V.
—Odio el amor, me hace vulnerable. Le permite a una persona entrar en mi vida y quemarlo todo...
—Las mujeres son malvadas—Finch sonrió con los dientes afilados despidiendo vapores nacarados—. Todas son sanguijuelas chupasangre... Creo que los hombres abríamos creado una utopía perfecta de inmortales si no perdieramos el tiempo con ellas.
—El Diccionario Infernal—Samuel metió las manos en los bolsillos del abrigo negro—. Una de las Enciclopedias del Valle del Silencio... que contiene las invocaciones de los Sesenta y Siete Demonios, escrita por Jacques Auguste. Los Vampiros nacen de...
—Realmente las mujeres que he querido me han lastimado—caló el cigarrillo y lanzó la colilla consumida por encima de su hombro—, y... el resto que he conocido me ha caído mal. Últimamente mucha gente me cae mal.
—No significa que sean malas.
Finchester mudó su expresión doliente.
—Creo que estaría mejor sin ese dolor.
—No puedes poner a todas en la misma botella—Sam se caló la capucha de felpudo—. Ese dolor nos ayuda.
—Espero un día conocer una que sea diferente.
—También tú debes ser diferente.
Los Arrabales eran un conjunto de residencias legadas al perpetuo abandono y el prematuro envejecimiento: sus techumbres se podrían, sus ventanas deterioradas cegaban fantasmas y sus portales derruidos eran invadidos por alimañas. Las casuchas agrietadas y los muros desconchados exhibían un atisbo al futuro profético de la desaparición humana... Las callejuelas de asfalto ennegrecido eran consumidas por los hierbajos, y la aparente soledad del mundo perpetraba un frío espectral hasta el núcleo de su ser. La sensación que los acaecía hasta el tuétano era indescriptible y protuberante...
Los Arrabales comenzaban ante la ribera del río que se deprimía tras la angostura del malecón, atravesaba con el puente industrial que conducía a los pueblos vecinos. El barrio se extendía como un hongo infecto sobre un tocón mustio, y su desolación era capitulación de cultos negros precididos por los jóvenes curiosos de las artes negras que convergían en Montenegro. Durante décadas, fue escenario de conventos oscuros que invocaban potencias y juegos juveniles que terminaron en episodios de enajenación y horror... No había construcción en el barrio sin mancillar por orgías esotéricas o conjuraciones a Potencias Infernales. Se sentían vagar en un camposanto de tumbas vetustas, floreado de musgo y fantasmas lúgubres de fantasmagóricos recuerdos.
Finch se detuvo de súbito, y miró el cielo grisáceo con melancolía. Se lo veía más pálido y desgreñado que de costumbre...
—¿Creés que nos bombardee el presidente Björk?
—Nuestra represa abastece de energía a todo el país—Sam se encogió de hombros, nublado—. Nuestras vidas no valen nada... podríamos desaparecer con un estallido de antimateria. Un resplandor cegador y un millar de vidas que se extinguen en menos de un parpadeo... ¿Cuánto cuesta la avaricia de los que ostentan el poder en sus patíbulos mortales?
—¿Y Donna?
—No digas ese nombre—Sam lo fulminó con la mirada—. Sabes que ese nombre es tabú...
Finchester carcajeó.
—¡Ese es mi muchacho! ¡Nuestra soledad durará eternamente... hasta que florezca este desolado campo de piedras negras! —Se giró, con los ojos entornados—. Eso no es un espíritu...
Sam aguzó los sentidos y la masa de ruidos aparecieron como un bulto de chasquidos, latidos y respiraciones. Olía a lluvia y ropa azufrada. Se sorprendió de no haber descubierto al niño que los perseguía desde los callejones a rebosar de basura... Luis Clavijo salió de su escondrijo con una sonrisa disimulada. Vestía un chaleco agujerado y pantalones de tela desteñida... sus zapatos estaban destrozados.
—¡Sabía que Samuel Wesen sería capaz de sentir mi presencia!
—Piérdete.
—¿Es verdad que un hechizo del Taumaturgo te dejó ciego durante el Octubre Rojo? —El niño enrojeció con una sonrisa fascinada—. ¡Y cabalgaste junto a los Caballos Duendes por el cielo nocturno mientras los monaguillos de Chivacoa le lanzaban fuegos artificiales a los espíritus inmundos! ¡Yo me asustaría al ver las quimeras de San Pedro Apóstol! ¡Eran caballos alados y escamosos con cabezas de serpiente! ¡Gracias a María Lionza que estabas ciego!
—No sabes lo que dices...
Finch sonrió, y se acarició el mentón.
—¿Qué quieres, Clavijo?
—¡Quiero ser un mago tan grandioso como Samuel Wesen!
—Eso nunca pasará—las palabras brotaron imperiosas de su pecho—. Ya te dije que este camino es negro y desagradable... Es un valle de espinas sin retorno.
—¡Pero, puedo hacer magia como tú!
—¡Mierda! —Sam apretó los dientes, el calor golpeó su rostro—. ¡Eres un niño! ¡Tu energía es diferente a la nuestra! ¡Los conjuros pronunciados por bocas infantes sin mancillar tienen más poder que una cohorte de magos negros! ¡El mundo espiritual es tan real como el noventa y nueve por ciento de espacio vacío que conforma un átomo! ¡Es una ciencia ilógica, como la cuántica... donde las leyes «normales» pierden validez! ¡No sabes lo que haces y traes problemas! ¡Nunca serás como yo! ¡No quiero volver a verte, estorbo!
El rostro de Luis Clavijo era poema antes de resquebrajarse en una mascara de dolor. Se metió las manos en los del pantalón desteñido, y se alejó con el rostro enrojecido por la espalda vereda. El silencio del barrio lo acompañó bajo la vigilancia de los altivos árboles centinelas de ramas retorcidas y raíces desfiguradas...
—Creo que acabas de matar sus sueños.
—Cállate, Finch.
El joven pelinegro se encogió de hombros.
—Que te vean como un ejemplo debe ser gratificante. Puede que el Opus Magnum de ese niño haya sido ser como tú...
—No soy un buen ejemplo...
Finchester extrajo una bolsa de plástico rellena de hongos, se lo veía inquieto. Le ofreció algunos a Samuel, pero este los rechazó amablemente... Parecían champiñones cerúleos finamente cortados. Los mismos alucinógenos que florecían tras las copiosas lluvias de época en lo recóndito del Bosquecillo Encantado.
—Ya seamos afarensis mutados por dioses alienígenas o híbridos de criaturas divinas... Los seres humanos somos fascinantes e incomprensibles.
—¿Ya empezaste?
—Escúchame, Wesen—los ojos de Finch resplandecían—. Jesús Herrera y su hija María desaparecieron tras encontrar la «verdad» que se esconde en los Archivos Secretos del Vaticano. Sus textos son...
—Esa verdad no nos concierne...
—Los Sonetistas de la Isla Esperanza han tejido su telaraña de hierro y...
—No podemos hablar de eso, Finch—Sam entornó los ojos—. La Corte de Magiares tiene un millar de manos y ojos que escudriñan el mundo con codicia...
Las calles se sucedían con tonos grisáceos y deprimente claroscuro teñido de crisoles disolutos de niebla fantasmagórica. Atardecía en Montenegro, y el cielo se cubrió de un rosáceo almidonado, repleto de nubarrones desgajados y luceros flameantes. Permanecieron estoicos ante el asequible emperador de oscuridad que recaía con su condena de escrutinio sobre los jóvenes...
—La ausencia de energía es inverosímil—dijo el pelinegro desaliñado—. Flotamos como una burbuja de positrones en un océano de negrura. Incluso para entidades supradimensionales como las tulpas... es inhabitable.
—Es una Atadura Maldita que niega los efectos de la entropía—Sam enarcó una ceja rojiza—. Tal anarquía es prerrogativa de reinos infernales...
—¿Creés que esté posesa?
Sam frunció los labios con ironía.
—Espero haberme ganado el cielo por unos quinientos años.
—¿Qué hablas, macho? —Finch se zampó un hongo—. Cuando nos maten seremos canonizados como Santos. Bueno, cuando el calor en el planeta sea insoportable y nos empezemos a pelear por el espacio habitable... importarán poco las religiones, ¿no?
La mansión se estremecía en la distancia con el chirriar de los tabiques, las tablas desvencijadas y los portales derruidos. El diván parecía a un soplo de venirse abajo sobre la fachada ruinosa, y en la eximia de la estructura flotaba un hálito de desasosiego... como un matrimonio viejo y frío que languidecía en el más funesto abandono. Las ventanas rotas asemejaban dientes astillados, y las estatuas del jardín estéril se retorcían entre sombras de musgo y hierbajos espinosos.
El muro que confinaba aquel terror inmemorial estaba carcomido por la erosión, y atravesar el enrejado herrumbroso fue cuestión de forzar las cerraduras rudimentarias. Aquel sendero empedrado relucía con gotitas de rocío por la llovizna, y las estatuas góticas lloraban de pesadumbre en posturas de oratoria.
Finch se reclinó sobre una fuente seca.
—¿Cuál creés que sea la Atadura?
—Algún objeto en la casa vinculado al cuerpo de Dolores como un receptáculo de espíritus—Sam acarició la cruz de ébano en su bolsillo, las yemas de sus dedos se encendieron—. Como un sacrosanto incorruptible...
—O una momia poseída...
—Odio esta ciudad...
El interior de la casona esa decrépito y pestilente: los miasmas vaporosos que despedían la podredumbre de la madera y las paredes de asbesto flotaban como ondulaciones caloríficas. Las excrecencias brotaban de las rendijas del suelo y las grietas en las paredes gastadas... Los cuadros y los abalorios fueron robados hace décadas y el aparente silencio era resquebrajado por algún chirrido subrepticio. Los corredores alargados y las puertas atascadas sembraban la incertidumbre... Del techo colgaba un candelabro ornamental envuelto en sudarios de telaraña.
Finch barrió el polvo de una mesa barnizada...
—¿Cómo matas a un vampiro?
—No es un vampiro—Sam comprobó la dureza de la escalera de madera que conducía al segundo piso y al balcón—. Podríamos romper su Atadura Maldita con la formulación de un Hechizo Inverso para extrapolar su energía negativa.
Ambos jóvenes ascendieron por la escalera chirriente, Finch no dejaba entrever su nerviosismo pero los latidos de su corazón eran desesperados... y el silencio imperturbable mantenía inquieto a Samuel. El segundo piso era un corredor alargado de numerosas habitaciones que conducía al balcón, semejante a un patíbulo romano, desde el que se avistaba el jardín lúgubre de fuentes marchitas y estatuas estranguladas. Al fondo del corredor se avistaba un umbral de tenebrosa negrura, como si el mundo terminase en aquella reminiscencia de oscuridad y diera paso a un vacío inconmensurable de tinieblas... Sam escudriñó aquella penumbra sólida, que rectaba y se estremecía ante el ralear del fulgor lunar... Un escalofrío recorrió su espina, y cada célula de su cuerpo latió con una reverberación inusitada.
Finch instintivamente dejó escapar un gorgoteo y se escondió detrás del pelirrojo. El ser que emergió de la oscuridad había abandonado su humanidad hace incontables años... y sus firmas retorcidas y pálidas eran subversión grotesca de lúbricos súcubos desnudos, encorvados y de espesa cabellera negra. Su rostro de gárgola era eclipsado por la inminencia de unos ojos abrasivos como fuegos fatuos y un morro infecto de colmillos... Caminaba desgarbado, con los hombros deformados por la inanición y las manos rematadas en prominentes garras mugrosas. El raquitismo de sus miembros era indescriptible, y la flacidez de sus carnes... aborrecible a la anciana más lampiña y desagradable.
—¿María Dolores? —Sam aferró el crucifijo en su bolsillo con el puño—. Te despertaron... Debes sentir mucho dolor. ¿Cómo podemos romper tu maldición?
El endriago jadeaba y babeaba, rumiante... su joroba desproporcionada la hacía tambalear y la fragilidad de sus miembros era indemne. Parecía que un asomo de consciencia avistaba a través de las rendijas brillantes de sus ojos esféricos... pero, el sesgo de la violencia que arremetía en el fuero interno de aquel receptáculo de espíritus se apoderó con desfachatez. Un chillido demencial lo aturdió, y la sombra pálida se proyectó con el rostro encendido en una mascara macabra.
Samuel estiró el puño con un relampagueo, imaginando la corriente que salía de su brazo a la vez que una incandescencia rojiza brotaba con estallidos. La Vampiresa fue envuelta en chispas escarlata, y retrocedió... retorciéndose y berreando.
—Padre de las Tinieblas—Sam se persignó al revés, y dejó caer el crucifijo a sus pies—. Supremo Arcangel del Infierno... Lucero de la Mañana—la negatividad de la conjuración se presentó con un malestar embotado en sus miembros. La Vampiresa hizo chirriar sus colmillos, con las costillas chamuscadas—. El Leviatán, el Ziz y el Behemot temen tu nombramiento... ¡Dragón Ancestral! ¡Ábranse, Puertas del Séptimo Infierno!
Destrozó la cruz de ébano con el pie... y el estallido de energía negativa hizo vibrar la mansión destartalada. Las paredes, las tablas del suelo, los candelabros y los ventanales... se estremecieron con el batir de cientos de las demoníacas. El hedor azufrado le irritó los ojos, y el cambio repentino de polaridad lo mareó... Durante unos segundos todo se redujo a negrura y vacío gélido. Un grito surgió del espacio entre los caminos, y en el océano de tintura negra emergió la Vampiresa, poseída por una recalcitrante violencia.
«Un anillo de barro me rodea» imaginó, embotado por los cambios repentinos en las energías del ambiente... Se agachó rápidamente, y un zarpazo le arrancó unos mechones. Una punzada fría le caló hasta el cráneo, y mientras rodaba por el suelo sintió un líquido caliente mojando su cabello.
Intentó saltar, y el suelo se derrumbó bajo sus pies arrastrándolo en una caída polvorienta y dolorosa. Cayó de costado... mientras escuchaba a Finchester gritarle palabras ininteligibles. Cegado por el polvo, escuchó el crepitar de las tablas y...
—Una grieta negra en un muro de piedra—conjuró, imaginando que una llama crecía en su estómago y alimentaba sus vías energéticas...
Lanzó un manotazo, y el pulso repulsor se desprendió de su mano con una vibración estridente... La criatura gimoteó, y la escuchó impactar con una superficie dura seguido de un reguero de astillas. Sam se limpió los ojos enrojecidos, y miró los destrozos que siguieron a su caída: sus manos aguijoneadas de astillas y el corte sangrante en su cabeza que convertía la mitad de su rostro en una mascarada roja. Intentó levantarse, y sintió un latigazo de dolor que lo hizo gritar y sudar frío... Su pierna estaba rota.
Finch bajó corriendo las escaleras con el cabello cubierto de astillas.
—¡Samuel!
—¡No te muevas! —El pelinegro se petrificó a medio bajar de la escalera...
La Vampiresa le respiraba en la nuca con una morbosidad infernal. La rigidez de sus miembros de vio obnubilada por un azogue hambriento. Finch contuvo la respiración, con un pie suspendido en el aire... Sam, lentamente, se incorporó sobre una rodilla con la pierna afligida. El delgado intercambió una mirada, y antes que el vampiro pudiera hinchar el diente... este saltó, con un estallido de dolor... y Sam fulminó a la criatura con una descarga de partículas ionizadas que le quemó la piel de los dedos.
Finchester cayó de cara frente suyo, y la Vampiresa se encogió con un grito ensordecedor y el rostro derretido en jirones de carne chamuscada. Como una bestia herida, corrió a esconderse en lo recóndito de la casona...
—Samuel...
El pelinegro intentó levantarse y los brazos le fallaron, un zarpazo profundo le hirió la espalda en un surco largo que oscurecía su camisa rápidamente... Sam se arrastró con los dientes apretados, la respiración de Finch era quejumbrosa y la sangre manaba a raudales. El pelirrojo estiró la mano a la herida como quien atisba las llamas y concentró su quintaesencia en la palma... realizó una descarga minúscula y las partículas ionizadas chamuscaron la llaga en una costra sanguínea con olor a carne chamuscada.
Finchester soltó un juramento con el rostro lechoso y los espumarajos brotaron de su boca en quejidos inhumanos junto con sendos lagrimones.
—¡Eso fue peor que cuando perdí mi virginidad!
Sam sonrió, lobuno... Le ardían las manos y le costó levantarse apoyado de la pared con la pierna entumecida.
—¿Por qué el Hechizo Negativo no invirtió las energías?
—Esa chica me rompió el prepucio y sentí que me desgarraba con sus contorsiones...
—Creo que este Dominio no le pertenece a Dolores—dictó el pelirrojo—. Predomina la Energía Negativa por lo que... la Atadura Maldita se alimenta de una fuente desconocida y muy poderosa. La quintaesencia es energía positiva ionizada...
—Te lo hubiera dicho antes—Finch se levantó con una mueca de aflicción—. Pero...
—Sí, yo también lo supuse desde que entramos acá.
Finchester lo ayudó a andar por la casona, mientras escuchaban los chillidos de la Vampiresa de Montenegro, que regresaba de su escondrijo para destripar a sus víctimas y engullir su sangre. Ambos salieron de la casona como pudieron, y avistaron el árbol ennegrecido y grotesco que emergía del jardín abandonado. Bajo el fulgor plateado del satélite estelar, sus ramas ondulaban como lombrices al retorcerse... el aspecto de sus raíces era mórbido y escrupuloso. Las arrugas de su tronco, antiguas e infames.
La Vampiresa saltó del balcón como una aparición cadavérica: mitad bestia, mitad abominación nigromante. Sus miembros flacuchos, distendidos en ángulos horridos, conferían un espectáculo digno de un circo de híbridos espantosos. Una abominación incólume nacida de abismos estériles, de piel desnuda y aspecto femenino rezumante de blancura y fetidez sepulcral. Su indescriptible mirada evocaba fuegos fatuos, antiguos e inimaginables de eras remitas y descarnadas... Sus senos marchitos se bamboleaban como manzanas disecadas y su sexo hinchado era una masa de pelambre. Profirió un chillido agudo que le estremeció los tímpanos...
—¡Restos de ramas chamuscadas!—Conjuró Samuel a grandes voces, sintiendo la reverberación de sus vías sanguíneas al calentarse—. ¡Sobre... una losa de mármol blanco!
Aspiró el perfume de la canela y las rosas quemadas... e imaginó con toda convicción el sonido del cuero viejo raspando la piedra dura. La Proyección de Calor se desprendió de su mano como una sustancia dorada en estado plasmático, y bañó al árbol negro con un chisporroteo aceitoso. Las ramas estallaron en flamas rojizas... y la Vampiresa a su vez se retorció en fuego incandescente. La Atadura Maldita ardió rápidamente, hasta consumirme...
La Vampiresa chilló de dolor mientras ardía, y cayó de rodillas en postura de penitencia, con la piel chamuscada saltando en jirones de fuego. La mujer que alguna vez fue Dolores Álvarez los miró por última vez con ojos de tristeza... Una melancolía café moteada con notas de azafrán lloró lágrimas ardientes.
—Yo solo quería ser muy rica para no volver a pasar necesidad...

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Sol de Medianoche
Teen Fiction«En Montenegro hierve un caldero de oscuridad, es un pueblo gobernado por la superstición y la incertidumbre... Se situa al pie de una montaña embrujada, y por el corren ríos de magia, de historias, de bestias salvajes que se esconden entre los homb...