espacio. La escalera crujía, y el descenso del pozo debió convertirse en una eterna pesadilla... Sudando y con los brazos entumecidos, creyó sumergirse en el vacío más negro del universo, ante los pedestales donde se erguían deidades enloquecidas. Vio una luz al fondo: una presencia tibia y luminosa que se inflamaba como un ascua y reverberaba en resonancias lejanas. Continuó bajando una distancia impensable, quizás de cien tramos o más... puesto que el crecimiento de la luz era aparente. Temió caer ante un arrebato indescriptible, y al parpadear... notó que la posición vertical de su cuerpo se había invertido: la luz reducida a una luciérnaga flotaba sobre su cabeza como un rayo diminuto. Era inexplicable, estaba bajando y de repente sus movimientos eran de escalada... creía que alucinaba mientras la luz acérrima se acercaba y crecía como un ojo de cielo. Vio una claridad cada vez mayor mientras subía y finalmente, un cielo nublado y vaporoso... y un aire pesado e irrespirable que se filtraba por sus pulmones. Llegó a la cúspide, cuando los tramos comenzaron a escasear, y subió apoyado de las piedras sobresalientes de la mampostería. Trepó, fatigado por el esfuerzo sobrehumano, y al emerger a aquella superficie extraña... una sensación enfermiza lo arremetió.
No podía creer lo que sus ojos atisbaban, la única explicación razonable era que los tramos de la escalera herrumbrosa se soltaron y fue proyectado al vacío con una muerte presurosa y solitaria. Se estremeció ante esta posibilidad, y se sentó a la orilla del pozo para contemplar el paisaje montañosa de espesa vegetación que se erguía, escabroso, en torno a aquella colina. Reconocería la Montaña del Sorte en cualquier tiempo, pero ahora se veía reducida por los embates de la tierra, y el traslado de los ríos. Caminó lentamente por aquel cuadro, y notó que los bosques eran poblados por extraños animales que saltaban y emprendían vuelo de sus copas arbóreas. No quiso separarse mucho del agujero, porque respirar se le dificultaba, y desconocía aquella tierra hueca... salvo por la luminosidad del sol, y... los restos plásticos que sobresalían del suelo y llenaban los barrancos más distantes. Los millones de años transcurrieron, enterrando meticulosamente los desechos de una humanidad utópica, pero hace incontables eones que esta especie desapareció en una implosión gloriosa y dramática... y los continentes se separaron más, y se volvieron a unir. Sabía dónde estaba, y por esa misma razón decidió regresar cuando las nubes se tornaron verdosas y los relámpagos purpúreos comenzaron a crepitar ante el diluvio de un torrente acidificado.
Bajó con cuidado, transpirando con dificultades y sintiéndose estremecer ante la aparente succión que aquel reducto producía sobre su cuerpo, tirando de su cabeza y pies a la vez, en direcciones opuestas. Pasados unos minutos, que sintió como horas, logró asomar la cabeza por el otro extremo del pozo y Andrea gritó al verlo...
—¡Tan rápido!
—Estuve horas allí abajo.
—No duraste ni cinco minutos—Salvador había hecho bajar una plancha de cemento enseguida—. ¿Qué viste, que estás tan sudado y pálido?
—Hay una abertura—Sam salió del pozo y ayudó a Salvador y colocar la pesada tapa sobre el agujero—. Llega un momento en el que bajas, y... creo que existe un agujero en el tiempo que nos lleva al futuro.
Salvador rompió el carcajadas.
—¿Y cómo es?
—La humanidad ha desaparecido—confesó, lastimero—. La naturaleza ha reclamado sus dominios, y lo único que queda de nosotros es la contaminación.
—¿Y el diablo? —Preguntó Andrea.
—Un millón de años después de nuestra extinción. Nacerán criaturas abominables... La radiación de nuestro holocausto, y la contaminación de nuestra producción determinarán estos cauces evolutivos. El demonio no es más que un murciélago futurista y horripilante. En el futuro hay montañas de plástico, y los animales... tras el bombardeo nuclear, tuvieron que adaptarse a la ingesta de este material.
Un chillido aterrador, casi como un gemido tétrico, les erizó la piel. Sam se acercó a la fuente, bajo una explanada cubierta de una película viscosa de plástico digerido y regurgitado. Aquella cavidad se hinchó, y se retorció ante el batir de alas de la inmensa monstruosidad que manó de su madriguera. Andrea gritó al contemplar los ojos fulgurantes y Salvador se desvaneció ante la contemplación de un horror antropomorfo y demoníaco. El engendro soltó un chillido, batió las alas y cayó muerto a los pies de Samuel...
Sam se quedó petrificado, y miró el charco de sangre negra brotando del cadáver, estupefacto. El animal parecía más un roedor gigantesco con alas draconianas que un demonio, y las largas extremidades ostentaban garras afiladas. Su boca era un amasijo de colmillos, y sus ojos sin brillo resplandecían con aflicción. La herida que le provocó muerte fue el toque de Samuel el día anterior, que disolvió gran parte de su musculatura y órganos internos, licuando su interior con vapor nacarado. El olor a carne ahumada y pelo chamuscado era insoportable, y nunca lo olvidaría.
—Tardó en morir—proclamó Samuel—. Pero, al menos la mitad de su cuerpo fue convertido en pulpa...
—¿Samuel? —Andrea se asomó a la madriguera donde el engendro se había acurrucado—. Tienes que ver esto.
Miró, y contempló tres diminutos ratoncitos recién nacidos, lampiños, y envueltos en alas correosas que aún no se desarrollaban. Los animalitos nacieron con el último esfuerzo de su madre, y se retorcían y chillaban en capullos de plástico disuelto por ácidos estomacales. Era un espectáculo horroroso, y las arcadas lo hicieron retroceder...
—¿Y si nos los quedamos? —Sonrió Andrea.
—No—Sam levantó una gran piedra del suelo y la empuñó con ambas manos—. No mires, por favor...
—¿Samuel? —Andrea palideció, con los ojos como platos—. No...
—¡Anda con Salvador!
Las palabras le salieron tan imperiosas que Andrea se apartó para que Samuel terminara con el trabajo. Miró los tres recién nacidos, que se retorcían indefensos entre chillidos, y... dejando caer la piedra, aplastó a uno de los ratones. Escuchó un chillido agudo seguido del reventar de un pequeño saco de liquido... y los otros dos enloquecieron entre sollozos. Levantó la piedra, y repitió aquella operación con el corazón encogido... falló en matar al último con un único golpe, y tuvo que darle tres veces hasta que dejara de retorcerse, dejando su diminuto cuerpo convertido en una pulpa sanguínea. Se retiró, con las piernas temblorosas... y no pudo mirar a los ojos de Andrea. Caminó despacio, y su cuerpo se cubrió de un sudor frío...

ESTÁS LEYENDO
Sol de Medianoche
Ficțiune adolescenți«En Montenegro hierve un caldero de oscuridad, es un pueblo gobernado por la superstición y la incertidumbre... Se situa al pie de una montaña embrujada, y por el corren ríos de magia, de historias, de bestias salvajes que se esconden entre los homb...