III.

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III.
—No me gusta la Navidad. Todo es tan colorido y hermoso, que hace contraste con mi mundo gris y monótono... Creo que dentro de mí hubo un niño que amó estas fechas, y esperaba con ansias las películas navideñas y los regalos. Los dulces—sonrió, escuchando el ronroneo del motor sobre la carretera—. Pero, ese niño empezó a ver la navidad con otros ojos. Dejó de recibir regalos... y ahora todo es una ilusión que arrastra la tristeza y el sufrimiento acumulado durante el año para reventar durante estas fechas. La tasa de suicidios se dispara en diciembre. No odio la Navidad, extraño lo feliz que era cuando mi padre abría sus paquetes de galletas y nos sentábamos a ver maratones empalagosos...
Donna estaba sentado junto a él, pegada junto suyo mientras el vehículo se deslizaba sobre la carretera bordeada de espesa foresta, en sinuosos caminos montañosos.
—¿Tu padre cambió?
—No—Sam cruzó las manos—. Yo cambié... al dejar de verlo con admiración, y contemplar al triste adulto que se esconde detrás de esa carcaza. Siempre fue cerrado y taciturno; centrado en sus proyectos y devorador de libros raros y películas.
Donna lo invitó con sus amigos a una quebrada para disfrutar de las cortas vacaciones decembrinas, y aunque quiso que María fuera... ella se sentía muy inquieta y prefería aislarse. La mañana después del terror, no se levantó hasta mediodía, martirizado por una resaca espantosa que lo hizo vomitar varias veces y le molió los sesos. Hubieron seis muertos en el festival, y la policía canceló el resto de eventos navideños de los Jinetes... No hubo decesos por balas, solo incontables heridos por los embates de la histeria colectiva y los desafortunados que fueron atropellados hasta la muerte. No había concordancia, ¿no buscaban a alguien en específico? ¿Querían causar terror? Las especulaciones llenaron las emisoras de radio con cotilleos de supuesto terrorismo. María y Sam no fueron los únicos vandalizados esa noche, otros tantos casos de maltrato se dieron hasta el amanecer: golpizas, fracturas, persecuciones, torturas e intimidación. Estas sombras negras de muerte infundieron dolor, y el pueblo se mantenía en estado de alerta.
Trina Rocca, famosa bruja de Chivacoa, se pronunció en la radio para relatar con horror lo que estaba por acontecer ante la cercanía de las Candelarias. La anciana altiva acusó a la Finca del Chaure sobre una profanación en los secretos ancestrales de la Montaña del Sorte mediante ritos paganos que deshonraron las tradiciones de los seres que defendían el territorio. Narró sueños aterradores sobre inundaciones de fuego y seres retorcidos que manaban de la tierra al abrirse con espasmódicos terremotos. A la Bruja Rocca se le adjudica el título de médium y sanadora, puesto que sus medicinas alternativas eran milagrosas al punto de revertir enfermedades incurables. Era hechicera de renombre, y respetaba incluso por el Presbítero de Chivacoa y el Padre Boris de la Iglesia Maldita de San Lucas.
Donna se zambulló en el agua oscura y su cuerpo desapareció con un chapoteo. La quebrada parecía un ojo de agua en el que convergían varios cauces, y se escurrían sobre desfiladeros de piedras afiladas y paisajes agrestes de pronunciada foresta. Hacía bastante calor, y el líquido resultaba agradable. Ronny y Patricia eran los organizadores de la salida, y usaron la camioneta de su padre para llevarlos. Al parecer Donna compartió con ellos la primaria, e invitó a sus amigos más antiguos. Mariann se sentó junto suyo con los pies metidos al agua, sorbiendo de a poco su bebida azucarada. El moreno Ritchie, Ana, Bianca y Soledad... jugaban a las atrapadas en el agua y reían ante el salpicar de gotas. El agua no era muy alta en aquella parte de la quebrada, y jugaron largo rato en ella hasta que se sintieron hambrientos. Ronny sacó un paquete de cigarrillos y las chicas, menos Donna, jugaron a fumar mientras los chicos preparaban bebidas con muchísimo alcohol. Sam recordó su horroroso malestar y denegó el trago.
—Vamos a jugar un juego—sonrió Bianca, formando un círculo con el grupo en una de las orillas de la quebrada. Llevaba un traje de baño de dos piezas, y estaba ruborizada por el sol—. ¿Qué tal Verdad o Reto?
Ritchie aplaudió, enérgico.
—Buenísimo.
—Pero Samuel no quiere beber—Patricia estaba sentada en las piernas de Ronny—. Así será aburrido.
—¿Y los pasteles? —Objetó Bianca—. Puede morder uno.
—No creo que sea buena idea—replicó Donna—. Esos pasteles los hizo Ritchie y...
—Está bien—Sam se encogió de hombros—. No tolero el alcohol, y tengo mucha hambre.
El moreno Ritchie arqueó las cejas y le tendió la canasta con pequeños bizcochos de chocolate. Contenía una risa burlona.
—¿Estás seguro, amigo?
—Comienza.
Sam tomó la canasta, severo. Donna se sentó a su lado mientras sorbía su bebida... Llevaba una falda de bañador y un camisón humedecido que se le pegaba a la piel, mostrando un pecho generoso.
—Bien—Bianca bebió un profundo trago y sus mejillas se arrebolaron—. Samuel... ¿Quién crees que es la más bonita?
—Donna, por supuesto.
Las chicas soltaron risitas y miraron a la susodicha con gestos indescriptibles. Ahora era turno de Sam, y él se fijó en la pequeña y morena Mariann, que estaba muy callada. No era curioso por naturaleza, pero siempre había querido saber la verdad.
—Mariann—nombró y miró a la chica de ojos pequeños—. ¿Es verdad que fuiste novia del Presidente?
—No fuimos novios—se acomodó un mechón detrás de la oreja—. Éramos buenos amigos. Creo que él se sentía solo y se enamoró de mí. Yo... Me costaba verlo de otra forma, y le pedí que fuéramos solo amigos. No quería hacerle daño. Pero, él dijo que no podía ser solo mi amigo y se alejó.
—Pero si el Presidente derrotó a Jesús y a los Arciniega—Bianca se cruzó de brazos—. Es muy guapo e inteligente, y se preocupa por los demás.
—Eso ocurrió hace muchos años—Mariann se rascó el cuello—. Gerardo es un chico intermitente y extraño. Toda su familia murió en un incendio cuando era muy pequeño, y estar con él es nocivo. Éramos muy buenos amigos, y creo que... siendo novios, lo hubiera destrozado. No quería hacerle daño... pero aún así lo lastimé.
—El Presidente es muy extraño—recalcó Sam, reflexivo—. Siempre está ocupado, y raras veces lo he visto salir de su despacho. No sabía lo de su familia... debió ser muy duro para él siendo solo un niño.
—Es una buena persona, aunque él no lo sepa. Piensa que es malo y egoísta, pero yo sé que es bueno... Aunque me odié por romperle el corazón.
—No creo que te odié—Soledad le puso una mano en el hombro a Mariann—. Solo... estaba triste, y confundió el cariño que te tenía. Y quizás sí se enamoró de verdad...
—Recuerdo que yo quería estar con él, y lo había pensado. Pero Gerardo se fue a Chivacoa por un tiempo, casi un año, y creí que me había olvidado. Eso me dolió. Cuando regresó... quiso que estuviéramos juntos. Me lo pidió, oero no pude aceptar... El amor es un veneno. Sabía que lo iba a lastimar, porque era mío su corazón y no había atadura más peligrosa en el mundo que esa. Soy una novia horrible, él me entregó su amor y yo le regresé una caja de cenizas. Un ramo de espinas ensangrentadas. Siempre que miro nuestras fotografías, tengo recuerdos míos y suyos de otra época.
Las rondas se sucedieron, y después cambiaron el juego a Yo Nunca. Como no tenía mucha experiencia en la vida, comió bastantes pasteles ya que... nunca había besado, ni tantas otras cosas soeces que sus compañeros decían. Después de terminar seis bizcochos se sintió muy mareado, y todos lo miraban risueños, conteniendo la risa.
Ritchie pasó una mano frente a sus ojos.
—¿Cómo te sientes, Samuel?
—Bien.
—¿Quieres algo?
—Un beso.
El moreno rompió en carcajadas mientras aplaudía como bufón.
—Déjalo, Ritchie—Donna lo ayudó a levantarse, mientras el mundo le daba vueltas—. Esto fue una mala idea...
Bianca rompió en carcajadas y cayó sobre el regazo de Ana.
—¡Mira su cara!
Donna lo condujo a una de las carpas de descanso y lo recostó como pudo. No estaba cansado, pero se sentía flotando en silencio por países nubosos de quietud. Masticó ruidosamente, y las sensaciones de su boca fueron apagadas y distantes. Sus manos estaban llenas de hormigas energéticas, y veía manchas violáceas y puntos negros.
—¿Donna?
—¿Sí?
—¿Crees en Dios?
—Sí, a veces me cuesta creer... pero estoy segura que existe un Creador Universal.
—Yo no—sonrió, frívolo. Sus pies estaban muy fríos—. Pienso que la existencia de un demiurgo o una Providencia, son meras conjeturas que intentan explicar la vacía presencia de los seres humanos en un universo agonizante. He meditado sobre eso, en mis momentos más privados, y sentí el miedo recalcitrante a la infinita soledad que conlleva existir. Los cimientos de la religión son el infundado temor a la muerte y la insignificancia de la vida. Para un hombre que acepta la realidad de la muerte y la pequeñez de su reducida existencia... la religión es solo otro oropel que describe la absurda moralidad de la sociedad.
Donna se recostó a su lado, sintió su calor escindirse junto a su cuerpo con una agradable sensación.
—¿En serio te gustan las chicas?
—Creo que sí.
—Dijiste que era la más bonita que conocías...
—Creo que me gusta más María.
—Lo siento—Donna se acercó aún más, tan cercana, que sintió su respiración en el cuello con un escalofrío—. Es solo que...
Lo besó con timidez, el tacto de sus labios al presionar contra los suyos fue tierno y muy suave. Donna se agazapó sobre su pecho y comenzó a repartir besos por todo su rostro... Las sensaciones cálidas se extendieron por todo su cuerpo, y los besos de la chica avivaron ese fuero interno que hervía, se retorcía y estiraba en su pecho. Sus manos la tomaron de la cintura, y la chica comenzó a bajar por su pecho... descubriendo la camisa empapada y besando su vientre con latigazos de fuego y truenos.
—Donna...
—Cierra los ojos.
Sintió los dedos de la chica deslizarse por su piel y quitarle lentamente los pantaloncillos con un movimiento de arrastre para dejar al descubierto aquella parte intimida. Un relámpago lo estremeció cuando los dedos de Donna se cerraron en torno a su miembro...
—No tan fuerte...
—Lo siento.
Sam reparó en que la chica buscó un pequeño tubo de laboratorio en su bolsa, mientras lo acariciaba y su respiración lo estremecía. Se estaba preguntando para qué era aquello cuando un estremecimiento involuntario ocasionado por el placer lo hizo doblarse... Contuvo el gemido ante la humedad y calidez que ofrecían los labios de Donna en un movimiento de vaivén cuando se introdujo aquella parte suya en la boca. La electricidad brotaba de su pecho y corría por cada parte de sus circuitos, iluminando focos y quemando transistores. Aquel calor crecía y lo sofocaba, como hormigas de fuego garrapateando sobre su vientre... Un martillazo de dolor lo hizo recoger las piernas.
—Donna... Los dientes.
—Lo siento.
La chica continuó con sus movimientos de lengua y labios, y la lubricidad de su saliva lo poseía y lo succionaba... Sentía que lo estiraban como una cuerda en tensión, a un palmo de romperse. Contuvo el aliento ante este estremecimiento, y no pudo contenerse al realizar su propios movimientos pélvicos, sintiendo que algo estaba por salir. Donna dejó escapar arcadas con la boca llena, lo miró con los ojos llorosos y se dobló por la cintura para vomitar copiosamente sobre el suelo de la carpa. Sam se quedó pasmado con el miembro titilante. El líquido verdoso se extendió como un charco grasiento...
Donna se limpió los labios con el dorso de la mano.
—¡Lo siento!
Y antes que pudiera responder, la chica salió escopetada de la carpa. No supo cuánto tiempo estuvo escondido, apenado por salir e indeciso por el mareo que lo envolvía... pero un grito lo arrancó de su ensimismamiento. Saltó de la carpa para desairar sus pensamientos con las piernas flojas. A orillas de la quebrada se escuchaban gritos desenfocados que reverberaban a través de la espesa foresta y su bóveda de ramas. El río se había teñido de añil con el descender del atardecer y el alto Ronny reposaba boca abajo con una mancha rojiza extendiéndose por su cabellera negra. Parecía un gigante derribado... A su alrededor el desorden delató un espectáculo de horrores que aconteció durante su embotamiento: las carpas fueron derribadas, los alimentos dispersos y las botellas esparcidas. Hubo un enfrentamiento, y se llevaron a todos... Menos a Soledad que lloraba desconsoladamente con las piernas desnudas llenas de arañazos.
—¡Samuel!
—¡¿Qué pasó aquí?!
—¡Se los llevaron a todos!
—¡¿Quienes?!
—Los seres viscosos del agua—sollozó la joven morena, incapaz de levantarse de impotencia—. ¡Fue horrible! ¡Salieron del agua como un pelotón de duendes espantosos con piel leprosa y ojos ambarinos! ¡Llevaban trinches y picas de huesos! ¡Yo me escondí trepando un árbol, mientras hacían llover piedras y se llevaban a todos! ¡A Ronny no pudieron cargarlo porque era muy pesado! ¡Ana, Bianca, Mariann y los muchachos! ¡Esas perversas criaturas chillaban y se reían con malicia mientras agitaban sus zarpas palmeadas!
—¿Dónde está Donna?
—¡No lo sé!
Sam miró el centenar de huellas que cubrían el suelo arcilloso y se perdían en la distancia, entre los árboles, en dirección septentrional. Pensó en las cavernas que poblaban aquella región, y los horrores que se sucedían cada segundo mientras aquella tropel de tritones viscosos marchaba por tierra...

Sol de MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora