VI.

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VI.
Consiguió bajar las escaleras, cojeando, y el amanecer grisáceo bañó con tonos claroscuro la Finca del Chaure... convertida en un despojo de destrozos y un reguero de cadáveres. Sam bajó, caminando con debilidad, mientras pasaba cerca de los Gonzalez.
Jonás Gonzalez estaba envuelto en harapos destrozados, y abrazaba a sus primos Roberto y Carlos, quienes fueron secuestrados. Mientras que Enrique, el joven de la cicatriz, abrazaba al gordo y retrasado Jorge, que le faltaba un pedazo de la prominente barriga y sus intestinos eran un reguero sanguíneo.
—Cuando me vaya al cielo—dijo con debilidad—. Le diré a mamá que siempre me cuidaste...
Enrique se deshacía en lágrimas, intentando no romper en llanto y temblando. El moreno Manuel Gonzalez permanecía sentado en el suelo detrás de él, y parecía conmovido. Tyronne Gonzalez, un hombre adusto que regresó de Chivacoa, ayudó a Nelson a incorporarse, deshecho en heridas... vistiéndose con el uniforme celeste.
—Eres muy valiente, Arciniega—reconoció, y estrechó la mano de Nelson.
El mismo Tyronne le destrozó el cráneo a Belial con sus mandíbulas, y su cadáver yacía descoyuntado en un charco grasiento. El Chivato gimoteó en una montaña de escombros, cubierto de heridas profundas y agonizando... Sam se acercó al fauno, y vio a Finchester sentado al borde con el rostro lleno de moretones y el uniforme ensangrentado.
—Donna se llevó a su tía, están... destrozadas por la muerte de Marcus—se abrazó las rodillas con los ojos dilatados por la ingesta de sustancias—. Omar te estaba esperando...
El Chivato dejó escapar un silbido parecido a un estertor de moribundo, y una herida de hacha en su pecho chisporroteo gotas de sangre. El engendro era una pelambre ensangrentada, con el vientre machacado y los miembros surcados de cortadas profundas. Nelson se acercó, para presenciar las últimas palabras de Omar.
—Muchachos... como los odio—sus ojos oliváceos perdieron brillo, respiraba con debilidad—. No dejen que Montenegro caiga en la Oscuridad. Esto solo fue un episodio... en una historia maligna y ancestral que se remonta a centurias...
Los Chaure lloraban posados en sus ramas con lejanos ululares...
Sam apretó las muelas para contener el nudo en su garganta, y vio a Omar expirar dando su último aliento. Sus ojos desfigurados se tornaron castaños, y su cuerpo sufrió una alteración significativa: se encogió, perdió todo el vello a excepción de una cabellera blanca, y su cuerpo se arrugó como una pasa ensangrentada y maltrecha. El rostro chotuno de morro colmilludo se encogió en una cara humana y envejecida por las penurias... Enrique Palacios regresó a su forma humana al momento de morir.
Los tres abandonaron aquel campo de batalla, y caminaron a pesar del dolor y el cansancio. Salieron del Barrio Porvenir, y recorrieron la carretera en silencio hasta llegar al bulevar junto al Bosquecillo Encantado. María los esperaba en uno de los bancos, con una gran maleta y vestida con chaqueta de viaje. La chica se levantó para abrazarlos...
—Fue un placer conocerlos, muchachos.
—¿Adónde vas? —Finch habló con voz temblorosa.
—Iré a buscar a mi padre—dijo María, risueña—. Le dejo a Samuel todo su trabajo, para que... pueda entender las razones de mi viaje en su encuentro. La Cumbre Escarlata lo ha perseguido por años, pero... finalmente ha encontrado refugio y quiere verme.
Sam intentó hablar con la voz entrecortada.
—¿Te volveré a ver?
María se encogió de hombros, y le dio una palmada en el brazo mientras se marchaba. Mientras se iba, vieron acercarse a Andrea seguido de gran parte de los alumnos de su salón. Al parecer, se recorrió la voz de que el Presidente fue a enfrentar a la Finca del Chaure, y que ellos lo estaban ayudando en su batalla final. Bianca, Ana y Soledad los rodearon, ansiosas; Andrés, Salvador, Ezequiel y Ritchie llegaron junto a un séquito de alumnos. Jesús Alvarez parecía un espectro, y se abrió paso para encarar a Samuel.
—¿Dónde está él?
Sam apretó los labios, con las manos temblorosas.
—El Presidente... —se cortó, y miró los rostros esperanzados de aquella multitud de alumnos que admiraba a Gerardo—. Murió... peleando junto a nosotros. Fue muy valiente... se enfrentó con gallardía al líder del Culto del Meridiano, a pesar de que dominaba poderes oscuros inimaginables. Por mucho que nos esforzamos... no podíamos vencerlo. Montenegro iba a desaparecer en un abismo de oscuridad... y el Presidente sacrificó su vida para inmolarse junto al villano—Samuel se limpió la sangre de la nariz—. Pudimos rescatar a los prisioneros, y salvar el pueblo gracias a su decisión.
—No—Andrea rompió a llorar—. ¡No lo puedo creer! ¡Nuestro Presidente!
—¡Él fue el héroe! —Gritó Ezequiel, dándose golpes de pecho.
La multitud se disipó, llorando y vitoreando el heroísmo del Presidente y, la relevancia secundaria de ellos en su lucha. El último en irse fue Jesús, que asintió y se limpió las lágrimas sin decir palabra. Los tres se sentaron en una banca del bulevar, cerca del parque... Sam extrajo el sobre ensangrentado de su bolsillo y abrió la carta de Gerardo para Mariann. Tenía que asegurarse de que no contenía un mensaje oculto y...

Te quiero, ¿lo puedes creer? Tú... lo fuiste todo. Un alma puede brillar cuando los destellos de otra son reflejados espectacularmente en su superficie cristalina. La primera vez que te vi pensé que eras rara, y nunca imaginé que me enamoraría de todas tus imperfecciones. Enamorarme de ti fue un error, pero de todos en mi vida... fuiste el error más bonito que me atreví a cometer. Nuestros sueños vivirán por siempre al otro lado del mar. Te agradezco por todo lo que pasamos juntos, durante un tiempo muy valioso para mí... tú me diste esperanza para seguir en este mundo. Escribí mis mejores obras con la sangre que derramaba mi corazón roto... Quizás deba sanar estas viejas heridas, las abrí a propósito con tal de sorber un poco de inspiración.
Te quiero, para siempre te quiero... y me despido porque tengo el presentimiento de que no nos volveremos a ver. Pude haber tomado mejores decisiones, pero no me arrepiento de haberte amado. Mi corazón está roto, y todo lo que siento arde en una carta de medianoche...

Sam bajó la mirada, y guardó la carta con el corazón encogido. Quizás el Presidente no era tan malo, solo estaba triste. El nudo en la garganta le ardió...
El moreno carraspeó, y afinó su voz. Empezó a cantar con los ojos clavados en el horizonte argentino.

¿Quién te va a querer tanto como yo?
Me gusta despertar y verte dormida nada más...
Pero estoy lejos y triste...
Deseo abrazarte, y enredarme en ti.

Esta lloviendo, me acuerdo de esa vez.
No puedo dormir...
¿De qué me sirve este país?
Si no puedo reír contigo.
No puedo hacer el amor contigo...

Te extraño...

Finch chasqueó la lengua con una sonrisa.
—¿Tú eres el Cantante Misterioso?
Nelson cortó el recitar de su balada ante un relámpago cegador que rasgó el cielo plomizo; reprimió un sollozo con los ojos enrojecidos. Sam se reclinó adolorido en el banco, junto al destrozado Finch y el malhumorado Nelson... Sorbió la sangre por la nariz para esconder sus lagrimas. El pálido Finch sonrió, era su típica sonrisa famélica que enmascaraba perfectamente su terrible desasosiego... Encendió un cigarrillo y lo fumó despacio. Los dos sabían que Finch volvió a esnifar el polvo en secreto... porque cuando estaba drogado, su ánimo deprimente sufría una mutación severa.
—¿Quieren fumar conmigo?
—No...
—¿Estás loco?
Finch sonrió con el cigarrillo entre los labios. Su mentón estaba partido y un corte en su párpado aún sangraba...
—Son buenos muchachos...
Nelson frunció sus espesas cejas y se limpió el coágulo de la nariz.
—Sí, pero Sam es muy raro.
El pelirrojo carcajeó sonoramente.
—Y tú eres muy peludo, pareces un cavernícola.
—Tu cabello y tus ojos rojos dan miedo—el moreno chasqueó la lengua—. Nunca conseguirás novia con esa cara de loco.
—Tú tampoco—los dientes de Sam estaban manchados de sangre—. Eres igual a un mono super evolucionado. Las chicas ven tus brazos velludos y salen corriendo...
Finch arrojó el cigarrillo aún encendido por encima de su hombro. Su ojo derecho era una manzana amoratada.
—¿Qué importa? Seamos amigos por siempre—los miró de reojo, con los globos oculares a colapsar de salmuera—. Nosotros tres podríamos incendiar toda esta ciudad.
Sam levantó la mirada al cielo, sentía el cabello pegoteado de sangre seca.
Los tres uniformes celestes manchaban de rojo la banca del parque, y los seis zapatos estropeados apuntaban en direcciones opuestas. El humo del cigarrillo dejó de ser molesto con el ralear de una llovizna fría. Los jóvenes escudriñaron los nubarrones grisáceos que se arremolinaban sobre Montenegro y, dejando rodar las lágrimas por sus mejillas... rompieron a llorar.

Sol de MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora