III.
Me despedí, pero te mentí
No me quería alejar
Disimulé, me aguanté
Pero es que ya no puedo másQuise borrarte y olvidarte
Pero te vuelvo a encontrar
Todos los días salgo a caminar
Hago mil cosas pa' no pensar
Me lleno de adornos
Sufro de trastornos
Siempre te quiero llamarNo quiero nada, nada, nada...
—¡Déja de cantar y empieza a hacer lagartijas! —Rugió el profesor Rafael con la paleta de entrenamiento en la mano—. ¡Los jóvenes de ahora no sé qué tienen en la cabeza! ¡Viven en un mundo de fantasía!
El gimnasio del Colegio Bolivariano se habilitó con un suelo de goma, numerosos espejos, un saco de boxeo y equipos protectores para entrenamiento. El profesor deportivo que abrió el Club de Artes Marciales era el retirado maestro de defensa personal de la policía, Rafael Pérez, un hombre añejo y robusto de rostro paralizado y carácter exaltado. Era cinta negra de quinto grado en Taekwondo, Judo y experto en distintas disciplinas de contacto; un viejo cascarrabias obsesionado con su juventud salvaje.
—¡Vamos Nelson! ¡Abre más las piernas, tienes que ser de goma! ¡Estira la rodilla! ¡Patea con todas tus fuerzas y levanta los hombros! ¡Has cien abdominales antes de irte!
Nelson estaba bañado en sudor y jadeaba como una locomotora. Los músculos de sus piernas estaban agarrotados, y sus pulmones adoloridos funcionaban aceleradamente... El Profesor era más alto que él, y sus golpes demoledores lo empujaban, le acertaban y lo estremecían. Raquel también se inscribió en el curso junto a él, y aprendieron las patadas básicas el primer día junto con un condicionamiento físico moderado.
—Que fuerte eres—Raquel era morena y guapa, de sonrisa lobuna y cuerpo esbelto—. Tienes hombros gruesos para tu edad.
—He trabajado bastante desde pequeño.
—Es bueno que un niño aprenda a trabajar como un hombre—Raquel jugó con uno de los mechones de los lados de su flequillo—. La mayoría de los muchachos que conozco son flojos y aniñados. ¿Tú no eres así, verdad?
—No creo.
—Eso espero—entornó sus ojos opresivos—. Eres muy guapo.
Nelson Arciniega frunció sus espesas cejas negras.
—¿Yo? —Se miró los brazos velludos y se pasó una mano por el cabello liso—. ¿Estás segura?
—Sí—sonrió, entornando sus ojos mientras jugaba con los mechones de su flequillo. Sus ojos negros lanzaron destellos azabache—. Pero, tienes que afeitarte ese bigote de perro sobre tu labio superior.
Nelson se tapó la boca con una mano de nudillos peludos.
—Esta bien.
Las lecciones se efectuaban tres veces a la semana, y le costó adaptarse a las rutinas de flexibilidad, movimientos repetitivos y condicionamiento con ejercicio cardiovascular para la resistencia. El boxeo de sombra, las patadas al saco y las lagartijas... se acentuaron sobre sus hombros como pesados grilletes. El entrenamiento con Raquel hizo más ameno aquel sufrimiento, pues muchos alumnos asistían un único día de ejercicios infernales, y no regresaban por más...
—¡No le tengan miedo a los golpes! —El profesor levantó el cojín para que Nelson pateará—. Aprendan a pelear, porque pronto la sociedad caerá en la barbarie y los humanos se medirán con garras y colmillos.
Nelson vivía entre la frontera del mundo rural y la virulencia de la modernización. El Barrio Porvenir seguía siendo un conjunto de ranchos: hectáreas y hectáreas de terreno virgen, colinas, montañas y precipicios; con algunas callejuelas de asfalto carcomido, edificios abandonados y plazas infestadas de vegetación. El rancho Arciniega no era más grande que un par de hectáreas, terreno baldío poblado de coníferas y casuchas destartaladas en el que, en años mejores, alguna vez se alzaron caballerizas y vallas para enclaustrar al abundante ganado.
Los Arciniega eran toscos, acostumbrados en demasía a las vivencias rurales y temerosos del urbanismo imperante; aunque sus primos mayores se escaparon sin pensar a las grandes ciudades de los países vecinos, y no sabía de ellos desde entonces. Su prima Lucía también aspiraba grandeza, y en secreto contaba los días para huir del rancho y vivir en Nueva Bolívar, Maracaibo, Valencia o Ciudad Zamora. Su tía Claudia era una solterona regordeta, ensimismada en su mundo desde que sus hijos se esfumaron tras graduarse, y pastelera de una de las panaderías del centro. Su tío Juan igualmente despreocupado, y trabajaba de jornalero en cualquier labor que surgiese... y solo lo veía entrar y salir de su choza; a pesar de los regaños de Lucía, él nunca abandonaría el vicio del alcohol y el juego. Y Lucía, a su manera, imitaba esta actitud despreocupada y desaparecía durante semanas en no sé dónde... Los Arciniega habían caído en una maldición impuesta por su propio egoísmo.
El único realmente obediente a su abuelo William era Nelson, que todas las mañanas antes de ir al colegio alimentaba las gallinas con el maíz y le servía sus medicamentos. Su abuelo sufría de gota, y se esforzaba demasiado incluso para ir al baño; se la pasaba recostado gran parte del día. Sus articulaciones crujían, y le imposibilitaba moverse. Le costaba ver al robusto hombre que escalaba árboles a los cincuenta años... convertirse en un esqueleto pálido que temblaba al contener las convulsiones de su dolor. Con los dos varones más jóvenes en fuga, el único para ayudar era Nelson, que compraba los víveres que podía con la pensión de su abuelo y estiraba lo más posible los huevos que producía el rancho. Sus tíos no abastecían la despensa, nunca compartían las escasas comidas con ellos.
Las primeras manifestaciones de su licantropía comenzaron hace dos años, cuando sus primos mayores se escapaban a la laguna sin decirle... para que no los acompañase. Sentía un voraz apetito, y ciertos olores creaban paisajes nítidos que daban forma a oasis de sensaciones. De niño siempre vio al mundo a través de un lente gris y opaco... Siempre fue desapegado, y no recordaba gran parte de su infancia. Había un olor almizclado que se deshacía en un mar de texturas, y un fulgor sulfúreo que relucía en la penumbra. Veía unos ojos verdes llameantes, unos ojos abismales que lo perseguían en sueños y una fiera albina de colmillos babeantes. Sus padres murieron en un accidente automovilístico cuando era muy niño... Aunque, no recordaba nada relacionado, y cuando hacía preguntas todos escondían la mirada.
No sabía qué acontecía con su cuerpo, los olores ferrosos incitaban un hambre en un cenit, y ciertos sonidos agudos lo aturdían. Durante las tormentas eléctricas era especialmente sensible... Sus sentidos se iban agudizando con anormalidad, tanto, que el solo expresar que podía oler puestos de comida distantes o escuchar los latidos de otros corazones... espantaba a sus compañeros. Se guardó para sí mismo estas cualidades, hasta intentó fingir que no existían para no ser llamado loco; pero empezaron a manifestarse agresivamente, y a irrumpir en su cerebro a raudales incomprensibles. Soñaba que corría, envuelto en pelambre espesa y sediento de sangre, por un bosque tropical y espeso; ante sus ojos no existían tinieblas, solo insípidos olores que se mezclaban en una sinfonía gloriosa. Estas ensoñaciones lo asediaron por meses, sin descanso, hasta que el llamado de la naturaleza lo incitó a correr... y lo llenó de una vigorosa energía que inundó sus músculos de fuerza y vitalidad.
Tenía mucha fuerza, podía levantar el doble de su peso y correr a alta velocidad durante mucho tiempo. Sus proezas en resistencia eran sobrehumanas, y sus sentidos podían captar espectros sensoriales más allá de los comunes. Sus molares crecían cuando estaba muy excitado, así como la queratina de sus uñas se reforzaba y crecía como las garras de los felinos. Los Arciniega poco hablaban de esto, y aunque sus primos manifestaron estos fenómenos, se guardaron el secreto. La transformación se dio por si sola, durante persecuciones a olores dulzones que le inspiraban una euforia incontrolable... Se sentía seguro de dominarse durante estos arrebatos, como al perder la sobriedad y confiar en los instintos.
Nelson terminó de practicar las técnicas, y masajeó las plantas de sus pies adoloridos. Tenía fuerza y resistencia, pero era músculo bruto, pues no tenía dominio de su mente y movilidad durante momentos cruciales. Tampoco sabía pelear, solo imitaba a los grandes depredadores en su fuero salvaje cuando cazaba animalitos en la foresta. No quería sufrir otro arrebato en su forma de lobizon, pues la última vez el Chivato tuvo que inmovilizarlo para no deshuesar una res robada.
—¡Malditos Arciniega! —Se quejó el fauno—. ¡Controla a la bestia, peludo! ¡O te comerás a alguien y tendré que meterte una pedrada en el cerebro!
El Juramento de los Arciniega era tan antiguo como Montenegro, pues estos eran descendientes mestizos de las tribus indígenas que se asentaron en la Montaña del Sorte durante la época prehispánica. Estos humanos primitivos—según lo que le contó Omar, que fue erudito durante su vida humana—, no provenían de este mundo, pues, cruzaron a el desde un túnel de jaspe y habitaron junto a la temprana Humanidad durante la catástrofe climática conocida como Muerte Fría, cuando se congeló gran parte del planeta. Los Arciniega poseían genes latentes de Cambiantes, y algunos de sus miembros podían trasformar sus formas físicas... Desconocía la existencia de más Cambiantes en Montenegro, pero el Chivato afirmaba esta conjetura. Pedro Arciniega, su tatarabuelo, realizó el pacto ante el Trono de Satanás y el tribunal de las Fuerzas Superiores, con el fin de proteger los territorios de la Montaña del Sorte de cualquier contravención que buscase apoderarse de sus secretos... Y fallaron, puesto que Enrique Palacios insufló el Mal en las entrañas de la tierra, y Algarrobo despertó Potencias indescriptibles.
—La casa Arciniega cayó en desgracia desde que los lacayos del Libertador robaron las piedras negras que daban forma al ancestral Trono de Satanás—el Chivato silbó, parado sobre un tronco podrido como una silueta mefistofélica—. El imbécil de Pedro Arciniega, engreído jinete y torero, pactó con la Diosa, y le ofreció la Protección Terrenal de sus tierras con tal de librar al pueblo de la plaga de ratas y la maldición generacional que impuse sobre ellos.
—¿Tú impusiste un maleficio sobre mi familia?
—El Libertador, aspirante a la grandeza en la escalera de evolución espiritual que los masones idearon—comenzó Omar, cruzando sus patas velludas—. Me dio a mí, Enrique Palacios, el título de caudillo de esta colonia... cuando expulsamos a los españoles. Era un hombrecito obsesionado con la elevación al último grado de la masonería, y se sirvió de Potencias y sortilegios oscuros para alcanzarlo. No es el Santo de las Dificultades que los libros de historia plasman en ostentosos devocionales, no; era un millonario aburrido y mujeriego, un instrumento ideal del Gran Arquitecto para la liberación del hombre ante el sojuzgamiento. Se sirvió de nigromantes como yo, e incluso se cuenta que llegó a descifrar el Libro de los Grillos que los masones escondían en Ciudad Zamora. Como sea, las cartas de sus terratenientes pedían sacrificios de fuego a Baal y piadosas oraciones a Ares... con tal de favorecer su comanda.
»Esta tierra tiene secretos inmemoriales, más antiguos que la humanidad. Durante décadas, sabios herméticos de tierras remotas buscaron reliquias y antiguas estructuras en las cavernas de Montenegro... encontrando resquicios de civilizaciones pretéritas, y aprendiendo de sus ciencias olvidadas. Pero, al profanar estos sepulcros despertamos Potencias dormidas, y sojuzgar su voluntad en nuestro mundo requirió sacrificios y hechizos antiguos que son solo menciones temerosas en los grimorios actuales. Los Libros Malditos de la Creación son resguardados bajo llave por las sectas más importantes del mundo con tal de que nadie sea contagiado por su alienación. En mi colección llegué a poseer traducciones del Libro de los Grillos, y temí del poder que habíamos desenterrado en aquellas tumbas prehumanas... liberando un Mal innombrable e incontrolable.
»Quise crear un velo alrededor de Montenegro para evitar que escapase a desolar las naciones vecinas. Iba a sepultar el cadáver del león en el corazón del caos, y forjar los eslabones que se cerrarían en torno a la Montaña del Sorte como una cadena. El Dominio de un Mago es incorruptible, y las fórmulas mágicas que conjuré para salvar a la Humanidad podrían encerrar a esta Legión de seres descarnados que provenían del horrible Vacío Primordial, allende al Origen Divino del Todo... Anterior al Tiempo. Quería ganar tiempo para volver a sellar la fisura, pero los malditos Arciniega se rebelaron ante mi dictadura cuando los hechiceros de mi corte buscaban redención.
»Fusilaron sin piedad a los magos provenientes de la India y Medio Oriente, le destrozaron la cabeza a Huang e intentaron ahorcarme y me dispararon. Aún así, no podía morir por todos los elixires alquímicos que preservaban mi vida. Herido, la Diosa, en su piadosa existencia, repudiaba mis pecados... pero me liberó de mi sufrimiento y me convirtió en lo que ves para castigarme. La inmortalidad tiene un precio, la busqué y lo único que hizo fue llenarme de temores... Es como si llevase toda mi vida buscando algo que no existe.
»No pude enclaustrar el Mal acá, pues gran parte de los bailarines infernales escaparon y otros se escondieron en las montañas; pero... incontables calamidades han ocurrido desde entonces: guerras mundiales, epidemias, hambrunas, desastres y odio. El mundo entró en una era de dolor y oscuridad desde que estos seres innombrables fueron liberados de sus prisiones. Puede que Bolívar haya sacado el Libro de los Grillos de su somnolencia, pero yo pronuncié los pasajes en el lugar proscrito cuando las estrellas se alinearon. Merezco la maldición que me convirtió en monstruo...
«Es tu deber hacer valer el juramento de tu tatarabuelo—repitió el Chivato, en las profundidades insondables de su mente. Nelson Arciniega recortó por un callejón y salió a un estadio abandonado—. Se han despertado terrores ulteriores de las fosas negras, en estas tierras se pronunciaron conjuros que invocaron Potencias desconocidas y temo que en esta ocasión...».
—¿Este no es el pequeño Arciniega? —Escuchó una voz socarrona desde las gradas cercanas, y media docena de caras morenas se giraron a su merced—. ¡Míralo, es el sobrino de Joel! ¡Que feo es!
Nelson los ignoró, y siguió de largo mientras aquellos estudiantes de uniformes de último año le gritaban cosas y se acercaban. Su olor era particular: un almizcle aceitoso junto con la profunda emanación del pelaje mojado. Algo en ellos lo turbó, fue como si se encontrase con miembros de una especie hostil que aparentaba mezclarse con la humana. No pudo recortar por el conjunto de edificios abandonados, porque aquellos jóvenes de uniformes variopintos saltaron por sus tejados y le cerraron el paso. Debían ser el otro colegio: el Divino Niño Católico que quedaba cercano al Barrio Porvenir, pero al que su abuelo se rehusó que asistiera.
—¡Es el pequeño Arciniega! —Sonrió el más alto, el de voz socarrona y rostro moreno. Llevaba el uniforme beige desabotonado, y una camisa blanca debajo, salpicada de sudor; tenía una cicatriz oscura en la mejilla. Era flanqueado por dos jóvenes de miradas obscenas, de mismo uniforme—. ¡¿Dónde están tus primos?! ¡Mira lo que me hicieron en la cara con su estilete! ¡Ese Jesús tampoco se la pasa con ellos! ¡Mejor, él no era uno de nosotros!
Nelson retrocedió en medio de aquel callejón de edificios alargados, y vio dos sombras altas con los uniformes celestes de curso inferior. Eran igual de altos y morenos, de caras aplastadas y ojos suspicaces.
—¿Nosotros?
—¿No sabes quiénes somos?
—No—dijo con aprensión. El olor de aquellos jóvenes no le gustaba, y sus ojos refulgían de un modo peculiar y salvaje... como si la oscuridad en sus cuencas hirviera en charcos de brea líquida—. No los conozco, y no tengo nada que ver con Diego y Alejandro. Los dos eran peleones, yo no soy así.
—Que mal—exclamó el de la cicatriz y se tronó los nudillos—. Somos los González. Yo soy Enrique, y tus primos se metían con nosotros cuando aún no habíamos cambiado. ¿Tú ya puedes convertirte?
Enrique se acercó con una sonrisa maliciosa, Nelson dio un paso atrás.
—¿Convertirme?
—Diego me perseguía en su forma de perro monstruoso—dijo el de la cicatriz. Señaló al joven junto a él, de rostro altivo y nariz aguileña—. A Manuel, Alejandro le devoró su conejo. Fue muy triste—le lanzó una mirada a los jóvenes de uniforme celeste que le cerraban el paso a Nelson—. Roberto y Carlos eran más pequeños, pero tus primos les robaban el dinero para comprar cigarros—señaló al último con el pulgar, que estaba a su diestra: uniforme beige desabotonado y manchado de grasa, panza prominente y rostro bobalicón—. Mi primo Jorge es un poco retrasado, aunque es bastante grande, y una vez hicieron que se orinase encima del miedo. Eran crueles adefesios que se mofaban de los más débiles...
Nelson disimuló el temblor en sus piernas y levantó las manos.
—Ya les dije que ellos no tienen nada que ver conmigo.
—Los Cambiantes sabemos reconocer a los nuestros—dijo Enrique Gonzalez con lascivia—. Tu olor a perro mojado es... insoportable. La forma en que cruzamos las miradas, podemos intercambiar pensamientos hostiles. Somos más territoriales que los seres humanos corrientes, y nos impulsan instintos salvajes—se llevó un dedo a la frente—. Soy muy inteligente, Nelson. He concluido que somos diferentes del resto de personas. Es... como si a diferencia de los hombres, que fueron creados como servidumbre por los dioses, nosotros fuimos programados para la guerra. Somos más agresivos, y estos instintos ancestrales que nos impulsan a matarnos entre nosotros, nos acompañan desde el primer instante que nuestros poderes se manifiestan. No somos una pseudo especie, somos los Vasallos de Dios—parecía hacerse más grande con cada palabra—. Los Gonzalez somos más numerosos que los Arciniega, porque mientras ustedes se mataban entre sí y agonizaban tras los estragos de la Gripe Española... nosotros prosperamos. ¡No volveremos a ser pisoteados por los lobisones! ¡Somos linces salvajes que corren por los cerros!
Nelson se anticipó a la embestida de Enrique, y levantó los puños, pero cerró los ojos y el golpe lo alcanzó en el ojo con una sacudida sorda. Escuchó un grito y alguien saltó del techo cercano para separarlos. Los Gonzales los rodearon, dando pasos atrás para evitar la confrontación.
—¡Atrás, malditos salvajes! —Finchester levantó su estilete afilado—. ¡Les abriré huecos en el estómago!
Jorge, el gordo y retrasado, dio un paso mientras sonreía como bobalicón y la saliva manaba de su boca. Tenía el cabello muy corto, casi pegado al cráneo como una sombra marrón... Enrique le pusó una mano en la barriga y lo apartó con gentileza.
—No, gordo—replicó, con suavidad—. Aún no... Sé que te gusta pelear, pero no podemos mostrarnos frente a él.
Los Gonzalez se retiraron, lanzando miradas furibundas y amenazas a Nelson. Finchester guardó su estilete en el bolsillo de su pantalón y Nelson se limpió la nariz con el dorso de la mano. Esperaron largo rato, mirándose fijamente.
—¿Quieres fumar conmigo?
—No.
—Como sea—se encogió de hombros y encendió un cigarrillo—. Nunca dejes que nadie te diga quién eres, porque tú eres el único que decide lo que pasará mañana.
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Sol de Medianoche
Tienerfictie«En Montenegro hierve un caldero de oscuridad, es un pueblo gobernado por la superstición y la incertidumbre... Se situa al pie de una montaña embrujada, y por el corren ríos de magia, de historias, de bestias salvajes que se esconden entre los homb...