Capítulo 68

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Habían transcurrido tres meses y su incipiente vientre comenzaba a ser abultado siendo difícil de ocultar, menos aún con los vestidos de genero suave que soliviantaban el calor del verano.

Llevaba noventa días sin apenas cruzarse con el lobo por el castillo, era fácil cuando este pasaba todo el día fuera de sus muros, incluso a veces varios días o semanas y cuando regresaba lo hacía dando voces, órdenes y encerrándose en el pequeño salón o en su alcoba.

Desconocía si lo hacía junto a su amante, si esta había dado a luz o estaba por hacerlo, lo cierto es que no quería saber nada respecto a ese tema y no se preocupó a que parte habría sido relegada para no volver a encontrarla durante todos aquellos días.

La ira del lobo era palpable para todos, incluso Orson había llegado a tratar de intermediar a través de Helena para que ella se acercara a su hermano y tratara de mitigar su furia.

No pensaba hacerlo.

Era ella quien debía estar enfadada con él y no al contrario.

Pero en aquellos tres meses no había un solo día que no hubiera reflexionado sobre sus circunstancias y cada vez tenía más claro que sería incapaz de abandonar a su suerte a la criatura que acogía en su vientre sin echar la vista atrás al hacerlo.

Había intentado creer que no existía, que entre ese bebé y ella no existía ningún vínculo, pero en el instante que notó la suavidad de lo que parecían ser sus movimientos fue imposible obviarlo y su amor hacia él era aún más grande que su libertad o su rencor hacia el lobo.

Aquella mañana de mediados de julio, hubo un visitante inesperado en el castillo, cuando Melissa vio a su madre en el gran salón casi no podía creerlo y corrió a sus brazos para sentir que no se trataba de un sueño.

Era real. Su carne era palpable a pesar del rostro de preocupación que había reflejado en su semblante.

—Madre —susurró—. ¡Madre! —exclamó sin saber cuanto la había extrañado y echado en falta.

Ella iba a convertirse en madre y tenía tantas dudas y preguntas que hacerle...

—Melissa —dijo en un aullido de voz—. Me alegro tanto de veros, he rezado tanto por vos, para que fueseis fuerte y pudierais resistir la templanza del lobo que ahora no soy capaz de creer que os tenga frente a mis ojos.No sabía si venir o no, lo dudé incontables veces, pero temí que si no venía fuese demasiado tarde.

—¿A que os referís madre?, ¿Es que hay alguna rebelión en la aldea?, ¿Estáis en peligro? Podréis quedaros en el castillo si así fuera, me enfrentaré al lobo si hace falta para que os deje...

—No. No. No —negó su madre acallándola—. No se trata de mí, sino de Elise. Ella se muere Melissa... y antes de que abandone este mundo ha pedido veros una última vez.

No podía ser. ¡Su abuela se moría! La mujer que había sido un ejemplo para ella y a quien había amado casi tanto como a su propia madre estaba expirando su último aliento.

—Iré —dijo sin pensar en que objeciones podría tener el lobo a su respuesta.

Su madre la observó con sorpresa y después hizo un gesto de conmoción cuando vislumbró por encima de su hombro.

Melissa se giró para presenciar la figura siniestra del lobo. Llevaba días sin verle y su aspecto no podía ser más feroz. Llevaba el cabello suelto y rebelde, estaba sudoroso, señal de que probablemente habría venido desde la zona de entrenamiento donde él mismo habría estado practicando. Había un surco bajo sus ojos y se apreciaba que había perdido significativamente peso.

La Melodía del LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora