Capítulo 5: Las Puertas de Piedra.

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Capítulo 5: Las Puertas de Piedra.
I.
—Voy a alejarme de todos y abriré lentamente el hoyo de mi féretro para que me olviden, y pueda desaparecer eternamente junto a los gusanos... sin que nadie se entere. Sin lágrimas, ¿será hermoso, verdad?
Finch se reclinó sobre las gradas frías del viejo estadio abandonado... y miró las formas que se desdibujaban, como espectros de humo, en mareas de niebla translúcida. Uno de ellos era un ser negro y terrible, tiznado de brea y con el rostro tapado por una máscara roja de diablo.
—Batea, batea—repetía en susurros como un papagayo—. Sácala del estadio.
El joven pelinegro extrajo un cigarrillo y lo encendió, llenándose los pulmones con el humo nacarado.
—¿Puedes recordar el último partido que se jugó en este lugar?
El enmascarado guardó silencio, y clavó los agujeros de la máscara en la arena desprolija que se extendía, guerreando contra la hierba, por aquel coliseo moderno. Estaba muriendo, aunque egregores como él—si realmente se lo concebía como un espíritu—, habitaban los lugares que le brindaron esencia... morían lentamente. Aquel ser era inofensivo, y parecía animarse con la compañía.
—¿Quieres que rompa tu atadura?
—Batea, batea.
—Sé que no pueden suicidarse, pero es muy triste verlos aferrarse a cada chispa de vitalidad. Son menos que fantasmas...
—Eres un... niño bueno.
Aquel resto de pensamiento tenía forma de niño desnutrido, y la máscara que cubría su cara era demasiado grande... Se sentaba de cuclillas y temblaba, azogado por un frío vacilante; pero era imposible, porque los espectros no eran afectados por el calor o la ausencia de este. Eran impresiones plasmadas en el mundo por las mentes, como las manchas grabadas en la retina por el sol. Hace veinte años que aquel estadio se caía a pedazos, pues el béisbol no era célebre entre los montenegrinos. La mayoría eran personas toscas, taciturnas y resabiadas. Muchos espíritus errantes eran ánimas, nacidas de los malos pensamientos y la euforia colectiva; un reflejo ceroso de Montenegro sobre un charco grasiento. Los errantes eran vagabundos del mundo invisible, vampiros de la energía que los creó como cascarones.
En Montenegro habían tantos espíritus como personas, algunas veces su número era superior, y se sentía su presencia fluctuar en grandes concentraciones plasmáticas. Pero su número se reducía abruptamente con la merma de influencias, y la mayoría de los días, estos entes se escondían en madrigueras de horrores. Las escuelas, orfanatos y hospitales eran santuario de pensamientos negativos que germinaban en endriagos caóticos, bufones y melodramáticos.
Finchester miró largo rato al diablillo tembloroso...
—¿Dónde está el indio?
—Muerto...
—¿Se borró su huella? No puedo creerlo, era pensante y aún sobrevivía de las festividades.
—¿Crees que? —La máscara de diablo giró a su merced, envejecida y descascarada—. ¿Podré batear sin haber desayuno?
Finch se terminó el cigarrillo y lo lanzó a la arena. Salió de allí más deprimido, puesto que el Indio, aquel ser repulsivo que se atiborraba de hojas y disfrutaba tirando del cabello de las jóvenes... había sido borrado. Quizás la muerte más triste era la de los errantes, pues llevaban existencias marginales al ser proyecciones energéticas... y cuando la fuente desaparecía, iban pereciendo hasta el desgaste entrópico. Se alejó por la Calle San Gregorio, que discurría por todo el centro de la ciudad y era cortada por incontables avenidas, sumergiéndose en grutas pobladas de gentes extrañas de andanzas avaras y fealdad marcada; un fantasma claroscuro notó que podía verlo, y se pegó detrás suyo... recalcitrante en su miseria existencial. En el centro habitaban muchos espectros que se rehusaban a la muerte, y... aunque eran impresiones de fallecidos que deambulaban ciega y estúpidamente, podían ser atrapados en ataduras durante años.
—Quisiera ser... un caracol—susurró con voz gutural.
El espectro era realmente pequeño, y estaba vestido con harapos zarrapastrosos. Su cara era muy sucia, y el cabello largo le llegaba a los talones. Aquellos barrios empobrecidos y estrechos de casas destartaladas daban forma a criaturas inhumanas, caníbales de sus congéneres incorpóreos; entre ellos existían las presas más miserables: los huérfanos que morían de inanición en las calles. En Montenegro existían manadas de niños sin hogar, que sobrevivían de formas extrañas y eran usados por los brujos en horrendos rituales. Su tristeza, dolor y mutilación... daba forma a estos espectros infantiles, que alimentaban a los engendros caníbales. Pero todo estaba demasiado tranquilo, paseó la mirada por casuchas abandonadas y derruidas, y no percibió un solo atisbo: habían desaparecido, asustados. Transcurría un fenómeno en el pueblo desde la Noche de Brujas, y las entidades brillaban por su ausencia las madrugadas de llantos y los atardeceres melancólicos.
Finch entró por un muro derruido que no tenía protecciones, y salvó una pared venida abajo por la lluvia, penetrando en un edificio desolado y oscuro. El salón principal era del tamaño de un teatro, y en una de las paredes relucía un dibujo horripilante: un corazón podrido, franqueado por alambres y clavos... Este órgano carcomido por la inquisición parecía vivo, pintura palpitante en el muro seco. Adentro era un caos de sillas polvorientas, y guirnaldas de telarañas. Finchester se sentó en la silla central, y encendió un cigarrillo para esperar al artista de tan macabro espectáculo.
Esperaba que no fuera un demonio, nunca había visto uno. Presenciar la manifestación de un demonio era indescriptible, todos enloquecían ante la locura que la entidad provocaba... Una vez conoció a un yogui del Barrio Porvenir, que solía consumir metanfetaminas y husmear los alteres del Samhain que concertaban los brujos en la montaña. Este muchacho también era sensible con el mundo espiritual, pero sus capacidades se relegaban al sentir de presencias. Pero decidió seguir su camino, dejando de lado las exploraciones para tratar con los espíritus vivificados que eran invocados cabalmente por la hechicería africana. El yogui dijo que finalmente vería un demonio, que estaba cansado de inhalar su aroma azufrado y su pestilencia a podredumbre... y se internó al bosque con las pastillas en la mano.
Hace un año de aquello, y aún recuerda con malestar la sangre que brotaba de las cuencas vacías de sus ojos arrancados. El yogui enloqueció, y fue trasladado al Psiquiátrico Bolivariano de Ciudad Zamora. Contemplar un demonio, era ver a través de la cancela del infierno... Un pequeño vistazo a Dios era demasiado para los hombres. Si es que realmente existían el cielo, el infierno y un Dios Supremo... A veces pensaba que solo eran motas de polvo en un desierto desconocido.
—Déjate ver, sabes que odio esperar.
—La otra noche cayó un chaparrón de agua—se quejó aquella voz incorpórea que llegó flotando hasta sus oídos desde el garabato—. Creí que mi final llegaría, lo he deseado...
—Yo podría derrumbar la pared para romper lo que te ata a este mundo.
—Lo siento—David cruzó la pared, mitad translúcido, mitad niebla... Llevaba la misma chaqueta de cuero con la que se suicidó, los pantalones de mezclilla y las botas pulcras—. Sé que solo soy un fragmento de aquella alma. Soy el deseo artístico del verdadero David... ¿Pirela? No puedo recordar mi nombre—eso pareció entristecer al pálido de rizos espesos—. Ni por qué me ahorqué en este lugar... Lo único que puedo recordar, mi estimado Finchester. Es este mural, a veces puedo oler el aroma de la pintura y el impulso de la inspiración... Un deseo eufórico de creación y desprendimiento. Aunque, quisiera que todo esto acabe, y que la pintura descascarillada se termine de caer... No quiero desaparecer, al menos yo, un reducto del alma que fui... Me aterra el olvido. No soy la pasión de David por el arte, soy su miedo más profundo, el que nunca lo abandonó en sus momentos más oscuros: el miedo a estar solo.
—Me harás llorar.
—Te dije que no vinieras acá, es muy triste verme a través de ti—el fantasma se ajustó la chaqueta negra—. Solía fumar y contemplar los dibujos que hacía en este lugar... Por alguna razón que olvidé, pasaba mucho tiempo solo. ¿Te imaginas eso?
—¿Has recorrido las calles?
—Un poco, sí—David tomó asiento junto a Finch. Los tentáculos blancuzcos del cigarrillo lo atravesaban, no tenía sustancia sólida... asemejaba un proyección de imágenes. A veces era translúcido, y otras, una mancha borrosa—. Allá afuera es un desastre: los gules se esconden en sus madrigueras hasta Navidad, los vagabundos parecen gatos temerosos de un sismo, y los más sensibles pueden percibir que un horror acecha Montenegro.
—Nunca fui creyente de la Metempsicosis, pero asumo que David aún era un alma en plena evolución espiritual—Finch dejó caer la colilla de sus dedos—. ¿Qué? Sé un poco de frenología e hinduismo. He visto y hablado con suficientes espíritus, como para discernir que las almas transmigran a otros cuerpos, en una sinfonía interminable de vida y muerte... ¿Crees o creíste en Dios antes de ahorcarte? Si realmente un todopoderoso nos ha creado, sombra de suicida, déjame decirte que hizo un caos... y dudo de su cordura dejando este mundo en nuestras manos.
—Eso es muy pesimista de parte de un vivo—David sonrió, famélico—. Este mundo no lo hizo Dios, piensa un poco... Lo moldeó Satanás, intentando imitar a Dios y ganándose el infierno. Finch, mi amigo, huye de Montenegro... un horror inenarrable ha escapado de su Averno. Las Puertas de Piedra, incontables e indecibles, dejaron escapar una entidad tan antigua como estas tierras, que moraba en las tinieblas y yacía sepultado en los sueños de los hombres... Las regiones oníricas han sido terreno ajeno a la comprensión, y al que solo unos pocos aventureros se han atrevido explorar. ¿Qué ocurre cuándo estos dos mundos se encuentran? ¿Criaturas han podido rebasar las fronteras que nos dividen?
—¿Los sueños... son reales?
—Algunos sueños son tan poderosos y extraños, que crean mundos de caos por los que flotan mariposas negras.
—¿Y si el universo es el sueño de Dios?
—¿O una pesadilla?
—¿Quién cruzó desde la Puerta de Piedra y por qué estan asustados los espíritus?
—Solo una parte ha salido, pues es como una gigantesca serpiente emergiendo de un ollo—David se veía más pálido de lo común, y sus ojos castaños estaban vacíos. Nunca se acostumbraría a hablar con alguien que no respire ni parpadeé—. Empezará a devorar, hasta que haya consumido todo Montenegro. ¡Eso será el comienzo! La Humanidad entera será devastada por aquel que cruzó las fronteras de su presidio en el Mundo Onírico. El que antiguamente vagó por esta tierra maldita y fue conocido como El Señor de Toda la Oscuridad.

Sol de MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora