III.

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III.
—¿A dónde vas, Samuel?
Donna intentó seguirlo en su presurosa marcha. Sam iba a la delantera, alterado...
—Ve a casa, Donna.
—¡No voy a estar tranquila!
—Todo se reduce a lo que se esconde en esas bodegas—Sam apretó los puños, atardecía en Montenegro y el cielo anaranjado nunca había sido tan brillante—. Enrique Palacios liberó un Mal antiguo que yacía, latente, en las cavernas del pueblo. ¡Todo está plasmado en los manuscritos de la alcaldía! Sus hechiceros intentaron contener esta plaga demoníaca, y ante su fallo... el mundo cayó en una época de oscuridad: matanzas, hambrunas y plagas. Las guerras mundiales, las matanzas del comunismo y las enfermedades que han proliferado estos últimos cien años... se deben a la apertura de antiguas tumbas pobladas por maldiciones sempiternas.
—Los Montenegrinos no saben que viven en una tierra maldita—Nelson aún vestía el uniforme celeste de escolaridad, y los zapatos zarrapastrosos. El moreno lo siguió desde una esquina, con las manos en los bolsillos—. Enrique Palacios y Carlos Figuera Algarrobo siguen enzarzados en una batalla mágica por el dominio del pueblo... Hace cientos de miles de años en estas montañas se erigió una Potestad incomprensible, y reinó en una época de caos, en el territorio donde se alzó el maligno Trono del Diablo antes de ser despojado por los Bolivarianos.
»Omar, el Chivato... me confesó su tarea vitalicia: durante cien años ha resguardado los portales de Montenegro para impedir que fuerzas allende nuestro plano irrumpan desastrosamente. Cuando estas entidades logran escapar de su control y perturbar la sociedad humana, un ciclo de muertes se desencadena en Montenegro o en algún otro rincón del mundo. Oleadas de muertos y ríos de sangre... Plagas de cólera, fiebre amarilla y malaria. Brotes psicóticos y dictadores sanguinarios...
Sam se giró, estaba eufórico, caminando por el final de la Calle San Gregorio en el centro del pueblo. Las casas se alzaban en silencio, y las calles se vestían con los colores apagados del crepúsculo. Fue a buscar a Nelson inmediatamente Finch se esfumó. Ambos jóvenes se midieron con la mirada, y Donna tembló...
—¿Carlos Algarrobo sigue vivo?
—Su espíritu—Nelson se rascó el cuello con las uñas de la mano convertidas en garras—. Mis ancestros intentaron asesinarlo cuando intentó robar los poderes de la familia Blanco y doblegar a la diosa que resguarda la Montaña del Sorte. María Lionza es una turba invocada por los hechiceros inmortales de Enrique Palacios para someter a las entidades que despertó... Pero, su influencia ha disminuido con los años. La energía negativa ha sido tanta, que perturbaciones y fenómenos han contravenido circunstancias en el pueblo. Algarrobo pactó con las Potestades Menores, y fue arrebatado como un espíritu para imponerse en el corazón de la montaña. Su hechizo es de una magnitud incompresible...
»El Culto del Meridiano ha invocado poderes oscuros para influir en estas Potestades, y temo que se aliaron con Algarrobo para despertar lo que han resguardado durante décadas en sus bóvedas. Creo que tu padre se ha involucrado, Samuel Wesen. Una magia negra indescriptible es convocada por ese aquelarre de brujos, y creo que, esta noche de Walpurgis... la historia de la humanidad llegará a su fin. Los Iluminados invocarán en nuestro mundo...
—El Presidente—Sam abrió los ojos como platos—... debe haber sucumbido ante la impotencia. ¡Debemos ir al Barrio Porvenir y convocar a los Jinetes!
—¡Samuel! —Nelson aferró sus hombros con los brazos—. ¡¿Tienes idea de lo que estás diciendo?! ¡Puede que tu padre nunca haya sido la persona que creías! ¡¿Estás listo para renunciar a todo?!
—Nelson—sonrió, apesadumbrado—. Me gusta tener amigos... y por primera vez, creo que encontré mi lugar en el mundo.
Nelson le palmeó los brazos.
—Bien dicho.
Ambos se despidieron de Donna y tomaron el último autobús al Barrio Porvenir por la carretera que bordeaba el Bosquecillo Encantado, y terminaron la ruta al final de una calle de pavimento que daba una avenida de piedras y arena. La foresta era abundante, y los ranchos se extendían en colinas y lomas de vegetación espesa... Siguió a Nelson por avenidas flanqueadas por matorrales, y ranchos recónditos abandonados a su suerte. Los dos parecían fuera de lugar, aún llevando los uniformes escolares y los rostros tostados por el sol. Algunos hombres que esperaban en hamacas a la sombra de árboles frutales los señalaban, y murmuraban. Sam apretó los labios y siguió a Nelson mientras se adentraban en aquel territorio desconocido de carreteras de tierra y barrancos de arena.
—La Finca del Chaure se encuentra al final de esta calle—señaló Nelson—. Está anocheciendo, y se encenderán las hogueras del sacrificio ritual...
—¿Vas a buscar a tu familia?
Nelson se lamió los labios con una sonrisa, y lo siguió en medio de aquella calle estrecha y accidentada de espesa foresta y colinas súbitas que se alzaban en la distancia. El sol se fundía en el horizonte, y pronto caería el anochecer con tonos purpúreos. Avanzaron durante diez minutos, y pronto se dieron cuenta que unas sombras oscuras los seguían a través de la vegetación que los rodeaba. En la calle, que daba una bifurcación prominente, se alzaron tres sombras de sotanas negras con látigos y machetes. Al acercarse más, con un escalofrío, notaron con otro par les cerró la huída, y se vieron rodeados por una docena de brujos encapuchados, completamente vestidos de negro, con rosarios de piedras negras al cuello, diversos brazaletes, bastones y fetiches mágicos.
—Tenemos un petirrojo intruso—uno de los brujos se quitó la capucha, revelando unos grasientos ojos oliváceos en un rostro sonrosado. Era Daniel, esgrimiendo un látigo—. Y un perro mugroso.
—Creí que estabas en un sanatorio—los ojos de Nelson se tornaron amarillentos—. Maldito loco...
Daniel azotó el látigo con un chasquido atronador.
—Los locos son una respuesta cuerda a una sociedad desquiciada.
Sam y Nelson se hallaron de espaldas, escudriñando rostros encapuchados de ojos inquisitivos. Eran una docena de sombras furibundas portando fieros machetes y látigos de cuero... Intimidantes y omnipotentes como un panteón de dioses malignos. Los aceros echaron chispas contra las piedras del suelo, y los látigos cortaron el sonido con chasquidos diabólicos. Daniel sonrió, grotesco, agitando el látigo y saltando sobre un pie.
—¡Serán parte del Alimento Sagrado!
Sam rechinó los dientes, y escuchó un disparo. Un verdadero pandemónium se levantó a su alrededor con una polvareda, Nelson gruñó levantando las garras, y los látigos resonaron con chasquidos peligrosos. Escuchó un grito, y vio un cuerpo caer... Y una figura celeste y alargada los llamó desde una colina, detrás de un chaparral. La prensa se cerró sobre ellos, y un machete osciló cerca de su cabeza. Sam estiró una mano con los dedos extendidos... agachándose, y el filo cortó el vacío. Le propinó una patada en el estómago a aquel hombre de sotana oscura. Un látigo azotó el suelo a sus pies, y un par de brazos fornidos se cerraron en torno a su cuello, presionando su garganta con asfixia. Escuchó un estallido sónico, y una herida se abrió en su muslo con una laceración dolorosa. Sam gritó de dolor, y aferró aquellos brazos con las manos. Todo se volvió rojo...
Ante sus ojos relampagueo la imagen de un río grisáceo disolviendo piedras como ácido avinagrado...
El hombre que lo estaba estrangulando le soltó con un alarido y expiró en una nube de vapor rojizo: su cuerpo fue reducido a un saco de piel y huesos chamuscados. Fue repentino, y nunca olvidaría el chisporroteo que emitió su piel ante la evaporación repentina de todos sus líquidos. Sam se horrorizó ante la obra de sus manos, y contempló aquella niebla sanguínea con sopor... Nelson tiró de su brazo, y lo arrancó de la abstracción mientras corrían lejos de la calle.
Finch volvió a disparar con el revólver a sus perseguidores, cubriendo su huida... y los tres se escurrieron, nerviosos, por aquellas colinas espesas pobladas por zarzales de pesadillas.

Sol de MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora