IV.

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IV.
Me despedí, pero te mentí
No me quería alejar
Disimulé, me aguanté
Pero es que ya no puedo más

Quise borrarte y olvidarte
Pero te vuelvo a recordar

Todos los días salgo a caminar
Hago mil cosas para no pensar

Me lleno de adornos
Sufro de trastornos
Siempre te quiero llamar

No quiero nada, nada, nada...
Y es que soy tan complicado
Ay, ay, ay, de mí
De este amor
Que se metió y que se dispara
Se contagia y te reclama

Ay, ay, ay, de mí
De este amor
Que se me incrusta como bala
Que me ahorca, y que me mata

—María—era la voz de su padre detrás de la línea. Se escuchaba cansado y somnoliento, como presa de un martirio—. ¿Para qué sirven las guerras?
—¿Papá, dónde estás?
—No dejes que la Cumbre Escarlata se apodere de mi trabajo—se oía angustiado—. ¡Quémalo, quémalo! ¡Que arda... o estamos condenados!
La llamada llegó en la madrugada, y se cortó tan repentinamente que no tuvo tiempo de pensar en lo ocurrido. Su padre, Jesús Herrera, seguía vivo, y era perseguido... Pero no sabía qué hacer o cómo reaccionar ante aquella última voluntad de su aparentemente desaparecido padre. Se negó a odiarlo, no podía simplemente despreciarlo por abandonarla... y los papeles que llenaban sus repisas no podían sencillamente desaparecer. Tenía muchos documentos de importancia, quizás no para la ciencia... pero sí para ella. Los manuscritos arqueológicos y mapas antiguos eran de valor inapreciable, pues arrojaban pistas borrosas de un pasado pretérito y apócrifo para la comunidad histórica. Era un ultimátum contra la aparente universalidad y cimientos de la humanidad. Durante décadas, Jesús Herrera recopiló su investigación para demostrar la existencia de razas prehumanas, y los fenómenos que los llevaron al colapso de su civilización... Aquellos vestigios del pasado no deberían ser borrados. María los preservaría en cuerpo y alma.
El hecho de que una criatura pueda comer plástico era desconcertante, ya que este material no existía durante los prolongados bancos evolutivos que dieron forma a la vida en el planeta. No existía especie de murciélago de tal tamaño, incluso el zorro volador de Australia parecía un roedor en comparación con la antropomórfica criatura que surgió de la oscuridad... Un engendro involucionado que desobedecía las leyes naturales, y que se removía en las profundidades de Montenegro.
María recortó la distancia por el pasillo del Colegio Bolivariano con el uniforme celeste ajustado en el torso. El último mes se había dedicado a arreglar su desempeño académico, y quería terminar el año... Aunque últimamente, un desbalanceo emocional la mantenía en un perpetuo estado de confusión. Tenía que decidir a quién entregaba su corazón, puesto que se acercaba su último año en Montenegro y no quería marcharse sin haber amado. María Herrera se disputaba la vida en un escarmiento de amor...
—Creo que estoy sintiendo cosas por Samuel—le confesó María a Ana—. Pero, estoy confundida... Porque estoy muy enamorada de Finch.
Ana soltó una risita disimulada.
—¿Y ellos lo saben?
—Sí—sonrió, entre dientes—. Pero...
—Deja que las cosas fluyan—le aconsejó la chica, perentoria—. Si tienes que forzarlo, entonces esa no es la persona indicada. Date un tiempo, y verás que todo se mostrará con claridad.
—Tiempo...
María dudó, y apretó los labios.
Había tomado su decisión, se asomó por el gimnasio del Colegio Bolivariano y vio a los estudiantes corriendo en círculos, haciendo condicionamiento físico para calentar los músculos de sus cuerpos juveniles. Samuel corría detrás de Nelson, mientras ambos intercambiaban palabras con los rostros enrojecidos por el esfuerzo. Aquel pelirrojo no era el mismo que hace un año, pues desde que lo conoció... había roto su cascarón de soledad y se atrevió a hacer amigos. María lo miró por última vez, sonrió y dio media vuelta para marcharse del colegio... Al llegar a casa empacó su ropa en uno de los maletines de cuero, y decidió revisar por última vez los manuscritos de su padre.
Guardó el Diccionario Infernal en una caja de cartón, y leyó el Rauöskinna y sus descripciones horrorosas de criaturas inefables. Los mapas del mundo antiguo, y las cartas náuticas expedicionarias de embarcaciones medievales fueron depositados en un almanaque. El Gran Grimorio del Dragón Rojo era el opúsculo más peligroso que su padre coleccionaba, según murmuraciones, la copia original fue clasificada en los archivos secretos del Vaticano. Los nombres de magos negros poblaban los escritos, y extraños epigramas en clave adornaban como poesía los párrafos... así como una simbología asociada con fórmulas alquímicas. Quizás el texto más aterrador eran las páginas sueltas y manchadas de una traducción blasfema... El extracto codificado en latín era horripilante, y no podía evitar sentirse observada por ojos maliciosos mientras lo leía. Era una descripción mórbida sobre el proceso de invocación de uno de los Leviatanes del Mar Muerto, extraído del Libro de los Grillos...
Finalmente, tocó el timbre, y... después de una nerviosa espera Finchester le abrió la puerta de su desordenada y solitaria casa. El joven delgado ladeó la cabeza al mirarla; olía a tabaco y estaba más pálido que nunca.
—¿María?
—Nuestro destino era estar juntos... pero lo echamos a perder.
—Lo siento, soy un desastre.
—Aún así, quise estar contigo e intentar curarte.
—No fue tu culpa, María—los ojos oscuros de Finch se enternecieron—. Soy un solitario voluntario, no dejo a los demás acercarse por temor a que vean la locura que ha permeado cada membrana de mi mente.
—Prométeme que no te vas a deprimir.
—No estaba deprimido, estaba muerto... y resucité por temor a la alienación de mi soledad.
—Y que tendrás amigos que te ayudarán a sanar.
—¿María?
Pero no pudo seguir hablando, porque María lo besó en los labios, y él le devolvió el beso... El beso sabía a despedida, y nunca se sintió tan triste en la vida.

Sol de MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora