IV.

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IV.
La Víspera de las Candelarias en el bulevar se cubrió de guirnaldas, listones, disfraces y cajones de sonido. Los Jinetes organizaron un festival precioso decorado ostentosamente con motivo del carnaval, y los diablos rojos bailaban al ritmo de los tambores azotando sus látigos de cuero. El Presidente le confió la misión de asistir, y observar como infiltrado a los distintos grupos que asistían a las fiestas con tal de evitar otro atentado. Sam se movía al compás de los tambores, pues gran parte del alumnado del Colegio Bolivariano se prestó para interpretar los instrumentos, y podía reconocer a los Jinetes bailando bajo las máscaras estrafalarias de diablos y disfraces rojos.
Andrea y él asistieron a las reuniones de los Jinetes y escucharon durante rato tendido las proposiciones a las que Gerardo era asediado. En un pizarrón se anotaban las consideraciones y todos se reunían sobre taburetes para debatir. Jesús era taciturno y correspondía el cuerpo de seguridad, le preguntaron a Sam si quería disfrazarse de diablo y ante su negativa le otorgaron una radio para vigilar las aptitudes de los extraños de aquella masa ruidosa y convulsiva.
—Pensé que no te gustaban estos eventos—dijo María. La chica llevaba un vestido azul, pantalones de mezclilla y botas sin tacón.
El bulevar era una plaza alargado sembrada de coníferas y sillares de piedra, en su redondel se erguía la tarima de las presentaciones. Al pie de esta, los diablos y las agrupaciones bombeaban música con estruendosas vibraciones. Sam había recorrido el bulevar dos veces junto a María, y a pesar de los séquitos de jóvenes dejándose llevar por la euforia del alcohol; no avistaba ningún inconveniente. El primero en presentarse fue Santiago, que abrió el concierto cantando Te Veo, acompañando la balada con su guitarra y llenando el público de vítores.
—Me estoy acostumbrado a Montenegro.
—¿Cómo estás, Samuel?
El público rompió en aplausos cuando Santiago dejó de interpretar Debí Suponerlo, y una mezcolanza de tambores, charrascas y guitarras llenó el preludio con un receso de bailes y cantos. Los diablos rojos hicieron saltar chispas con sus látigos, y el público retrocedió, agresivo, queriendo atropellar a los bailarines infernales... Este acto se repitió con desazón, y alegría, pues los jóvenes sagaces se anteponían a los chispazos de los diablos, y retrocedían a su vez. La siguiente presentación fue el debut de una joven cantante con voz preciosa que entonó Adiós Amor estupendamente, acompañada de gaitas y acordeones.

Miro tus ojos y no eres feliz
Y tu mirada no sabe mentir
No tiene caso continuar así
Si no me amas es mejor partir

—No lo sé... ¿Por qué me preguntas eso?
María frunció el ceño.
—Te veo... preocupado y cansado.

¡Adiós amor me voy de ti!
¡Y esta vez para siempre!
¡Me iré sin marcha atrás porque sería fatal!
¡Adiós amor yo fui de ti, el amor de tu vida!

Después de la canción, sobrevino un receso contemplativo para presenciar el retumbar de los tambores, el bailar de los diablos y la presentación de un grupo de fantasías, con vestidos cortos y abundante escarcha; Ana, Bianca y Soledad bailaron con cascabeles en las cinturas al ritmo de los tambores... y la noche se llenó de furor.
—Por favor—María cruzó los dedos sobre su vientre—. Tienes que dejar de asistir a las reuniones de los Jinetes. Te van a llenar la cabeza...
—María—Sam apretó las muelas y resopló—. Gerardo se preocupa por las desapariciones de niños en los poblados cercanos. Y... mientras tú te escondías en tu habitación, yo escuchaba sobre extrañas circunstancias que envuelven las desapariciones de jóvenes. Niños de Ojos Negros se los llevan... Los han visto a la medianoche, y nadie sabe de dónde provienen estos espíritus.
—Samuel...
—¡Con ustedes! —Gerardo se posó sobre la tarima, contrario a las advertencias de Jesús con que no debía exponerse. Llevaba un disfraz de cuerpo completo teñido de morado, con cintas rojas en las muñecas y un antifaz de guacamayo con plumas de fantasía—. ¡Uno de los hijos más famosos de la ciudad! ¡Nuestro Cantante Misterioso regresa a casa!
El público se apretó frente al escenario impuesto en medio de la calle cerrada. Los aplausos, gritos y vítores revolotearon como cuervos ante el despuntar del alba carmesí en campos desolados por la matanza. El Cantante Misterioso levantó ambas manos, cubierto con un traje verde con listones y cinturón ceñido, y una máscara de robot hecha de cartón. La voz que manaba del interior provenía de un micrófono incorporado a la máscara, y sus ademanes despertaban estremecimientos.
—¡Puede que hoy finalmente nos revele su rostro!
Los aplausos estallaron peligrosamente y los tambores retumbaron con palpitaciones. El Cantante Misterioso saludó y le dio un abrazo a Gerardo, que era una cabeza más alto. Notó que el Cantante Misterioso no llevaba guantes, y se apreciaban sus manos morenas cubiertas de abundante vello. La música comenzó a brotar con acuidad nítida, y lo transportó a un mundo de infinito desasosiego. El público calló completamente y los rítmicos tambores cesaron. Lo único tangible era el tintineo de la balada romántica, y la escarificación que esta producía en los corazones de los sueños.

Sol de MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora