Capítulo 66

4.3K 1.1K 30
                                    


Se tomó el caldo a regañadientes, pero al menos en honor a la verdad, eso acabó con el ardor y las náuseas que continuaban. No logró mitigar su animosidad, ni la rabia que rozaba con estallar. Se alzó del lecho con ímpetu, le quemaba estar en ese lugar en el que él había yacido junto a ella tantas veces y con el mismo furor arrancó las pieles que lo cubrían, las sábanas y no conformándose con tirarlas al suelo y pisotearlas comenzó a destrozar el colchón.

Su ira no se detuvo ahí, sino que cogió el atizador de la chimenea y rompió la mesa, las sillas, los tapices y las alfombras. Tiró todo el contenido de los baúles esparciéndolos por la habitación e incluso le propinó varios golpes a la estructura de la cama, aunque ésta se resistió.

Helena no le impidió que lo hiciera y detuvo a Orson cuando intentó hacerlo.

Cuando ya no había nada más que destrozar, tiró el atizador y se volvió hacia sus espectadores.

—Decidle a Aurora que prepare mi alcoba. No volveré más a este lugar —afirmó saliendo de allí sin esperar que alguno de los dos la siguiera.

Debió ser Helena quien fuese a infundir su orden porque Orson no la perdió de vista cuando se dirigió hacia las almenas, el único lugar que le vino a la mente donde sabía que no encontraría al lobo o a la amante de éste. Quizá sentía que ese lugar era donde ella de algún modo le había traicionado porque Jasón le robó un beso.

Habría dado lo que fuera para haber sentido algo cuando ese gentil caballero posó sus labios sobre los de ella, pero quizá lograra sentirlo, ahora tenía más presente que nunca su promesa, aguardaría su espera hasta el momento en que ella quisiera.

Le daba igual si era el rencor lo que la hacía pensar de ese modo, pero su resentimiento la devoraría si no lo hacía y la atormentaba con perder todo vestigio de cordura si se abandonaba al dolor que había en su pecho.

No supo cuanto tiempo estuvo en ese lugar, probablemente fue demasiado, pero agradeció que Orson no le hablase, ni le incitara a regresar, quizá a su manera pensó que era lo que ella necesitaba o que empeoraría su carácter si lo hacía. Quien sabe lo que pasaría por la cabeza del hermano menor del lobo, pero cuando decidió regresar, éste solamente aguardó a que ella descendiera primero de las escaleras y se dirigieran en dirección hacia el gran salón.

Helena la interceptó y así fue como supo que su nueva habitación estaba lista para ella. Indicó que cenaría allí y aunque por su mente no había pasado cual podría ser la reacción del lobo a su decisión de cambiar de alcoba, supo que pronto lo averiguaría.

No le temía.

En realidad, deseaba fervientemente ese enfrentamiento.

A pesar de que su estómago estaba vacío y carecía de apetito, se obligó a comer casi todo el estofado y gran parte del pescado. Ahora que la nieve se había derretido, podían ir a pescar al río o la laguna que había pasado el bosque. Después de pasar todo un un invierno y parte de primavera sin probarlo, ahora lo saboreaba con gusto.

El lobo llegó a su alcoba cuando Eleanor retiraba la bandeja de su cena. Le había pedido a Helena que se marchara, no quería que ella estuviera presente cuando ese momento llegara. Para su amiga sería inevitable interferir y no deseaba que la furia del lobo se ejerciera contra ella.

A pesar de que vio su silueta por el rabillo del ojo, no le miró. No lo hizo cuando esperó con impaciencia a que la doncella se marchara, pero ella parecía entretenerse más de la cuenta, incluso ella lo notó y no supo si era un intento de la joven por mitigar la furia del lobo en su contra.

—¿Con qué autoridad abandonáis la habitación del torreón y os asentáis en esta alcoba? —exclamó sin esperar a que Eleanor se marchara.

—Con la de señora de este castillo, como bien decís vos, soy vuestra esposa —contestó con una calma que estaba muy lejos de sentirla.

—Y la habéis destrozado para aseguraros de no volver, ¿cierto? —Había ironía en su tono de voz.

No. Por supuesto que no la había destrozado por esa razón. La había destrozado porque cada recuerdo de ese lugar quemaba su razón, destrozaba su corazón, le arrancaba una parte de ella para pisotearla y matarla por dentro.

—Podéis interpretarlo como deseéis —se limitó a contestar.

—Que hayáis visto a Beatrice no cambia nada vuestra situación. Permaneceréis en la habitación del torreón hasta que me deis un hijo —afirmó con menos efusión.

—¡Así que no lo negáis! —bramó—. ¡Y además debe habéroslo contado ella misma, porque Orson ha pasado todo el día a mi lado y es imposible que él haya sido!

Por su gesto supo que era así y eso le hizo sonreír de forma nerviosa e irónica. Mejor eso que llorar, o eso pensaba.

—No voy a hacer pasar el hijo de Beatrice como vuestro si es lo que pretendéis —dijo sorprendiéndola.

Ni siquiera le había pasado por la cabeza esa idea que ella misma insinuó tiempo atrás.

—Me importa muy poco lo que hagáis con vuestro bastardo, o con vuestra amante, pero a mí no volveréis a tocarme —bramó con rabia.

Él se acercó en apenas dos zancadas con la intención de cogerle el brazo, pero viendo sus intenciones y apenas la rozó, alejándose de él.

—Marchaos —indicó a Eleanor que no sabía realmente que hacer en aquella situación.

La joven la miró y ella asintió dando a entender que no se preocupara.

—Ni lo intentéis lobo —dijo en cuanto Eleanor cerró la puerta—. Me dais asco, decíais que me deseabais, me hacíais creer que disfrutabais y os revolcabais con esa mujer antes de venir a mi lecho... podéis volver con ella, ya tenéis lo que deseáis, vuestro hijo crece en mi vientre.

No había querido decírselo así. Llena de odio, de rabia, de rencor, de unos celos que cegaban su ser porque era a otra a quien respetaba más que a ella.

Durante un momento hubo silencio. La miró, quizá intentando descubrir la verdad en sus palabras y después emitió una maldición mientras se llevaba las manos a su cabeza y le daba la espalda con la intención de alejarse.

—¿Estáis segura? —fue su única pregunta.

—Podéis decirle a vuestro médico que venga si no me creéis. No tengo porque mentiros —afirmó con el mismo semblante altivo.

Aguardó que se diera la vuelta, que la mirase, que le implorara, que se arrodillara ante ella diciendo que Beatrice no significaba nada para él, que la única mujer que deseaba y anhelaba era ella.

Pero lo único que sucedió es que el lobo caminó hasta la puerta con la misma bravura con la que entró y se marchó dando un portazo sin siquiera mirarla.

Sin despedirse.

Sin la felicidad que ella creyó que sentiría cuando le revelase que pronto sería padre.

La Melodía del LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora