Capítulo 64

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Ahora que Melissa conocía sus orígenes y que las canciones que siempre había cantado desde niña hacían referencia a sus antepasados y a la contienda con los Wolf, rememoró cada palabra de aquella canción sintiendo que había una pieza que no encajaba.

—No puede referirse a Arnold Rouge, el padre de Cèlestine y su venganza —admitió apartándose del pecho del lobo y girándose para poder mirarle a los ojos.

Comprobó que él tenía el rostro serio, pensativo y quizás incluso meditaba sobre las palabras de aquella canción.

—Habla de uno de sus descendientes, pero nadie sabe quien será o ha sido —afirmó—. Incluso podría ser un aliado y no forzosamente de su propia sangre quien decidiera tomar venganza por su cuenta. Al fin y al cabo estas canciones fueron creadas cuando apenas comenzó la contienda, muchos años atrás, no sabemos realmente todo lo que ha acontecido, ni las cientos de batallas y escaramuzas que se han mantenido.

Un sentimiento real y férreo se apoderó de ella, recordando que el lobo le echó en cara ser la hija de un asesino, del autor que había acabado con la vida de su progenitor.

—No mentíais cuando dijisteis que mi padre mató al vuestro...

Ésta vez no era una pregunta, sino más bien una afirmación para tratar de creerlo ella misma. No podía imaginar a su padre, al Kalet que había en sus recuerdos como un hombre gentil, amable y bueno, capaz de hacer algo tan atroz.

—Nunca he tenido motivos para mentiros. Mi verdad es también la vuestra, nos guste o no. —A pesar de la dureza de sus palabras por lo que él parecía haber aceptado, podía sentirse la férrea ira que se escondían a través de ellas.

—Lo lamento —admitió con una franqueza insólita—. Sé lo que es crecer sin un padre y no puedo imaginar que el mio pudiera cometer algo tan atroz.

Interpretó su silencio con la certeza de que siempre la vería como la hija del hombre que mató a su padre, robándole muchos años de su compañía, tanto a él como a sus hermanos. Era imposible que lograse amarla. Inútil que hiciera esfuerzo alguno en anhelar ser correspondida.

Nunca podría verla con otros ojos que no fueran los de la obligación y el deber impuesto por ser el mayor de sus hermanos para proteger a su familia de que lo ocurrido con su progenitor, no sucediera en adelante.

—¿No vais a preguntarme si fuimos los causantes de su muerte? —La pregunta hizo que levantara su vista rápidamente hacia él y el temblor llegó a su cuerpo—. No —negó—. Aunque nuestra sed de sangre fuera más que justificada, ninguno de nosotros acabó con su vida.

—Fueron los lobos del bosque, ¿Verdad? —susurró—. Los mismos que me perseguían cuando huía de vos.

Recordó ese momento en el que, por alguna razón extraña, decidieron no atacarla a pesar de rodearla.

—Eso creo —afirmó—. Yo no estuve ahí, pero ese día en el bosque que tropezasteis con ellos, aquella noche cuando comenzasteis vuestro canto...

Su voz se evaporó y permaneció unos instantes cavilando, quizá buscando las palabras exactas para decir aquello que se atropellaba en sus pensamientos. Melissa aguardó, dandole tiempo suficiente para que encontrara el modo correcto de expresar aquello que quería decir.

—No creo que fuera una casualidad que no os atacaran —afirmó con una incomprensión en su rostro—. Vuestra voz, ese melodioso sonido que emana de vos cuando cantáis merma mis sentidos, es como una balsa de infinita serenidad la que logra envolverme logrando desaparecer cualquier otro sentimiento que no sea el de continuar escuchándoos —continuó colocando sus manos en su cuello, acariciándolo, probablemente por creer que aquel era el lugar desde donde salía su voz—. Y para esos lobos fue igual, permanecían contemplándoos a vuestro alrededor, sin un atisbo de intención por atacaros, como si hubierais logrado domarlos con vuestro canto.

Melissa le observaba con la mirada fija en su cuello, en sus labios y a su vez con la mente en otra parte, quizá evocando el recuerdo de aquellas imágenes que también llegaban desde sus recuerdos. Nunca se había detenido a pensarlo, pero el temblor que evocó la imagen de aquellos lobos rodeándola hizo que él la mirase de nuevo a los ojos.

—Recordaré cantar la próxima vez que me los encuentre —sonrió con timidez y él llevó el pulgar a sus labios.

—Por el momento cantaréis solo para mi, Melissa Wolf —advirtió acercándola a él para que se dejara caer sobre su pecho y así tenerla cerca de sus labios.

La había llamado por su nombre y además le había otorgado su apellido con una posesión que lejos de encolerizarla comenzaba a sentir como propia. Estaba perdiendo el juicio y permanecer encerrada en el castillo con el lobo no ayudaba a mantener firme su cordura. ¿Sentiría lo mismo si se marchara lejos de allí?, ¿Esclarecería sus sentimientos hacia el lobo si dejaba de estar cerca de él?

—Creo que ya he cantado todas las canciones que aprendí —afirmó antes de que él besara sus labios.

—Os queda aún la más importante.

Melissa juntó sus cejas en una señal evidente de turbación. Ella no recordaba que le faltase ninguna por cantar, hizo un recuento y creyó haberlas mencionado todas.

—La última batalla y la promesa de amor verdadero —dijo él antes de que pudiera acordarse de ella.

Era cierto. No la consideraba la más importante, pero sí, quizá, la que proporcionaba más emoción por su texto.

—¿Deseáis que os la cante ahora? —exclamó recordándola.

—No —negó—. Ahora lo que deseo es probar vuestra carne. Hundirme en las profundidades de vuestro candor y que me llevéis al infierno, al paraíso o a cualquier parte, siempre que sea con vos.

No esperó a que ella respondiera, simplemente la obligó a besarle y ella fue incapaz esa noche, de presentar una batalla hasta caer en la rendición del placer que la aguardaba.

Tampoco rogó que pronunciara su nombre y lo agradeció. Porque esa noche, habría estado dispuesta a implorarle que la hiciese suya.

Esa noche, no le habría importado suplicar y decirle lo que deseaba.

Esa noche, no le habría implorado al lobo, sino a Cassian.

La Melodía del LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora