Capítulo 36

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Hello floreeeeees, espero que disfrutéis del capítulo y os dejo por Instagram la canción completa que Melissa comenzó en el capítulo anterior con una pregunta en el aire... quizá la resolvamos en el próximo!!!

De cualquier forma, el lobo no tenía modo alguno de comprobar si había sido realmente su abuela quien le diera esa daga

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De cualquier forma, el lobo no tenía modo alguno de comprobar si había sido realmente su abuela quien le diera esa daga. Al menos tenía la seguridad de que ella estaría protegida en su casa, donde ni siquiera el lobo con todo su poder, podía acceder.

Las tierras de los Rouge eran sagradas, incluso se rumoreaba que quien se adentrara en ellas sin permiso encontraría un destino maldito. Quizá solo eran rumores, pero en este caso resultaban muy convenientes a su favor.

El lobo buscaba un culpable dentro del castillo, un traidor. Quizá ni tan siquiera hubiera tomado represalias si revelaba el nombre de su amiga, pero en cualquier caso estaba segura de que si lo hacía, jamás volverían a permitirle verla de nuevo y ella era lo poco que aún le quedaba allí fuera que la mantuviera cuerda y ligada a una vida que no fuera la que le habían impuesto.

Puede que el lobo no se conformara con su respuesta, pero pareció ser válida cuando comprobó por sí misma como se dirigió a la puerta y la golpeó con rudeza. Instantes después se abría pudiendo reconocer al hermano menor de los lobos tras ella. No la miró, no supo si porque le estaba prohibido hacerlo por preservar su intimidad, simplemente se apartó dejando libre la hoja para que el señor del castillo se marchara y poco después Eleanor y Aurora entraban cargadas con un barreño de agua y sábanas blancas.

Hasta que Melissa no se puso en pie por sí misma, no fue consciente de la mancha de sangre que había en el lecho y que también había logrado arruinar el camisón que llevaba, que no solo estaba cubierto con su propia sangre, sino también con algunas gotas en su pecho a consecuencia de la herida que le había infringido al lobo con su daga. Además, fue consciente con el movimiento, de la tirantez de su entrepierna y se percató de la costra de sangre seca que mantenía entre ellas.

Era la prueba viviente de su virginidad y ahora el lobo tenía testigos de que su matrimonio había sido consumado como estipulaba la tradición.

En la maldita luna llena.

«Por favor que no estuviera embarazada» Rogó para sí misma al saber que un niño la ataría a ese lugar de por vida.

No tenía un plan. Al menos uno que fuera mejor que el hecho de vivir hasta que su madre y su abuela dejaran de hacerlo porque en ese caso su propia muerte no las afectaría.

Agonizar no formaba parte de su modo de vida. Tampoco infringirse compasión a sí misma. ¿En que residía entonces su esperanza?, ¿Complacer al lobo con un hijo par así ser liberada teniendo que abandonarlo a la suerte de un tirano?

Existía una opción. Una que quizá no había contemplado porque desconocía su total existencia salvo por la mención del lobo.

«Sus supuestos aliados» Esos que la protegerían, que lucharían por la última Rouge incluso con sus propias vidas.

Pero para ella eran rostros inexistentes. Fantasmas a los que le resultaba incapaz de poner rostro.

Menos aún podría comunicarse con ellos, aunque tal vez su amiga Helena si sabría cómo, al menos, a través de su padre que era cazador como en su día lo fue el suyo.

—Esto os aliviará —dijo Aurora entregándole un paño caliente y Melissa la observó con expresión de incoherencia—. A juzgar por la sangre en el lecho, os habéis desgarrado, ponéroslo entre los muslos, aliviará el leve escozor que sentís y después tomaros esto —añadió indicó un brebaje—. Relajará vuestros músculos, hará que descanséis lo suficiente para recibir de nuevo al lobo.

¿Es que estaba loca?, ¿Creía que iba a permitir que hiciera con ella esa salvajada de nuevo?, ¿Acaso lo consideraban normal? Desde luego dudaba mucho de que lo fuese.

Desconocía si era el lobo en cuestión o quizá el problema lo tenía ella si tenía presente que la doncella Beatrice no tenía reparo alguno en entregarse a él. No le importaba. No pensaba permitir que ese lobo de ojos grises la tocara de nuevo para infligirle el mismo dolor.

Prefirió no decir nada sobre lo que opinaba respecto a aquel asunto, suponía por las acciones de Aurora que era fiel al lobo y que las acciones de éste eran justificadas.

Observó como trabajaban en la habitación cambiando las sábanas, limpiando las cenizas sobrantes de la nueva chimenea, añadiendo aceite a las antorchas y barriendo el suelo con esmero, todo mientras ella aguardaba en una de las butacas con aquella infusión de hierbas caliente entre sus manos y completamente ajena a lo que estaba sucediendo.

Sentía como si no formara parte de aquella obra de teatro, aunque fuera una de sus marionetas principales.

Le habían dado instrucciones de permanecer en su alcoba y descansar. No tenía tareas, todas sus funciones durante los próximos siete días las asumiría otra de las doncellas, que, sin lugar a duda, presentía que sería Beatrice y estaría encantada de hacer todas aquellas tareas ligadas al lobo.

No podía importarle menos en aquellos momentos.

Permaneció todo el día sola en sus pensamientos con la única distracción del fuego y un ajado libro que había encontrado con la nueva decoración. No le apetecía leer. En realidad, no le apetecía ni tan siquiera conversar. Quizá reservaba la energía para la caída de la noche cuando el lobo regresara, porque sin duda estaba segura de que lo haría para cumplir su propósito.

A media tarde la pesadez de la alcoba comenzó a hacer mella en ella, a pesar de que había pasado la mayor parte del día con una tranquilidad inexplicable. Nadie se opuso a su petición de salir a dar un paseo por los jardines, su escolta habitual la siguió a una distancia prudencial sin apartar ni un solo momento la vista de su objetivo.

No entabló conversación, tampoco lo intentó. Realmente no sabía cuál de los hermanos había recibido la daga de su padre a media noche cuando el lobo se la entregó, pero indudablemente debían tener constancia de su acción.

¿La vigilarían ahora con mayor precisión por si ocultaba a un supuesto traidor? Quizá era una venganza silenciosa el hecho de que creyeran que entre ellos se ocultaba una amenaza.

Un baño caliente acompañado de una bandeja con abundante comida la aguardaba a su regreso. Carecía de apetito, pero aquellas uvas parecían deliciosas, así como la miel y el queso.

A pesar de la inexistencia de dolor, pudo sentir un leve escozor cuando se adentro en el agua de la tina. El sol se estaba poniendo cuando se advirtió a sí misma que debía darse prisa, el lobo regresaría cuando la oscuridad se cerniera y la luna llena se alzara de nuevo.

En cuanto aquel pensamiento cruzó su mente, oyó los pasos que ascendían por la escalera y tras estos, como se abría la puerta.

Debía ser Aurora o Eleanor que venían para ayudarla a vestirse, pero ante el silencio o la falta de movimiento por parte de alguna de ellas, volvió su vista para encontrarse con unos ojos grises que no tenían ningún reparo en recorrer su cuerpo.

Aún era de día.

Él no debía estar allí todavía.

—Buenas noches, esposa.


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La Melodía del LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora