IV.

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IV.

Sam había sufrido incontables pesadillas con mares estigios, llenos de sangre y demonios encolerizados que consumían la plataforma sobre la que estaba parado. El revoltoso océano de vino bullía de seres caníbales y despiadados. Las pesadillas lo hacían vagar por cuevas sempiternas, cuyas bóvedas eran tachonadas de estrellas y sus suelos eran tapizados por huesos de todas las especies y las formas... Siempre llegaba a una Puerta de Piedra, tan pesada, que cada plancha correspondía una tonelada de pórfido. Y detrás de ese portal se escondían horrores sin fin...
Las clases transcurrieron con normalidad, y tuvo que adelantar algunas tareas para no perder puntos académicos. La física se le daba bien, pero tenía problemas con las fórmulas químicas; Melissa le ayudaba con matemáticas e inglés, pero estaba tan pérdida como él en cuestiones de química orgánica e inorgánica. Sus compañeros avanzaban con normalidad, ante la espera de las fiestas navideñas que los Jinetes tenían preparado. Finch aún no aparecía, y todo el mundo decía que la policía lo estaba buscando. Nelson fue el único que consiguió llegar a clases para una entrega de actividades atrasadas: cojeaba un poco al caminar, tenía el rostro cubierto de heridas y su brazo derecho estaba escayolado. Según el joven moreno, se cayó de un árbol de guayaba y se fracturó el brazo. Ezequiel le dibujó una obscenidad en el yeso, y las chicas le escribieron sus nombres con marcadores. Daniel fue el único que no habló con nadie...
Después de aquella noche febril, descansó en casa de María hasta que su estado mejoró: sufrió fiebres hasta la madrugada y en ocasiones, según la chica, murmuraba maldiciones a los intrusos de Montenegro. No recordaba haber dicho nada, solo un frío penetrante que lo estiraba y lo afligía. Su reacción corporal hacía la evocación espiritual y los rezos no fue corriente... Y rechazó cualquier crucifijo santificado por miedo a las quemaduras en su mano.
—Ya sé lo que es—asintió María, en secreto. Se habían reunido en el vacío salón de música junto a los baños—. Es un aborto maldito: una Estrige... Una bruja lo enterró en el cementerio y las fuerzas oscuras lo poseyeron cuando las fechas mágicas se acercaron. Se ha estado alimentando, y seguirá creciendo si no lo detenemos.
—¿Quieres matarlo? —Sam mostró su palma chamuscada, cubierta de ampollas—. Hazlo sola. Desentierra el aborto y exorciza tú misma la maldición. No quiero saber nada de cruces o rezos... Solo pensar en ellos me da náuseas.
—Si desentierro al aborto me maldecirá el hechizo que le infunda vida y moriré—María frunció los labios, pálida—. Necesitamos a una bruja que nos diga cómo detener a la Estrige.
—Pues, yo conozco una—dijo una voz femenina. Sam y María se voltearon hacía la chica morena que entró en el salón—. No se preocupen... Los vi entrar al Bosquecillo Encantado desde el bulevar. Yo también he guardado mis sospechas respecto al hechizo que despertó la víspera de octubre. Es un mes donde la magia hierve y se puede catalizar suficiente energía para obrar proezas—Andrea se acercó a ellos con una sonrisa maliciosa y el mentón henchido de orgullo—. No los vi con mis ojos físicos... Es decir, los seguí, saliendo de mi cuerpo, en sueños lúcidos de existencia extracorpórea. Presencié con ustedes el horror que se levantó del sepulcro en el seno de la magia negra del bosquecillo, y temí por sus vidas hasta que el lobizon los salvó... Tampoco sé quién es, es muy escurridizo.
Sam suspiró, y esperó que Andrea Túnez dejase de presumir sus poderes imaginarios frente a María.
—¿Cómo lo detenemos?
—Es sencillo—musitó y sonrió aún más—. Es una entidad que tomó un cuerpo físico, en este caso, el recipiente con el aborto. La energía negativa de la luna junto con la influencia del cementerio le dio vida. Es la Ley de la Polaridad... La energía reflejada por el satélite es opuesta a la del Sol. Necesitas bombardear su cuerpo con energía positiva para aniquilar la maldición. ¡Es Metafísica rudimentaria!
—Bien—Sam se cruzó de brazos y dijo para sí—. ¿Dónde puedo conseguir un bombardero de aniones?
La bruja sonrió y señaló al cielo, a través del techo.
—Arriba, tienes el bombardero de aniones más poderoso del sistema—se cruzó de brazos, sonriente—. Solo tienes que esperar hasta el amanecer sin que regrese a su tumba.
—Nos matará—dijo María y se dejó caer en el asiento—. Es seguro, ese engendro es demasiado poderoso por la influencia del cementerio... y tu cuerpo rechaza las doctrinas eclesiásticas.
—No necesariamente—Andrea se sentó junto a María y se llevó las manos a la nuca—. He intentado atrapar, infructuosamente, uno de los duendes del bosquecillo para usarlo como catalizador. Es fatigoso usar toda la energía de tu cuerpo como instrumento durante los rituales. Aunque, podría pronunciar las Formulas Mágicas de Invocación, pero a la inversa... y así desvanecería la forma física del aborto, para así quedarme con el receptáculo de energía negativa. ¡Sería una batería sin par!
—¡Ni hablar! —Sam tomó asiento y se cruzó de brazos—. Quieres usar magia negra para combatir magia peor... Al menos, ¿puedes lanzar rayos de tus manos o solo sabes hablar?
Andrea le lanzó una mirada asesina que lo hubiera calcinado vivo de tener facultades combustibles.
—Para lanzar relámpagos necesitas generar una energía equivalente a la que se genera en las tormentas. Para eso, imbécil. Debes poseer en el cuerpo una sustancia conocida como «quintaesencia»; y tales fuerzas energéticas no existen más que en conjeturas de lunáticos. Los brujos extraemos nuestro poder de las estrellas y los planetas según su posición... Somos catalizadores y evocamos la energía del universo para transformarla a nuestra voluntad. La Metafísica es ese estudio primordial de que la materia y la energía funcionan como piedra angular para dar forma al universo, y la manipulación de estas esferas puede transformar la realidad.
—Bien, entonces solo quieres el aborto de una mujer para canalizar hechicería.
—Mi padre piensa que el cerebro de la mujer es incapaz de alcanzar el mismo nivel de poder que el de un hombre, por una ridícula idiosincrasia biológica. ¡Le demostraré que se equivoca y haré mía la energía de esa Estrige!
—Eres increíble—sonrió María.
—No puedo—Sam puso los ojos en blanco—. ¿Todas las mujeres son así de orgullosas y malvadas?
—Sí—terció María, sonrojada por la excitación de la persecución—. Te ayudaremos a sellar el hechizo, pero nos deberás un favor. Aunque, nos gustaría saber quién es la madre de nuestro pequeño.
—Es ella—sonrió Andrea—. Ya debieron haberlo sabido... Va a llorar a los baños cada vez que se le atrasa el periodo. Tiene cara de mosquito muerto, pero no es el primer aborto que se induce.
—No...
María arqueó sus cejas finas, como si leyera la mente de Andrea. Sam frunció el ceño, perdido... Se sentía distante de ambas mujeres, como si fuera un iceberg alejándose de dos embarcaciones a la deriva de un mar negro. Ambas chicas entraron en el baño de mujeres, Sam las esperó afuera... Estaba un poco harto de desperdiciar el tiempo, y se sentía muy cansado por el trasnocho. Después de un forcejeo, ambas chicas salieron del baño como dos súcubos, llevando a su presa, una colegiala de uniforme celeste y pantalones añil, tomada de los brazos. A pesar que el timbre del fin del receso entonó su llamado inquisitivo, los cuatro se encerraron en el salón de música, de numerosas mesas y tarima baja... y rodearon a la chica nerviosa.
María tomó el papel de confesora, y Sam se sentó a su lado mientras Andrea cogía los mechones rizados de sus mejillas y los estiraba.
—Ana—la chica tomó la mano de la joven; era extraño ver a Ana sola, siempre estaban Bianca y Soledad orbitando su presencia—. Sabemos lo que hiciste, querida. Lo siento tanto, es tu cuerpo y tu decisión, y no importa lo que digan los demás... Nadie es quien para opinar respecto a las decisiones que tomaste. 
Ana frunció el ceño y apretó la mandíbula mientras contenía el aliento; abrió la boca para hablar y su rostro enrojeció repentinamente. Rompió a llorar en silencio, y vio como Andrea y María, sin ser estrechamente amigas, la abrazaron y le regalaron caricias consoladoras. Sam se mordió la lengua, no quería interrumpir el cuadro piadoso de las tres chicas abrazadas, sollozando... Se sentía un intruso en aquel mundo emocional de tacto y consuelo, y lo único que pudo hacer fue observar como un penitente que teme ser descubierto al contemplar una atrocidad.
—Mi hermana fue la que me ayudó con el primero—contó, con los ojos enrojecidos y la voz entrecortada por el hipo. Andrea se sentó en la mesa para pasarle los brazos por los hombros, y María le acarició las manos—. Estaba muy asustada, y me dejé llevar sin usar protección creyendo que la primera vez no me podía embarazar. ¡Fui una tonta! —Rompió a llorar y sorbió por la nariz con el rostro escondido en las manos. Esperaron unos minutos que se calmara—. ¡No quería tenerlo, pero tampoco quería perderlo! ¡Obligué a mi hermana con el procedimiento y me tragué esas pastillas amargas! ¡El dolor que sentí a la media hora fue indescriptible! ¡Sentía que mi vientre se quemaba, y había tanta sangre que pensé que iba a morir! Recogimos todo en un recipiente, y lo enterramos en el patio sin que nadie supiera. No creímos que había vivido, pues nunca había visto la luz... pero sabíamos que estaba muerto—bajó la mirada y rompió a llorar sin remedio. Los abrazos y los susurros cariñosos fueron el doble de intensos. María dejó escapar lágrimas de sus ojos—. La segunda vez lo hice yo sola. No era mi intención el descuido, pero estaba borracha y tenía muchas ganas de hacerlo—enrojeció, tanto de vergüenza como de tristeza—. Había pasado mucho tiempo, y creí que no volvería a hacerlo con ningún chico... pero, volví a tener deseos, y fui una tonta por descuidarme y hacerlo tanto.
—Está bien—María tomó la mano de la chica entre las suyas—. Solo querías ser mujer y dejarte llevar...
—Soy una estúpida—sollozó, cabizbaja—. Yo misma compré las pastillas y las ingerí cuando tuve oportunidad. El sangrado y el dolor fueron insoportables, pero debía ser fuerte aunque quisiera desmayarme... ¿Era mi culpa? Me sentía sola mientras dejaba caer la sangre de mi vagina y los restos de mi hijo en un tarro. ¡Los hombres son horribles! —Sam arqueó las cejas y suspiró—. ¡Son unos cerdos egoístas! Creo que nunca volveré a enamorarme... Fue el peor momento de mi vida. Ser usada y desechada, ¿eso valemos las mujeres? Tomé muchos analgésicos y recogí lo que pude en un recipiente de vidrio para darle santa sepultura. Lo adorné con una cinta de corona y recé por él. Fue una estupidez... pero, lloré mucho mientras le pedía perdón por haberlo asesinado.
»A pesar del dolor y los calambres, y el sangrado que a veces regresaba. Fui al cementerio del bosquecillo próximo al bulevar. Había ido con anterioridad con mis hermanos, cuando jugamos a explorar y temíamos de ese lugar sagrado que tantos rumores despertaba. Lo enterré mientras lloraba en el centro del camposanto. ¡Dios mío, perdóname! Lloraba a intervalos mientras abría el agujero con mis manos ensangrentadas, y le pedí a los ángeles que lo protegieran... ayudándolo a encontrar descanso eterno. Nunca creí que nadie lo descubriría...
Los ojos oscuros de Andrea chispearon.
—Tu hijo se ha levantado.
—¿Cómo?
—Montenegro le ha dado vida—María se ensombreció—. Es un chiquillo problemático y desobediente... ¿Quién es el padre de la rebelde criatura?
Ana sonrió, lastimera y se limpió las lágrimas de los ojos.

Sol de MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora